Advertirle. Como si alguna vez en su vida hubiera prestado atención a una advertencia, cuando una mujer se preocupaba.
Observó a su elegante figura desaparecer bajo el sendero cubierto de árboles hacia donde el caballo esperaba hasta que él entrara en razón. Incluso cuando era una chica Lady Alethea Claridge había acudido a él cuando se sentía perdido. ¿Quién se pensaba ella que era para acudir a rescatarlo? Él podría haberle dicho que recordaba el día que le había hablado en la picota, como el punto más bajo de su humillación pública.
Su padrastro le había procurado humillaciones más intensas en privado, pero la intromisión de Alethea sólo había aumentado la vergüenza que Gabriel había luchado por mantener en secreto. Él nunca se había hundido tan profundamente otra vez en su propia estimación personal, a pesar que otros podrían aventurar una opinión en sentido contrario.
De hecho, estaba casi-tentado a llamarla otra vez y decirle que se había vuelto absolutamente loca si pensaba que tanto un puente roto como una destartalada finca le importaban mucho después de las cosas que había visto y hecho. Menudo coñazo, que aún pudiera desconcertarlo.
No era un completo inútil, ya había obtenido sus ganancias de otras hipotecas anteriormente, según sus cálculos, si el desvencijado puente era indicativo de lo que había debajo, Helbourne Hall le costaría probablemente una fortuna en reparaciones sin producir una sola libra de beneficio a cambio.
Calculó que desperdiciaría como máximo una quincena o dos allí. Su atractiva vecina, Alethea, se merecía unos cuantos días de su atención aunque sólo fuera por los viejos tiempos. Después de todo, podía contar con una mano el número de valientes almas que se habían molestado en defenderlo. Tres de sus primos Boscastle. Su comandante de infantería.
Una chica joven y testaruda que se había atrevido a desafiar su educación y se había ensuciado los guantes limpiando la inmundicia de una mejilla salvaje.
Valiosas eran aquellas personas que habían osado hacerse sus amigos durante sus años más oscuros, por miedo a que se volviese y los mordiese.
Le gustase o no, incluso para los principios de un bribón, le debía un favor. ¿Había algún indeseable pretendiente que desease que desapareciese de la faz de la tierra? ¿Algún recalcitrante al que esperase poner celoso? Quizá la joven se encontraba de manera vergonzosa necesitada de fondos. Quizá sus padres habían muerto, y su hermano (creía recordar que tenía uno) había traído la desgracia sobre el nombre de la familia.
Se decía que como parte de un código personal, un miembro de la familia Boscastle nunca olvidaba un insulto o un favor. Algo que no se decía, pero que se suponía, era que Gabriel debería llevarse una recompensa durante el pago a Alethea por su pasada amabilidad, que estaba obligado a aceptar.
¿Qué clase de chica desafiaba a su padre para ayudar a un chico testarudo al que todos los del pueblo tenían la precaución de no cruzarse? Hacía que se preguntase sobre el juicio de la chica. Su voz flotaba entre los árboles.
– Hay fantasmas que persiguen ese puente, Gabriel. Un amante celoso ahogó a su amor y después se suicidó. Intenta no perturbarlos más.
Él la miró fijamente. Coquetos rizos se escapaban de la capucha de la capa para acariciar su cara. Siempre se había preguntado si había sido tan guapa como recordaba. Lo era, pero verla de nuevo le provocaba dolor por la pena de los sueños abandonados en las encrucijadas.
– ¿Me oye, Gabriel? No sé si es supersticioso, pero un par de espíritus infelices persiguen el mismo lugar sobre el que te encuentras.
Sacudió la cabeza, bufando mientras se giraba hacia el puente. Había fantasmas que lo perseguían también, pero nunca más se asustaría de ellos.
Le devolvió una sonrisa. Luego cruzó el puente. Y su caballo lo siguió.