Matt llamó a Ophélie para proponerle una salida en barco a principios de la última semana que pasaban en la playa, un día radiante y soleado. Los dos días anteriores habían transcurrido envueltos en niebla, y todo el mundo suspiró aliviado al contemplar aquel último estallido estival. Resultó ser el día más caluroso del año, tanto que Pip y Ophélie habían decidido protegerse del sol abrasador y almorzar dentro de casa. Matt llamó cuando estaban a punto de terminarse los bocadillos que había preparado Ophélie. Pip parecía soñolienta por el calor; tenía intención de bajar a la playa para ver a Matt, pero el sol brillaba con demasiada intensidad. Sería el primer día en mucho tiempo que no lo vería. De todos modos, no creía que hubiera salido a pintar. Era un día ideal para nadar o salir a navegar, como comentó Matt al telefonear a Ophélie.
– Hace semanas que quería proponérselo -dijo en tono de disculpa, sin poder explicar que había estado demasiado ocupado dibujando bocetos para el retrato de Pip-. Hace tanto calor que he pensado en salir esta tarde. ¿Le apetece acompañarme?
A Ophélie le parecía una idea excelente. Hacía demasiado calor para sentarse en la terraza o ir a la playa, y al menos en el mar soplaría la brisa. Durante la última hora se había levantado un poco de viento, lo que había dado a Matt la idea de navegar. Llevaba todo el día dentro de casa, dibujando a Pip de memoria, con ayuda de las fotografías y también de los bocetos que había realizado en la playa.
– Me parece estupendo -repuso Ophélie con entusiasmo.
Aún no había visto el velero, aunque sabía que Matt le tenía un gran cariño y le había prometido llevarla a navegar antes de que terminara el verano.
– ¿Dónde lo tiene amarrado? -preguntó.
– En un embarcadero privado junto a una casa de la laguna, muy cerca de la suya. Los propietarios nunca están y no les importa que deje el barco allí. Dicen que le añade encanto a la casa cuando vienen. Se mudaron a Washington el año pasado, y a mí me va muy bien el trato.
Le dio las señas de la casa y propuso reunirse con ella allí al cabo de diez minutos. Cuando Ophélie puso a Pip al corriente de sus planes, se sorprendió al comprobar que la niña parecía trastornada.
– ¿No te pasará nada, mamá? -preguntó, preocupada-. ¿No es peligroso? ¿Es muy grande el barco?
Ophélie se conmovió al escucharla y ver la expresión de sus ojos. Ella sentía exactamente lo mismo hacia su hija. Todo se les antojaba más ominoso, razón por la que se había inquietado tanto a principios de verano, cuando Pip desapareció en la playa. Solo se tenían la una a la otra, y el peligro ya no era un concepto abstracto para ellas, sino un monstruo muy real. La tragedia era una posibilidad cuya existencia ambas conocían y que les había cambiado la vida para siempre.
– No quiero que vayas -pidió Pip con voz asustada mientras Ophélie intentaba tomar una decisión.
La verdad es que tampoco podían vivir siempre atenazadas por el miedo. Quizá fuera buena idea demostrar a Pip que podían llevar una vida normal sin que sobreviniera ninguna desgracia. No creía que salir a navegar con Matt entrañara peligro alguno y estaba convencida de que era un navegador avezado. Habían hablado mucho del tema, y Matt era un experto desde niño, mucho más que ella. Ophélie llevaba al menos doce años sin navegar, pero también tenía cierta experiencia, y en aguas más traicioneras que aquellas.
– Cariño, todo irá bien, de verdad. Puedes mirarnos desde la terraza si quieres.
Pip no parecía apaciguada, sino más bien al borde del llanto.
– ¿De verdad no quieres que vaya?
Era un elemento que ni siquiera había considerado al aceptar la invitación de Matt. Además, iba a pedir a Amy que viniera a cuidar de Pip. Acababa de verla entrar, de modo que sabía que estaba en casa. O bien Pip podía pasar un par de horas en casa de la canguro si esta tenía cosas que hacer.
– ¿Y si te ahogas? -inquirió Pip con voz quebrada.
Ophélie se sentó y la subió con delicadeza a su regazo.
