Aquella noche, al volver a casa, Ophélie miró en derredor como si lo viera todo por primera vez. El lujo, las comodidades, los colores, la calidez, el frigorífico repleto de comida, la bañera, el agua caliente en que se sumergió… De repente, todo se le antojaba infinitamente precioso mientras se relajaba en la bañera durante casi una hora, pensando en lo que había visto y hecho, en el compromiso que acababa de contraer. Nunca se había sentido tan afortunada ni segura de sí misma. Al enfrentarse a lo que más temía, su propia mortalidad en las calles, ya no le parecían tan amenazadores otros peligros, como los fantasmas que poblaban su mente, el sentimiento de culpabilidad por haber instado a Chad a acompañar a Ted o el dolor en apariencia sin fondo. Si era capaz de afrontar los peligros de la calle y sobrevivir a ellos, lo demás parecía mucho más fácil. Al acostarse junto a Pip, que había decidido dormir en la cama de su madre aquella noche, se dijo que jamás había experimentado tal gratitud por tener a su hija y la vida que compartían. Se durmió abrazada a ella, dando gracias en silencio, y despertó sobresaltada cuando sonó el despertador. Por un instante no recordó dónde estaba. Había soñado con las calles y las personas que había visto en ellas; sabía que recordaría aquellos rostros el resto de sus días.
– ¿Qué hora es? -farfulló al tiempo que apagaba el despertador y dejaba caer la cabeza de nuevo sobre la almohada.
– Las ocho. Tengo partido a las nueve, mamá.
– Ah… vale…
Aquello le recordó que aún tenía una vida, una vida con Pip, y que tal vez lo que había hecho la noche anterior era más que una pequeña locura. ¿Qué sería de Pip si a ella le sucedía algo? Sin embargo, aquella perspectiva ya no parecía tan probable. El equipo parecía muy eficiente y, en la medida de lo posible, no corrían riesgos evidentes aparte de los riesgos inherentes a la calle. Pese a ello, daba bastante miedo; Pip era responsabilidad suya, lo tenía muy claro.
Seguía pensando en ello cuando se levantó, se vistió y bajó para prepararle el desayuno a Pip.
– ¿Qué tal anoche, mamá? ¿Qué hiciste?
– Pues fue muy interesante. Trabajé con el equipo de asistencia en la calle -explicó antes de dar a Pip una versión edulcorada de sus actividades.
– ¿Es peligroso? -quiso saber Pip, preocupada, mientras se terminaba el zumo y atacaba los huevos revueltos.
– Hasta cierto punto -reconoció Ophélie, reacia a mentir-, pero los del equipo tienen mucho cuidado y saben lo que se hacen. Anoche no vi a ninguna persona peligrosa, pero por supuesto en las calles pasan cosas -advirtió, incapaz de ocultar la verdad.
– ¿Volverás a hacerlo? -preguntó Pip con la misma expresión.
– Me gustaría. ¿A ti qué te parece?
– ¿Te gusta? -inquirió la niña con sensatez.
– Me encanta. Esas personas necesitan mucha ayuda.
– Pues entonces adelante, mamá, pero ten cuidado. No quiero que te pase nada.
– Yo tampoco. Puede que los acompañe un par de veces más, a ver qué tal. Si me parece demasiado peligroso, lo dejaré.
– Muy bien. Por cierto -añadió por encima del hombro mientras subía la escalera en busca de sus zapatillas deportivas-, le dije a Matt que podía venir al partido si quería. Me dijo que quería.
– Es muy temprano, puede que no llegue a tiempo -advirtió Ophélie; no quería que Pip sufriera una decepción e ignoraba si Matt lo había dicho en serio-. También le dije a Andrea que podía venir. Tendrás todo un equipo de animadores.
– Espero jugar bien -suspiró la niña mientras se ponía la sudadera.
