CAPÍTULO 21

Adam le contó a Maggie lo del fin de semana en Las Vegas a la mañana siguiente, y Maggie se puso contentísima. Además, no iba a trabajar esos días, y aunque tenía que preparar un trabajo para la escuela, dijo que se llevaría los libros y lo haría mientras Adam estuviera ocupado. Le echó los brazos al cuello, sin poder creer la suerte que tenía. Iban a ir en el avión privado de Adam.

Y de repente lo miró horrorizada.

– ¿Y qué me voy a poner?

Desde que vivía con él no tenía acceso al vestuario de sus compañeras de piso, aunque de todos modos no podrían haberle prestado ropa adecuada. Adam ya lo había pensado. Sonriendo, le dio una tarjeta de crédito.

– Vete de compras -le dijo con generosidad.

Maggie se quedó mirándolo unos momentos y se la devolvió.

– No puede ser -dijo con tristeza. -Vale, soy pobre, pero no me rebajo, -Sabía que otras mujeres lo habían aceptado de Adam, pero, pasara lo que pasase, ella nunca lo haría. Algún día también ella tendría dinero, y hasta entonces se arreglaría con lo que ganaba, que consistía en el sueldo y las propinas del Pier 92. -Gracias, cielo, ya pensaré algo.

Adam sabía que lo haría, pero siempre le daba mucha pena. La vida de Maggie era mucho más difícil que la suya, y siempre lo había sido. Quería ayudarla más, y ella no lo dejaba. Pero la respetaba por eso. Era una mujer completamente distinta de todas las que había conocido.

Iban a ir a Las Vegas el viernes por la tarde, y Maggie apenas podía contener su entusiasmo. Volvió a echarle los brazos al cuello y le dio las gracias. A Adam le encantaba hacer cosas así por ella. Estaba deseando enseñarle sitios y que todo le resultara especial. Quería compensarla por la dureza de la vida que había llevado, y ella siempre se lo agradecía y no esperaba nada. Después del viaje a Las Vegas, Adam le dijo que quería celebrar la Janucá con ella y con sus hijos, y a su madre le comunicó que no iba a ir a su casa. Al fin habían cambiado las cosas.

Carole ya estaba preparada cuando Charlie pasó a recogerla para ir al baile de las debutantes. Charlie se quedó boquiabierto al verla. Llevaba un vestido de satén rosa, sandalias plateadas de tacón y el pelo recogido en un elegante moño italiano. Le había pedido una chaquetilla de visón a su madre, y el vestido lo había comprado en Bergdorf. También llevaba unos pendientes y una pulsera de diamantes que habían sido de su abuela, un bolsito plateado y guantes largos, blancos, de cabritilla.

Charlie se quedó largo rato allí clavado, mirándola. El iba de frac y pajarita, y hacían una pareja que llamaba la atención. Carole parecía una mezcla de Grace Kelly y Urna Thurman, con un toque de Michelle Pfeiffer, y Charlie estaba a medio camino entre Gary Cooper y Cary Grant.

Cuando entraron en el salón de baile del Waldorf Astoria atrajeron todas las miradas. Carole estaba divina, nada que ver con la mujer de vaqueros y zapatillas Nike del centro infantil, ni con la de la cara pintada de verde y la peluca de la fiesta de Halloween. Pero lo bueno era que a Charlie le encantaban esas tres facetas suyas, y le gustaba estar con ella tan arreglada en público.

Les presentaron a todas las debutantes, y Carole le contó en voz baja a Charlie su presentación en aquel mismo sitio. Dijo que estaba muerta de miedo al principio, pero que al final lo había pasado bien.

– Seguro que estabas preciosa. -Charlie la miraba con admiración. -Pero ahora más. Esta noche estás maravillosa -añadió, muy en serio, mientras giraban lentamente a los sones de un vals. Los dos bailaban con elegancia; en momentos como aquellos afloraba su vida anterior: su educación, la escuela de baile y las fiestas de presentación en sociedad, todo lo que Carole rechazaba e intentaba olvidar; pero aquella noche había vuelto a su mundo, si bien solo para una breve visita. Charlie sabía que no iba a convencerla para que lo hiciera muy a menudo, pero no le importaba. También él estaba un poco harto, pero le gustaba tener la posibilidad de elegir de vez en cuando.

Poco antes de la cena Carole vio a sus padres, le indicó a Charlie quiénes eran y se dirigieron con cortesía a su mesa. Estaban sentados entre los herederos de las grandes familias de Nueva York, y el padre de Carole se levantó en cuanto los vio. Era un hombre alto, de aspecto distinguido, y guardaba un gran parecido con Carole. Cuando esta los presentó le tendió una mano a Charlie, con un rostro que parecía tallado en hielo. Charlie lo había conocido hacía bastantes años, pero dudaba que lo recordase.