– No me voy a ahogar. Nado muy bien, y Matt también. Si quieres le pido que me preste un chaleco salvavidas.
Pip meditó unos instantes y por fin asintió algo más tranquila.
– Vale… -De repente, volvió a ser presa del pánico-. ¿Y si un tiburón ataca el barco?
Ophélie no podía negar que de vez en cuando se avistaban tiburones en aquellas aguas, pero nadie había visto ninguno en todo el verano.
– Miras demasiado la tele. Te prometo que no pasará nada. Podrás vernos desde aquí. Solo quiero salir a navegar con él un ratito. ¿Quieres acompañarnos?
Ophélie no quería que Pip fuera con ellos por las mismas razones que asustaban a la niña y que ahora se le antojaban algo absurdas. Además, a Pip no le hacía demasiada gracia el agua. Ophélie no quería que pasara miedo. Los veleros eran la pasión de Ophélie, no de su hija. Pip negó con la cabeza.
– Mira, le diré a Matt que quiero estar de vuelta dentro de una hora. Hace un día precioso y estaremos de regreso en un santiamén. ¿Qué te parece?
– Bien… -musitó Pip con expresión afligida.
Ophélie se sentía culpable, pero por otro lado tenía muchas ganas de salir a navegar con Matt y ver su barco aunque solo fuera un rato. Se sentía dividida, pero empezaba a parecerle importante demostrar a Pip que su madre podía marcharse y volver sin que ocurriera nada malo. También eso formaría parte del proceso de recuperación.
Fue a ponerse el bañador y unos pantalones cortos antes de llamar a Amy para pedirle que se quedara con Pip. La adolescente prometió ir al cabo de unos minutos, y para cuando Ophélie estuvo lista para salir ya había llegado. Pero antes de que su madre se fuera, Pip la abrazó con fuerza. De pronto, Ophélie fue consciente del golpe que las muertes de su padre y su hermano habían representado para ella. Era la primera vez que se comportaba de aquel modo, pero también era la primera vez que Ophélie salía; había pasado gran parte de los últimos diez meses tumbada en la cama, llorando.
– Volveré pronto, te lo prometo. Si no hace demasiado calor, puedes mirarnos desde la terraza, ¿vale?
Dicho aquello salió de la casa con toda la contundencia de que fue capaz, mientras Mousse la seguía con la mirada, meneando la cola. Ophélie se dirigió a la casa del embarcadero con aire pensativo. El coche ya estaba allí, y al poco encontró a Matt guardando algunas cosas en el barco, un pequeño pero hermoso velero en excelente estado. Saltaba a la vista el cariño que Matt le tenía. Toda la cubierta aparecía barnizada, los elementos de latón relucían, y el casco había recibido una nueva capa de pintura blanca aquella primavera. Era una embarcación de un solo mástil de unos doce metros de altura, con vela mayor, foque y una vela considerable para su envergadura. Asimismo, contaba con un bauprés corto que le confería aspecto de medir más de los diez metros de eslora que medía, un pequeño motor y un camarote diminuto de techo tan bajo que Matt no podía erguirse cuan largo era. Se llamaba Nessie II en honor a la hija que Matt llevaba seis años sin ver. Era una auténtica joya, y Ophélie la contempló desde el embarcadero con una sonrisa radiante.
– Es una preciosidad, Matt -alabó con sinceridad, impaciente por salir a navegar con él.
– ¿Verdad que sí? -exclamó él con aire complacido-. Quería que lo viera antes de que se fuera.
Y navegar en él era todavía mejor. También Matt parecía impaciente por ponerse en marcha. Ophélie se quitó las sandalias, y él la ayudó a embarcar. Puso en marcha el motor, y Ophélie le ayudó a desamarrar. Al poco avanzaban a buena velocidad por la laguna en dirección al mar. Era el día perfecto para salir a navegar.
– ¡Qué barco tan hermoso! -exclamó Ophélie mientras admiraba todos los pequeños detalles que Matt había cuidado con tanto esmero en sus horas libres.
El pequeño velero era algo de lo que estaba muy orgulloso, y Matt se alegraba de poder compartirlo con ella.
– ¿Cuándo fue construido? -preguntó Ophélie con interés cuando llegaron a la desembocadura de la laguna.
