CAPÍTULO 15

La secretaria de Charlie le dijo a la mañana siguiente que había reservado entradas para el ballet, para el viernes. Al parecer era una excelente producción de Giselle. Charlie le dejó un recado a Carole para decírselo y se puso a abrir el correo. Le había llegado la nueva guía de antiguos alumnos de Princeton, y buscó el nombre de Carole, por pura curiosidad. Como sabía el año en que se había licenciado, no le resultaría difícil. Pasó las páginas correspondientes y frunció el ceño al no encontrarlo.

Pensó en el año que ella le había dicho y volvió a intentarlo. Carole no aparecía, algo muy extraño. Habían cometido un error, sin duda. Se lo comentó a su secretaria un poco más tarde y decidió hacerle un favor a Carole para que no perdiera tiempo, porque estaba seguro de que querría solucionarlo. Le pidió a su secretaria que llamara al despacho de antiguos alumnos y les comunicara la omisión. Le dio el nombre completo de Carole, Carole Anne Parker, y el año en que se había licenciado.

Estaba trabajando con ahínco en unos informes económicos aquella tarde cuando lo llamó su secretaria por el interfono. Cogió el aparato, distraído. Estaba intentando desentrañar unas proyecciones económicas sumamente complicadas y tuvo que concentrarse en lo que acababan de decirle.

– Señor Harrington, he llamado al despacho de antiguos alumnos, como me pidió. Les he dado el nombre y la titulación de la señorita Parker, pero me han dicho que no hay ningún licenciado por Princeton con ese apellido. Les pedí que volvieran a comprobarlo, y lo hicieron. Creo que no fue a Princeton, y que quizá ese sea el error. En el despacho insisten en que no estudió allí.

– Es absurdo. Deme el número. Voy a llamar yo.

Estaba indignado por aquella estupidez, como seguro que lo habría estado Carole. Incluso sabía a qué club gastronómico había pertenecido. En su currículo aparecía por todas partes que había ido a Princeton.

Pero cuando llamó, cinco minutos más tarde, le dijeron lo mismo. Aún más, se pusieron muy desagradables y dijeron que jamás cometían esa clase de errores. Carole Anne Parker no se había licenciado en Princeton e incluso, según sus archivos, ni siquiera se había matriculado allí nadie con ese apellido.

Al colgar el teléfono, Charlie sintió un escalofrío en la espalda. Y cinco minutos más tarde, con la sensación de ser un monstruo, llamó a la Escuela de Trabajo Social de Columbia, donde le dijeron lo mismo. Carole tampoco había estudiado en Columbia. Cuando colgó, Charlie sabía que había encontrado el defecto imperdonable. La mujer de la que se estaba enamorando era una farsante. Quienquiera que fuese, y por bien intencionado que fuera su trabajo en el centro, no tenía ninguna de las titulaciones que aseguraba poseer e incluso había estafado un millón de dólares a su fundación, amparándose en documentos falsos y referencias fraudulentas. Casi constituía un delito, salvo por el hecho de que no había utilizado el dinero en su propio beneficio, sino para ayudar a los demás. No sabía qué hacer con aquella información. Necesitaba tiempo para pensar y digerirla.

Por primera vez desde que se habían conocido, hacía seis semanas, Charlie no contestó a la llamada de Carole. No podía desaparecer sin más de su vida, y quería una explicación, pero primero necesitaba tiempo para asimilarlo, y al cabo de dos días iba a llevarla al ballet. Decidió no decirle nada hasta entonces, y enfrentarse después al asunto. La llamó más tarde y le dijo que había surgido un problema en el consejo de administración y no podría vería hasta el viernes. Carole respondió que lo comprendía perfectamente, que esas cosas también le pasaban a ella. Pero cuando colgó se preguntó por qué Charlie le habría hablado con tanta frialdad. En realidad, Charlie había estado a punto de echarse a llorar. La mujer a la que tanto admiraba desde el mismo día en que se habían conocido era una mentirosa.

