CAPÍTULO 28

Alethea estudió los tapices medievales italianos en la pared del corredor por varios minutos antes de considerar seguro aventurarse a salir. Cuando por fin se reunió con la mayoría de los invitados en el jardín, descubrió que no había sido echada de menos.

Su prima se había alejado para saludar a viejos amigos. Su hermano y su novia se abrían paso entre los otros bailarines en el césped. Al parecer Gabriel se había reintegrado a la fiesta.

Como Alethea estaba en un humor reflexivo, vagó por el jardín cubierto de vegetación y sus caminos privados protegidos por las estatuas clásicas estratégicamente posicionadas.

Esta noche todo sería revelado.

Gabriel había querido decir que su compromiso sería anunciado. Pero había llegado el momento de su propia confesión. ¿Cómo? ¿Cómo le diría? ¿Había esperado demasiado tiempo?

– ¿Alethea? -una voz suave preguntó desde detrás de una estatua de la fuente de Las Tres Gracias-. ¿Estás sola? No te des vuelta a menos que estés sola.

Se detuvo en el sendero de grava y se giró lentamente para ver una mujer de cabello castaño rojizo cubierta de seda blanca salir detrás de la fuente: la Sra. Audrey Watson, cortesana, famosa anfitriona y una de las más admiradas mujeres mundanas de Londres. Alethea no la había visto desde la noche en que Audrey había tratado de ofrecerle comprensión en su angustia. Fue un encuentro tan lleno de dolor que había pensado en ello lo menos posible.

De hecho, Alethea sentía vergüenza incluso ahora mientras recordaba detalles de su plática. Audrey la había llevado rápidamente en su carruaje desde la fiesta a una habitación privada en su casa de Bruton Street. Recordó que Audrey le había dado un vaso de vino y tiempo precioso para calmarse. En una explosión de emoción irracional, Alethea había ofrecido sus servicios como cortesana entre lágrimas y sorbos de vino.

Audrey simplemente había sonreído y le dio unos minutos para que se calmase.

– Eres una joven encantadora, Alethea -dijo por fin-. No tengo ninguna duda de que podrías ganarte la vida como una prostituta.

– Una…

– Sin embargo -añadió Audrey-, no creo que seas apropiada para mi establecimiento. Eres simplemente demasiado trágica. Ningún hombre quiere pagar una fortuna para retozar con una compañera infeliz.

– No pensé que importaría.

– Querida, has sido arruinada y desilusionada. Las damas que trabajan para mí no ven su ocupación como un castigo. Es un privilegio ser una cortesana profesional.

– ¿Un privilegio? -preguntó débilmente.

– Tendrías una cierta libertad. Si terminas casándose con ese sinvergüenza tuyo, vas a compartir su cama y serás maltratada por el resto de tu vida.

– ¿Entonces qué hago? -susurró -. ¿Qué hago ahora?

– Espera.

– ¿Para qué?

– Tengo la sensación de que esto se resolverá con el tiempo. Cómo, no lo sé.

Inclinó la cabeza, avergonzada, dudosa. Había seguido el consejo de Audrey… y esperó. Mirando hacia el pasado, se dio cuenta de lo mucho que había ayudado tener una mujer de experiencia que la escuchara.

– Perdóname -dijo ahora, encontrándose con la sonrisa cauta de Audrey-. No…

– …me conoces en absoluto -dijo Audrey con una sacudida de cabeza en advertencia-. Somos sólo dos damas en una fiesta que se reunieron por accidente en el jardín.

Alethea soltó el aliento.

– Si el marqués consideró adecuado invitarte a su fiesta, madam, no fingiré ignorarte.

– Valientes palabras -dijo Audrey irónicamente-. Sedgecroft, sin embargo, es intachable y no tiene necesidad de complacer a nadie excepto a él mismo. -Examinó a Alethea con una mirada experta-. Me complace verte mucho menos trágica que la noche en que nos conocimos. ¿Es cierto que has captado el interés de Gabriel Boscastle?

La amenaza de pasos que se acercaban desvió la atención inmediata de Alethea. Se volvió distraídamente, continuando sólo cuando parecía que la persona había tomado otro de los innumerables senderos del jardín.

– Sir Gabriel y yo somos vecinos -respondió finalmente, sospechando que esta respuesta no engañaría a una mujer con la experiencia de la Sra. Watson.

Audrey se rió.

– Es el último hombre en la tierra que encasillaría como un granjero.

– El campo tiene sus encantos -dijo Alethea, con una sonrisa delatadora.

– Siendo tú uno de ellos -dijo Audrey con un suspiro afable-. Os deseo a ambos lo mejor. Hubo un tiempo, no hace mucho tiempo cuando pensé que Gabriel se convertiría en un visitante asiduo. Entiendo ahora qué… o quién… ha provocado la misteriosa desaparición de nuestras diversiones.

Alethea miró alrededor, bajando su voz.

– ¿No le vas a decir? Ni siquiera estoy segura que cuando hablé contigo esa noche estaba en plena posesión de mis facultades mentales. No tengo idea que haría si supiera la verdad.

– Te prometí que guardaría tu secreto -dijo suavemente Audrey-. No podría haber construido mi reputación divulgando secretos.

– Tenía la esperanza de poder confiar en ti.

Audrey la miró con reproche.

– Hay muy pocas personas en este mundo en las que confío. Me siento honrada, sin embargo, al contar con la familia Boscastle como mis amigos. No te traicionaré.

– Gracias.

Audrey asintió gentilmente.

– Puede parecer extraño que una cortesana se jacte de su discreción, pero los asuntos privados son mi negocio.

– Entiendo -murmuró Alethea, aunque la mención de la pasada asociación de Gabriel con la casa de la Sra. Watson no había escapado a su atención. Dudaba que él hubiera ido allí a pedir consejo o consuelo… bueno, no el consuelo de naturaleza emocional que Alethea había necesitado en esa triste noche. Aún con la amabilidad de la Sra. Watson, le complacería muchísimo a Alethea que ni ella ni Gabriel volvieran a hacer uso de su experiencia.

– No sé cómo decirle -admitió.

– ¿Crees que la verdad alterará sus sentimientos? -dijo Audrey.

– No estoy…

– Silencio -Audrey se volvió bruscamente para estar de cara a la fuente-. Alguien viene. Te beneficiaría ignorarme hasta que seamos presentadas públicamente. A menos que decidas no reconocerme.

Alethea se enderezó.

– He aprendido, Sra. Watson, que no son las personas más criticadas de la sociedad las que merecen censura. Tendré el honor de reconocer una relación contigo si nos volvemos a encontrar.

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