Adam llamó a Maggie varias veces durante la semana después de Yom Kipur, y ella se quedó en su casa varias noches. Como acababan de cambiarla al turno de día en el Pier 92, su horario le iba bien a Adam. Y a ella le encantaba dormir con él. Todo parecía ir perfectamente, y los dos se atenían al acuerdo al que habían llegado. Maggie no le hacía preguntas sobre el futuro, no tenía razón para ello; y las noches que pasaba en su propia casa, ninguno de ellos preguntaba al otro qué había hecho ni con quién había estado en la siguiente ocasión que se veían.
Lo cierto es que Adam estaba tan entusiasmado con ella que las noches que no la veía la llamaba por teléfono, por lo general antes de acostarse, ya tarde. En dos ocasiones le sorprendió e incluso le preocupó un poco que no estuviera en su casa, pero no le dijo que había llamado ni dejó recado en el contestador. Maggie no le dijo que había salido cuando volvieron a verse. Adam tuvo que reconocer que le había molestado no encontrarla en casa y esperar su llamada, pero no le dijo ni media palabra. Los dos seguían reclamando y recogiendo los beneficios de su libertad. Adam no se acostó con nadie más durante las primeras semanas de su relación; no le apetecía, y cada día se hacía más adicto a Maggie. Y ella le dijo a las claras que no había nadie más en su vida. Pero, a medida que pasaban las semanas, había más noches en que nadie contestaba en casa de Maggie cuando la llamaba, y a Adam le sentaba cada vez peor. Empezó a pensar que debía salir con otras mujeres, para no atarse demasiado a ella. Pero ya se aproximaba Halloween y no había hecho nada al respecto. Seguía siéndole fiel al cabo de un mes. Era la primera vez desde hacía años.
Le molestaba un poco no haber visto a Charlie desde que este había vuelto, hacía un mes; pero, cada vez que lo llamaba para invitarlo a algún sitio, tenía algo que hacer. Adam sabía que tenía muchas actividades sociales y mucho trabajo en la fundación, pero le fastidiaba que no tuviera tiempo para verlo. Lo bueno era que así él tenía más tiempo para Maggie. Cada día le preocupaba más y le angustiaba lo que hacía cuando no estaba con él. Maggie nunca le explicaba adónde iba las noches que no pasaban juntos; simplemente reaparecía al día siguiente, radiante y alegre, y se metía en la cama con él, feliz como siempre, con su cuerpo absolutamente irresistible. Cada día que pasaba crecía su locura por ella. Sin saberlo, Maggie le estaba ganando con sus propias armas. Cada día tenían menos significado para él las grandiosas posibilidades de que le había hablado al principio. A juzgar por la cantidad de veces que no la encontraba en su casa cuando la llamaba, Maggie aprovechaba su libertad mucho mejor que él.
Y Adam veía aún menos a Gray. Había hablado varias veces con él, pero su amigo estaba disfrutando de la felicidad conyugal con Sylvia y no quería ir a ninguna parte. Acabó por mandar correos electrónicos a los dos y consiguió que accedieran a salir una noche, solamente los tres, dos días antes de Halloween. Llevaban más de un mes sin verse; la primera vez desde hacía años que pasaba tanto tiempo, y los tres se quejaban de que los demás habían desaparecido.
Quedaron en un restaurante del centro, en uno de sus sitios favoritos, y Adam fue el primero en llegar. Sus otros dos amigos entraron inmediatamente después, y Adam observó que Gray había engordado. No demasiado, pero sí lo suficiente para estar más rellenito de cara. Les contó que Sylvia y él cocinaban juntos, y parecía más feliz que nunca. Llevaban juntos dos meses, y se conocían desde hacía tres. De momento no había que dar la voz de alarma. Sus dos inseparables amigos se alegraron, pero pensaron que aún no había que echar las campanas al vuelo. Gray les dijo que nunca discutía con Sylvia, y que estaban felices. Pasaba todas las noches con ella, y nunca se quedaba en su estudio, a pesar de lo cual insistía en que oficialmente no vivía con ella, sino que solo «se quedaba» en su casa. A Charlie y Adam les parecía que con aquella expresión hilaba demasiado fino, pero al parecer él se sentía mejor así que diciendo que vivían juntos.
