Capítulo 22

El lunes siguiente a Acción de Gracias, Matt fue a ver a su hijo y pasó por casa de Pip y Ophélie de camino a la playa. La niña acababa de volver de la escuela, y Ophélie se había tomado el día libre porque estaba demasiado consternada para pensar. Tenía la sensación de que su vida entera había cambiado. Aquella mañana había tomado la decisión de deshacerse de toda la ropa de Ted; era su forma de echarlo de casa, de castigarlo a título postumo por su traición. Era la única venganza que le quedaba, pero también sabía que le sentaría bien. No podía aferrarse de por vida a un hombre que la había engañado y que era el padre del hijo de otra mujer. Ahora sabía que estaba colgada de falsas ilusiones y una vida entera de sueños. Había llegado el momento de despertar, por muy sola que se sintiera.

Se lo contó a Matt cuando Pip fue a su habitación para hacer los deberes, y él calló por temor a hablar demasiado. No quería decirle que consideraba a su difunto esposo un auténtico hijo de puta; no le parecía justo. Ophélie tenía que llegar por sí sola a esa conclusión. Además, resultaba difícil dejarlo todo atrás después de haber estado toda la vida dispuesta a perdonarle tantas cosas. Se lo toleraba casi todo. Sin embargo, Matt se alegró de comprobar que ahora su amiga tomaba decisiones distintas y lo aprobó en silencio.

Quedó con ella para celebrar su cumpleaños la semana siguiente y, como siempre, incluyó a Pip en la invitación, algo que había hecho desde el principio. A fin de cuentas, la amistad de Matt con Pip era más antigua, como la niña señalaba a menudo, haciéndole reír.

Sin embargo, en aquella ocasión eligió un restaurante algo más adulto de lo habitual. Quería llevar a Ophélie a un lugar especial; merecía una compensación por todas las penas que Ted y Andrea le habían causado. Ophélie le contó que había recibido una carta de Andrea; se la había llevado un mensajero. Era una misiva de abyecta disculpa, en la que Andrea le aseguraba que no esperaba su perdón, que solo quería que supiera cuánto la quería y cuánto lo lamentaba. Pero para Ophélie era demasiado tarde, como le confesó a Matt.

– Supongo que eso me convierte en una mala persona, pero es que no puedo. No quiero volver a verla ni saber nada de ella.

– Me parece muy normal -repuso Matt antes de contarle que tenía intención de llamar a Sally aquella misma noche, si es que ella estaba dispuesta a hablar con él.

– Parece que los dos estamos saldando cuentas -observó Ophélie con tristeza.

– Puede que ya sea hora.

Llevaba todo el día pensando qué le diría a su ex mujer. ¿Qué se le dice a la persona que te ha robado a tus hijos y seis años de tu vida, por no hablar del matrimonio y la vida que ya había destruido con anterioridad? No había forma de resarcirse de aquella traición, Ophélie también lo sabía.

Hablaron durante tanto rato que Ophélie lo invitó a quedarse a cenar. Matt aceptó y la ayudó a cocinar. Se fue después de la cena, pero no sin antes haber quedado para la semana siguiente. Pip esperaba impaciente el cumpleaños de su madre.

Matt llamó a Ophélie aquella misma noche, después de hablar con Sally. Parecía exhausto.

– ¿Qué ha dicho?

– Intentó mentir -explicó Matt, asombrado-. Pero no le salió bien, claro, porque sé demasiado, así que se limitó a llorar durante una hora. Dice que lo hizo por los niños, que le parecía que sería mejor para ellos sentir que formaban parte de la familia de Hamish, y a mí que me dieran, supongo. Me volví prescindible, y ella decidió jugar a ser Dios. No ha podido decir nada para arreglarlo, claro. Después de tu cumpleaños iré a ver a Vanessa. No me quedaré muchos días, pero Sally dice que me la enviará por Navidad si quiero. Claro que quiero; tendré a mis dos hijos conmigo -exclamó, profundamente conmovido, y Ophélie se alegró por él-. Estoy pensando en alquilar una casa en Tahoe para llevarlos a esquiar. ¿Os gustaría acompañarnos? ¿Sabe esquiar Pip?

– Le encanta.

– ¿Y tú? -preguntó Matt en tono esperanzado.

– Esquío, pero no muy bien. Detesto los remontes; me dan vértigo.

– Podemos subir juntos. Yo tampoco esquío demasiado bien, la verdad. Creo que lo pasaríamos muy bien. Espero que vengáis con nosotros.

Hablaba con sinceridad, pero Ophélie estaba algo preocupada.

– ¿A tus hijos no les importará que vengan dos desconocidas después de pasar tantos años sin verte? No quisiera entrometerme en el reencuentro.

Siempre estaba atenta a sus sentimientos, como él a los de ella, a diferencia de las personas con las que habían estado casados, seres egoístas y egocéntricos hasta la médula.

– Se lo preguntaré, pero no creo que les importe, sobre todo cuando os conozcan a ti y a Pip. El otro día le hablé a Robert de vosotras.

Y estuvo a punto de escapársele que también le había mostrado el retrato, la gran sorpresa de Pip para el cumpleaños de su madre. Matt le preguntó si la noche siguiente saldría con el equipo, y Ophélie asintió.

– Has pasado unos días muy malos. ¿Por qué no te tomas un descanso?