Pasó dos días de tormento, esperando a verla, y cuando fue a recogerla el viernes estaba preciosa. Llevaba el vestidito negro de rigor, zapatos de tacón y una sencilla chaqueta de piel negra. Iba maravillosamente vestida, e incluso se había puesto unos pendientes de perlas muy adecuados para la ocasión que, según dijo, eran de su madre. Charlie ya no creía ni media palabra. Había contaminado cuanto había entre ellos con las mentiras sobre Columbia y Princeton. Ya no se fiaba de ella, y a Carole le pareció que Charlie estaba tenso y triste. Le preguntó si pasaba algo justo cuando se alzaba el telón, y él asintió con la cabeza. Apenas había hablado en el taxi, ni cuando entraron en el Lincoln Center. Carole pensó que tenía un aspecto espantoso, y supuso que había ocurrido algo terrible en la fundación desde la última vez que lo había visto.

En el intermedio fueron al bar a tomar una copa, y antes de volver a sus asientos Carole se excusó para ir a los lavabos. Justo cuando iba a apartarse de Charlie se le echó encima una pareja, sin que pudiera evitarla. Volvió la cabeza, como si quisiera esconderse, algo que Charlie observó y le hizo sentir vergüenza. Carole se limitó a decirle que eran amigos de sus padres, que no los soportaba y a continuación se esfumó. Charlie cayó entonces en la cuenta de quiénes eran, cuando la mujer se plantó delante de él, seguida por su marido. Él también los conocía, y tuvo que reconocer que tampoco le caían bien. Eran unos trepas insoportables.

La mujer cotorreó interminablemente sobre el espectáculo, y dijo que prefería la producción de la temporada anterior. Se extendió hasta la saciedad en las debilidades y las virtudes de los bailarines y después clavó los ojillos en Charlie e hizo un comentario críptico que al principio él no entendió.

– Vaya, todo un golpe maestro, ¿eh? -dijo la mujer, en tono cómplice y malicioso. Charlie no tenía ni idea de a qué se refería y se quedó mirándola, deseando que volviera Carole. Enfadado como estaba con ella, prefería su compañía a la de aquella mujer espantosa y su marido, más comedido, que se le habían pegado por ser él quien era. -Tengo entendido que estuvo a punto de volverse loca cuando la dejó su marido. Aunque no sé para qué lo necesitaba, francamente, porque los Van Horn tienen muchísimo más dinero que él, la fortuna más antigua del país, mientras que él no es más que un nuevo rico.

Charlie no tenía ni idea de por qué le estaba hablando de los Van Horn. Conocía a Arthur van Horn, pero no mucho. Era el hombre más conservador que había conocido en su vida, el más envarado y desde luego, el más aburrido, y no le interesaba lo más mínimo cuánto dinero tenía.

– ¿Los Van Horn? -preguntó Charlie sin comprender.

Aquella mujer se puso a soltar cotilleos y detalles como una posesa, sobre una situación que a Charlie lo desconcertaba por completo. Estaba hablando sobre una mujer a la cual había abandonado su marido y que por lo visto era una Van Horn. A Charlie le parecía una locura, y la mujer lo miraba como si fuera un perfecto imbécil.

– Los Van Horn. Estoy hablando de la hija de los Van Horn. ¿No era la que acabo de ver con usted hace un momento?

Lo miró como si le faltara un tornillo, y de repente Charlie comprendió lo que decía. De repente sintió como si le cayera un rayo encima.

– Claro, claro. Perdón, es que estaba distraído. La señorita Van Horn, por supuesto.

– ¿Están saliendo? -preguntó aquella señora sin rodeos.

A las mujeres como ella no les daba vergüenza hacer preguntas. Les encantaba recoger información que utilizaban después para impresionar a otras personas, haciéndoles creer que formaban parte de un grupo social, aunque en la mayoría de los casos no era así. Conocían a la gente «como es debido», pero caían mal a todo el mundo.

