Tras mucho discutir, y a pesar de que era la segunda boda de Carole y la primera de Charlie, ella accedió a los deseos de sus padres y se casaron en Saint James. Fue una ceremonia elegante, breve y seria. Charlie iba de frac. Carole les había pedido a Sylvia y a Maggie que fueran sus damas de honor. La novia llevaba un vestido sencillo pero elegante de un malva muy pálido, lirios del valle en el pelo y un ramo de orquídeas y rosas blancas. Tenía un porte majestuoso cuando se dirigió al altar del brazo de su padre. Gray y Adam fueron los testigos de Charlie. Tras la ceremonia, los doscientos invitados acudieron a una recepción en el Club Náutico de Nueva York.
La boda fue de lo más tradicional, salvo por el tropel de niños del centro de acogida que asistieron, además de Tygue y unos cuantos voluntarios para mantenerlos a raya. Fueron también Gabby y Zorro, naturalmente, y Carole había contratado a un grupo de gospel de Harlem fabuloso. La banda de música estuvo tocando hasta las tres de la madrugada.
Carole se encargó personalmente de la distribución de los asientos, e incluso sus padres dieron la impresión de pasarlo bien. Charlie bailó con la señora Van Horn después de hacerlo con la novia, y Carole con su padre. A diferencia de la mayoría de las bodas, en aquella no había una legión de parientes pesados. Aún más; ninguno, aparte de los padres de Carole. Estuvieron rodeados por sus amigos.
Sylvia estaba preciosa con un vestido de color lila que habían elegido Carole y ella en Barney's. Llevaba un ramo de lilas y diminutas rosas blancas. Resultó más complicado encontrar algo para Maggie. Finalmente se decidieron por un traje de noche de un color entre el lila del de Sylvia y el malva pálido, un lavanda, con un ramo de florecitas del mismo color. El día de la boda el vestido le quedaba tan ajustado que casi no podía ni respirar.
Después, Carole dijo que lo había pasado divinamente en su boda, y eso parecía. Bailó con Charlie, Adam, Gray, Tygue y algunos viejos amigos, pero sobre todo con su flamante marido. Todos coincidieron en que jamás habían visto una pareja tan feliz. Bailaron, rieron y comieron hasta las tantas. La música era tan buena que ni siquiera los Van Horn podían alejarse de la pista de baile. Sylvia y Gray se marcaron un tango que dejó a todos poco menos que en ridículo. Y Adam no fue capaz de obligar a Maggie a que se sentara ni un momento. Cada vez que se daba la vuelta, ya estaba bailando con alguien, muy separados, por supuesto. Para no perderla de vista acabó por llevársela él mismo a la pista. Lo pasó muy bien y no paró de bailar, Y cuando al fin se sentó, le dijo a Adam que no sabía qué le dolía más, si la espalda o los pies.
– Ya te dije que no te pasaras -la reprendió Adam.
– Estoy bien. -Le sonrió. -No espero al niño hasta dentro de dos semanas.
– Como sigas bailando así, no te fíes. No sé cómo una mujer embarazada de ocho meses y medio puede estar sexy, pero tú lo estás.
Fueron de los últimos en marcharse.
Carole ya había lanzado el ramo, que Sylvia recogió con un gruñido. Charlie y Carole iban a dormir en casa de ella aquella noche, y a salir hacia Montecarlo a la mañana siguiente. Pensaban ir hasta Venecia en el barco, para pasar tres semanas de luna de miel. A Carole le preocupaba dejar el centro infantil, pero Tygue le aseguró que él se encargaría de todo durante su ausencia.
Los últimos invitados lanzaron pétalos de rosa a los recién casados mando subieron al coche, y Adam ayudó a Maggie a entrar en la limusina que había alquilado. Ya no podía entrar y salir del Ferrari.
Maggie subió en el ascensor bostezando, y por primera vez se quedó dormida antes que Adam. Estaba completamente agotada, y parecía una montañita acostada junto al hombre. El la besó en la mejilla y en el vientre y apagó la luz. Abrazarla a aquellas alturas del embarazo resultaba mucho más complicado. Se durmió inmediatamente, pensando en la boda de sus amigos, y estaba profundamente dormido cuando dos horas más tarde, a las cinco de la mañana, Maggie le dio un golpecito.
– … ¿Sí?… ¿Qué pasa?
– Que ya viene el niño -susurró Maggie, con un dejo de pánico. Adam estaba demasiado cansado y no se despertó. Como todos en la boda, había disfrutado sin límites del excelente vino. -Adam, cielo… despierta. -Intentó incorporarse en la cama, pero tenía demasiadas contracciones. Le dio otro golpecito con la mano, mientras se sujetaba la enorme tripa con la otra.
– … Vamos… Estoy dormido… Vuelve a dormirte -dijo Adam, dándose la vuelta.