Para siempre, añadió mentalmente, pues aún detestaba la idea de que Ophélie trabajara en las calles, pero ella no le hizo caso.

– Si no los acompaño irán de bólido, y además así me distraeré.

Ambos sabían que Ophélie sufría ahora una herida mucho más profunda que antes, la pérdida no solo de su hijo y su esposo, sino también de su matrimonio y su mejor amiga. Era un dolor que lo engullía todo. Sin embargo, Ophélie parecía llevarlo bien, y Matt experimentó un gran alivio. Lo único que no le gustaba era que saliera con el equipo, sobre todo porque estaba distraída y cansada, lo que incrementaba las probabilidades de meterse en apuros.

No obstante, todo fue bien. Fue una noche tranquila, como le comentó a Matt cuando este llamó para hablar con ella el miércoles, y tampoco el jueves tropezaron con ningún contratiempo. Habían localizado varios campamentos de niños y jóvenes, algunos de ellos vestidos con la ropa que llevaban al escaparse de casa, lo que le partió el corazón. También toparon con un campamento de hombres de aspecto pulcro que afirmaban tener empleo, pero no hogar. Las calles encerraban muchas historias desgarradoras.

Por fin llegó el sábado, el día de su cumpleaños, que transcurrió mejor aún de lo previsto. Fue todo lo que Pip había soñado. Lo celebraron en casa antes de salir a cenar, y Pip estaba tan emocionada que no podía estarse quieta. Ella y Matt fueron al coche a buscar el retrato. Pip hizo cerrar los ojos a su madre, la besó y le entregó el paquete con una reverencia. Ophélie profirió una exclamación y al momento rompió a llorar.

– Dios mío… Es precioso… ¡Pip! Matt…

No cesaba de contemplarlo. Era un retrato hermosísimo en el que Matt no solo había plasmado su rostro delicado, sino también su espíritu. Cada vez que lo miraba se echaba a llorar. Le costó mucho dejarlo en casa cuando salieron a cenar y estaba impaciente por colgarlo. Su reacción era todo lo que Matt había deseado, y Ophélie no paró de darle las gracias durante toda la velada.

Lo pasaron en grande. Matt había encargado una tarta de cumpleaños al restaurante, y fue una velada perfecta. Al llegar a casa, Pip no pudo reprimir un bostezo. Había sido un gran día para ella; llevaba meses esperando el momento de regalarle el retrato a su madre, y la emoción la había agotado. Ophélie aún sostenía el cuadro entre las manos cuando Pip los besó a ella y a Matt antes de subir a acostarse. Matt estaba encantado de verla tan contenta por el regalo.

– No sé cómo podré agradecértelo. Es el mejor regalo que me han hecho en toda mi vida.

Un regalo de amor, no solo de Pip, sino también de Matt.

– Eres una mujer increíble -murmuró él mientras se sentaba junto a ella en el sofá.

Y honorable, como sabía; algo que había llegado a significar mucho para él, sobre todo a la luz de lo que Sally le había hecho y de lo que sabía que Ophélie había sufrido. Era una mujer inusual, al igual que él, pero las personas a las que habían amado también habían sido inusualmente crueles con ellos.

– Siempre eres tan bueno conmigo y con Pip -comentó ella con gratitud al tiempo que él le tomaba la mano.

Quería que Ophélie confiara en él y creía que así era, pero no sabía hasta qué punto. Y lo que quería decirle requería mucha confianza.

– Mereces que la gente sea buena contigo, Ophélie, y Pip también.

Las consideraba parte de su familia, y él era la única familia que les quedaba a ellas, pues Ophélie tenía la sensación de haber perdido todo lo demás.

Sin dejar de mirarla, se inclinó hacia ella con delicadeza y la besó en los labios. Era la primera mujer a la que besaba en muchos años, y ningún hombre la había tocado a ella desde la muerte de Ted. Eran dos seres cautos, frágiles, dos estrellas surcando el firmamento. Ophélie se sobresaltó un poco, pues no esperaba que Matt la besara, pero, para alivio de este, no se resistió ni se apartó. Sencillamente quedó suspendida en el momento con él, y, cuando Matt retrocedió un poco, ambos estaban sin aliento. Matt temía que Ophélie se enfadara con él y experimentó un profundo alivio al comprobar que no era así. Sin embargo, sí parecía asustada, de modo que la abrazó con fuerza.

– ¿Qué estamos haciendo, Matt? ¿No será una locura?

Por encima de todo, necesitaba sentirse segura, y el único lugar donde se sentía segura era con él, que a su vez se sentía a salvo con ella.

– No lo creo -la tranquilizó-. Hace mucho tiempo que siento esto por ti, más del que creía, pero me daba miedo ahuyentarte si decía algo. Te han hecho tanto daño.

– Y a ti -susurró ella, acariciándole el rostro.

Se dijo que Pip estaría encantada, y la idea le hizo sonreír.

– También estoy enamorado de ella -aseguró Matt cuando Ophélie se lo dijo-. Me muero de ganas de que conozcáis a mis hijos.

– Y yo -convino ella, feliz, antes de que Matt volviera a besarla.

– Feliz cumpleaños, amor mío -musitó Matt antes del último beso.

Aquella noche, cuando él se fue, Ophélie supo sin lugar a dudas que aquel había sido el mejor cumpleaños de su vida.

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