– Tenemos relaciones de negocios -contestó Charlie. -La fundación ha colaborado en el centro infantil. Están haciendo una gran labor con niños maltratados. Por cierto, ¿cuál era su apellido de casada? ¿Lo recuerda?

– ¿No era Mosley… o Mossey? Algo parecido. Qué hombre tan espantoso. Ganó una verdadera fortuna. Creo que después se casó con una chica incluso más joven que Carole. Lástima que la afectara tanto.

– ¿No sería Parker?

Charlie tenía una misión que cumplir. Quería averiguar la verdad, viniera de donde viniese, incluso de aquella odiosa trepa.

– No, claro que no. Ese es el apellido de soltera de su madre. El banco Parker, de Boston. No es una fortuna tan grande como la de Van Horn, pero sí bastante buena. Suerte que tiene Carole de ir a heredar las dos, no solo una. Es que algunas personas nacen con estrella -dijo la señora, y Charlie asintió con la cabeza al tiempo que veía aproximarse a Carole. Resultaba fácil distinguirla en medio de la multitud con zapatos de tacón alto, y le hizo una seña indicándole que iría hacia donde ella estaba, tras lo cual dio las gracias a su informadora y se marchó. Había descubierto tantas mentiras en los últimos dos días que ya no sabía qué pensar de Carole.

– Perdona por haberte dejado con esa pesada, pero es que si me hubiera quedado se nos habría pegado para siempre. ¿Te ha destrozado los tímpanos?

– Sí -contestó lacónicamente Charlie.

– Como de costumbre. Es la mayor cotilla de Nueva York. No sabe hablar de otra cosa que de quién se ha casado con quién, quién era el abuelo de tal o cual persona y cuánto dinero ha ganado o heredado este o aquel. Sabe Dios de dónde saca la información. Yo no la soporto.

Charlie asintió con la cabeza, y volvieron a entrar en la sala.

El telón se alzó inmediatamente, y Charlie se sentó lo más apartado posible de Carole, inexpresivo. Como había descubierto en los últimos días, el defecto imperdonable de Carole no era el más evidente: que procedía de un mundo distinto y más sencillo y que se sentía incómoda en el de Charlie, ni siquiera que fuera una farsante, como pensaba el miércoles. El defecto imperdonable era mucho más sencillo: que era una mentirosa.

Cuando acabó la representación Carole le sonrió y le dio las gracias.

– Ha sido precioso. Gracias, Charlie. Me ha encantado.

– Me alegro -contestó él cortésmente. Le había prometido invitarla a cenar después, pero ya no le apetecía. No quería decirle lo que tenía que decirle en un lugar público. Le propuso que fueran a su apartamento. Carole sonrió y le dijo que podía preparar unos huevos revueltos. Charlie asintió y apenas logró entablar una charla banal en el breve trayecto hasta su casa. Carole no tenía ni idea de lo que le pasaba aquella noche, pero saltaba a la vista que estaba disgustado por algo. No tuvo que esperar mucho para averiguarlo.

Charlie le abrió la puerta, encendió las luces, entró a grandes zancadas en el salón, con ella detrás, y ni siquiera se molestó en sentarse. Se volvió hacia Carole, indignado, y le espetó:

– ¿Se puede saber qué has estado haciendo todo este tiempo con esas guipolleces pretenciosas de que no te gustan los clubes gastronómicos ni la alta sociedad ni la gente con dinero? ¿Por qué demonios me has mentido? No eres esa chica sencilla que trabaja día y noche para salvar a los pobres de Harlem. Procedes del mismo mundo que yo, y fuiste a la misma universidad que yo. Haces las mismas cosas que yo por las mismas razones que yo, y eres igual de rica que yo, maldita sea, señorita Van Horn, así que conmigo déjate de gilipolleces, que si te sientes incómoda en mi mundo y que si tal y cual.

