Gray llamó a Charlie a su despacho la semana anterior al día del Acción de Gracias, y le dio la impresión de que estaba inusualmente apagado.
– ¿Qué vas a hacer en Acción de Gracias?
– Pues nada, la verdad -contestó Charlie.
Él también lo había estado pensando. Las festividades siempre le habían resultado difíciles y no le gustaba hacer planes. Para él eran días en que las personas con familia se reunían y compartían el calor del hogar, y para quienes no la tenían, ocasiones para sentir el frío y el vacío de cuanto habían perdido y no volverían a tener.
– Sylvia y yo habíamos pensado si te gustaría cenar con nosotros. Ella va a preparar el pavo, o sea que será bastante bueno. Charlie se echó a reír. -Pues sí que me gustaría.
Sería una forma agradable y nada dolorosa de pasar el día con su amigo.
– Y si quieres, que venga Carole.
– No creo que sea necesario, pero gracias -contestó Charlie, tenso.
– ¿Tiene otros planes?
Gray notó que pasaba algo.
– Supongo, La verdad es que no lo sé.
– Eso no suena muy bien -dijo Gray, preocupado por Charlie.
– No, desde luego. Tuvimos una pelea tremenda hace dos semanas, y lo de Carole y yo ya es historia. Fue divertido mientras duró.
– Cuánto lo siento. Supongo que descubriste un defecto imperdonable.
Siempre le pasaba lo mismo. No fallaba.
– Sí, podría llamarse así. Me ha mentido, y yo no puedo estar con una mujer en la que no confío.
– Supongo que no.
Gray lo conocía lo suficiente para saber que, una vez descubierto el defecto imperdonable, Charlie salía corriendo. Ya había cumplido. Le dijo que fuera a cenar a casa de Sylvia a las seis, y colgaron unos minutos después. Le contó a Sylvia la mala noticia sobre Carole aquella noche. Sylvia también lo lamentó.
– Siempre hace lo mismo -le dijo Gray, entristecido. -Siempre anda buscando algo, sea lo que sea, que signifique que la mujer no es ninguna santa ni ningún ángel, y entonces, ¡zas!, Charlie se larga. No puede perdonar las debilidades de las mujeres ni reconocer que puede seguir queriéndolas y dejarlas un poco en paz. Nunca. Tiene tal miedo a que le hagan daño, se mueran o lo abandonen que las echa de su vida a la primera que estornuden. Es lo que hace, siempre.
– Sí, y Carole habrá estornudado -repuso Sylvia, con expresión pensativa.
Aunque no conocía bien a Charlie, tenía la impresión de saber muchas cosas de él por lo que le había contado Gray, ya que hablaba mucho de él. Más que amigos, eran hermanos y, en ambos casos, la única familia que tenían. Gray le había contado que tenía un hermano mucho más joven que él, que también habían adoptado sus padres adoptivos, pero que hacía muchos años que no lo veía ni sabía nada de él. Charlie era su hermano del alma, y por lo que Sylvia sabía, no le costaba trabajo imaginarse lo que había ocurrido en cada ocasión. Le aterrorizaba que la mujer en cuestión lo abandonara, razón por la cual él la plantaba primero.
– No es nada flexible, no cede en nada. -Los dos sabían, por experiencia propia, que en una relación hay que aceptar ciertas cosas. -Dice que Carole le ha mentido, pero ¿qué leches? ¿Quién no miente alguna vez? Son cosas que pasan, y todos hacemos tonterías.
Sylvia asintió con la cabeza; sentía curiosidad por lo que había ocurrido.
– ¿Sobre qué le mintió?
– No me lo dijo; pero, a juzgar por asuntos pasados, no será nada importante, pero a él le sirve de ejemplo o de excusa para ilustrar que podría mentirle sobre algo importante. Así es como suele funcionar, como en el teatro kabuki: gestos horribles, muchos ruidos, como si estuviera atacado. «No puedo creer que…» Pero a mí sí puedes creerme, yo me conozco la historia, y es una verdadera lástima, qué mierda. Va a acabar él solo cualquier día de estos.
En realidad ya estaba solo.
– A lo mejor es lo que quiere -dijo Sylvia pensativamente.
– No me gusta verlo así.