Matt enfiló mar adentro y apagó el motor al notar que la brisa arreciaba un poco. Por un instante, Ophélie saboreó el exquisito silencio del velero, la sensación del océano a sus pies y el viento que henchía las velas. Matt podía manejarlo solo, pero Ophélie se puso a ayudar sin que él se lo pidiera.
– En mil novecientos treinta y seis -repuso con orgullo-. Hace unos ocho años que lo tengo; se lo compré a un hombre que había sido su propietario desde el final de la guerra. Estaba en muy buen estado, pero lo he restaurado bastante.
– Es una maravilla -suspiró.
De repente recordó la promesa que le hiciera a Pip. Asomó la cabeza al camarote y cogió un chaleco salvavidas colgado de un gancho. Matt la miró con cierta sorpresa. Ophélie le había asegurado que era una buena nadadora y además le encantaba navegar.
– Se lo he prometido a Pip -señaló ella a modo de explicación.
Matt asintió mientras el viento los conducía mar adentro. La sensación del barco surcando el agua con infinita dulzura era incomparable. Matt y Ophélie intercambiaron la sonrisa larga y lenta de dos marineros gozando del placer de navegar en un día perfecto.
– ¿Le importa si nos alejamos un poco? -preguntó.
Ophélie negó con la cabeza, extasiada. No le importaba en absoluto dejar atrás la playa y la hilera de casas que la bordeaba. Se preguntó si Pip estaría mirándolos y esperó que sí. Era un espectáculo precioso. Al poco, sentada junto a él al timón, Ophélie le contó la reacción de Pip.
– Supongo que no me había dado cuenta de lo angustiada que está desde…
No terminó la frase, y Matt la comprendió. Ophélie volvió el rostro hacia el sol y cerró los ojos. Matt no sabía qué era más hermoso, si el velero que tanto amaba o la mujer sentada junto a él.
Navegaron largo rato en silencio, hasta perder de vista la playa. Ophélie había prometido a Pip volver pronto, pero resultaba muy tentador seguir adelante y dejar el mundo atrás. Casi había olvidado el alivio que producía navegar en un barco hermoso. Era la sensación más serena que conocía. Matt se alegró de comprobar que era una auténtica marinera y que disfrutaba de la excursión tanto como él había esperado. Por un instante, Ophélie deseó no volver jamás, seguir experimentando siempre aquella sensación extraordinaria de libertad y paz. Hacía años que no se sentía tan feliz y estaba encantada de poder compartir el momento con él.
Rebasaron unos cuantos botes de pesca a los que saludaron con la mano, y en lontananza divisaron un carguero que se dirigía al puerto. Cuando se aproximaban a los Farallones, Matt se asomó como si mirara algo. Ophélie miró en la misma dirección, pero no vio nada. Se preguntó si habría visto una foca o un pez grande, y esperó que no se tratara de un tiburón. Matt le cedió el timón, bajó al camarote en busca de unos prismáticos, volvió a subir y oteó con ellos el horizonte con el ceño fruncido.
– ¿Qué pasa? -preguntó Ophélie.
No estaba preocupada, tan solo sentía curiosidad. Tenía muchas ganas de quitarse el pesado chaleco salvavidas, pero había hecho una promesa a Pip y quería cumplir su palabra por principio, no por necesidad.
– Me ha parecido ver algo hace un momento -repuso Matt-, pero creo que me equivocaba.
El oleaje había crecido un poco, lo cual no molestaba a Ophélie, pero dificultaba la visibilidad. No se había mareado ni una sola vez en toda su vida; de hecho, le encantaba el vaivén del barco, por intenso que fuera.
– ¿Qué cree haber visto? -inquirió con interés al tiempo que se sentaba junto a él.
Matt contempló la posibilidad de regresar, pues se habían alejado mucho y llevaban navegando más de una hora, casi dos, en realidad, impulsados por un considerable viento de popa.
– No estoy seguro… Parecía una tabla de surf, pero estamos demasiado lejos, a menos que se haya caído de un barco.
