Al día siguiente, cuando Adam llamó a su madre, se oyeron los gritos desde Long Island hasta el puente de Brooklyn.
– ¿O'Malley? ¿Es católica? ¿Qué quieres, matarme? ¡Eres un psicópata! ¡Vas a conseguir que a tu padre le dé otro ataque!
Tocó todos los registros posibles para acusarlo de todo.
– Piensa convertirse.
La mujer apenas dejó de chillar el tiempo suficiente para oír lo que decía Adam. Le dijo que era una vergüenza para la familia.
– ¿Era allí donde ibas cuando te marchaste el día de Acción de Gracias? -le preguntó en tono acusador, y en esa ocasión Adam se echó a reír. No iba a consentir más dolores de cabeza por culpa de su madre. Tenía a Maggie, su amante, su aliada, su mejor amiga.
– Pues sí, precisamente. Fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.
– Eres un demente. Con todas las buenas chicas judías que hay en el mundo y tienes que casarte con una católica. Supongo que tendría que agradecerte que no te vayas a casar con una de esas cantantes sckwarze que representas. Podría ser todavía peor.
Por aquel comentario y por su falta de respeto a Maggie, Adam decidió comunicarle que, efectivamente, era todavía peor. Se lo tenía merecido, desde hacía cuarenta y dos años.
– Ah, mamá, antes de que se me olvide. Vamos a tener un hijo en junio.
– ¡Ay, Dios mío! -En esa ocasión los gritos debieron de oírse en Nebraska.
– Pensaba que te gustaría conocer la buena noticia. Te volveré a llamar dentro de poco.
– No tengo valor para decírselo a tu padre, Adam. Esto lo matará.
– Lo dudo, mamá -contestó Adam tranquilamente. -Pero, si se lo dices, despiértalo primero. Te llamaré pronto.
Y acto seguido colgó.
– ¿Qué ha dicho? -preguntó Maggie con expresión preocupada al entrar en la habitación. Acababan de volver a Nueva York. Adam había llamado a sus hijos antes que a su madre, y a ellos les pareció estupendo. Le dijeron que Maggie les caía muy bien y que se alegraban por él.
– Está encantada -contestó Adam con una amplia sonrisa de triunfo. -Le he dicho que te vas a convertir.
– Bien.
Las tres parejas fueron a cenar a Le Cirque una semana más tarde. Charlie los había invitado y les había dicho que tenía importantes noticias que darles.
Todos llegaron puntuales y los acomodaron en una mesa muy bien situada. Las tres mujeres estaban preciosas, y los seis de excelente humor. Pidieron unas copas y charlaron unos minutos, y entonces Charlie les dijo que Carole y él estaban prometidos y se iban a casar en junio. Todos se alegraron, y Adam miró a Maggie con sonrisa cómplice.
– ¿Qué os traéis vosotros entre manos? -preguntó Charlie al ver el intercambio de miraditas.
– Nos casamos la semana pasada -contestó Adam, dirigiéndole una radiante sonrisa a su esposa. -Y vamos a tener un hijo en junio.
Estalló un leve clamor de admiración.
– ¡Nos habéis robado el protagonismo! -exclamó Charlie, riendo encantado por ellos.
Carole y Maggie hablaron inmediatamente de la fecha del parto. La boda iba a celebrarse dos semanas antes, de modo que Maggie dijo que iría, aunque estuviera gorda.
– ¿Y nuestro viaje de agosto en el Blue Moon? -preguntó Gray preocupado, y todos se rieron.
– Por nosotros, bien -contestó Charlie mirando al resto del grupo, y todos asintieron con la cabeza.
– ¿Podemos llevar al niño? -preguntó Maggie con cierta cautela.
– Al niño y una niñera -le aseguró Charlie. -Bueno, parece que todo el mundo se apunta. Espero que tú también, Sylvia.
Los seis coincidieron en que formarían un grupo muy familiar, con las señoras incluidas, pero de todos modos un grupo divertido.
– Ah, por cierto -intervino Gray, sonriendo. -Me he mudado de casa, hace una semana. Estoy viviendo con Sylvia, no solo quedándome en su casa. Tengo mi armario, una llave y mi nombre en el timbre. Y también contesto al teléfono.
– Recuerdo esas reglas -replicó Maggie, riendo. -¿Y las vacaciones? No es una relación hasta que no se pasan las vacaciones juntos.
Miró a Adam, y él se estremeció.
– Acabamos de pasarlas -contestó Gray.
Dijo que había ido a Vermont con Sylvia y sus hijos y había celebrado la Navidad con ellos. Se había puesto un poco nervioso un par de veces, pero por lo demás, bien. Emily y Gilbert habían vuelto a Europa hacía una semana, y les había prometido pasar una semana con ellos en Italia antes de que Sylvia y él fueran al Blue Moon. Daba por sentado que Charlie invitaría a Sylvia, puesto que Maggie y Carole habían estado en el barco en Nochevieja.
Estaba trabajando mucho en el retrato de Boy, y preparando a toda máquina la exposición de abril. Quería que el retrato de Boy fuera la obra más importante, aunque no iba a ponerla a la venta. Pensaba colgarla en casa de Sylvia, y se refirió a ella como un retrato de familia. En la muerte, más de lo que lo había sido en vida, Boy era su hermano. Se habían reencontrado en el último momento, gracias a Boy.
– ¿Y vosotros, pareja? -Preguntó Adam burlonamente, ya que todo el mundo se estaba casando. -¿Para cuándo el casorio?
– ¡Jamás! -replicaron Sylvia y Gray al unísono, y hubo una carcajada general.
– Deberíais hacerlo el verano que viene en Portofino, donde os conocisteis.
– Ya somos demasiado mayores para casarnos -dijo Sylvia con convicción. Acababa de cumplir los cincuenta, tres días después que Gray los cincuenta y uno. -Y no queremos niños.
– Eso creía yo también -terció Adam sonriendo con expresión avergonzada y una mirada cariñosa a Maggie, que se encontraba mejor desde hacía unos días.
– No me extraña que te marearas en el barco -dijo Charlie, cayendo en la cuenta.
– Ya -repuso Maggie con timidez. -Entonces no lo sabía.
El simpático grupo siguió brindando toda la noche. Como de costumbre, los hombres bebieron demasiado; pero, dada la ocasión, las mujeres no intentaron controlarlos. Todos se divirtieron y bebieron una cantidad impresionante de excelente vino francés.
Antes de despedirse al final de la velada trazaron planes y fijaron fechas. Todos tomaron buena nota de la fecha de la boda de Carole y Charlie, Maggie comunicó cuándo esperaba la llegada del bebé, y pensaban ir al Blue Moon el primero de agosto, como siempre. La vida era agradable, y los mejores tiempos estaban por llegar.