– ¿De dónde has sacado todo eso? Además, si tengo dinero o dejo de tenerlo no es asunto tuyo. De eso se trata, Charlie. No quiero que me admiren, me respeten y me hagan reverencias porque mi abuelo fuera quien era. Quiero que me respeten y me quieran por quién soy yo. Y no hay Dios que lo consiga con un apellido como Van Horn. Por eso uso el apellido de mi madre. ¿Y qué? Demándame si quieres. No tengo por qué dar explicaciones, ni a ti ni a nadie.

Estaba tan enfadada como Charlie.

– No quería que me mintieras. Quería que me contaras la verdad. ¿Cómo voy a confiar en ti si incluso me has mentido sobre quién eres? ¿Por qué no me lo dijiste, Carole?

– Por la misma razón que tú no me contaste lo del yate. Porque pensabas que me asustaría, o me escandalizaría o me produciría rechazo, o a lo mejor porque tenías miedo de que fuera detrás de tu dinero. Pues no es así, tonto. Yo tengo el mío. Y todo lo que he dicho sobre lo incómoda que me siento en tu mundo es verdad. He odiado ese mundo toda mi vida, me crié en él y llegó a salirme hasta por las orejas. No quiero saber nada de tanta vanidad, de tanta ostentación y pretenciosidad. Me encanta lo que hago. Quiero a esos niños, y eso es lo único que ahora quiero. No quiero una vida de lujo. No la necesito. La detestaba cuando la tenía. Renuncié a todo eso hace cuatro años, y ahora soy mucho más feliz. Y no pienso volver a ese mundo, ni por ti ni por nadie. Daba la impresión de que iba a empezar a echar humo por las orejas.

– Pero tú naciste en ese mundo, formas parte de ese mundo, aunque no lo quieras. ¿Por qué he tenido yo que arrastrarme y pedirte perdón? Al menos podrías haberme evitado eso. AI menos podrías haberme dicho quién eres, en lugar de dejarme en ridículo. ¿Cuándo pensabas contármelo, si es que pensabas contármelo? ¿O tenías intención de seguir fingiendo que eres doña Sencillita para siempre y dejar que me pusiera de rodillas ante ti pidiéndote perdón por lo que tengo, por cómo vivo y por quién soy? Y ahora que lo pienso, tampoco creo que vivas en un apartamento. Toda la casa es tuya, ¿verdad?

Sus ojos lanzaban chispas. Le había mentido en todo. Carole agachó la cabeza unos instantes y lo miró.

– Sí. Iba a mudarme a Harlem cuando abrí el centro, pero mi padre no lo consintió. Se empeñó en que comprara esa casa, pero no sabía cómo explicártelo.

– Al menos alguien de tu familia tiene sentido común, ya que tú no. Allí te habrían matado, y todavía podrían hacerlo. Por Dios, que no eres la madre Teresa de Calcuta. Eres una niña rica, como yo fui un chico rico demasiado temprano. Y ahora soy un hombre rico. Y ¿sabes una cosa? Que si a la gente no les gusta, que se jodan. Porque es lo que soy. A lo mejor tú también dejas de pedir perdón un día de estos, pero hasta que eso ocurra y te des cuenta de que está bien ser quien eres, no puedes ir por ahí mintiéndole a la gente y fingiendo ser quien no eres. Ha sido una estupidez, algo asqueroso, y me has hecho sentir como un imbécil. Llamé al dichoso despacho de antiguos alumnos de Princeton hace unos días y les dije que habían cometido un error y te habían eliminado de la lista. Me dijeron que no habías estudiado allí, porque yo pensaba que te apellidabas Parker, claro. Y entonces pensé que eras una farsante. Pero no eres una impostora; solo una mentirosa. En una relación, las dos partes deben ser honradas, sea lo que sea la honradez. Sí, tengo un barco. Sí, tengo un montón de dinero. Como tú. Y sí, eres una Van Horn. ¿Y qué cono? Pero si me mientes así una vez, no me puedo fiar de ti, no te creo, y a decir verdad, no quiero estar contigo. Hasta que comprendas quién eres, creo que no tenemos nada más que decirnos.

