CAPÍTULO 26

Charlie no llamó a Carole después de que ella se marchara de San Bartolomé. Ella le envió un fax al barco, dándole las gracias, pero no le pareció oportuno llamarlo por teléfono tras las cosas que había dicho la noche antes de su partida. No tenía ni idea de a qué conclusiones estaría llegando Charlie; lo único que sabía, con absoluta certeza, era que necesitaba espacio, y también que lo único que ella podía hacer era evitarlo. Cada día tenía más miedo. Pasaron dos semanas enteras hasta que Charlie la llamó. Ella estaba en su despacho cuando sonó el teléfono. Charlie le dijo que había vuelto, pero con una voz extraña. Le preguntó si podían verse para comer al día siguiente.

– Sería estupendo -contestó Carole, intentando fingir alegría, pero no podía engañar a nadie, ni siquiera a sí misma.

Charlie parecía profundamente preocupado, y tan frío y serio que, después de haber acordado la hora a la que se verían, Carole pensó si no debería cancelar la cita. Sabía lo que se le venía encima. No la había invitado a cenar, ni le había dicho que quería verla aquella noche. Quería verla para comer, al día siguiente. Distancia. Espacio. Solo podía significar una cosa: que quería verla por cortesía, para decirle que todo había acabado. Las palabras estaban escritas en la pared con tal claridad que parecían una pintada. Lo único que podía hacer era esperar.

Ni siquiera se molestó en maquillarse a la mañana siguiente.

Para qué. A él ya le daba igual. Si la quisiera y la deseara, la habría llamado desde el barco durante las dos últimas semanas, o la habría visto la noche anterior, pero no lo había hecho. A lo mejor la quería, pero no la deseaba. Lo único que tenía que hacer ella era aguantar el dolor de oírselo decir. Estaba destrozada cuando Charlie apareció en el centro de acogida.

– Hola -dijo un tanto violento en el umbral del despacho. -¿Cómo te ha ido? Estás estupendamente.

Pero era él quien estaba estupendamente, muy bronceado y con traje gris. Tras haber pasado la noche entera en vela, preocupándose por él y pensando en él, Carole estaba hecha un asco, y así se sentía.

– ¿Dónde quieres que vayamos? -Carole quería quitárselo de encima lo antes posible, y lamentaba no haber llamado a Charlie para cancelar la cita. Consideraba que tenía que decírselo cara a cara, que iba a dejarla, pero también podría haberla llamado por teléfono. -¿De verdad quieres ir a comer? -Preguntó con desánimo. -¿No prefieres que hablemos aquí?

Pero sabía tan bien como Charlie que los interrumpirían constantemente, los niños, los voluntarios, los orientadores. Por su despacho pasaba todo el mundo, porque era el eje de la rueda.

– Vamos fuera. -Charlie era demasiado cortés y parecía tenso. Carole cogió su abrigo y salió del edificio detrás de él. -¿Mo o Sally? -le preguntó.

A Carole le daba igual. De todos modos, no tenía ganas de comer.

– Lo que quieras.

Charlie se decidió por el restaurante de Mo, que estaba más cerca, y fueron hasta allí en silencio. Mo saludó a Carole con la mano cuando entraron, y Carole intentó sonreír. Sentía la cara como acartonada, las piernas como de cemento y tenía una bola en el estómago. No veía la hora de acabar con aquello y volver a su despacho para llorar en paz.

Se sentaron en un rincón y los dos pidieron ensalada. Charlie tampoco tenía mucha hambre.

– ¿Qué tal el resto del viaje? -preguntó Carole cortésmente, y pasaron la siguiente media hora picoteando las ensaladas, sin comer gran cosa. Carole se sentía como si estuviera a punto de subir al patíbulo.

– Perdona si te molestó lo que te dije antes de que te fueras del barco. Después he estado pensando mucho en nosotros dos -dijo Charlie. Carole asintió, a la espera. Quería decirle que se diera prisa, pero se quedó allí, mirando al infinito, fingiendo que escuchaba. No quería oír lo que Charlie iba a decirle, solo tragárselo y marcharse. -Hay muchas razones para que esto funcione, y otras tantas para que no funcione. -Carole volvió a asentir, y sintió deseos de gritar. -Tenemos la misma educación, compartimos muchas inquietudes, los dos tenemos inclinaciones filantrópicas. Tú también detestas mi forma de vida, y quieres una vida mucho más sencilla -le sonrió, -aunque tu casa no es más sencilla que la mía. Creo que te gusta mi barco, y sabes navegar. Ninguno de los dos anda tras el dinero del otro. Los dos fuimos a Princeton.

Charlie siguió con aquella cantinela hasta que Carole pensó que le iba a dar algo. Lo miró, deseosa de poner fin a aquel tormento para los dos. Ya había durado suficiente.

– Vamos, Charlie, suéltalo. Puedo soportarlo. Ya soy mayorcita. Incluso me he divorciado. Acaba de una vez, por lo que más quieras.

Charlie se quedó perplejo.

– Pero ¿de qué crees que estoy hablando?

