El fin de semana en Las Vegas fue fantástico, y a Maggie le encantó todo: los espectáculos, las tiendas, las luces, el juego, la gente e incluso el combate de boxeo. Al final Adam le había comprado un vestido y una chaquetilla de piel, que Maggie se puso para ir al combate. Ganó quinientos dólares en una máquina tragaperras con cincuenta dólares que había puesto de su bolsillo, y no lo podía creer. Al volver a Nueva York en el avión de Adam se sentía poco menos que como una princesa, y Adam también estaba encantado y sonriente.
– Me alegro de que te hayas divertido.
A Adam le gustaba mimarla, estar con ella y lucirla. Estaba preciosa con el vestido y la chaquetilla de piel nuevos.
– Ha sido increíble -le confirmó Maggie una vez más, y le dio las gracias efusivamente.
Estaban a punto de tomar tierra en el aeropuerto de John Fitzgerald Kennedy cuando de repente, como sin venir a cuento, Maggie se puso a hablar de Nochevieja, y de lo divertido que sería pasarla en Las Vegas. Ella encajaba perfectamente en el mundo de Adam, en lugar de quejarse, como hacía su madre.
– Sí, alguna vez -replicó Adam con vaguedad.
– ¿Y este año? -insistió Maggie con entusiasmo. Sabía que Adam iba allí con frecuencia, y además con el avión podían ir a donde quisieran, algo completamente nuevo para ella. Se sentía como un pájaro con alas gigantescas.
– No puedo -contestó Adam, mirando por la ventanilla; y de repente, como le había pasado a Charlie, comprendió que tenía que contárselo tarde o temprano, y que había llegado el momento. -Me voy con Charlie todos los años, el día después de Navidad.
– ¿O sea, solo tíos, como una partida de caza o algo así?
Maggie parecía decepcionada.
– Sí, algo por el estilo.
Adam quería dejarlo en eso, pero Maggie no se conformó.
– ¿Y adonde vais?
– A San Bartolomé, en el barco de Charlie.
Maggie lo miró indignada.
– ¿Al Caribe? ¿En un yate? Lo dirás en broma.
– No, no es broma. Charlie detesta las Navidades. Él se va una semana antes que yo, porque yo me voy después del día de Navidad, que pasaré con mis hijos. Lo hacemos todos los años.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué, os folláis a todas las jovencitas que pilláis en el Caribe?
– Antes sí, pero ya no. Te tengo a ti.
Lo dijo con mucha calma. No quería pelearse con ella, pero tampoco estaba dispuesto a cambiar de planes. Sus viajes con Charlie eran una tradición muy importante para él.
– ¿Y no me vas a pedir que vaya contigo? -replicó Maggie, con expresión de estar a punto de tirarle algo a la cabeza. Por suerte, no tenía nada a mano.
– No puedo, Maggie. Es el viaje de Charlie, y él va a ir solo. Es cosa de tíos.
– Y una mierda. Ya sé lo que hacéis los tíos cuando estáis solos. Lo mismo que hacías hasta que me conociste.
– Charlie no es de esos. Es muy formal, y además ahora también tiene novia.
– ¿Ella va? -preguntó Maggie con recelo, y Adam negó con la cabeza.
– No. Solo vamos a estar los dos.
– ¿Cuánto tiempo?
– Dos semanas. -Se estremeció al ver la expresión de Maggie.
– ¿Dos semanas? ¿Y tú crees que yo me voy a quedar tan tranquila aquí mientras tú te dedicas a ligar durante dos semanas? Porque si lo crees, es que te has vuelto loco.
– No me amenaces -contestó Adam con enfado, -Sé que estás disgustada, pero yo no puedo hacer nada. No puedo dejar tirado a Charlie, ni preguntarle si puedes venir tú. Le resultaría incómodo, y espera que vaya yo solo.
– Pues que lo pases estupendamente en Nochevieja, besándolo a él. A lo mejor va de eso. ¿Es gay?
– Por lo que más quieras… Somos amigos. Viajamos juntos dos veces al año. Siento que sea en Nochevieja, pero yo no sabía que tú ibas a aparecer. Lo siento.