Gray sonrió a Sylvia con tristeza. Le habría gustado ver a su amigo tan feliz como estaba él. Todo entre Sylvia y él iba viento en popa, como ocurría desde que se habían conocido. A veces se reían porque nunca habían discutido por nada y ni siquiera habían tenido una primera pelea. Sabían que cualquier día pasaría algo, pero aquel momento aún no había llegado. Parecían encajar perfectamente en todos los sentidos, y seguían en plena luna de miel.
Charlie se presentó a las seis en punto el día de Acción de Gracias. Llevó dos botellas de un excelente vino tinto, una botella de Cristal y otra de Cháteau d'Yquem. Iba a ser una cena estupenda, con buena comida, buen vino y buenos amigos.
– ¡Por Dios, Charlie, si con esto casi podríamos abrir un bar! -exclamó Sylvia. -¡Y menuda calidad!
– Como supongo que mañana vamos a tener resaca, pues mejor a lo grande -repuso Charlie, sonriéndole.
Sylvia llevaba pantalones de terciopelo negro, jersey blanco, unos pequeños pendientes de diamantes y la larga melena negra recogida en un moño. Cada vez que sus ojos se encontraban con los de Gray sonreía con ternura. Charlie nunca había visto tan feliz a su amigo, y le llegó a lo más hondo del corazón. Ya se había acabado lo de las locas y chifladas, los ex novios sicóticos con amenazas de muerte, las mujeres que lo dejaban sin más o intentaban prenderle fuego a sus cuadros cuando se largaban de su casa. Sylvia era lo que cualquier hombre habría deseado, y para cualquiera que los viera juntos, saltaba a la vista que para ella Gray significaba lo mismo.
A Charlie le encantó que lo trataran tan bien, lo alivió infinitamente, pero al mismo tiempo se sintió excluido. Ante dos personas que se querían tanto, uno siempre nota lo que le falta, y para Charlie fue una experiencia agridulce. Sylvia había preparado una comida estupenda con la ayuda de Gray. La mesa estaba preciosa, la mantelería era una maravilla, y el centro de flores perfecto. Gray estaba muy feliz, disfrutando de la calidez de un amor compartido.
Hasta la mitad de la cena no se sacó a colación lo de Carole. Charlie ni siquiera había mencionado su nombre, pero Gray ya no podía más y saltó.
– Bueno, bueno, ¿y qué ha pasado con Carole?
Intentó quitarle hierro al asunto, preguntándolo como si no le diera importancia, pero Sylvia le lanzó una mirada muy expresiva. Sabía que a Charlie le resultaría doloroso, y creía que Gray no debía preguntar nada. Pero ya era demasiado tarde. Gray había metido la pata hasta el corvejón, Charlie no reaccionó.
– ¿Sobre qué te ha mentido? -insistió Gray.
– Nada, tonterías, solo sobre quién es realmente. Ni siquiera me dijo cuál es su verdadero apellido. Por lo visto va de incógnito por la vida, y no se le ocurrió que a lo mejor valía la pena contarme a mí la verdad.
– Qué barbaridad, qué horror. ¿Se está escondiendo de un antiguo novio o algo? Ya sabes que hay mujeres que hacen esas cosas.
Gray estaba intentando defender de algún modo a Carole. Sabía que Charlie pensaba que era una mujer fantástica, y le daba pena ver que iba a deshacerse de otra buena persona. Aunque no fuera más que por su amigo, quería volver a poner a flote aquella historia de amor que empezaba a hacer aguas; pero, por el tono glacial de Charlie, daba la impresión de que ya estaba muerta y enterrada y de que sus bienintencionados esfuerzos llegaban demasiado tarde.
– No. Se está escondiendo de sí misma -contestó lentamente Charlie.
– Yo he hecho lo mismo, y tú también. Hay personas que siguen así toda la vida.
– Supongo que eso es lo que ella tenía pensado. Yo lo descubrí por casualidad. Al principio pensé que me había mentido sobre sus referencias, pero es más complicado que todo eso. Oculta su verdadera identidad a todo el mundo. Se hace pasar por una chica normal que detesta el «pijerío» y que solo respeta a los que trabajan en los barrios pobres, como ella, algo que me parece admirable, pero en su caso lo de los orígenes humildes es mentira podrida. Hizo que me sintiera culpable por todo lo que soy y lo que tengo, por cómo vivo y por dónde nací. Incluso me daba miedo contarle lo del barco.
– Entonces, ¿qué pasa? ¿No es lo que dice ser? ¿Qué es? ¿Princesa o algo?