Estaba tan alterado que temblaba de pies a cabeza, igual que ella. A Carole le dolía que hubiera salido así a la luz, pero en cierto sentido sentía alivio. Detestaba la idea de mentirle. Una cosa era no contarle quién era a la gente del centro, pero no contárselo a él era totalmente distinto.

– Charlie, solo quería que me quisieras por mí misma, no por el apellido de mi padre.

– ¿Qué te creías? ¿Que andaba detrás de tu dinero? Eso es absurdo y tú lo sabes. Has convertido esta relación en una farsa, y que me mintieras es una tremenda falta de respeto hacia mí.

– Solo te he mentido sobre mi apellido y el mundo del que vengo. No es tan importante. Sigo aquí, y te pido perdón. No debería haberlo hecho, tienes razón, pero lo he hecho. A lo mejor simplemente tenía miedo. Y como empezaste a conocerme como Carole Parker, me resultaba mucho más difícil explicarte quién soy de verdad. Por Dios, que no he matado a nadie, ni te he robado dinero.

– Has robado mi confianza, que es peor. -Lo siento, Charlie. Creo que me estoy enamorando de ti. AI pronunciar estas palabras empezaron a rodarle las lágrimas por las mejillas. A sus ojos, ella había metido la pata hasta el fondo, y se sentía fatal. Adoraba a Charlie.

– No te creo -contestó él, casi escupiéndole las palabras. -Si estuvieras enamorándote de mí, no me habrías mentido.

– Cometí un error. La gente comete errores a veces. Tenía miedo. Solo quería que me quisieras por mí misma.

– Ya había empezado a quererte, pero Dios sabe quién eres de verdad. Había empezado a enamorarme de Carole Parker, una chica sencilla sin dinero ni nada a su nombre. Ahora resulta que eres otra persona. Una puñetera heredera, encima.

– ¿Y es tan terrible? ¿No puedes perdonármelo?

– Tal vez no. Lo terrible es que me mintieras, Carole. Eso es lo terrible.

Desvió los ojos y se puso a mirar el parque por la ventana. Se quedó así un buen rato, dándole la espalda. Habían dicho más que suficiente para una noche, quizá para siempre.

– ¿Quieres que me marche? -preguntó Carole con voz entrecortada.

Charlie no contestó inmediatamente; después asintió con la cabeza y por fin habló.

– Sí. Se acabó. No podría confiar en ti. Has estado mintiéndome durante casi dos meses, un montón de tiempo.

– Lo siento -dijo Carole en voz baja.

Charlie aún le daba la espalda. No quería volver a verla. Era demasiado doloroso. En el aire flotaba el defecto imperdonable.

Carole salió calladamente del apartamento y cerró la puerta. Seguía temblando cuando entró en el ascensor y cuando llegó abajo. Se dijo que todo aquello era ridículo. Charlie estaba enfadado con ella porque era rica, cuando en realidad él era aún más rico. Pero no se trataba de eso, y lo sabía. Estaba furioso con ella porque le había mentido.

Volvió a su casa en taxi, con la esperanza de que él la llamara aquella noche, pero no fue así. No la llamó ni aquella noche ni al día siguiente. Revisaba constantemente el buzón de voz. Pasaron semanas, y él siguió sin llamaría. Por último, comprendió que no volvería a hacerlo. Lo que Charlie le había dicho aquella noche era verdad, que para él todo había acabado y que no podía confiar en ella. Por buenas que hubieran sido sus intenciones, Carole había roto la sagrada confianza entre ellos, la esencia de una relación. No quería volver a verla, ni a hablar ni a estar con ella. Sabía que estaba enamorada de él, pero también que eso no cambiaría nada. Charlie se había marchado para siempre.

Загрузка...