– ¿Y el año que viene será distinto?
– Es posible, pero no lo sé. No voy a prometer nada para dentro de un año. Ya veremos cómo va esto.
Intentaba parecer más tranquilo de lo que realmente estaba, Solo de escucharla le estaba dando dolor de cabeza, de los fuertes.
– Pues yo te voy a decir cómo va a ir. Se va a ir a la mierda, si crees que me puedes dejar plantada durante las vacaciones y largarte con tus colegas. Si no quieres pasar las vacaciones conmigo, muy bien, pero ya te puedes ir metiendo el dichoso libro de las reglas esas por donde yo me sé, porque las personas que mantienen una relación pasan las vacaciones juntas, sobre todo en Nochevieja.
– Gracias por la información -dijo Adam, sujetándose la cabeza, pero Maggie no le hizo ni caso. Estaba furiosa. -Mira, lo hemos pasado bien en Las Vegas. No vayamos a estropearlo ahora. Quiero que conozcas a mis hijos la semana que viene. Te quiero. Quiero que lo nuestro funcione, pero tengo que irme un par de semanas, ¿No puedes tomártelo con calma, como una buena persona?
– A las buenas personas siempre acaban dándoles por saco, Y no tienes que irte; te vas porque quieres. ¿Qué dice la novia de Charlie?
– No tengo ni idea.
– Seguro que tampoco le hace ninguna gracia.
La pelea por lo de no pasar la Nochevieja juntos se prolongó durante toda la semana. Maggie consiguió olvidarse de ella para conocer a los hijos de Adam el siguiente fin de semana, y, tras ciertos sondeos, los chicos se quedaron encantados con ella, y Maggie con ellos. Adam no daba crédito. Se fueron los cuatro a patinar, y Maggie acompañó a Amanda a comprar un regalo de Navidad para su padre. Los niños le explicaron todos los detalles de la Janucá. Maggie le enseñó a Amanda a maquillarse, hizo galletas con Jacob y le dio consejos sobre las chicas, Los hijos de Adam pensaron que era guay, lo suficientemente joven para divertirse con ella pero también lo suficientemente mayor para sentir cierto respeto, Adam se esperaba cierto rechazo, pero no lo hubo. Cuando Amanda y Jacob se marcharon se habían hecho muy amigos. Y entonces volvió a empezar la batalla. El alto el fuego solo había durado el fin de semana.
Charlie cenó con Carole dos veces después del baile de las debutantes, y saltaba a la vista que su relación se había enfriado. Carole no dijo nada al principio, pero en la segunda ocasión en que se vieron le preguntó a las claras sí había cambiado de planes. Charlie negó con la cabeza.
– No puedo, Carole.
Ella asintió y no dijo nada. A Charlie le habría gustado pasar la noche con ella, pero no tuvo valor para pedírselo y volvió a su casa. Estaba convencido de que, si se marchaba en Navidad, cuando volviera se habría acabado su historia de amor. A Carole no le cabía en la cabeza qué iba a hacer Charlie, puesto que se iba solo la primera semana. No entendía por qué tenía que marcharse autos del veintiséis de diciembre, si podía irse con Adam.
Charlie llegó a la conclusión de que era mejor no discutirlo, y enfrentarse al problema cuando volviera. Claro, eso si Carole aún quería seguir hablando con él.
Adam llamó a Charlie al despacho el día antes del que este tenía previsto para marcharse. Charlie estaba como loco, intentando solucionar todos los asuntos, y Adam le dijo que en el bufete pasaba otro tanto.
– Todos mis clientes se vienen abajo en esta época del año. Si les ha ido mal en su matrimonio, deciden divorciarse justo ahora. Si sus amantes están raras, resulta que se han quedado embarazadas. Si sus hijos están como una cabra, acaban en la cárcel. Si a una cantante no le gusta el contrato que ha firmado, coge y lo rompe. Y la mitad de los deportistas a los que represento se emborrachan y violan a alguien. Es estupendo. De verdad, me encanta esta época del año.
Adam parecía a punto de estallar.