A Gray no le parecía un delito que mereciera la pena de muerte, pero a Charlie sí.
– Por Dios, si resulta que es una Van Horn. Es tan «pija» como yo, por llamarlo de alguna manera. Ni siquiera me tomé la molestia de decírselo; pero, si mal no recuerdo, su abuelo tenía un yate más grande que el mío.
– ¿Una Van Horn, Van Horn? -preguntó Gray, sorprendido.
– Ya ves.
Charlie lo dijo en un tono como si la prensa la hubiera fotografiado mientras practicaba el sexo con su mejor amigo a plena luz del día en el vestíbulo del hotel Plaza.
– ¡Vaya! Es impresionante. Lo de que sea Van Horn, quiero decir. Venga, Charlie, eso debería ponerte las cosas más fáciles. ¿Por qué cono estás tan cabreado? No estás haciendo de Pigmalión, que es algo muy difícil, por cierto. Ya se sabe que no puedes pedirle peras al olmo. Seguramente tiene un árbol genealógico mejor que el tuyo. ¿Es eso lo que te molesta? -preguntó Gray con aire de perspicacia, y Sylvia hizo un gesto de preocupación. Gray no estaba ocultando sus pensamientos.
– Pero ¡cómo voy a tener envidia de su árbol genealógico! -Charlie parecía molesto. -Lo que no me gusta es que me haya mentido. Me ha dejado en ridículo. Yo que pensaba que le asustaba mi forma de vivir y venga a hacer virguerías y a pedirle perdón y resulta que se crió como yo. Es posible que no le guste ese mundo, pero así son las cosas. Para decirlo en plata, esa mujer es una mentirosa de mierda. Toda esa humildad suya no es más que pretenciosidad y falsedad.
Pronunció estas palabras con verdadera rabia, y Gray se echó a reír.
– No te cortes, dinos lo que realmente piensas -dijo burlonamente. -Sí, vale, se hace pasar por una don nadie, ¿y qué coño? Con el trabajo que hace, no creo que sea fácil llevar ese apellido. Tampoco lo es para ti. A lo mejor no quiere ser el hada madrina de las masas, sino una más y no tener que enfrentarse con toda esa mierda. Vamos a ver, Charlie, ¿qué mal ha hecho con eso?
– Mucho. De acuerdo, que le mienta a las personas con las que trabaja, si eso es lo que quiere, pero a mí que no me venga con esas, Me dijo que vivía en un estudio de una sola habitación, y ¡maldita sea!, vive en una casa estupenda, antigua, que vale lo menos diez millones de dólares.
– Sí, desde luego, qué asco -dijo Gray, cáustico. -¡No lo puedo creer! ¿Y en cuánto está valorado tu apartamento de la Quinta Avenida, con esa vista alucinante de Central Park? ¿Cinco millones? ¿Diez? Y, ya puestos, ¿cuánto te costó el Blue Moon? Ya no me acuerdo pero… ¿qué? ¿Cincuenta millones? ¿Sesenta?
– Esa no es la cuestión -contestó Charlie, dirigiéndole una mirada asesina. -La cuestión es que si me ha mentido sobre su apellido, sobre quién es y sobre dónde se crió, podría mentirme sobre otras cosas, y es probable que ya lo haya hecho.
– O no -replicó Gray con dureza. Le parecía que Charlie estaba haciendo una montaña de un grano de arena, que le había echado toda la arena a Carole y había salido corriendo. Como de costumbre con Charlie, no era un combate decente. Y al final, y aunque Charlie no se diera cuenta, era él quien salía perdiendo. Gray lo veía con toda claridad, porque su perspectiva de la vida había cambiado en el transcurso de los últimos meses. -A lo mejor lo único que quería era ser como los demás. ¿Es que a ti no apetece, al menos de vez en cuando? ¿Es que siempre quieres ser Charles Sumner Harrington? Venga, Charlie, déjame en paz. Vale, te sentiste como un imbécil cuando te enteraste de quién es Carole, pero ¿es tan terrible? No me digas que no le puedes perdonar una cosa así. Por Dios, ni que tú fueras perfecto.
– Pero yo no cuento mentiras a las personas a las que quiero, ni siquiera a mis amigos. Nunca te he mentido a ti.
– Sí, vale, y por eso nos queremos tú y yo, pero mira, te voy a decir una cosa, me temo que no pienso dejar a Sylvia para casarme contigo.
