Capítulo 27

Ophélie permaneció ingresada tres semanas, durante las cuales Matt se quedó con Pip. La niña volvió a la escuela cuando su madre llevaba una semana en el hospital, pero iba a visitarla cada tarde. Matt pasaba las mañanas en el hospital con Ophélie, luego iba a buscar a Pip a la escuela y la llevaba al hospital. Aquella rutina duró casi tres semanas, y cuando Ophélie regresó a casa Matt la llevó en brazos a su dormitorio. Tenía que hacer reposo durante otro mes y medio.

Le habían salvado el pulmón y reparado el estómago, y los médicos aseguraban que los intestinos no le ocasionarían problemas. Podía arreglárselas con un solo ovario e incluso tener más hijos si quería, y además le habían extirpado el apéndice. Había sido increíblemente afortunada, y Louise Anderson, la directora del centro Wexler, fue a verla para disculparse por haberle permitido correr semejante riesgo. Sin embargo, Ophélie le recordó en varias ocasiones que la decisión había sido suya. Pese a ello, ningún voluntario volvería a formar parte del equipo de asistencia, una opción muy sensata, aunque Ophélie había disfrutado horrores en el trabajo. Prometió a Louise que se reincorporaría al voluntariado en el centro al cabo de unos meses, si Matt no se oponía. Ahora también él tenía voz y voto en el asunto, y, a decir verdad, no lo tenía muy claro. Consideraba que Ophélie debía quedarse en casa con él y con Pip.

Cuando Ophélie regresó a casa, Matt se instaló en el antiguo estudio de Ted. Quería estar cerca por si hacía falta, y Ophélie se alegraba de tenerlo allí. Todavía necesitaba mucha ayuda, y la presencia de Matt la hacía sentirse a salvo. Por su parte, Pip estaba encantada.

Los planes de boda iban viento en popa; habían decidido casarse en junio, cuando Vanessa pudiera asistir. Matt la había llamado a Auckland para darle la noticia, y su hija se alegraba mucho por él. Se lo contaron a Robert cuando fue al hospital para visitar a Ophélie.

– Volveremos a ser una familia -señaló Pip a su madre con una sonrisa de oreja a oreja cuando Ophélie volvió a casa.

A todas luces, a Pip la emocionaba la perspectiva, al igual que a Ophélie. Había costado mucho llegar hasta allí, seguramente demasiado, pero estaba a gusto con su decisión. Tenían intención de pasar la luna de miel en Francia, tal vez incluso en compañía de los chicos. Pip estaba encantada con la idea.

Una tarde, Ophélie estaba descansando en la cama mientras Matt iba a buscar a Pip a la escuela. Habían transcurrido seis semanas desde que recibiera los disparos, y cada día se sentía más fuerte, aunque aún no podía conducir y solo salía de casa en contadas ocasiones. Se conformaba con el alivio de poder bajar a cenar.

Los integrantes del equipo de asistencia la habían visitado en varias ocasiones. Estaba pensando en ellos cuando el teléfono sonó. La voz que oyó al descolgar le resultaba familiar, pero no agradable, y además sonaba muy débil. Era Andrea, y Ophélie se sintió tentada de colgar sin más. Pero Andrea presintió sus intenciones y le suplicó que no lo hiciera.

– Por favor… déjame hablar un momento… es importante.

Hablaba en un tono extraño y comentó que se había horrorizado al enterarse de los disparos que había recibido.

– Quería escribirte, pero yo también he estado en el hospital.

Su tono indujo a Ophélie a seguir escuchando.

– ¿Has tenido un accidente? -le preguntó con cierta frialdad, aunque preocupada a su pesar; a fin de cuentas, habían sido íntimas amigas durante muchos años.

– No -repuso Andrea antes de añadir con un titubeo-: Estoy enferma.

– ¿Cómo que estás enferma?

Se produjo un silencio que se le antojó eterno. Hacía meses que Andrea quería llamarla, pero hasta entonces no se había atrevido, y Ophélie tenía que saberlo tarde o temprano.

– Tengo cáncer -explicó en voz baja-. Me lo diagnosticaron hace dos meses. Creen que hace mucho tiempo que lo tengo. Llevaba más o menos un año con dolor de estómago, pero creía que se debía a los nervios. Parece que empezó en el ovario, pero se me ha extendido a los pulmones y a los huesos. Está avanzando muy deprisa.

Parecía casi resignada, aunque triste. Ophélie se quedó de una pieza. Por muy furiosa que estuviera con ella, no le deseaba aquello, y los ojos se le inundaron de lágrimas.