– Conocía a su padre -dijo Arthur Van Horn en tono grave. -Estuvimos juntos en Andover. Lamenté profundamente lo ocurrido. Fue una trágica pérdida.

Para Charlie no era un tema agradable, y Carole intentó distraerlo. Su padre tenía una habilidad especial para estropearlo todo; el pobre era así. También le presentó a su madre, que le estrechó la mano con un silencio glacial, inclinó ligeramente la cabeza, y se dio media vuelta. Nada más.

Charlie y Carole bailaron un rato más y después se sentaron a su mesa.

– En fin, me ha dejado un tanto planchado -reconoció Charlie, y Carole se echó a reír.

Sus padres solían saludar así a la gente, y Charlie no tenía nada que ver.

– Y ten en cuenta que, a su entender, han estado de lo más cariñosos. -Eran caricaturas de la clase alta a la que pertenecían. -Creo que mi madre nunca me dio un abrazo ni un beso. Entraba en la habitación de los niños, como ella la llamaba, como si fuera a ver los animales del zoológico, y como le daba miedo que la atacaran o algo, nunca se quedaba mucho tiempo. Nunca la vi más de cinco minutos seguidos. Si alguna vez tengo hijos, pienso tirarme al suelo con ellos, ensuciarme a base de bien y besarlos y abrazarlos hasta que digan basta.

– Así era mi madre, como tú has dicho que serías con tus hijos.

Por eso a Charlie le había dolido aún más su muerte. Ella siempre le decía que lo quería, como Ellen, su hermana. Su padre fue su consejero y su mejor amigo hasta que murió. Aún más: su ídolo. Y perderlo fue terrible. Perdió todo su mundo. Recordaba a su padre como un hombre feliz, afable, que se parecía a Clark Cable y a quien le encantaban los yates. Probablemente fue por eso por lo que Charlie se compró uno, en memoria de su padre. Quería tener barcos que a él le hubieran gustado. Le dijo a Carole que le parecía curioso que esas cosas te acompañaran hasta la edad adulta, e incluso durante toda la vida.

– Supongo que nunca dejamos de querer complacer a nuestros padres -dijo mientras se sentaban a cenar.

La noche fue divertida para los dos; las chicas eran guapas, y hubo muchos momentos de ternura. Las debutantes, con vestidos blancos líenos de adornos y un ramillete de flores en la mano, bailaron primero con sus padres. Era casi como una boda, y antaño la ceremonia era en realidad la precursora de las bodas: las debutantes hacían su presentación en sociedad para encontrar marido. Ahora las chicas simplemente se divertían, y al final de la noche se cambiaban, se ponían minifalda y se iban a una discoteca con sus amigos.

– Técnicamente rechazo esto, como rechazo todo lo que representa -reconoció Carole, -pero la verdad es que no significa gran cosa y no le hace daño a nadie. No es políticamente correcto, pero las chicas parecen pasarlo en grande, así que, ¿por qué no?

Charlie sintió alivio porque lo viera así, y volvió a mirarla con deleite mientras regresaban a casa de Carole en la limusina que había alquilado para la ocasión. Ambos habían disfrutado de la velada.

– Gracias por haberme llevado.

Le sonrió, y él se inclinó y la besó. Charlie pensó que era la mujer más guapa que había visto en su vida, y se sintió orgulloso de estar con ella, si bien sus padres lo habían dejado un tanto horrorizado. No se imaginaba vivir de niño con dos personas así. Le impresionaba que Carole fuera normal, y agradecía que no hubiera salido a ellos, tan estirados. Carole era cariñosa, amable y compasiva, y resultaba fácil estar con ella.

– Estoy deseando pasar la Navidad contigo -dijo Carole sonriendo. -Me encantan las vacaciones. Creo que compraré el árbol mañana, y podríamos decorarlo juntos.

Charlie la miró como si le hubiera dado una bofetada, y se hizo un silencio embarazoso por unos momentos. Sabía que tenía que decir algo. Si no, sería un mentiroso. Tenía que contarle la verdad, igual que le había pedido a ella que se la contara cuando habían vuelto a estar juntos. Dijo con dulzura y tristeza:

– No voy a estar aquí.

– ¿Mañana?

Carole parecía sorprendida, y él, disgustado.

– No. En Navidad -respondió Charlie lentamente. -Detesto las vacaciones, todos y cada uno de los momentos de Navidad. Ya no la celebro. Me resulta demasiado difícil. Todos los años paso esos días en mi barco. Estaré fuera tres semanas.

