Menos de una hora después los tres hombres Bocastles estaban sentados en el coche de Drake, estacionado frente al exclusivo burdel de Audrey Watson. Drake y Devon observaban en silencio desapasionado a Gabriel soltándose la corbata y tragando media botella de brandy.
Los guardias de la señora Watson habían salido de la casa a investigar. Al reconocer a los Bocastles, los centinelas del prostíbulo inmediatamente se retiraron, sólo para volver un minuto más tarde con otra botella de brandy y una invitación personal de la propietaria para entrar. Los tres hombres se excusaron educadamente.
Finalmente se levantó un viento que trajo una lluvia fina. Gabriel, mirando por la ventana pareció no darse cuenta. Uno de los dos lacayos de Drake tosió sutilmente para que se decidieran. El cochero, un hombre más viejo que había pasado muchos más años al servicio del amo y era menos inclinado a las sutilezas, pateó con su bota pesada, la cabina.
Gabriel se dejó caer hacia atrás en el asiento, cubriéndose la cara con una mano. Por supuesto el abogado tenía que estar equivocado, o había una explicación perfectamente apropiada. Tal vez Hazlett había tenido una amante, y a través de la señora Watson las dos mujeres habían querido encontrarse y, bueno, hacer lo que dos mujeres hacían cuando se daban cuenta que habían estado compartiendo el mismo hombre que ahora estaba muerto. No iba a insultar a Alethea preguntándole por eso.
De hecho iba contra sus intereses recordarle que había amado a otro hombre. Sería un caballero y pretendería que nunca escuchó nada acerca de su misteriosa visita que podía o no haber hecho al exclusivo serrallo de la calle Bruton.
Desgraciadamente, el problema era que a Gabriel hasta hace poco, no le había importado, si lo veían como un caballero o no, y él mismo había buscado entrar a este establecimiento, pero nunca había visto una dama como Alethea en ninguna de las piezas.
Lo cierto es que Alethea no se había envuelto en la vida alegre de las cortesanas desde la muerte de su prometido. Gabriel la habría reclamado en el mismo momento que hubiese sentido que estaba en el mercado buscando un protector. No. Por su dinero, era lo que parecía ser: una hermosa mujer joven cuyo potencial sensual se enterraría en el campo a menos que un terrateniente de mente aguda atrajera su atención.
Devon, no era precisamente el más paciente de los varones Boscastle, finalmente lo tocó con el pie.
– Bueno, anda. Audrey mandó una invitación. Ve a ver lo que puedes descubrir. No podemos sentarnos aquí como escolares con la boca abierta.
– No quiero entrar -dijo Gabriel obstinadamente.
Drake bufó.
– Bueno. Es un capítulo para los libros de historia. Que recuerde, nunca antes te negaste. Sólo entra y termina con esto. Cuando el corazón de un hombre está comprometido, es inútil evadir la verdad.
Gabriel negó indignado.
– ¿Por qué insistes en decir que mi corazón está implicado?
– Si no es un asunto del corazón -dijo Devon-, debe ser algo corporal, y no dudo que Audrey también tiene una respuesta para eso.
Gabriel apretó los labios.
– Eres tan elocuente y agradable, ¿por qué no entras y haces los honores?
– ¿Yo? -Devon levantó las palmas-. Soy un esposo devoto, ya me metí en un problema antes por una visita a Audrey, a pesar de que era inocente. Jocelyn me coronaría si lo hago otra vez.
Gabriel se volvió a mirar a Drake, que dijo francamente.
– No. Mis días de sesiones privadas en lo de Audrey ya pasaron. El hecho que hayamos estado sentados aquí durante una hora será publicado en todos los diarios y me presionarán duramente por una explicación. ¿Qué dices Gabriel?
Sonrió resignado.
– Digo que no hay un bálsamo en Gilead ni en Londres para mí. Nos vamos.