En cuanto estuvo lista, Ophélie dejó subir a Mousse al asiento trasero del coche, y a los pocos minutos se dirigían al campo de polo de Golden Gate Park, donde se celebraba el encuentro. La bruma aún lo envolvía todo, pero daba la impresión de que sería un hermoso día. Pip puso la radio bastante fuerte. Mientras conducía, Ophélie se puso a pensar de nuevo en lo que había visto la noche anterior, en los pobres indigentes hacinados en campamentos improvisados y cajas de cartón, durmiendo sobre el hormigón con el único abrigo de unos pocos andrajos. A la luz del día, le parecía más increíble aún que la noche anterior, pero se alegraba de haber accedido a volver y formar parte del equipo, algo que la atraía sobremanera. No veía el momento de volver a salir, pensó sonriendo para sus adentros. Al apearse del coche junto al campo de polo, se sorprendió al ver a Matt. Pip profirió una exclamación de alegría y se le arrojó al cuello. Matt llevaba una gruesa chaqueta de piel de oveja, zapatillas deportivas y téjanos, atuendo que le confería un aspecto adecuadamente paternal.
– Eres un buen amigo -señaló Ophélie mientras Pip corría al terreno de juego-. Debes de haber salido al alba para llegar a tiempo -añadió con una sonrisa agradecida.
– Qué va, a las ocho. Tenía ganas de venir.
No le contó que antes del divorcio acudía a todos los partidos de Robert, y también a muchos en Auckland, donde su hijo había aprendido a jugar al rugby.
– Pip te esperaba; gracias por no decepcionarla -dijo Ophélie con sinceridad.
En honor a la verdad, Matt no había decepcionado a Pip ni una sola vez; era la única persona con la que ambas podían contar al cien por cien.
– No me lo habría perdido por nada del mundo. Antes era entrenador.
– No se lo digas o te fichará para el equipo.
Ambos se echaron a reír y permanecieron de pie durante largo rato, presenciando el partido. Pip estaba jugando bien y había marcado un gol cuando Andrea llegó con el pequeño en el cochecito, envuelto en un pequeño edredón de plumas para combatir el frío. Ophélie le presentó a Matt, y los tres charlaron durante un rato. Ophélie intentó hacer caso omiso de las vibraciones contenidas en las preguntas, opiniones y suposiciones que Andrea le transmitió al ver a Matt; procuró mostrarse tranquila en todo momento y, después de que el bebé llorara durante media hora porque tenía hambre, su amiga se marchó. Sin embargo, Ophélie estaba segura de que tendría noticias suyas más tarde y esquivó todas las miradas significativas que su amiga le lanzó antes de alejarse.
– Es la madrina de Pip y mi mejor amiga -explicó Ophélie.
– Pip me ha hablado de ella y del bebé. Si la descripción de Pip es correcta, me parece una mujer muy valiente.
Se refería, aunque con gran discreción, a la historia del banco de semen que Pip le había contado, y Ophélie lo captó de inmediato, agradeciendo la delicadeza con que tocaba el tema.
– Sí, fue una decisión muy valiente, pero creía que nunca tendría hijos por otros métodos, y está encantada con el bebé.
– Es muy mono -comentó Matt antes de volver a concentrarse en el partido.
Los dos se alegraron mucho cuando el equipo de la niña ganó el encuentro. Pip llegó corriendo con una amplia sonrisa mientras ambos la alababan.
Matt las invitó a comer, y fueron a un restaurante que eligió Pip. Disfrutaron de un almuerzo muy agradable, y a continuación Matt volvió a la playa. Quería seguir trabajando en el retrato, como le comentó a la niña en un susurro antes de irse. Pip y Ophélie regresaron a casa. El teléfono sonaba cuando abrió la puerta, y enseguida adivinó de quién se trataba.
– Vaya, vaya, así que ahora viene a los partidos de Pip -exclamó Andrea con intención mientras Ophélie sacudía la cabeza, exasperada-. Creo que me ocultas muchas cosas.
– Puede que esté enamorado de ella y algún día se convierta en mi yerno -bromeó Ophélie con una carcajada-. No te oculto nada.
– Pues en ese caso estás loca. Es el hombre más guapo que he visto en muchos años. Si es heterosexual, no lo dejes escapar, por el amor de Dios. ¿Crees que lo es?
– ¿El qué? -replicó Ophélie, sin acabar de entender a qué se refería.
A decir verdad, nunca se había detenido a pensarlo, y en cualquier caso le traía sin cuidado. Solo eran amigos.
– Heterosexual. ¿Crees que es gay?
– No lo creo, pero nunca se lo he preguntado. Estuvo casado y tiene dos hijos, por el amor de Dios. Pero, de todas formas, ¿qué más da?
– Podría haberse vuelto homosexual después -señaló Andrea con gran sentido práctico, aunque no lo creía-. Pero no lo parece. Lo que me parece es que estás loca si dejas escapar esta oportunidad. Los tipos como él van más buscados que los terroristas islámicos.