– ¿Te han hecho quimio?

– Sí, de hecho todavía me hacen. Me han operado dos veces y después de la quimio me harán otra vez radio, pero no creo… no creo que aguante hasta entonces -dijo con sinceridad-. La cosa pinta mal… Sé que probablemente no querrás verme, pero necesito saber una cosa… ¿Cuidarás de Willie por mí?

Para entonces, ambas estaban llorando.

– ¿Ahora? -preguntó Ophélie, atónita.

– No -negó Andrea con tristeza-. Cuando muera. No creo que falte mucho, puede que algunos meses.

Ophélie sollozaba sin poder contenerse. La vida era tan imprevisible, tan injusta, tan cruel. ¿Cómo podían pasar tantas cosas? A Ted, Chad… y ahora Andrea. Pensar en todo ello la hizo sentirse aún más agradecida por tener a Matt. No obstante, la noticia la había consternado. Independientemente de lo que Andrea le había hecho, no merecía aquello, pero, por lo visto, su antigua amiga no estaba de acuerdo.

– Puede que sea el castigo de Dios por lo que te hice, Ophélie. Sé que no se arregla nada pidiendo perdón, pero te lo pido. He tenido mucho tiempo para pensar en ello… y lo siento tanto… ¿Cuidarás de Willie? -repitió.

Ophélie siguió llorando sin poder articular palabra. Era tan cruel…

– Sí -musitó entre sollozos.

Lo único en que podía pensar era en lo que Matt había hecho por Pip, y eso que solo lo conocía desde hacía ocho, casi nueve meses. Sabía que Andrea no tenía a quien recurrir aparte de ella. Ophélie era la madrina de Willie, y lo correcto era hacerse cargo de él, aunque fuera hijo de Ted. El pequeño no tenía la culpa de nada.

– ¿Dónde está ahora? ¿Te ayuda alguien a cuidar de él?

– He contratado a una au pair -repuso Andrea con voz cansada-. Quiero tenerlo conmigo hasta el final.

Hablaba del asunto como un hecho consumado; era terrible. Tenía cuarenta y cinco años, y su hijo jamás conocería a sus padres.

Matt entró en la habitación cuando Ophélie aún hablaba con ella. La miró con expresión desconcertada, advirtiendo que había llorado, pero al poco salió de nuevo; no quería entrometerse y suponía que Ophélie se lo contaría más tarde.

– ¿Puedo hacer algo por ti? -inquirió Ophélie, afligida.

Quería disipar la hostilidad existente entre ellas, sobre todo dadas las circunstancias, aunque sabía que en una situación normal habría costado sobremanera salvar el abismo creado.

– Me gustaría volver a verte -dijo Andrea con voz débil-, pero me encuentro fatal casi siempre. La quimio es espantosa.

– Y yo todavía no puedo salir. Iré en cuanto pueda.

– Voy a mandar redactar un nuevo testamento en el que te dejaré a cargo de Willie, si te parece bien. ¿Estás segura de que podrás cuidar de él sin odiarlo por lo que te hice?

– No te odio -aseguró Ophélie con calma-, solo estoy triste. Me hiciste mucho daño.

Pero en aquel momento supo que la había perdonado. Además, no solo Andrea le había hecho daño, porque Ted también había contribuido. Eso había sido lo más duro. Pero habían sucedido tantas cosas desde entonces.

– Estaré en contacto para decirte cómo estoy -prometió Andrea con sentido práctico- e incluiré tu número en mi ficha de urgencias.

Antes ya figuraba en ella, pero tras el distanciamiento lo había borrado.

– Y también se lo daré a la au pair por si pasa algo y no puedo llamar.

– Tienes que aguantar, Andrea, no puedes tirar la toalla.

Ophélie estaba profundamente afectada por lo que acababa de oír y por la actitud de Andrea, además de triste por no poder salir. Sabía que volver a ver a Andrea resultaría duro, porque todo era muy reciente, máxime después de lo que ella misma había sufrido.

– Te llamaré. Y tú llámame también para contarme cómo estás.

– Lo haré -prometió Andrea sin disimular el llanto-. Gracias. Sé que lo cuidarás bien.

– Te lo prometo.

Entonces decidió contarle lo de Matt; tenía derecho a saberlo.

– En junio me caso con Matt.

Se produjo un largo silencio, al cabo del cual Andrea lanzó un leve suspiro, como si se sintiera absuelta, como si no hubiera destruido por completo la vida de Ophélie.