– ¿Y tú? ¿Dónde demonios te has metido todo este mes? -preguntó Adam a Charlie, un tanto quejumbroso.
– He salido mucho -contestó Charlie, enigmático, y Gray sonrió.
Charlie había reconocido hacía unos días que había seguido su consejo y estaba viendo a Carole Parker. Aún no había ocurrido nada serio, pero salían a cenar muchas noches y estaban conociéndose. Se veían varias veces a la semana, pero de momento ni siquiera la había besado. Avanzaban lentamente, y Charlie reconocía que los dos se morían de miedo, porque no querían que les hicieran daño.
Adam vio la mirada de complicidad de Gray y obligó a Charlie a que se lo contara.
– Pero ¿se puede saber qué os pasa a los dos, por lo que más queráis? Gray está prácticamente viviendo con Sylvia, es decir, está viviendo con ella pero no quiere reconocerlo. Para que luego hablen de la traición al código ético de los solteros.
Se quejaba, pero de buen humor, porque en realidad se alegraba por sus amigos. Los dos querían encontrar a alguien, y ya iba siendo hora. El no lo tenía tan claro. Su relación con Maggie parecía ir viento en popa, pero no iba a llegar a ninguna parte, como habían acordado desde el principio. Simplemente salían juntos y mantenían vidas separadas; hacían lo que querían cuando no estaban juntos, pero cuando lo estaban, Maggie era increíble, y a él le encantaba. No se cansaba de ella, y en ocasiones incluso le molestaba el espíritu independiente de la chica, algo que no le había ocurrido hasta entonces. El era siempre el independiente en sus relaciones, pero Maggie lo era aún más. Necesitaba mucho tiempo para sí misma, lo mismo que le ocurría a Adam, pero no con ella.
– ¿Y tú? No has dicho gran cosa sobre lo que has estado haciendo. ¿Sales con alguien? ¿O con miles, como de costumbre? -le preguntó Charlie a Adam a las claras cuando llegaron al postre. Adam salía con tantas mujeres, a ser posible al mismo tiempo, que Charlie había perdido la cuenta.
– Bueno, llevo como un mes saliendo con alguien -contestó Adam como sin darle importancia. -No es gran cosa. Desde el principio decidimos no llegar a nada serio. Sabe que no quiero casarme.
– ¿Y ella? ¿Se le ha empezado a acelerar ya el reloj biológico? -inquirió Charlie con Interés, y Adam negó con la cabeza.
– Es demasiado joven para eso. Es la ventaja de las jóvenes.
– Por lo que más quieras, no irás a decirnos que tiene catorce años -exclamó Gray, poniendo los ojos en blanco. -Como no te andes con cuidado, vas a acabar en la cárcel.
Les encantaba tomarle el pelo por las jovencitas con las que salía, pero Adam siempre decía que era por pura envidia.
– Tranquilos, chicos. Tiene veintiséis años, un cuerpo sensacional, y es una persona estupenda.
Y su cabeza es sensacional, pero no se molestó en añadir ese dato; de haberlo hecho, sus amigos se habrían dado cuenta de que él la había perdido por completo por la chica, algo que él mismo comenzaba a temerse. Cuando empezaba a enamorarse de una mujer por su cabeza, sabía que la había cagado. En realidad, les estaba pasando a los tres, pero ninguno quería reconocerlo, ni ante los demás ni ante sí mismos. Ninguna de sus relaciones había sobrevivido al paso del tiempo. No habían superado las primeras discusiones, ni las decepciones que normalmente sufre todo el mundo. Ellos todavía estaban disfrutando como críos de la novedad y de lo bien que lo pasaban. Ya verían qué ocurría después.