– Ni terroristas islámicos ni porras. No creo que esté más disponible que yo. Creo que quiere estar solo.
– Puede que esté deprimido. ¿Toma medicación? Podrías sugerírselo, a lo mejor eso rompe el hielo. Claro que entonces podrías tener que lidiar con los efectos secundarios. Algunos antidepresivos reducen la libido. Claro que siempre queda la Viagra -canturreó Andrea, optimista, mientras Ophélie resoplaba al otro extremo de la línea.
– Se lo sugeriré a la primera oportunidad; seguro que estará encantado. Mira, no le hace falta Viagra para cenar con nosotras, y no creo que esté deprimido, sino más bien herido.
Lo cual era muy distinto.
– Es lo mismo. ¿Cuánto tiempo hace que lo dejó su mujer? ¿Diez años? No es normal que siga solo ni que se interese tanto por Pip si no es un pederasta, cosa que dudo. Necesita una relación, como tú.
– Gracias, doctora, ya me encuentro mucho mejor. Pobre hombre, con lo bien que le iría todo si supiera que estás reorganizando su vida y la mía, además de recetarle Viagra.
– Alguien tiene que hacerlo; a todas luces es incapaz de organizarse solo, y tú tres cuartas partes de lo mismo. No puedes seguir así toda la vida. Además, Pip se marchará dentro de unos años.
– Ya he pensado en ello y me pone de los nervios, gracias, pero tendré que hacerme a la idea. Por suerte, aún me queda tiempo.
No obstante, era una de las cosas que más la atemorizaba en aquellos momentos; no concebía la perspectiva de vivir sola, sin Pip, en cuanto la niña creciera. La sola idea la deprimía sobremanera, la dejaba sin aliento. Pero en cualquier caso, Matthew Bowles no era la solución a sus problemas. Tendría que habituarse a estar sola y disfrutar de Pip cuanto pudiera mientras siguiera en casa. Ophélie no buscaba a nadie para llenar el vacío que Chad y Ted habían dejado en su vida ni el que dejaría Pip cuando se fuera de casa. Tendría que llenarlo a base de trabajo, amigos y cualquier otra cosa que pudiera encontrar, como su voluntariado con los indigentes.
– Matt no es la respuesta -aseguró a Andrea.
– ¿Por qué no? A mí me parece estupendo.
Le parecía más que estupendo, a decir verdad.
– Pues lígatelo tú y dale tú la Viagra. Estoy seguro de que te lo agradecerá mucho -rió Ophélie.
Andrea era un caso, pero eso no constituía ninguna novedad. Era una de las cosas que le gustaban de ella, además del hecho de que fueran tan distintas.
– Puede que lo haga. ¿Cuándo es el próximo partido?
– Eres la pera. ¿Por qué no te limitas a ir a Safe Harbour y derribas su puerta con un hacha? Puede que le impresione tu decisión inamovible de salvarlo de sí mismo.
– Me parece una idea genial -exclamó Andrea sin inmutarse.
Siguieron charlando unos minutos, pero Ophélie no le habló de la excepcional noche que había vivido en las calles. Más tarde, ella y Pip fueron al cine y volvieron a casa para cenar. A las diez, ambas dormían a pierna suelta en la cama de Ophélie.
A esa hora, en Safe Harbour, Matt continuaba trabajando en el retrato de Pip. Esa noche se debatía con la boca mientras pensaba en el aspecto de la niña al terminar el partido. En su rostro se dibujaba la más irresistible de las sonrisas. Le encantaba contemplarla, pintarla, estar con ella. También disfrutaba de la compañía de Ophélie, pero probablemente no tanto como con la de Pip. Era un ángel, un duendecillo, un alma joven de anciana sabiduría en un cuerpo de niña. Quedó muy satisfecho con los progresos que hizo en el retrato antes de acostarse. A la mañana siguiente, cuando Pip lo llamó, aún dormía. La niña se disculpó en cuanto comprendió que lo había despertado.
– Siento haberte despertado, Matt. Creía que ya te habrías levantado.
Eran las nueve y media, bastante tarde a su juicio, pero Matt no se había acostado hasta casi las dos.
– No pasa nada, es que anoche estuve trabajando en nuestro proyecto. Creo que casi está listo -anunció en tono complacido.
