Dos semanas antes del día de Acción de Gracias, Adam y Maggie estaban pasando una noche tranquila en casa de Adam cuando de repente ella sacó a colación el tema de aquella fiesta. No había pensado en el asunto hasta entonces, pero ahora que pasaban tanto tiempo juntos quería pasar el día con él, y se preguntó si estaría con sus hijos. Aún no los conocía, y los dos coincidían en que era demasiado pronto. Pasaban juntos casi todas las noches, y a Adam le encantaba estar con ella; pero, como le había dicho, era la prueba de circulación en carretera de su relación y tenían que dar un buen paseo.
– ¿El día de Acción de Gracias? -Adam la miró sin comprender. -¿Por qué?
– ¿Vas a ir con tus hijos?
– No, se los lleva Rachel con sus suegros, a Ohio. En vacaciones nos turnamos, y este es mi año libre.
Maggie le sonrió. Esperaba que eso supusiera una buena noticia para ella. Hacía años que no celebraba ese día como es debido, con personas a las que quería. En realidad desde que era pequeña. En una ocasión había preparado un pavo con su madre, que estaba tan borracha que se desmayó antes de que la comida estuviera lista. Maggie acabó comiendo sola en la cocina, pero al menos su madre estaba allí, aunque fuera en la habitación de al lado, inconsciente.
– ¿Crees que podríamos pasar el día juntos? -preguntó, acurrucándose junto a él y mirándolo.
– No, imposible -respondió Adam, con expresión sombría.
– ¿Porqué?
Maggie se lo tomó como un rechazo. Las cosas iban realmente bien entre ellos, y la brusquedad de su respuesta la pilló por sorpresa e hirió sus sentimientos.
– Porque tengo que ir a casa de mis padres. Y no puedo llevarte.
Con un apellido como O'Malley, a su madre le daría un ataque al corazón. Y, además, no era asunto suyo con quién salía.
– ¿Y por qué vas a ir? Creía que lo habías pasado fatal en Yom Kipur.
No entendía la lógica de Adam.
– Claro que sí, pero eso no tiene nada que ver. En mi familia hay que hacer acto de presencia en las celebraciones. Es como una orden de detención. No es por pasar un buen rato, sino por tradición y obligación. A pesar de que me ponen los nervios de punta, para mí la familia es importante. La mía es asquerosa, pero de todos modos pienso que tengo que aparecer y presentar mis respetos. Sabe Dios por qué, pero creo que se lo debo. Mis padres son viejos y no van a cambiar, así que hago de tripas corazón y voy. ¿Tú no tienes adonde ir? ¿Qué vas a hacer?
Se lo preguntó con tristeza. Detestaba que le recordaran que tenía que pasar otro día espantoso con ellos. Siempre había detestado las vacaciones. Su madre conseguía estropeárselas todas. Lo único bueno era que sus padres celebraban la Janucá, no la Navidad, y podía pasar ese día con sus hijos. Por lo menos eso era divertido, al contrario que las celebraciones en Long Island.
– Quedarme en casa, sola. Las demás van a casa de sus padres.
Y, naturalmente, ella no tenía adonde ir.
– No hagas que me sienta culpable -dijo Adam, casi gritando. -Bastante tengo con mi madre. Maggie, de verdad que siento que no tengas adonde ir, pero yo no puedo hacer nada. Tengo que ir a casa.
– No lo entiendo -insistió Maggie. -Te tratan como a un trapo, o eso me has dicho, o sea que ¿por qué tienes que ir?
– Porque creo que es mi deber -respondió Adam, tenso. No quería tener que defender sus decisiones ante Maggie. Bastante difícil le resultaba ya. -No tengo otra opción.
– Claro que la tienes -lo contradijo Maggie.
– No, no la tengo. No quiero volver a discutirlo contigo. Así son las cosas. Esa noche iré a casa de mis padres. Podemos hacer algo el fin de semana.
– No se trata de eso. -Estaba presionándolo, y a Adam no le gustaba nada. Empezaba a pisar terreno peligroso. -Si esto es una relación, quiero pasar las vacaciones contigo -continuó Maggie, aun sabiendo el riesgo que corría. -Llevamos juntos dos meses.
– Maggie, no insistas -le advirtió Adam. -No tenemos una relación. Estamos saliendo, que no es lo mismo.
– Usted perdone -replicó Maggie sarcásticamente. -¿Desde cuándo?
– Conocías las normas cuando empezamos. Tú llevas tu vida y yo la mía. Nos vemos cuando nos viene bien a los dos. Resulta que en Acción de Gracias a mí no me viene bien. Ojalá. De verdad, ojalá pudiera. Y, si pudiera, me encantaría pasar el día contigo. Acción de Gracias con mis padres es un mal trago para mí, Vuelvo a casa con dolor de estómago, migraña y hasta el culo de todo, pero así estén cayendo chuzos de punta, me esperan.