– A mí también -dijo Charlie, riéndose. A pesar de la reacción de Carole, ansiaba hacer el viaje. -Bueno, supongo que de todos modos seguimos con nuestro plan de siempre, ¿no? O sea, te vienes, ¿no? -Nunca está de más comprobar las cosas. Y, para su sorpresa, se hizo el silencio. Creía que la pregunta era innecesaria, pero el tono de Adam le dio que pensar.
– Llevo una mala temporada con Maggie -reconoció Adam. -Cree que vamos a recorrer el Caribe ligando con cualquier cosa con piernas y con la polla colgando por la borda. No le hace mucha gracia.
Charlie se rió ante esa descripción,
– Carole no lo expresó así, pero está muy desilusionada. Pensaba que íbamos a pasar la Navidad juntos, y yo le dije que no la celebro. Yo esperaba que lo comprendiese, pero no lo comprende. Para ella podría suponer que hemos roto un acuerdo.
Pero Charlie no estaba dispuesto a quedarse en casa por obligación. Si Carole no podía transigir con eso, se había acabado. Charlie quería que lo aceptase tal y como era, con todos sus defectos, y uno de ellos era su fobia a las vacaciones desde la muerte de sus padres, fobia que había empeorado con la muerte de Ellen.
– Lo siento -dijo Adam con tristeza. -Me preocupa que Maggie piense lo mismo. Es una lástima que no puedan dejar las cosas como están, pero para algunas personas las vacaciones son muy importantes. No sé qué les pasa a las mujeres con las vacaciones, pero si no actúas como es debido, te largan.
– Eso parece -repuso Charlie, molesto.
Pero también estaba preocupado por Carole. Desde que se lo había contado se había abierto un gran vacío entre ellos, y tenía pensado pasar tres semanas fuera, mucho tiempo para que siguiera enfadada. Sobre todo si se tenía en cuenta que acababan de volver a estar juntos. Lo último que necesitaban era otro gran bache, pero ya se habían topado con él. Charlie sabía casi con certeza que su relación no sobreviviría a otro. No soportaba la idea de perder a Carole, le daba miedo, pero no lo suficiente para quedarse en Nueva York. Su fobia era tan poderosa como la necesidad de Carole de que se quedara en casa con ella.
– Y, por si fuera poco, mis hijos han conocido a Maggie este fin de semana y están como locos de contento. Francamente, Charlie, me da mucha rabia cabrearla.
Aún más: no quería hacerle daño, e iba a hacérselo. Mucho.
– O sea ¿que no puedes venir? -preguntó Charlie, pasmado.
– No lo sé. A lo mejor han cambiado las cosas, para los dos. O al menos para mí.
Ignoraba hasta qué punto llegaba el compromiso de Charlie con Carole, y sospechaba que tampoco lo sabía Charlie. Maggie y él estaban viviendo juntos y querían seguir adelante.
– Lo pensaré -dijo Charlie. -Luego te llamo.
– Llámame al móvil. Voy a estar toda la tarde fuera, en reuniones. Bromas aparte, y aunque no lo creas, tengo que sacar en libertad bajo fianza a uno de mis clientes.
– ¡Qué suerte! Bueno, luego hablamos -dijo Charlie, y colgó.
Eran casi las cinco cuando Charlie volvió a hablar con Adam, 7 los dos parecían muy crispados. Adam había pasado una tarde de pesadilla, haciendo juegos malabares con el cliente y con la prensa, y Charlie estaba intentando quitarse de encima a ciertos tiburones financieros antes de final de año. Pero, aparte de eso, le preocupaba Carole. Había tenido muy en cuenta lo que decía Adam, que las cosas habían cambiado, y si quería algo más de lo que había tenido en su vida hasta entonces, él también tenía que cambiar. Se sentía como si estuviera a punto de lanzarse a un precipicio, aunque esperaba no caer sobre cemento. Pero aún estaba por ver.
– Vale. Vamos a hacerlo -dijo, como si estuviera sugiriéndole a Adam lanzarse sin paracaídas desde un avión.
– ¿Hacer qué?