– A mi madre le encantará -auguró Pip, también contenta-. Podríamos ir a cenar una noche y me lo enseñas. Mamá va a trabajar dos noches por semana.
– ¿Haciendo qué? -preguntó Matt, sorprendido.
Ni siquiera sabía que tuviera un empleo aparte del voluntariado que tenía intención de empezar en el centro Wexler. Aquello parecía más serio, más oficial.
– Va a trabajar en una furgoneta, atendiendo a indigentes en la calle, los martes y los jueves. Pasará casi toda la noche fuera, y Alice se quedará a dormir porque será demasiado tarde para que vuelva a casa cuando llegue mi madre.
– Parece muy interesante -comentó Matt. Y también muy peligroso, añadió mentalmente, aunque no quería asustarla-. Me encantaría ir a cenar un día, pero creo que deberíamos quedar una noche que tu madre pueda acompañarnos, porque si no podría sentirse excluida.
Disfrutaba de la compañía de Ophélie, pero además nunca perdía de vista las formas y no le parecía correcto ver a una niña de la edad de Pip sin su madre, salvo en la playa, como había sucedido durante todo el verano. Pero en la ciudad era distinto, al menos en su opinión, y sospechaba que Ophélie estaría de acuerdo con él. Casi todas sus ideas sobre los niños coincidían, y Matt respetaba sobremanera el modo en que Ophélie había educado a Pip. Los resultados eran excelentes, a juzgar por lo que se apreciaba.
– Podrías venir a visitarnos la semana que viene.
– Lo intentaré -prometió.
Sin embargo, no consiguieron quedar durante varias semanas. Matt estaba terminando el retrato y tenía otros asuntos que atender. Por su parte, Ophélie estaba más ocupada de lo que jamás habría imaginado. Había decidido trabajar tres días por semana en el centro y salir dos noches con el equipo. Era una agenda muy apretada, y Pip tenía más deberes de lo que le gustaba reconocer.
El 1 de octubre Matt llamó a Ophélie y la invitó a pasar el día en la playa el fin de semana siguiente, pero ella vaciló unos instantes antes de exponerle su reticencia.
– El aniversario de la muerte de Ted y Chad es el día anterior -dijo con tristeza-. Creo que será un día duro para las dos; no sé cómo estaremos después y no me gustaría nada ir a verte deprimida. Quizá sería mejor esperar una semana más. De hecho, Pip cumple años la semana siguiente.
Matt lo recordaba vagamente, aunque la niña no le había hablado mucho del asunto, lo que le parecía muy discreto y adulto.
– Podríamos hacer las dos cosas. Veamos cómo va todo el día después del aniversario. Tal vez os siente bien venir a Safe Harbour para cambiar de aires. No hace falta que me digas nada hasta el mismo día. Y, si no te parece mal, me encantaría invitaros a cenar para celebrar el cumpleaños de Pip, si crees que le haría ilusión.
– Seguro que sí -asintió Ophélie con sinceridad.
Por fin accedió a llamarlo la mañana después del aniversario, aunque sospechaba, y con razón, que volverían a hablar antes de aquella fecha. Por muy atareada que estuviera, le gustaba escuchar su voz.
Contó a Pip lo de las dos invitaciones, y la niña reaccionó visiblemente complacida, aunque también ella estaba nerviosa por el aniversario. Sobre todo temía que fuera muy duro para su madre y volviera a sumirla en la depresión. En los últimos tiempos había mejorado mucho, y el día del triste aniversario pendía sobre ambas como una espada de Damocles.
Ophélie había organizado una misa en Saint Dominic, pero por lo demás no habían planeado nada. Puesto que el avión había estallado, no quedaban restos mortales, y Ophélie había decidido no instalar lápidas sobre tumbas vacías. No quería tener un lugar al que ir a llorar. Por lo que a ella respectaba, según había explicado a Pip el año anterior, llevaban a sus dos seres más queridos en el corazón. Lo único que habían recuperado era la hebilla del cinturón de Chad y la alianza de Ted, ambos objetos retorcidos y casi irreconocibles, pero pese a ello Ophélie los conservaba.
Por lo tanto, su única actividad del día sería asistir a la misa y volver a casa para pasar el resto de la jornada recordando a los seres amados que habían perdido. Eso era precisamente lo que preocupaba a Pip y, a medida que se acercaba el día, también a Ophélie. Aguardaba el aniversario con auténtico terror.