Maggie intentó seguir su consejo, pero apenas podía respirar. Empezó a asustarse, y aquello iba muy rápido.
Eran casi las seis cuando no solo le dio un golpecito, sino que lo sacudió por un brazo, jadeando. Le dolía terriblemente, y ningún truco funcionaba.
– Tienes que despertarte, Adam…
No podía bajarse de la cama, e intentó mover a Adam, pero él le lanzó un beso al aire y siguió durmiendo.
Eran las seis y media cuando le dio un golpetazo y gritó su nombre. En esa ocasión Adam se despertó, sobresaltado.
– ¿Qué? ¿Qué pasa? -Se apretó la cabeza con las manos y la dejó caer sobre la cama. -Joder, mi cabeza… -Y entonces miró a Maggie, que tenía la cara contraída en un gesto de dolor, y se despertó de golpe. -¿Estás bien?
– No… -Estaba llorando y apenas podía pronunciar palabra. -Adam, el niño ya viene, y tengo miedo.
Antes de terminar la frase tuvo otra contracción. Los dolores eran incontenibles y constantes.
– Vale. Un momento. Voy a levantarme. No te asustes. Todo va bien.
Sabía que tenía que saltar de la cama y ponerse los pantalones, pero tenía la cabeza como un bombo.
– No va bien… El niño viene… ¡ya!
– ¿Ya?
Adam se incorporó de golpe y la miró.
– ¡Ya! -gritó.
– No puedes tenerlo ya. Lo esperas para dentro de dos semanas… Maldita sea, Maggie… Te dije que no bailaras tanto.
Pero Maggie no podía oírlo. Lo miró, desencajada, y Adam saltó de la cama.
– ¡Llama al 911! -dijo Maggie sin aliento, entre dos contracciones.
– Joder… Sí, vale.
Adam llamó, y le dijeron que enviarían enfermeros inmediatamente, que dejara abierta la puerta, se quedara junto a ella y le dijera que no empujara, sino que soplara.
Se lo dijo a Maggie, que no empujara, que soplara, y ella le gritaba entre una contracción y otra, que ya eran prácticamente seguidas.
– Maggie… cielo… por favor, sopla. ¡Sopla! ¡No empujes!
– Yo no estoy empujando. Es el niño -dijo, haciendo una terrible mueca, y de repente soltó un chillido espeluznante. -¡Adam! Ya sale…
Adam le mantuvo abiertas las piernas y vio cómo su hijo llegaba al mundo justo cuando aparecieron los enfermeros. El niño había nacido sin ayuda, y Maggie se quedó apoyada en las almohadas, exhausta, mientras Adam lo sujetaba. Al mirar al niño, los dos lloraron.
– ¡Buen trabajo! -exclamó el enfermero jefe, ocupando el lugar de Adam mientras otro enfermero limpiaba al bebé y lo dejaba sobre el vientre de Maggie. Adam los miró a los dos, atónito, sin poder dejar de llorar. Maggie sonrió, tranquila, como si no hubiera pasado nada, mientras la tapaban. Después cortaron el cordón umbilical, y el niño miró a Adam como si ya se hubieran visto en alguna parte.
– ¿Ya tiene nombre el jovencito? -preguntó el segundo enfermero.
– Charles Gray Weiss -contestó Adam, mirando a su esposa con adoración. -Has estado maravillosa -le susurró, arrodillándose en el suelo, junto a su cabeza.
– Estaba tan asustada… -dijo ella en voz baja.
– Y yo tan borracho -contestó Adam, riéndose. -¿Por qué no me has despertado antes?
– Pero ¡si lo he intentado!
Le sonrió, con su hijo en brazos.
– La próxima vez que me hables cuando me estoy quedando dormido, te prometo que te haré caso.
La ambulancia esperaba abajo, pero antes de marcharse llamaron a Carole y Charlie. Los despertaron y les contaron que había nacido el niño, y ellos se alegraron enormemente. De todos modos tenían que levantarse pronto para ir a Mónaco.
Adam llamó a Jacob y Amanda desde el hospital, y el médico dio de alta a Maggie y el niño esa misma noche. Estaban los dos bien, y ella quería estar en casa con Adam. Dijo que había sido el día más bonito de su vida. El bebé era perfecto.
Adam casi se había quedado dormido, con el niño en el moisés, al lado de la cama, cuando Maggie le dio un golpecito. Se incorporó inmediatamente, sobresaltado, y miró a su mujer.
– ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Había cumplido su promesa. Estaba completamente despierto.
– Sí, bien. Solo quería decirte que te quiero.
– Y yo también te quiero -repuso él. Volvió a tumbarse y la estrechó entre sus brazos. -Te quiero mucho, Maggie Weiss.
Y los dos se quedaron dormidos, sonriendo.