– Vaya por Dios -dijo Charlie, riéndose. -Con las ganas que tenía yo… Lo siento Sylvia, pero yo lo vi primero -añadió, mirándola.
– A mí me encanta compartirlo contigo -repuso sinceramente Sylvia, y decidió meter baza en la conversación, por si servía de algo. -No quiero meterme donde no me llaman, y comprendo tu punto de vista. A mí también me molesta cuando la gente hace cosas que no me gustan, pero supongo que siempre hay algo oculto, algo que yo no conozco, y ahí está la teoría de la punta del iceberg. Pero creo que Carole tiene buen corazón. Las personas como tú, o como ella, nunca saben realmente qué quieren los demás, ni a quién ven. Creo que en este caso Gray puede tener razón, que Carole solo quería hacer borrón y cuenta nueva. Debería habértelo contado en algún momento, quizá antes. Es una lástima que tuvieras que descubrirlo tú, pero por lo que nos has contado parece una mujer fantástica, y tenéis mucho en común. Quizá deberías darle otra oportunidad. A veces todos la necesitamos. Y siempre puedes marcharte si vuelves a olerte algo que no te gusta. No vas a comprometerte de por vida. Como bien sabemos, en toda relación hay compromisos y, por desgracia, nadie es perfecto. Quizá algún día ella tenga que perdonarte algo. Al fin y al cabo, es una cuestión de compensación, de las muchas cosas que te gustan de una persona a cambio de unas pocas que no te gustan. Siempre y cuando la balanza se incline hacia el lado positivo, vale la pena soportar un poco de mal rollo. Y, antes de que pasara esto, me da la impresión de que hay muchas cosas que te gustaban de ella.
Guardó silencio y Charlie la miró. Sylvia vio dos profundos pozos de tristeza en sus ojos. En el alma de Charlie había un gran dolor que jamás compartía con nadie. Charlie desvió la mirada, con lágrimas en los ojos.
– No quiero que me hagan daño. La vida ya es bastante dura tal y como es.
Sentados uno junto al otro en la preciosa mesa que había preparado, Sylvia extendió un brazo y le tocó la mano a Charlie.
– Es más dura cuando se está solo. Yo lo sé muy bien -dijo, con un nudo en la garganta.
Charlie la miró y asintió, pero no sabía muy bien si estaba de acuerdo con ella. Era dura estando solo, pero aún más cuando uno perdía a alguien querido. Sabía que Sylvia había pasado por lo mismo. El suicidio de su último amante había estado a punto de hundirla.
– No sé, quizá tengas razón -dijo con tristeza. -Me puse furioso cuando me enteré, me sentí estafado, como un perfecto idiota. Le tiene verdadera aversión a su mundo y a su clase. Detesta todo lo que representan. ¿Hasta qué punto es eso normal y sano?
– Quizá no llevó una vida tan fácil cuando era pequeña -terció Gray. -Todos creemos que los demás lo han pasado estupendamente, pero no sabemos quién sufría insultos, o maltratos, a quién trataban a patadas o abandonaban, o de quién abusaba sexualmente su tío. Todos llevamos lo nuestro a las espaldas. En la vida nadie se va de rositas, y a lo mejor a Carole no le fue demasiado bien. He leído muchas cosas sobre su padre, y aunque es un tío muy importante, me da la impresión de que no es precisamente una perita en dulce. No sé, Charlie, a lo mejor tienes razón y Carole no es más que una embustera que al final te dará bien por saco, pero ¿y sí no es así? ¿Y si es un ser humano decente que se hartó de ser quien es y de criarse como la hija de uno de los tíos más ricos del mundo? A mí me cuesta trabajo imaginarlo, pero precisamente tú deberías saber que las responsabilidades que te caen encima a veces no son un plato de gusto. Francamente, Charlie, me encantan las cosas que tienes y lo paso divinamente en el barco contigo, pero si lo pienso dos veces, no sé si me gustaría estar en tu lugar día tras día. A veces pienso que debe significar muchísimo trabajo y mucha soledad.
Gray jamás había sido tan sincero, y a Charlie lo emocionó, mucho más de lo que su amigo podía imaginarse.