Volvió a hacerse el silencio y Carole se quedó mirándolo, como si le costara trabajo creerlo.

– ¿Cuándo te vas? -preguntó, como si le hubieran dado un mazazo en la cabeza. Charlie casi esperaba ver sangre, y se puso malo. No le gustaba decepcionarla, pero había ciertas cosas que no podía hacer por nadie, y esa era una de ellas.

– La semana que viene. -Estaba apenado pero decidido.

– ¿Antes de Navidad?

Charlie asintió con la cabeza.

– Voy a San Bartolomé, con Adam. Es una tradición. Vamos todos los años.

Como si eso fuera una excusa; ambos sabían que no lo era.

– ¿Deja solos a sus hijos en las vacaciones?

El tono de Carole estaba lleno de censura; le parecía de un egoísmo increíble.

– No. Se marcha el día después de Navidad. Yo siempre me voy una semana antes.

– ¿Por qué no te vas con él al día siguiente? Así podríamos pasar juntos la Navidad.

A Carole le parecía una idea razonable, pero Charlie negó con la cabeza.

– No puedo. Me conozco, y sé que no puedo. Quiero salir de aquí antes de que todo el mundo empiece a ponerse sensiblero, o que me ponga yo. La Navidad es para quienes tienen hijos y familia. Yo no tengo ninguna de las dos cosas.

– Me tienes a mí -dijo Carole con tristeza.

En cierto modo sabía que era demasiado pronto para esperar tanto de él, pero mantenían una relación, se habían dicho que se querían y la Navidad significaba mucho para ella, pero al parecer no para Charlie. O quizá significara demasiado.

– Cuando vuelva haremos algo divertido -repuso Charlie a modo de consuelo, pero Carole estaba mirando por la ventanilla, pensando.

– Entonces yo no podré escaparme. Y no quería hacer nada extraordinario. -Se volvió y lo miró. -Solo quería estar contigo. Tengo que trabajar, no puedo dejar a los niños sin más cuando tú vuelvas, solo porque tú no quieras pasar la Navidad conmigo.

– No se trata de que quiera evitarte -le explicó Charlie, con expresión de tristeza. -Es que detesto todo ese montaje, que solo sirve para que la gente se sienta fatal y excluida. Ni siquiera los críos reciben lo que quieren. Todos discuten y se pelean. Lo de Papá Noel es una mentira que les contamos a los niños para luego decepcionarlos, cuando pensamos que son lo suficientemente mayores para comprenderlo todo y les decimos la verdad. Detesto todo eso, y no quiero participar.

– A lo mejor el amor siempre conlleva la decepción -dijo Carole, mirándolo a los ojos.

– Esperaba que te lo tomaras bien -repuso Charlie, tenso, cuando se detuvieron ante la casa de Carole.

– Y yo esperaba que fueras a estar aquí.

La perspectiva de pasar la Navidad solo con sus padres la deprimía aún más, por razones evidentes. Tenía pensado pasar la mayor parte del tiempo con los niños del centro, y el resto con Charlie. Una lástima.

Charlie la ayudó a salir del coche y la acompañó hasta la puerta de su casa. Había estropeado la noche con lo que le había dicho, e incluso le daba miedo darle un beso. Aun sin haberlo expresado en tales términos, parecía como si aquello supusiera que se había roto el trato entre ellos, o eso se temía Charlie. Pero sabía que era algo a lo que no podía renunciar por ella, y que no lo haría.

– Mañana te llamo -dijo con dulzura.

No le pidió que lo invitara a subir, y ella tampoco se lo pidió. Carole estaba demasiado disgustada. Al fin y al cabo, no era la relación que ella pensaba. No si Charlie no quería pasar la Navidad con ella, ni siquiera Año Nuevo, puesto que iba a estar fuera tres semanas. Encima, otra Nochevieja en soledad.

– Buenas noches -dijo Carole con tranquilidad y le dio un beso en la mejilla. Segundos después Charlie se marchó. Carole observó la limusina que se alejaba desde una ventana.

Mientras se dirigía a su casa, las palabras de Carole resonaban en los oídos de Charlie: «A lo mejor el amor siempre conlleva la decepción». Era una especie de crítica que quizá él se merecía, pero en esta ocasión la decepción era para los dos. Él esperaba que Carole comprendiera lo doloroso que le resultaba, pero no lo comprendía. Carole esperaba que Charlie se quedara con ella, pero él no podía. Ni siquiera por ella, por elevado que fuera el precio.

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