Ophélie asintió. En el momento en que Matt ajustaba las velas para virar, Ophélie lo vio y le gritó algo para hacerse oír por encima del viento al tiempo que señalaba. Cogió los prismáticos, y esta vez no solo vio la tabla, sino también a un hombre aferrado a ella. Hizo un gesto frenético a Matt, que le arrebató a toda prisa los prismáticos, miró y asintió. Juntos arriaron las velas, y Matt puso en marcha el motor para dirigirse a toda velocidad hacia lo que habían visto. Arriar las velas con aquel viento resultó más difícil de lo que parecía.
Tardaron varios minutos en alcanzar la tabla y comprobar que el hombre aferrado a ella era apenas más que un niño. Estaba casi inconsciente, con el rostro grisáceo y los labios morados. Era imposible conjeturar de dónde había salido ni cuánto tiempo llevaba allí. Se encontraba a muchos kilómetros de la orilla. Ophélie estabilizó el velero mientras él bajaba de nuevo a la cabina para coger un cabo resistente. El oleaje había arreciado aún más, y a Ophélie se le hizo un nudo en la garganta al pensar en la imposibilidad de subir al muchacho al velero. Sacarlo del agua sería una proeza hercúlea, pero todavía lo sería más conseguir amarrarlo con el cabo. Cuando se acercaron más a él advirtieron que temblaba como una hoja y los miraba con expresión desesperada.
– ¡Aguanta! -gritó Matt.
Era consciente de que mientras siguiera aferrado a la tabla, no podría atarse la cuerda, pero por otro lado, si se soltaba podía ahogarse. Llevaba un traje de neopreno corto, que sin duda lo había mantenido con vida hasta entonces. Con el corazón en un puño, Ophélie calculó que tendría unos dieciséis años, la misma edad que ahora tendría Chad. El único pensamiento que poblaba su mente era para la mujer que estaba a punto de perder a su hijo y sumirse en un dolor innombrable. No sabía cómo podían salvarlo. Matt tenía una pequeña radio a bordo, pero a excepción del carguero, que se encontraba a varios kilómetros de distancia, no había ninguna embarcación a la vista, y tampoco el guardacostas llegaría a tiempo. Si querían que el chico sobreviviera tendrían que salvarlo ellos. No había forma de saber en qué estado se hallaba ni cuánto rato había pasado en el agua, pero a todas luces no les quedaba mucho tiempo. Matt cogió un chaleco salvavidas de la cabina y antes de lanzarse al agua hizo una pregunta a Ophélie.
– ¿Se ve capaz de maniobrar el barco sola hasta la costa si es necesario?
Ophélie asintió sin titubear. De jovencita había navegado muchos años sola en la Bretaña, a menudo con el mar embravecido y en condiciones mucho más adversas que aquellas. Pero Matt necesitaba cerciorarse antes de dejarla sola a bordo.
Matt hizo una lazada con la cuerda y la llevó consigo al zambullirse en el mar. Instintivamente, el muchacho se aferró a él y a punto estuvo de ahogarlo mientras Matt pugnaba por pasarle la cuerda alrededor del cuerpo. De algún modo consiguió situarse a su espalda mientras el chico agitaba débilmente los brazos y Ophélie presenciaba la angustiosa escena desde cubierta. Le dio la impresión de que tardaba una barbaridad en deslizarle el cabo bajo los brazos y arrastrarlo de vuelta hacia el velero. En aquel instante, Ophélie comprendió lo fuerte que era y el esfuerzo inhumano que estaba realizando. Al acercarse al velero con el muchacho, Matt le gritó algo, y Ophélie entendió al instante a qué se refería. Matt le lanzó la cuerda. Milagrosamente, Ophélie la cazó al vuelo y la sujetó al cabestrante. Sabía lo que debía hacer, pero la cuestión era si sería capaz de hacerlo y salvarlos a ambos. Después de cinco intentos fallidos, cuando ya empezaba a desesperarse, la cuerda quedó bien sujeta, y el cabestrante izó lentamente al muchacho. Apenas le quedaban fuerzas para aferrarse a la cuerda, pero no importaba. Por fin cayó desplomado sobre cubierta. Estaba a punto de perder el conocimiento y temblaba con violencia. Ophélie se volvió hacia Matt, desató la cuerda y se la arrojó.