– Tienes razón. Es mucho trabajo, y a veces te sientes muy solo, pero es que no te dejan elegir. Tarde o temprano te pasan el testigo, en ocasiones demasiado pronto, como fue mi caso, y allá te las apañes. No te puedes quedar en la línea de banda llorando y decir que no quieres jugar. Haces lo que puedes.
– Pues me da la impresión de que lo mismo le pasó a Carole. A lo mejor necesitaba alejarse de lo que era.
Charlie jugueteó pensativamente con unas migas de pan sobre el mantel, reflexionando sobre lo que acababan de decir Sylvia y Gray. Cabía la posibilidad de que fuera verdad.
– La mujer que me contó quién es Carole me dijo que había estado a punto de volverse loca cuando se deshizo su matrimonio. Carole me había contado casi lo mismo hace ya tiempo. Me da la impresión de que su ex marido es un hijo de puta, un maltratador y un psicópata. Lo conozco, y no es un tipo agradable. Ganó mucho dinero por sí mismo, pero creo que es una auténtica mierda de persona. No me extrañaría que se hubiera casado con Carole porque es una Van Horn.
Gray había dado en el clavo. A lo mejor Carole necesitaba alejarse de todo aquello. Llevaba escondiéndose casi cuatro años, y se sentía más segura en las calles de Harlem que en su propio mundo, lo cual era indicio de la tristeza de su vida anterior y de lo que le había ocurrido, y Charlie sabía que no se lo había contado todo. A Carole debía de resultarle demasiado difícil.
– Lo voy a pensar -dijo al fin, y los tres exhalaron un suspiro de alivio cuando cambió el tema de conversación. A todos les había costado mucho expresar sus sentimientos sobre Carole, Todos tenían sus cosas, sus heridas y sus miedos. Y de lo que se trata en la vida es de ir salvando los escollos y de llegar a buen puerto antes de que se hunda el barco.
Charlie se quedó con ellos hasta las diez de la noche, charlando sobre lo que estaban haciendo. Gray y Sylvia contaron anécdotas divertidas sobre su vida en común. Charlie les habló de la fundación, y no volvieron a tocar el tema de Carole. Charlie se despidió de los dos con cierta pena, y les dio un abrazo. Verlos tan felices lo había emocionado profundamente, pero también había agudizado su sensación de soledad. No podía ni imaginarse cómo sería estar así, dos personas que lentamente van entretejiendo sus vidas tras tantos años de soledad. A él le habría gustado intentarlo, pero al mismo tiempo le daba miedo. ¿Y si se cansaban el uno del otro, o se engañaban? ¿Y si uno de ellos se moría, o se ponía enfermo? ¿O si se defraudaban mutuamente, y la erosión del tiempo y los problemas cotidianos de la vida acababan por desgastarlos? ¿O si la tragedia se cebaba en uno de ellos, o en los dos? Todo parecía de alto riesgo.
Y ya en la cama, pensando en sus amigos, se inclinó para coger el teléfono, como poseído por una fuerza irresistible. Marcó el número de Carole como si sus dedos tuvieran vida propia, y de repente oyó su voz, como si la hubiera llamado otra persona, y no le quedó más remedio que preguntar.
– ¿Carole?
– ¿Charlie?
Los dos parecían igualmente sorprendidos.
– Esto… bueno, quería felicitarte el día de Acción de Gracias -dijo Charlie, casi atragantándose.
– Pensaba que no volvería a saber nada de ti -repuso Carole, estupefacta. Habían pasado casi cuatro semanas. -¿Estás bien?
– Sí, bien -contestó Charlie, tumbado en la cama y paladeando la voz de Carole con los ojos cerrados. Le dio la impresión de que Carole estaba temblando, y así era, tumbada en su cama, al volver a oír la voz de Charlie. -Lo he celebrado con Sylvia y Gray. -Algo de lo que le habían dicho debía de haberle llegado a lo más hondo, porque sabía que, si no, no la habría llamado. Por primera vez en su vida había echado el freno, se había parado a mirar a su alrededor y había dado media vuelta. Estaba en el último tramo, de nuevo con tierra a la vista. -Ha estado muy bien. Y tú, ¿qué tal?
Carole suspiró y sonrió. Qué alivio, poder hablar de cosas mundanas.