– Pues vaya mierda -repuso Maggie con un mohín.
– Pues sí. Para los dos.
– ¿Y a qué viene esa chorrada de que esto no es una relación y que nos vemos a medio camino o no sé qué?
– Eso es lo que estamos haciendo. Por no hablar de que nos vemos todos los fines de semana, que no es ninguna tontería.
– Pues entonces es una relación, ¿no?
Siguió insistiendo, sin fijarse en las señales de peligro que le hacía Adam, cosa rara en ella, pero estaba muy disgustada por lo del día de Acción de Gracias, por no poder pasarlo con él. Le infundía coraje para desafiarlo, a él y a sus «normas».
– Una relación es para las personas que quieren acabar casándose. Yo no quiero, y te lo he dicho. Nosotros salimos, y a mí me va bien.
Maggie no añadió ni media palabra, y a la mañana siguiente volvió a su apartamento. Adam se sintió culpable durante toda la tarde por lo que había dicho. Tenían una relación. El no veía a nadie más y ella tampoco, que él supiera. Sencillamente no quería reconocerlo, pero tampoco quería herir los sentimientos de Maggie. Y no le gustaba nada no poder estar con ella en Acción de Gracias. Lo horrorizaba todo aquello y se sentía fatal. Cuando la llamó, Maggie estaba trabajando, y le dejó un mensaje cariñoso en el contestador.
No tuvo noticias de ella ni siquiera después del trabajo, y tampoco se presentó en su apartamento. La llamó por la noche, y no la encontró. Después la llamó cada hora, hasta medianoche. Pensó que no respondía para castigarlo, hasta que contestó una de sus compañeras de piso y le dijo que no estaba. La siguiente vez que llamó le dijeron que estaba durmiendo. Ella no lo llamó. Y a la tarde siguiente Adam echaba humo por las orejas. Por último decidió llamarla al trabajo, algo que raramente hacía.
– ¿Dónde estuviste anoche? -le preguntó, intentando parecer más tranquilo de lo que se sentía.
– Pensaba que solo salíamos juntos. ¿No decías que nada de preguntas? Tengo que comprobarlo, pero creo que así son las normas, puesto que no tenemos una relación.
– Oye, lo siento. Fue una estupidez. Es que estaba enfadado por lo de Acción de Gracias. Me siento como un gusano por dejarte sola.
– Eres un gusano por dejarme sola -lo corrigió ella.
– Maggie, ya está bien, por favor. Tengo que ir a Long Island. Lo juro por Dios, no tengo otra opción.
– Sí la tienes. No me importa si estás con tus hijos. Eso lo entiendo, pero deja de pasar las fiestas con tus padres para que te castiguen.
– Son mis padres, y tengo que ir. Oye, ven esta noche a casa. Te haré la cena y lo pasaremos bien.
– Tengo cosas que hacer. Llegaré a las nueve.
Parecía muy serena.
– ¿Qué tienes que hacer?
– No me hagas preguntas. Iré en cuanto pueda.
– ¿De qué va todo esto?
– Tengo que ir a la biblioteca -contestó Maggie, y Adam replicó, bufando:
– Es la excusa más absurda que he oído en mi vida. Muy bien. Nos vemos esta noche. Ven cuando quieras.
Colgó y sintió deseos de decirle que no fuera, pero quería verla y saber qué pasaba. Al menos dos noches a la semana no la encontraba en su casa cuando la llamaba. Si estaba viendo a alguien más, él quería saberlo. Maggie era la primera mujer a la que le era fiel desde hacía años. Y empezaba a pensar si no lo estaría engañando.
La esperaba, sentado en el sofá y tomando una copa, cuando apareció Maggie. Eran casi las diez, y Adam iba por la segunda copa. Había estado mirando el reloj cada cinco minutos. Maggie le dirigió una mirada de disculpa al entrar.
– Perdona. He tardado más de lo que pensaba. He venido lo antes posible.
– ¿Qué has estado haciendo? Dime la verdad.
– Creía que no íbamos a hacernos preguntas -contestó ella, nerviosa.
– [Déjate de gilipolleces! -le gritó Adam. -Sales con alguien, ¿verdad? Maravilloso. Perfecto, Durante los últimos once años he tenido poco menos que un harén. Apareces tú, y por primera vez desde hace años soy fiel. ¿Y qué haces tú? Tirarte a otro. -Adam -dijo Maggie en voz baja, mirándolo a los ojos desde enfrente, -no me estoy tirando a nadie. Lo juro.