Estuvieron allí hablando, bebiendo y disfrutando de la compañía mutua hasta después de medianoche. Los tres se habían echado de menos durante el mes anterior, sin darse cuenta. Estaban tan ocupados en otras cosas y dedicaban tanto tiempo a las mujeres con las que mantenían una relación que no habían comprendido hasta qué punto constituían una parte fundamental los unos en la vida de los otros, y el enorme vacío que se abría cuando no se veían. Prometieron reunirse más a menudo, y pasaron un buen rato hablando de política, dinero, inversiones, arte -en honor a la nueva galería que había conseguido Gray gracias a Sylvia, -y sus respectivas profesiones. Adam había añadido dos clientes importantes a su lista y Charlie estaba encantado con la marcha de la fundación. Fueron los últimos en abandonar el restaurante, a regañadientes.
– Vamos a prometer una cosa -dijo Gray antes de que cada uno tomara un taxi en una dirección diferente. -Que pase lo que pase con las mujeres con las que estamos, o las que puedan venir después, nosotros nos veremos siempre que podamos, o al menos hablaremos por teléfono. Os he echado en falta. Quiero a Sylvia, me encanta quedarme en su casa -les dirigió una sonrisa a ambos, -pero también os quiero a vosotros.
– Así sea -repuso Charlie, apoyando la propuesta.
– Pues claro que sí-terció Adam.
Momentos después se separaron y cada cual volvió a su vida y a la mujer con la que la compartían. Adam llamó a Maggie, pero a pesar de lo avanzado de la hora no estaba en casa, y en esa ocasión se puso furioso. Era casi la una de la madrugada. ¿Qué demonios andaba haciendo? ¿Y con quién?
Dos días más tarde Charlie fue a la fiesta de Halloween que había organizado Carole para los niños del centro. Le había pedido que fuera disfrazado, y él le había prometido llevar dulces para los niños. A Charlie le encantaba ir a verla al centro. La había invitado a almorzar en dos ocasiones, una en el restaurante de Mo y otra en el de Sally, pero casi siempre se veían para cenar, después del trabajo. Era más relajante, y parecía más discreto. Ninguno de los dos quería que la gente empezara a sacar la lengua a paseo. Aún no habían llegado a ninguna conclusión sobre lo suyo, si era amistad o romance; era un poco las dos cosas, y hasta que lo tuvieran claro, no querían que nadie los presionara. A las dos únicas personas a las que se lo había contado Charlie eran Adam y Gray, y ni siquiera se lo dijo a Carole cuando habló con ella a la mañana siguiente. Solo le comentó que lo había pasado muy bien con sus amigos, y ella le respondió que se alegraba mucho. No conocía a ninguno de los dos, pero por lo que le contaba Charlie sabía que eran hombres interesantes y valiosos a quienes no solo era leal, sino que les profesaba un profundo cariño. Decía que para él eran como hermanos, y Carole lo respetaba. Para Charlie, a quien no le quedaban relaciones por consanguinidad en el mundo, sus amigos eran su familia.
Los niños estaban preciosos con sus disfraces en la fiesta de Halloween. Gabby iba vestida de Wonder Woman, y Zorro llevaba una camiseta con una S, y Gabby dijo que era Superperro. Había disfraces de Raggedy Ann, Minnie, Tortugas Ninja y Spiderman, fantasmas y un auténtico aquelarre de brujas. Carole llevaba sombrero de pico, jersey de cuello alto y vaqueros, todo negro, y peluca verde. Dijo que tenía que trajinar demasiado con los niños para llevar un disfraz más enrevesado, pero se había pintado la cara de verde y los labios de negro. Últimamente se maquillaba cuando salían por la noche. Charlie lo notó el primer día y lo alabó en su primera cita «oficial» para cenar. Carole se sonrojó y dijo que se sentía un poco tonta, pero siguió maquillándose.