– Como siempre. Nadie de mi familia agradece lo que tiene. Se consideran tan maravillosos, tienen tanta confianza en sí mismos que te da vergüenza ajena. Ni se les pasa por la cabeza que haya otras personas que no tienen lo mismo que ellos, y que a lo mejor ni siquiera lo desean. Para nosotros no es una celebración familiar, sino que somos maravillosos por ser la familia Van Horn. A mí me pone mala. El año que viene voy a celebrar Acción de Gracias en el centro, con los niños. Prefiero comer emparedados de pavo o de mantequilla de cacahuete con mermelada, que a lo mejor es lo que tenemos cuando se acabe el dinero que tú nos diste, a tomar champán y faisán. Se me atragantan. Y encima detesto el faisán, desde siempre.
Charlie sonrió. Sylvia y Gray tenían razón, y seguramente él se había equivocado. Carole llevaba como una carga ser una Van Horn. Quería ser como los demás, y él a veces sentía lo mismo.
– A mí se me ocurre una idea mejor -dijo con tranquilidad.
– Dime -repuso Carole, conteniendo el aliento. No tenía ni idea de lo que iba a contarle, pero le encantaba el sonido de su voz. Y todo lo demás de Charlie.
– Pues a 4o mejor el próximo año podríamos celebrar Acción de Gracias juntos, con Sylvia y Gray. El pavo estaba muy bueno.
Charlie sonrió al recordar la tarde que había pasado con ellos, tan agradable y tan íntima, y que habría sido aún mejor si Carole hubiera estado allí.
– Me encantaría -dijo Carole con lágrimas en los ojos, y decidió presentar cara a su deslealtad. No pensaba en otra cosa desde hacía cuatro semanas. Sus motivos habían sido lícitos, pero sabía que había obrado mal. Si quería estar con Charlie, y amarlo, tenía que decirle la verdad, por mucho que a él no le gustara o por mucho que lo atemorizara. Tenía que confiar en él lo suficiente para que comprendiera quién era realmente ella, costara lo que costase. -Siento haberte mentido. Fue una estupidez -añadió con tristeza.
– Ya lo sé. Yo también cometo estupideces, como todo el mundo. A mí me daba miedo decirte lo del barco.
Había sido un pecado de omisión, no de obra, pero Charlie lo había cometido por las mismas razones. A veces resultaba muy difícil vivir allí fuera, en el mundo, visible para todos, como un enorme blanco al que cualquiera podía apuntar. También a veces Charlie tenía la sensación de llevar una diana pintada en la espalda, y parecía que a Carole le ocurría lo mismo. No resultaba fácil vivir así.
– Me gustaría ver tu barco algún día -dijo Carole con cierta prudencia. No quería pasarse; simplemente se sentía agradecida por el hecho de que Charlie la hubiera llamado, mucho más agradecida de lo que Charlie podía imaginarse, mientras derramaba lágrimas sobre la almohada. Incluso había rezado para que Charlie volviera a ella, y por una vez en su vida sus oraciones habían sido escuchadas. La última vez que lo había hecho, cuando su matrimonio se vino abajo, no funcionó; pero claro, al final, Dios sabe lo que se hace.
– Pues lo verás -le prometió Charlie. No se le podía ocurrir nada mejor que estar con Carole en el Blue Moon. -Oye, ¿qué vas a hacer mañana?
– Pues no tenía nada pensado, pero me gustaría pasarme por el centro. La oficina está cerrada, pero los críos están allí, y se ponen un poco nerviosos durante los puentes y tal. Lo pasan mal durante las fiestas.
– Lo mismo que me pasa a mí-dijo Charlie con toda sinceridad. -Es que detesto las fiestas, es lo que más odio en el mundo. -Le traían demasiados recuerdos de los seres queridos que había perdido. El día de Acción de Gracias era tremendo, pero la Navidad era aún peor. -¿Nos vemos mañana para comer?
– Estupendo -repuso Carole sonriendo de oreja a oreja, encantada.
– Si quieres, primero nos pasamos por el centro. No voy a llevar el reloj de oro -dijo Charlie en tono burlón.
– Mejor ponte el traje de león. Te lo has ganado a pulso, por el valor que has demostrado -contestó Carole con admiración por el hecho de que Charlie la hubiera llamado.
– Pues sí -dijo Charlie. Le había costado mucho trabajo, pero se alegraba. Sabía que se lo debía a Sylvia y Gray. Gracias a ellos había reunido suficiente valor para llamarla. -Te paso a buscar a mediodía.
– Vale, Charlie. Y oye… gracias.
– Buenas noches -dijo Charlie con dulzura.