– Entonces, ¿dónde estás cuando te llamo por la noche? No vuelves hasta casi las doce. Nunca estás en tu casa, y aquí tampoco.
Echaba chispas por los ojos y le iba a estallar la cabeza. Él con dolor de cabeza y la mujer por la que estaba loco follando con otro. No sabía si llorar o gritar. Quizá fuera justicia poética, por lo que él le había hecho a otras mujeres, pero cuando le pasaba a él no le gustaba nada. Estaba loco por Maggie.
– ¿Dónde has estado esta noche?
– Ya te lo he dicho -contestó ella con calma. -En la biblioteca.
– Maggie, por favor… al menos no me mientas. Ten huevos para decirme la verdad.
Al ver la desesperación reflejada en sus ojos, Maggie comprendió que no le quedaba más remedio. Tenía que decirle la verdad. No quería, pero si pensaba que se veía con otro, tenía derecho a saber lo que hacía cuando no estaba con él.
– Voy a clases preparatorias de derecho -dijo en voz baja pero con firmeza, y Adam se quedó mirándola. -¿Que vas adonde? Sin duda no había oído bien.
– Quiero terminar la secundaria y estudiar derecho, y voy a tardar como cien años en obtener la licenciatura. Solo puedo con dos asignaturas al semestre. De todos modos, no puedo permitirme más. Tengo una beca parcial. -Exhaló un profundo suspiro. Sentía gran alivio tras haberle contado la verdad. -Esta noche he estado en la biblioteca, porque tengo que entregar un trabajo. Hay parciales la semana que viene.
Adam siguió mirándola con incredulidad y al final su cara se distendió con una sonrisa.
– Es una broma, ¿no?
– No, no es ninguna broma. Llevo ya dos años.
– ¿Por qué no me lo habías contado?
– Porque pensaba que te reirías de mí.
– ¿Y por qué demonios me iba a reír?
– Porque no quiero ser camarera el resto de mi vida, y tampoco busco a un hombre que me rescate. No quiero depender de nadie. Quiero valerme por mí misma.
Al oír aquellas palabras a Adam casi se le llenaron los ojos de lágrimas. Todas las mujeres que había conocido o con las que había salido querían embaucar al primer desgraciado que apareciera, incluido él, y Maggie se deslomaba trabajando, sirviendo mesas, iba a clase dos veces a la semana y aspiraba a estudiar derecho. Jamás le había pedido ni un centavo. Y con más frecuencia de lo que a él le habría gustado se presentaba con algo de comer y un regalito para él. Era una mujer fantástica.
– Ven aquí -dijo, haciéndole una señal. Maggie fue hasta donde estaba sentado, y Adam la rodeó con sus brazos. -Quiero que sepas que me pareces fantástica, la mujer más increíble que he conocido en mi vida. Te pido perdón por haber sido un gilipollas, y también por haber estado a punto de dejarte sola en Acción de Gracias, pero te prometo que lo celebraremos el jueves, y que no volveré a darte la brasa preguntándote dónde has estado. Y otra cosa -añadió con naturalidad, pero con una ternura en los ojos que Maggie no había visto nunca. -Quiero que sepas que te quiero.
– Yo también te quiero -susurró Maggie. Adam nunca se lo había dicho. -Entonces, ¿qué pasa con las reglas?
– ¿Qué reglas?
Adam parecía perplejo.
– Pues las reglas. ¿Significa que solo salimos o que ya tenemos una relación?
– Significa que te quiero, Maggie O'Malley. Que le den por saco a las reglas. Ya lo veremos más adelante.
– ¿Sí?
Parecía ilusionada.
– Claro que sí. Y la próxima vez que te hable de reglas, recuérdame que soy un imbécil. Por cierto, ¿de qué es el trabajo?
– Agravios.
– Joder. Bueno, mañana me enseñas qué has hecho. Esta noche estoy demasiado borracho.
Pero los dos sabían que no estaba tan borracho, sino que le apetecía más llevarla a la cama y hacer el amor. Desde luego, para eso no estaba demasiado borracho.
– ¿De verdad me vas a ayudar?
– Por supuesto. Vas a terminar derecho en un tiempo récord.
– No puedo -replicó Maggie muy seria. -Tengo que trabajar.
No estaba pidiendo ayuda, sino constatando un hecho.
– Ya hablaremos de eso en otra ocasión.
La levantó en brazos y la llevó al dormitorio.
– ¿Lo has dicho en serio? -le preguntó Maggie cuando la dejó en la cama. -¿O es que estás borracho?
– No, Maggie. No estoy borracho. Y lo he dicho en serio. Te quiero. Lo que pasa es que a veces tardo un poco en darme cuenta de las cosas.
Aunque no estaba nada mal para él, dos meses. Maggie le sonrió, y Adam apagó la luz.