Charlie fue a la fiesta disfrazado de León Cobarde de El mago de Oz. Su secretaria había comprado el disfraz en una tienda de vestuario teatral.
Los niños lo pasaron divinamente, los dulces les chiflaron, y además Charlie también había llevado montones de caramelos, porque no podían ir por el barrio pidiéndolos de casa en casa. Era demasiado peligroso, y la mayoría de los niños, demasiado pequeños. Cuando Carole y Charlie se marcharon del centro eran casi las ocho. Habían hablado de ir a cenar después, pero estaban los dos agotados y habían comido demasiados dulces. Charlie había tomado un montón de chocolatinas y Carole tenía una irresistible debilidad por la calabaza con chocolate y malvavisco.
– Te invitaría a mi casa, pero está patas arriba -dijo Carole con tacto. -He estado fuera toda la semana.
Habían cenado juntos todos los días, salvo la noche en que Charlie había estado con Adam y Gray.
– ¿Quieres venir a mi casa a tomar una copa? -le preguntó Charlie sin problemas.
Carole aún no había estado allí. Siempre iban fuera, y habían estado en bastantes restaurantes, algunos de los cuales les gustaban y otros no.
– Me gustaría, pero no voy a quedarme mucho rato -contestó Carole, sonriendo. -Estoy molida.
– Y yo.
El taxi fue a toda velocidad por la Quinta Avenida y se detuvo en la dirección que había dado Charlie. Aún llevaba el disfraz de león, y Carole la peluca y la cara verdes. El portero les sonrió y los saludó como si él llevara traje y corbata y ella vestido de noche. Subieron en el ascensor en silencio, sonriendo. Charlie abrió la puerta del apartamento, dio las luces y entró. Ella lo siguió y miró a su alrededor. Era una casa elegante, preciosa. Por todas partes había hermosas antigüedades, la mayoría de ellas heredadas, y otras que había adquirido Charlie en el transcurso de los años. Carole cruzó lentamente el salón y contempló la vista del parque.
– Es precioso, Charlie.
– Gracias.
No cabía duda de que era un apartamento bonito, pero a Charlie últimamente lo deprimía. Todo le parecía viejo y cansino, y cuando volvía allí reinaba un terrible silencio. En la última temporada se sentía más feliz en el barco, salvo las horas que pasaba con Carole.
Carole se detuvo ante una mesa llena de fotografías mientras Charlie iba a buscar vino y encendía las demás luces. Había varias de sus padres, una preciosa de Ellen, y muchas de sus amigos. Y una muy graciosa de Charlie, Gray y Adam en el barco aquel verano, mientras habían estado en Cerdeña con Sylvia y sus amigos, pero solo aparecían los Tres Mosqueteros, nadie más. Había otra foto del Blue Moon de perfil, atracado en el puerto.
– Menudo barco -dijo Carole mientras Charlie le ofrecía una copa de vino.
Charlie aún no le había dicho nada del barco; estaba esperando el momento oportuno. Le daba vergüenza, pero sabía que tarde o temprano tendría que contarle lo del yate. Al principio le parecía pretencioso, pero como se estaban viendo con tanta frecuencia y explorando la posibilidad de salir realmente juntos, quería ser sincero con ella. No era ningún secreto que era muy rico.
– Gray, Adam y yo pasamos el mes de agosto en el barco todos los años. Esa foto es de Cerdeña. Lo pasarnos muy bien ese verano -dijo un poco nervioso. Carole asintió con la cabeza, tomó un sorbo de vino y se sentó con él en el sofá.
– ¿De quién es? -preguntó cómo sin darle importancia. Le había contado a Charlie que a toda su familia le gustaba navegar y que ella había estado en muchos veleros cuando era más joven. Charlie esperaba que le gustara su barco, a pesar de que era de motor, y los navegantes los llamaban «apestosos» por eso, pero sin duda era una auténtica belleza. -¿Lo alquiláis? -Actuaba con normalidad, y Charlie sonrió al mirarle la cara pintada de verde. Él tenía un aspecto igualmente ridículo vestido de Icón, con las peludas patas y la cola sobre el sofá, y Carole se echó a reír. -Qué pintas tenemos.