Adam parecía confuso, y había un montón de ruido porque seguía en la cárcel, intentando mantener a raya a los periodistas. Parecía la jaula de las aves del zoo.
– ¿Por qué no te llevas a Maggie al barco? Me cae bien. Tú la quieres y ella te quiere a ti. Lo pasaremos bien, y al diablo con todo. A lo mejor tu relación no se mantiene si no lo haces. -No quería ser el responsable. Comprendía que Adam estaba entre la espada y la pared, y que incluso a lo mejor quería que Maggie fuera. -Si quieres llevarla, adelante. Es asunto tuyo. Yo voy a invitar a Carole también.
– Charlie, eres genial. -Adam no quería pedírselo, pero deseaba llevar a Maggie. -Eres un ángel. Se lo diré esta noche. Y tú ¿qué vas a hacer?
– A lo mejor me he vuelto loco, y ni siquiera sé si es el momento, para ninguno de los dos, pero voy a invitar a Carole. Preferiría que me dejara ir solo, pero si no quiere, o no puede, creo que supondría una gran pérdida para mí, quizá más de lo que creo.
Habían invertido algo en su relación: honradez, verdad, valentía, amor, esperanza… y no estaba dispuesto a canjearlo. Todavía no. Y dejar a Carole sola durante las vacaciones quizá lo obligara a hacerlo, tanto si le gustaba como si no.
– Pero, cono, ¿qué nos está pasando? -dijo Adam, riéndose.
– Me da miedo pensarlo -contestó Charlie lánguidamente.
– Sí, a mí también. Vaya historia, colega. Pero eres una joya por hacer esto. Al menos no tendremos que preocuparnos por echar un polvo, ni depender de las nativas.
– ^No sé, yo que tú no le diría eso a Maggie -repuso Charlie, también riéndose.
– Déjate de gilipolleces. ¿Cuándo te vas?
– Mañana por la mañana.
– Pues buen viaje. Te veo el veintiséis. O sea, te vemos el veintiséis. Ah, por cierto, puedo llevar a Carole allí en avión, si quiere. Dale mi número de teléfono y dile que me llame.
– Vale. Gracias -dijo Charlie.
– No. Gracias a ti.
Colgaron, y Charlie se quedó unos momentos mirando al infinito. Adam tenía razón: las cosas habían cambiado.
Charlie salió del despacho a las cinco y media, cogió un taxi hasta el centro infantil y llegó allí a las seis, justo cuando Carole cerraba su despacho. Le sorprendió verlo, y pensó sí habría pasado algo, algo peor de lo que ya estaba pasando últimamente. Navidad. Nochevieja. Charlie fuera durante tres semanas. Le había amargado las vacaciones. Ni siquiera había visto su árbol.
– Hola, Charlie. ¿Qué tal?
Carole parecía cansada. Había tenido mucho trabajo aquel día en el centro.
– He venido a despedirme -dijo Charlie al entrar.
– ¿Cuándo te marchas?
– Mañana.
Carole asintió con la cabeza. ¿Qué podía decir? Sabía que cuando Charlie volviera todo habría acabado, al menos para ella. Se sentía tan mal por eso como se había sentido Charlie por que le hubiera mentido sobre su apellido. Carole estaba convencida de que, si uno mantenía una relación, pasaba las vacaciones con su pareja. Charlie no lo veía así. Para él, las vacaciones ni siquiera existían. Y quizá tampoco ella. Carole necesitaba a alguien emocionalmente accesible, no a alguien que no se permitía los sentimientos porque le hacían demasiado daño. La vida hace daño, pero hay que vivirla. Y juntos, con un poco de suerte.
– Que tengas buen viaje -dijo Carole, guardando una enorme carpeta en un cajón.
– Y tú -contestó Charlie.
– ¿Cómo que yo?
Estaba demasiado cansada para captarlo. No tenía ganas de jueguecitos.
– Que tengas buen viaje.
– Yo no me voy a ninguna parte.
Se irguió muy seria, mirándolo.