Pese al oleaje, Matt la alcanzó sin esfuerzo, y el cabestrante lo alzó hasta el barco. Tras evaluar la situación, concluyó que sería más rápido navegar a vela. El viento había arreciado aún más, y creía poder alcanzar la costa más deprisa que a motor. Así pues, izó de nuevo las velas mientras Ophélie sacaba una manta de la cabina para abrigar al muchacho. El joven la miraba con ojos moribundos. Ophélie conocía aquella expresión, pues la había visto las dos veces que Chad intentara suicidarse. En aquel momento, se juró por lo más sagrado que salvaría a aquel muchacho. A todas luces había salido con la tabla y algo, probablemente una corriente de resaca, lo había arrastrado demasiado lejos para que pudiera regresar por sus propios medios. Era un milagro que Matt y Ophélie hubieran llegado en aquel preciso instante a aquel preciso lugar. Matt puso rumbo a la costa y al cabo de unos instantes indicó a Ophélie que había una botella de brandy en la cabina y que le diera un poco al chico. Ophélie negó con la cabeza, y él, creyendo que no lo había entendido, se lo repitió. Sin saber qué otra cosa hacer, Ophélie se tumbó bajo la manta con el tembloroso muchacho y lo abrazó con fuerza con la esperanza de que su calor corporal lo mantuviera con vida hasta que llegaran a la orilla. Al poco, Matt le pasó el timón y bajó a la cabina para llamar a los guardacostas. Tardó menos en localizarlos de lo que esperaba y les dijo que tenían una urgencia médica grave a bordo; creía que alcanzaría la costa antes de que ellos los alcanzaran y les pidió que acudieran con una unidad médica o bien que intentaran llegar al velero si podían.
A medio camino, el viento amainó, de modo que Matt arrió las velas y puso de nuevo el motor en marcha. Ya quedaba poco, la orilla ya estaba a la vista. Matt alternaba la mirada entre la costa y Ophélie, que seguía abrazada al muchacho. Éste llevaba veinte minutos inconsciente y parecía casi muerto. Ophélie, por su parte, estaba muy pálida.
– ¿Se encuentra bien? -le preguntó Matt.
Ophélie asintió, pero aquella escena le resultaba demasiado familiar, le recordaba dolorosamente a Chad. Lo único que deseaba era salvar a aquel muchacho para que su madre jamás tuviera que pasar por lo que ella había pasado.
– ¿Cómo está el chico?
– Sigue vivo.
Ophélie lo estrechaba entre sus brazos, y también ella estaba empapada bajo la manta, pero no le importaba. El sol brillaba con fuerza, y el placentero paseo se había convertido en una carrera contra la muerte.
– ¿Por qué no le ha dado el brandy? -preguntó Matt mientras forzaba el motor al máximo; nunca le había exigido tanto, pero de momento el velero no lo había defraudado hasta entonces.
– Lo habría matado -repuso ella con expresión desesperada; el muchacho yacía inerte y frío entre sus brazos, pero aún percibía su pulso debilísimo-. Habría desviado toda la circulación sanguínea hacia las extremidades, y necesita la sangre en el tronco para irrigar el corazón.
Las extremidades del muchacho estaban heladas, pero la circulación sanguínea que le quedaba estaba donde más la necesitaba.
– Menos mal que sabía usted eso -observó Matt, rezando por que lograran salvar al chico.
Por entonces ya habían alcanzado la desembocadura de la laguna. Se hallaban a escasos minutos de la orilla, y al poco oyeron sirenas y vieron luces de emergencia en la playa más próxima a ellos. Sin vacilar, Matt dirigió el velero hacia el embarcadero privado de un desconocido. Numerosos curiosos se habían arremolinado para mirar, mientras los enfermeros saltaban a bordo. Ophélie se apartó del muchacho y se incorporó con dificultad. Sin poder contener las lágrimas, observó a los enfermeros mientras lo examinaban y acto seguido lo tendían en una camilla. De repente, uno de ellos se volvió hacia ella y le hizo la señal de la victoria con una sonrisa. El chico seguía vivo. Ophélie se puso a temblar como una hoja; Matt se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos. Ophélie seguía llorando cuando dos hombres que se habían apeado de un camión de bomberos subieron a bordo con cierta torpeza.