– No, no lo alquilamos.
Charlie contestó a la segunda pregunta antes que a la primera.
– ¿Es de Adam?
Charlie le había dejado caer que Adam tenía un éxito enorme en su profesión y que su familia tenía dinero. Negó con la cabeza y contestó, tomando aliento:
– Es mío.
Se hizo un silencio sepulcral mientras Carole lo miraba directamente a los ojos.
– ¿Tuyo? No me lo habías dicho -dijo Carole, con una expresión de absoluta sorpresa. Era un yate enorme.
– Me daba miedo que no te pareciera bien. Cuando nos conocimos acababa de volver de pasar una temporada en él. Todos los veranos paso tres meses en Europa y un par de semanas en el Caribe en invierno. Es maravilloso.
– Me lo puedo imaginar -replicó Carole, pensativa. -¡Vaya, vaya, Charlie…!
Era un indicio evidente de la enorme riqueza de Charlie, que contrastaba tremendamente con la forma de vida, el trabajo y las convicciones de Carole. La fortuna de Charlie no era ningún secreto, pero ella vivía de un modo mucho más sencillo y discreto. El centro de su mundo estaba en el corazón mismo de Harlem, y no en un yate flotando perezosamente en el Caribe. Charlie sabía que, en espíritu, ella era mucho más espartana que él, y no quería que pensara mal de él por los lujos que se permitía en la vida. No quería espantarla.
– Espero que esto no rompa nuestra relación -dijo en voz baja. -Me gustaría que vinieras al barco algún día. Se llama Blue Moon.
Se sintió un poco mejor tras habérselo contado, pero no sabía cómo se sentía ella. Parecía horrorizada.
– ¿Qué tamaño tiene? -preguntó Carole por pura curiosidad.
– Setenta metros.
Carole soltó un silbido y tomó un buen sorbo de vino.
– ¡Por Dios! Yo trabajando en Harlem y tú con ese yate… Qué incongruencia. Pero, por otro lado, me has dado un millón de dólares para los niños -añadió, como perdonándole su excentricidad. -Supongo que si no tuvieras tanto dinero, no podrías habernos ayudado, así que vaya lo uno por lo otro.
– Eso espero. No quiero que se interponga entre nosotros algo tan ridículo como un barco.
Carole lo miró con expresión solemne y llena de cariño.
– Claro que no, o al menos eso espero -dijo. Charlie no era nada fanfarrón, y Carole comprendió la importancia que tenía su barco para él. Simplemente era un barco enorme. -Pasas mucho tiempo fuera en verano -añadió, pensativa.
– Podrías venirte conmigo el año que viene -dijo Charlie. -Y no tengo que estar tanto tiempo fuera. Este año no tenía ninguna razón de peso para volver, y por eso me quedé en el barco más que de costumbre. A veces me da miedo volver. Me siento muy solo. -Recorrió el apartamento con la mirada y después volvió a mirar a Carole, sonriéndole. -Lo paso bien en el barco, sobre todo con Gray y Adam. Estoy deseando que los conozcas. -Pero ni Carole ni él estaban aún preparados. Los dos necesitaban más tiempo para afianzar su relación, y de repente Charlie la rodeó con un brazo, algo que llevaba días deseando hacer. -Bueno, ya conoces mi secreto más oscuro: que tengo un yate.
– ¿Sólo eso?
– Sí. No he estado nunca en la cárcel, nunca me han acusado de ningún delito, ni de ninguna falta menor. No tengo hijos, ni legítimos ni ilegítimos, nunca me he declarado en quiebra, no me he casado ni le he quitado la novia a nadie. Me cepillo los dientes todas las noches antes de acostarme, incluso si estoy borracho, cosa que no sucede con frecuencia, e incluso utilizo seda dental. Pago el aparcamiento. Bueno, vamos a ver qué más…
Se detuvo un momento para tomar aliento, y Carole se echó a reír. La cola del disfraz de león estaba toda erguida en el sofá.