– Claro que sí… bueno, espero que sí… o sea, si quieres, claro… -Charlie se lió con las palabras, y Carole se quedó mirándolo, atónita. -Quiero decir que, si te apetece, me gustaría que fueras al barco con Adam y Maggie el veintiséis. Van en avión hasta allí y, bueno, lo hemos decidido hoy.
– ¿Y quieres que vaya yo también? -Le sonrió, sin dar crédito. -¿Lo dices en serio?
– Totalmente en serio. -Quizá más de lo que hubiera querido. -Me encantaría que vinieras, Carole. ¿Te apetece? -insistió, mirándola. -¿No puedes escaparte?
– Lo intentaré, pero espero que comprendas que yo no quería estropear tu viaje. Lo único que quería era que estuvieras aquí en Navidad y que te marcharas el veintiséis con Adam.
– Ya lo sé, pero no puedo, por lo menos de momento, A lo mejor algún día. Y si tú puedes, pasaríamos dos semanas juntos.
A Carole le pareció una idea estupenda, e incluso a Charlie empezaba a parecérselo. Se alegraba de que Adam lo hubiera llamado,
– No creo que pueda estar más de una semana, pero ya veremos.
– Lo que puedas -dijo Charlie, y le dio un beso.
Carole lo miró con deseo y le devolvió el beso. Y después tomaron un taxi, fueron a casa de Carole y pasaron la noche juntos. Charlie se marchó a la mañana siguiente, e incluso le dio tiempo a ver el árbol de Navidad.
Lo primero que hizo Adam cuando volvió a casa aquella noche fue darle una tarjeta de crédito a Maggie. Ella estaba con sus libros de derecho y ni siquiera levantó la vista. Adam tiró la tarjeta sobre la mesa.
– ¿Y eso qué es? -preguntó Maggie, Seguía enfadada con él después del viaje a Las Vegas. El fin de semana con los hijos de Adam no había sido sino un alto el fuego en la declaración de guerra. Habían vuelto a la guerra fría.
– Pues que tienes que ir de compras -contestó Adam. Se quitó la corbata y la tiró sobre un sillón.
– ¿Para qué? Ya sabes que no uso tus tarjetas.
Maggie se la devolvió, también tirándosela; Adam la recogió y se quedó allí plantado,
– Pues esta vez tienes que hacerlo.
Se la dejó en la mesa.
– ¿Porqué?
– Porque necesitas un montón de cosas. Bañadores, pareos, sandalias… cosas de chicas, yo qué sé. Tú sabrás.
– ¿Que yo sabré qué? Maggie no lo pillaba.
– Pues lo que necesitas para el viaje.
– ¿Qué viaje? ¿Adónde vamos?
Pensó que a lo mejor la llevaba a Las Vegas otra vez, a modo de premio de consolación.
– Nos vamos a San Bartolomé, en el barco de Charlie. Adam lo dijo como si se lo estuviera recordando a Maggie, y ella lo miró sin dar crédito a lo que oía.
– No, tú te vas a San Bartolomé, en el barco de Charlie, pero yo no. ¿O es que no te acuerdas?
– Me ha llamado para decirme que tú estás invitada -dijo Adam con dulzura.
Maggie dejó el bolígrafo y miró a Adam.
– ¿Lo dices en serio?
– Totalmente en serio, y también Charlie. Le he explicado que no quería fastidiarte, y él tampoco quiere fastidiar a Carole, así que también la ha invitado.
– ¡Dios, Dios, Dios! -Maggie besó a Adam y se puso a dar vueltas por la habitación; después se echó en sus brazos, y Adam se rió.
– ¿Qué? ¿Contenta?
– Pero ¿qué dices? ¡Dios santo! ¡Si me voy contigo en un yate por el Caribe! ¡Madre mía! -Lo miró agradecida. -Te quiero, Adam. Te querría de todas maneras, pero es que me habías hecho daño con eso.
– Lo sé -dijo Adam, y la besó.
– Te quiero de verdad, y espero que lo sepas -insistió Maggie, aún colgada de su cuello.
– Yo también, cielo… -Y volvió a besarla.
El veintiséis de diciembre partirían rumbo al Caribe.