– Le han salvado la vida -exclamó el agente de más rango con admiración-. ¿Alguien sabe cómo se llama?
Ophélie se limitó a sacudir la cabeza mientras Matt les contaba lo sucedido. Los agentes tomaron notas para el informe y los felicitaron una vez más. Los camiones de bomberos tardaron media hora en irse. Luego, Matt volvió a poner en marcha el motor y se dirigió despacio a su propio embarcadero. Ophélie estaba demasiado trastornada para articular palabra; permaneció sentada junto a él sin dejar de tiritar, mientras él navegaba con una mano para poder rodearle los hombros con el otro brazo.
– Lo siento, Ophélie -se disculpó, consciente de lo que el episodio habría significado para ella-. Solo pretendía dar un agradable paseo en barca.
– Y lo ha sido; hemos salvado la vida de un chico y el corazón de su madre.
Si es que sobrevivía. Nadie lo sabía aún a ciencia cierta, pero cuando menos tenía una oportunidad, algo que no habría tenido en el lugar donde lo habían encontrado, aferrado a su tabla, que por cierto habían abandonado en el mar porque Matt no había querido perder el tiempo intentando rescatarla.
Ambos estaban exhaustos cuando amarraron el Nessie II en el embarcadero y bajaron del barco tras guardar todas las cosas y cerrar la cabina. Matt tenía que pasar la manguera por cubierta para quitar la sal, pero volvería más tarde. Habían transcurrido cinco horas desde que salieran del embarcadero. Ophélie apenas tenía fuerzas para caminar, de modo que Matt la llevó en coche a su casa. Ninguno de los dos estaba preparado para la situación que se encontraron. Pip sollozaba tumbada en su cama, y Amy intentaba consolarla con expresión trastornada. Los había mirado alejarse y, al ver que no regresaban al cabo de una hora ni de dos, la niña se convenció de que había sucedido lo peor, de que el barco se había hundido o de que su madre se había ahogado. Seguía llorando sin consuelo cuando Ophélie entró en su habitación mientras Matt permanecía de pie en el umbral, consternado.
– No pasa nada, Pip… no pasa nada… Ya estoy aquí -le musitó Ophélie.
La horrorizaba encontrarla en aquel estado, y de repente se sintió profundamente culpable por haberse apartado siquiera de su lado. Las cosas no habían salido como esperaban, pero, por otro lado, habían salvado una vida. Parecía cosa del destino que Matt la hubiera invitado a navegar ese día.
– ¡Dijiste que volverías al cabo de una hora! -le gritó Pip al tiempo que se volvía a ella con una expresión entre acusadora y aterrada.
Al igual que el terror había atenazado a Ophélie al ver al muchacho moribundo que tanto le recordó a Chad, el miedo había convencido a Pip de que había perdido a su madre.
– Lo siento… No sabía… Ha pasado algo…
– ¿Ha volcado el barco? -preguntó Pip con expresión aún más atemorizada.
En aquel momento, Matt entró en la habitación para unirse a ellas, y Amy salió con discreción. Hacía horas que se le habían acabado los argumentos para intentar consolar a Pip, y jamás se había alegrado tanto de ver llegar a la madre de la niña.
– No, no ha volcado -le aseguró Ophélie con delicadeza mientras la abrazaba con fuerza, un gesto mucho más poderoso en aquellos momentos que cualquier explicación-. Y me he puesto el chaleco salvavidas como te había prometido.
– Yo también -añadió Matt sin saber si era bien recibido o más bien un intruso en aquella escena entre una madre y su hija angustiada.
– Encontramos a un chico en el agua, muy lejos de la orilla, agarrado a una tabla de surf, y Matt lo ha salvado.
Pip abrió los ojos de par en par al oír aquello.
– Los dos lo hemos salvado -puntualizó Matt-. Tu madre ha estado genial.
Recordó la escena aún más impresionado que antes. Ophélie se había mostrado serena y eficiente; no podría haber salvado al muchacho sin su ayuda.