– Qué aspectazo tienes con esa cola.
– Pues tú, cielo, estás preciosa con esa cara verde. -E inmediatamente la besó, y fue entonces Carole la que se quedó sin aliento. Había sido una tarde llena de sorpresas, hasta el momento agradables, a pesar de la impresión que le habían causado las dimensiones del yate. Parecía más un transatlántico que un barco. -Llevo años deseando besar a una mujer con la cara verde y los labios pintados de negro -susurró, y Carole se echó a reír.
Charlie volvió a besarla, y Carole le devolvió el beso con igual pasión. Charlie empezaba a despertar cosas en ella que llevaba años enteros olvidando y reprimiendo. Se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo, olvidándose de todo lo demás, pero entre los brazos de Charlie empezó a recordar la dulzura de los besos y la dulzura, aún mayor, de las caricias de un hombre.
– Gracias -le susurró al oído mientras Charlie la estrechaba entre sus brazos.
Hasta entonces tenía tanto miedo de hacer aquello con Charlie, de estar tan cerca, de correr el riesgo de volver a enamorarse… Charlie le había permitido traspasar el umbral de su mundo íntimo, con suma dulzura, y se sentía bien con él, de la misma manera que él con ella.
Charlie la llevó por todo el apartamento para enseñarle sus tesoros, las cosas que más apreciaba: fotografías de sus padres y de su hermana, cuadros que había comprado en Europa, entre otros un Degas que tenía colgado sobre la cama. Carole lo contempló unos momentos, y Charlie la sacó del dormitorio. Le parecía que todavía era demasiado pronto para quedarse allí, pero el cuadro de Degas los llevó a hablar de ballet, y Carole le dijo que cuando era joven bailaba.
– Me lo tomé muy en serio hasta los dieciséis años, y después lo dejé -dijo con pesar, pero Charlie se explicó entonces la elegancia de sus movimientos.
– ¿Por qué lo dejaste?
Carole sonrió avergonzada y contestó:
– Crecí demasiado. Me habrían relegado para siempre a la última fila del cuerpo de ballet. Las primeras bailarinas son bajitas, o por lo menos lo eran. Creo que ahora son más altas, pero no tanto como yo.
Su estatura tenía ciertas desventajas, pero no para Charlie, a quien le encantaba que fuera tan alta y tan ágil. Parecía elegante y femenina a la vez, y Charlie era considerablemente más alto que ella, de modo que no le importaba.
– ¿Te gustaría ir al ballet un día de estos?
A Carole se le iluminaron los ojos cuando se lo preguntó, y Charlie le prometió que irían. Había tantas cosas que quería hacer con ella… La diversión solo acababa de empezar.
Se quedó casi hasta medianoche, y Charlie la besó varias veces más. Acabaron en la cocina, donde tomaron un tentempié antes de que Carole se marchara. No habían cenado como es debido, solo un montón de dulces y caramelos. Prepararon unos bocadillos y se sentaron a la mesa, charlando.
– Sé que te va a parecer absurdo, Charlie, -Iba a intentar explicarle lo que sentía. -Toda la vida he detestado las excentricidades, la arrogancia y el esnobismo de los ricos. Yo nunca he querido ser especial, a menos que lo ganara por mí misma, pero no por alguien con quien estuviera relacionada. Quería ayudar a los pobres y a la gente que nunca ha tenido suerte. Me siento culpable cuando hago cosas que los demás no pueden hacer, o cuando me gasto más dinero que ellos, y por eso no lo hago. Bueno, tampoco puedo, pero si pudiera, no lo haría.
Soy así.