– De que se ha acabado. Lo entiendo. No tienes que adornarlo para que quede más mono. Ni siquiera hacía falta que me invitaras a comer, y ojalá no lo hubieras hecho. Podrías haberme llamado por teléfono o haberme enviado un correo electrónico. «Que te zurzan.» «Que te den por saco.» Cualquier cosa. A buen entendedor, con pocas palabras bastan, y llevas tres semanas lanzando indirectas. Así que, si me vas a dejar, hazlo, y ya está.

Sintió alivio tras haberlo soltado de aquella manera. Charlie la miraba de una forma rara, como si no supiera qué decir. Ella lo había dicho todo.

– ¿Para ti se ha acabado?

Charlie se quedó esperando la respuesta de Carole con una expresión de profunda tristeza. Ella vaciló unos momentos, pero decidió contarle la verdad. Ya no tenía nada que perder.

– No, para mí no se ha acabado -respondió al fin. -Te quiero. Me gustas. Creo que eres maravilloso. Lo paso bien contigo. Me gusta hablar contigo. Me encanta compartir mi trabajo contigo. Me encantó estar en el barco contigo. Me gustan tus amigos. Incluso me gusta el olor de los puros que fumas. Me encanta acostarme contigo. Esos son mis sentimientos, pero no los tuyos, o eso parece. Si es así, dejémoslo correr. Desde luego, no voy a intentar convencerte de algo que tú no quieres.

Charlie se quedó mirándola fijamente a los ojos un buen rato y después sonrió.

– ¿Eso es lo que creías? ¿Que he venido a decirte que se ha acabado?

– Pues sí. ¿Qué iba a pensar si no? Antes de marcharme del barco me dijiste un montón de bobadas, que si estabas preocupado por nosotros y no sé qué. Después he estado dos semanas sin saber nada de ti. Me llamas ayer, con voz de verdugo, y me invitas a comer, no a cenar. Así que creo que está todo muy claro. Vamos, Charlie, si vas a hacerlo, hazlo de una vez por todas.

Ya ni siquiera tenía miedo. Podía enfrentarse a ello. Había sobrevivido a peores situaciones, como llevaba diciéndose todo el día.

– Es la misma conclusión a la que yo he llegado en el barco: si vas a hacerlo, hazlo de una vez por todas. Deja de hacer el tonto. No esperes a que las ranas críen pelo. Al diablo con el defecto imperdonable, con que si te van a hacer daño y con preocuparte por si la persona a la que quieres se muere, te deja o resulta ser una cretina. Si vas a hacerlo, hazlo ya. Y si resulta un desastre, ya nos recuperaremos. Juntos. Carole, ¿quieres casarte conmigo?

Lo dijo mirándola a los ojos, y Carole se quedó boquiabierta, atónita.

– ¿Cómo?

– Que si te quieres casar conmigo.

Charlie sonrió, y a Carole se le llenaron los ojos de lágrimas. -¿Y me lo pides aquí, en el restaurante de Mo? ¿Ahora?

– ¿Por qué?

– Porque te quiero. A lo mejor eso es lo único que importa, y lo demás es pura apariencia.

– Quiero decir que por qué aquí, en Mo. ¿Por qué no me has llevado a cenar, o viniste a verme anoche o algo? ¿Cómo me puedes pedir una cosa así precisamente aquí?

Carole se estaba riendo entre lágrimas, y Charlie entrelazó las manos con las suyas sobre la mesa.

– Anoche tenía que ver a los abogados de la fundación para cerrar el año fiscal. No podía verte, y no quería esperar hasta esta noche. Pero aparte de eso, ¿quieres?

Carole siguió mirándolo largo rato con una amplia sonrisa. Charlie estaba un poco loco, pero era una locura agradable. De todos modos, locura era. Había llegado a aterrorizarla, a convencerla de que todo había acabado. Y lo que quería era casarse con ella. Se inclinó sobre la mesa y lo besó.

– Poco ha faltado para que me saliera una úlcera de estómago. Y sí, quiero casarme contigo, me encantaría. ¿Cuándo? Fue directamente al grano, sonriendo de oreja a oreja. -¿Qué te parece junio? Podríamos pasar la luna de miel en el barco. O en cualquier otra fecha que tú elijas. Tenía tanto miedo de que dijeras que no…

– Claro que no. Junio me parece estupendo. Carole aún no podía creer que se lo hubiera pedido. Parecía un sueño, a los dos se lo parecía.

– No queda mucho tiempo para preparar una boda -dijo Charlie, como disculpándose, pero ya que lo había decidido no quería esperar demasiado. Había llegado el momento.

– Ya lo arreglaré -dijo Carole mientras Charlie pagaba la cuenta, y volvieron al centro andando lentamente. No se esperaba en absoluto que las cosas fueran a acabar así.

– Te quiero -le dijo Charlie y la besó ante la puerta. La gente que pasaba les sonreía. Tygue, que volvía de comer, les preguntó burlón:

– ¿Qué? ¿Qué tal el día?

– Estupendo -contestó Carole sonriente y volvió a besar a su futuro marido antes de que él volviera a la ciudad. Misión cumplida.

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