Contaron a Pip lo sucedido, y Ophélie consiguió sacar fuerzas de flaqueza para tranquilizarla. Al cabo de un rato, mientras los tres tomaban té caliente, Matt llamó al hospital. Le explicaron que el estado del chico era grave, pero estable por el momento. Tardaría bastante en recuperar el conocimiento, pero por lo visto se pondría bien. Su familia estaba con él en el hospital general de Marín. Matt les comunicó la noticia con lágrimas en los ojos, y Ophélie cerró los suyos un largo instante. Solo podía pensar en la tragedia evitada y en la gratitud que experimentaba. Acababan de ahorrar la tragedia y la más profunda de las penas a una mujer a la que nunca conocerían. No cabía en sí de gozo por haber sido capaz de salvar al muchacho.
Al cabo de una hora, cuando Matt se disponía a marcharse, Pip ya se había calmado un tanto, pero declaró que no quería que su madre volviera a salir a navegar jamás. A todas luces, había sido una tarde traumática para ella, aun sin saber lo que había sucedido. Les contó que había oído las sirenas dirigiéndose al espigón y que estaba convencida de que su madre y Matt habían muerto. Había sido un día espantoso para ella, y Matt se disculpó de nuevo ante ambas por lo que habían sufrido. Tampoco para él había sido fácil, y Ophélie era muy consciente de que podría haberse ahogado mientras intentaba sacar al chico del agua. Los dos podrían haber muerto, y ella no podría haber hecho nada para ayudarlos. Habían eludido la tragedia por los pelos. Al cabo de un rato, Matt la llamó por teléfono.
– ¿Cómo está Pip? -se interesó en tono preocupado y casi exhausto.
Había vuelto al barco para pasar la manguera por cubierta, apenas capaz de levantar los brazos para hacerlo, y al llegar a casa había pasado una hora entera sumergido en la bañera con agua caliente. Hasta entonces no se había dado cuenta del frío que tenía ni del choque que había sufrido.
– Ahora está bien -aseguró Ophélie con calma.
También ella se había dado un baño caliente y se sentía mejor, aunque estaba tan fatigada como él.
– Creo no soy la única que se preocupa más que antes.
Para Pip, el miedo a perder a su madre se había convertido en la peor de las pesadillas, y sabía mejor que nadie con qué facilidad podía suceder. Nunca volvería a sentirse del todo segura. En buena parte, había perdido la inocencia de la niñez diez meses antes.
– Has estado increíble -la alabó Matt.
– Tú también -replicó ella, aún impresionada por lo que Matt había hecho y la determinación que había mostrado en todo momento, sin vacilar un solo instante en arriesgar la vida por aquel muchacho desconocido.
– Si alguna vez quiero caerme por la borda, te llevaré conmigo -prometió Matt con admiración-. Y menos mal que sabías lo del brandy. Yo se lo habría hecho beber y lo habría matado.
– Bueno, eso es gracias a los cursos de primeros auxilios y las clases preparatorias para la facultad de medicina; de lo contrario tampoco yo habría sabido qué hacer. Pero en cualquier caso, lo que importa es que todo ha salido bien.
En definitiva, era el trabajo en equipo lo que había salvado al chico.
Aquella noche, Matt volvió a llamar al hospital para interesarse por él y acto seguido telefoneó a Ophélie para decirle que evolucionaba bien. A la mañana siguiente había experimentado una clara mejoría, y sus padres llamaron tanto a Matt como a Ophélie para agradecerles calurosamente su heroicidad. Estaban horrorizados por lo sucedido, y la madre no consiguió contener las lágrimas mientras hablaba con Ophélie. No sabía lo bien que Ophélie conocía la tragedia que ella había eludido.
La noticia salió en los periódicos, y Pip se la leyó a su madre durante el desayuno. Luego la miró de hito en hito con expresión penetrante.
– Prométeme que nunca más harás una cosa así… No puedo… No podría… Si tú…
No pudo terminar la frase, y los ojos de Ophélie se inundaron de lágrimas mientras asentía.
– Te lo prometo; yo tampoco podría vivir sin ti -musitó.
Dobló el periódico y abrazó a su hija. Al cabo de unos instantes, la niña salió a la terraza y se sentó junto a Mousse, absorta en sus pensamientos mientras contemplaba el océano. El día anterior había sido demasiado terrible para recordarlo. Ophélie se quedó de pie en el salón, mirándola con las mejillas empapadas de lágrimas, dando gracias por que todo hubiera salido bien.