Charlie ya lo sabía, y no le sorprendió. Como Carole nunca hablaba de su familia, no sabía si tenían dinero. A juzgar por cómo vivía y a lo que se dedicaba, sospechaba que no. Quizá un poco, pero no mucho. Aparte de su aire aristocrático, nada en ella daba a entender que fuera de buena familia. Quizá una familia sólida con medios modestos, que tendrían que haber estirado un poco para enviarla a Princeton.
– Comprendo -dijo Charlie en voz baja cuando terminaron los bocadillos. -¿Te horroriza que tenga un barco?
– No -contestó Carole, pensativa. -Es algo que yo no haría aunque pudiera, pero estás en tu derecho de gastarte tu dinero en lo que quieras. Haces mucho bien a la gente por mediación de la fundación. Yo pienso que debería vivir casi en la miseria y dar lo que tengo a otros.
– A veces tienes que guardar un poquito y disfrutarlo.
– Lo hago, pero prefiero devolverlo. Me siento culpable por tener un sueldo en el centro. Pienso que otros lo necesitan más que yo.
– Pero tienes que comer.
Charlie se sentía mucho menos culpable que ella. Había heredado una enorme fortuna a edad temprana y durante muchos años había aceptado plenamente sus responsabilidades, pero disfrutaba del lujo, de sus cuadros, de los objetos que coleccionaba, y sobre todo de su barco. Nunca pedía disculpas a nadie por ello, salvo a Carole en aquel momento, de forma indirecta. Sus filosofías de la vida eran muy distintas, pero esperaba que no tanto.
– A lo mejor llevo las cosas un poco al extremo -reconoció Carole. -La austeridad me permite pensar que estoy expiando mis pecados.
– Yo no veo ningún pecado -replicó Charlie con seriedad. -Lo que veo es una mujer maravillosa que entrega su vida entera a los demás y que trabaja sin descanso. No te olvides de divertirte un poco.
– Me divierto contigo, Charlie -dijo ella con dulzura. -Siempre lo paso bien cuando estamos juntos.
– Yo también.
Charlie sonrió y volvió a besarla. Le encantaba besarla, y quería llegar más lejos, pero no se atrevía. Sabía que Carole tenía mucho miedo a atarse a alguien, a que volvieran a herirla, y también él tenía que enfrentarse a sus propios temores. A él le preocupaba lo mismo, siempre a la espera de que apareciera el defecto imperdonable. En el caso de Carole era evidente, no estaba oculto. Lo llevaba por delante, como una bandera. Tenían experiencias diferentes. Ella era trabajadora social, estaba dedicada en cuerpo y alma a su trabajo en Harlem y el mundo de Charlie le molestaba. No era una debutante ni un personaje de la alta sociedad, e incluso condenaba cómo vivía Charlie, aunque a él lo aceptaba plenamente como persona. Pero el gran interrogante que se le planteaba a Charlie era si podría vencer sus reservas y aceptar también su forma de vida. Si iban a estar juntos, y a seguir juntos, Carole tendría que resolver esa contradicción, y él también. De momento pensaba que sí podían, y también de momento dependía más de Carole que de él. Era ella quien tendría que estar dispuesta a perdonar la frivolidad y la excentricidad del mundo de Charlie y no sentir deseos de huir de él.
La acompañó a casa en un taxi y la besó en el portal. Ella no lo invitó a subir, pero ya le había dicho antes que tenía la casa patas arriba. Charlie no conocía su estudio, pero se imaginaba lo difícil que resultaría vivir en una sola habitación, y encima con la vida tan ajetreada que llevaba ella.
La besó en la punta de la nariz, y ella se rió al ver que tenía los labios verdes. Aún no se había quitado la pintura de la cara.
– Te llamo mañana -prometió Charlie antes de volver al taxi. -Y miraré lo de las entradas para el ballet, a lo mejor para la próxima semana.
Carole volvió a darle las gracias, lo saludó con la mano y desapareció en el edificio mientras él se alejaba.
A Charlie le pareció que el apartamento estaba vacío sin ella. Le gustaba cómo llenaba su espacio, su vida, su corazón.