– Me alegro mucho. Es un buen hombre y espero que seáis muy felices -le deseó con voz serena.

– Yo también. Te llamaré pronto. Cuídate mucho, Andrea.

– Te quiero… y lo siento -musitó Andrea antes de colgar.

Ophélie colgó el teléfono con suavidad justo cuando Matt volvía a entrar en el dormitorio.

– ¿Qué pasa? -preguntó con expresión preocupada, pues a todas luces la llamada había trastornado a Ophélie.

– Andrea… -empezó Ophélie, mirándolo a los ojos.

– ¿Es la primera vez que tienes noticias de ella?

Ophélie asintió con un gesto.

– ¿Te ha llamado para pedirte perdón? Ya puede, desde luego.

Matt aún estaba furioso por lo que habían hecho Ted y Andrea. De repente, Ophélie reparó en que tendría que haberle consultado lo del bebé. Pero ¿cómo iba a negarse? No creía que pudiera ni debiera hacerlo. A fin de cuentas, era hermanastro de Pip e hijo de Ted.

– Se está muriendo.

– ¿Y eso? -exclamó Matt, asombrado.

– Lo descubrió hace dos meses. Tiene cáncer de ovario con metástasis en los pulmones y los huesos. No cree que le queden más de unos meses de vida. Quiere que cuide del bebé… Que cuidemos… -Decidió poner las cartas sobre la mesa sin más dilación-. Le he dicho que sí. ¿Qué te parece? Le he dicho que vamos a casarnos y puedo llamarla para decirle que no, pero no tiene a nadie más. ¿Qué te parece?

Matt se sentó a los pies de la cama y meditó sobre el asunto durante unos instantes. Sin lugar a dudas, representaba un cambio muy significativo e inesperado en sus vidas, pero comprendía a Ophélie. Resultaría muy difícil negarse, sobre todo para ella, porque el bebé era hijo de Ted y hermanastro de Pip. Era una situación en verdad peculiar.

– Parece que nuestra familia crece a ojos vistas, ¿eh? Me parece imposible que no aceptes. ¿Realmente crees que va a morir?

– Eso parece. Sonaba muy resignada.

– No creo que tengamos otra opción. Al menos es mono -comentó al tiempo que se inclinaba para besarla.

Se estaba mostrando increíblemente comprensivo. Acordaron no contarle la verdad a Pip, al menos por el momento. Era demasiado deprimente y ya había suficientes traumas en las pasadas seis semanas. No tenía por qué saber que Andrea estaba a punto de morir; sería demasiado.

Al cabo de unos días, Ophélie recibió una nota de agradecimiento de Andrea, pero a partir de entonces no supo nada más de ella. Tenía intención de llamarla, pero se sentía tan cansada y débil que lo aplazaba una y otra vez, además de que la idea de hablar con ella aún la trastornaba. Dos semanas más tarde, Matt los llevó a ella, Pip y Mousse a la playa. Dieron un corto paseo y se sentaron al sol. Hacía tiempo de verano pese a que solo estaban en marzo. Hablaron de la boda; habían decidido celebrar un casamiento sencillo en la playa, en compañía de los chicos y oficiado por un sacerdote de Bolinas al que Matt conocía. Ninguno de los dos quería una ceremonia por todo lo alto.

Dos días después de llevar a Pip a la playa, ellos dos volvieron a ir juntos un soleado día. Ophélie comentó que creía que la brisa marina le había sentado bien, y Matt se mostró de acuerdo, aunque estaba pensando en otra cosa. Se llevaron el almuerzo de la ciudad, puesto que Matt no tenía comida en la casa, y en cuanto llegaron a Safe Harbour dejó la cesta sobre la mesa y puso música. Ophélie sabía en qué estaba pensando y esta vez estaba preparada. Habían esperado mucho tiempo; era lo que debería haber sucedido en Tahoe.

En cuanto entraron en la casa, Matt la rodeó con sus brazos y la besó. Ophélie alzó la mirada hacia él. Mucho antes de que la tocara, ya era suya y quería pertenecerle. Lo siguió al dormitorio, donde Matt la desvistió con delicadeza antes de tenderla sobre la cama. Acto seguido se tumbó junto a ella y permanecieron abrazados largo rato, hasta que la pasión se adueñó de ellos y los arrastró a un mar de suave oleaje. Fue la unión de dos vidas, dos personas, dos corazones, dos mundos, lo único que deseaban, lo que ambos habían esperado y soñado. Y por fin, en Safe Harbour, el sueño se había hecho realidad.

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