Matt las invitó a cenar la última noche que pasaban en Safe Harbour. Por entonces, todos se habían recobrado del golpe que había supuesto salvar al muchacho y estaban relajados. El chico había salido del hospital el día anterior y los había llamado para darles las gracias en persona. Ophélie estaba en lo cierto; la resaca lo había arrastrado mar adentro.
Fueron a cenar de nuevo al Lobster Pot y lo pasaron muy bien. Sin embargo, Pip parecía triste. Detestaba la idea de despedirse de su amigo. Su madre y ella habían hecho las maletas aquella tarde. Volverían a casa a la mañana siguiente, pues Pip tenía algunas cosas que hacer antes de empezar la escuela.
– Esto se quedará muy tranquilo sin vosotras -comentó Matt mientras daban cuenta del postre.
Casi todos los veraneantes se marcharían aquel fin de semana. El día siguiente era el día del Trabajo, y Pip comenzaba la escuela el martes.
– El año que viene volveremos a alquilar una casa aquí -aseguró Pip con firmeza.
Ya le había arrancado aquella promesa a su madre, si bien Ophélie consideraba que el verano siguiente debían viajar a Francia, al menos durante algunas semanas. Por otro lado, también le gustaba la idea de volver a alquilar una casa en Safe Harbour, a ser posible la misma. Era ideal para ellas, aunque demasiado pequeña para otras familias.
– Si queréis puedo buscaros una casa de alquiler. No me cuesta nada estando aquí. Siempre y cuando queráis algo más grande para el año que viene.
– Creo que esta ya nos iría bien -aseguró Ophélie con una sonrisa-, si es que nos la vuelven a alquilar. No estoy segura de que les haga demasiada gracia que traigamos a Mousse.
Pero por fortuna, el perro no había causado ningún desperfecto. Se portaba muy bien; lo único que hacía era perder pelo, y el servicio de limpieza se encargaría de la casa al día siguiente. Por su parte, Pip y Ophélie eran bastante pulcras.
– Espero ver muchos dibujos cuando vaya a la ciudad a visitaros. Y no olvides lo del baile de padres e hijas -recordó Matt a Pip, que le correspondió con una sonrisa.
Estaba encantada de que Matt recordara lo del baile y segura de que la acompañaría. Su padre nunca había ido con ella, porque siempre estaba trabajando. En una ocasión había asistido con su hermano y otra vez con un amigo de Andrea. Ted detestaba las actividades escolares, lo cual había suscitado numerosas discusiones entre él y su madre. De hecho, discutían por muchas cosas, aunque a su madre no le gustaba que se lo recordaran. Pero era cierto, lo reconociera o no. En cualquier caso, Pip estaba convencida de que Matt cumpliría su promesa de acompañarla al baile y de que procuraría que lo pasara bien.
– Tendrás que ponerte corbata -comentó con cautela, esperando que eso no lo hiciera cambiar de opinión.
– Me parece que tengo una por alguna parte -repuso él con una sonrisa-. Probablemente de sujeción para alguna cortina.
De hecho, tenía muchas; lo que no tenía era muchas ocasiones para lucirlas, aunque podría si quisiera, lo que no era el caso. Lo único que hacía en la ciudad era ir al dentista, al banco o al abogado. No obstante, tenía intención de visitar a Ophélie y Pip. Se habían convertido en dos personas importantes para él, y después del drama que había compartido con Ophélie a principios de semana, se sentía más cerca de ella que nunca.
Las llevó a casa, y Ophélie lo invitó a tomar una copa de vino, que Matt aceptó encantado. Ophélie le sirvió una copa de vino tinto mientras Pip iba a ponerse el pijama. Matt estaba muy a gusto en aquella atmósfera tan hogareña y preguntó a Ophélie si quería que encendiera el fuego. Las noches siempre eran frescas, y pese al calor reinante en septiembre, el aire nocturno ya olía a otoño.
– Sería estupendo -repuso Ophélie en referencia al fuego.
En aquel momento, Pip fue a darles las buenas noches y prometer a Matt que lo llamaría pronto. El pintor ya le había dado su número, y Ophélie también lo tenía por si Pip lo perdía. Abrazó una vez más a Pip y luego se agachó para preparar el fuego, observado por Mousse. Había olvidado lo que significaba vivir rodeado de una familia, y detestaba reconocer cuánto le gustaba.
El fuego ya chisporroteaba con fuerza cuando Ophélie volvió de arropar a Pip, una tradición que había reavivado en las últimas semanas. Mientras contemplaba las llamas, Ophélie se dio cuenta de hasta qué punto habían cambiado las cosas en los tres meses que habían pasado allí. Se sentía casi humana, si bien aún echaba de menos a su marido y a su hijo. Sin embargo, el dolor de su ausencia resultaba algo más soportable que tres meses antes. El tiempo marcaba cierta diferencia.
– Estás muy seria -comentó Matt.
Se sentó junto a ella y tomó un sorbo del vino que ella le había servido. Era el resto de la botella que había llevado con ocasión de la cena. Ophélie bebía poco, máxime teniendo en cuenta que era francesa.
– Estaba pensando en que me siento mucho mejor que cuando llegué. A las dos nos ha sentado bien estar aquí. Pip también parece más feliz, en gran parte gracias a ti. Le has alegrado el verano -aseguró Ophélie con una sonrisa de gratitud.
– Y ella a mí, y tú también. Todos necesitamos amigos; a veces se me olvida.
– Llevas una vida muy solitaria aquí, Matt -observó ella.
Matt asintió. Era lo que había querido durante los últimos diez años, pero ahora, por primera vez en mucho tiempo, se le antojaba demasiada soledad.
– Es bueno para mi trabajo o algo por el estilo. Al menos eso es lo que me repito una y otra vez. Además, esto no está tan lejos de la ciudad; puedo ir siempre que quiera.
Y lo haría para visitarlas. No obstante, se sobresaltó al darse cuenta de que, pese a la proximidad, llevaba un año sin ir a la ciudad. A veces, el tiempo volaba sin que uno lo notara.
– Espero que vayas a visitarnos a menudo, a pesar de mi talento culinario -dijo Ophélie con una carcajada.
– Os invitaré a cenar -repuso Matt medio en broma.
Pero, de hecho, le encantaba la perspectiva. Suavizaría la pena de su partida, que sin duda lo golpearía como un mazo a la mañana siguiente.
– ¿Qué harás cuando Pip vuelva a la escuela? -preguntó, preocupado por ella.
Sabía que se sentiría sola. Nunca había dispuesto de tanto tiempo como ahora, cuando solo tenía que cuidar de Pip. Estaba acostumbrada a encargarse de dos hijos y un marido.
– Puede que siga tu consejo y busque trabajo de voluntaria en un albergue para indigentes -repuso Ophélie.
Lo había pasado bien leyendo la documentación que Blake Thompson, el director de la terapia de grupo, le había dado. Parecía una actividad interesante y atractiva.
– Creo que se te daría muy bien. Y puedes venir cualquier día a comer conmigo, si no tienes nada mejor que hacer. Esto está precioso en invierno.
También a ella le gustaba la playa en invierno, en cualquier estación del año, de hecho, y la invitación resultaba tentadora. Le gustaba la idea de conservar su amistad. Y pensara lo que pensase Andrea, era lo mejor para ambos, lo que ambos deseaban.
– Me encantaría -aseguró con una sonrisa.
– ¿Tienes ganas de volver a casa? -inquirió.
Ophélie meditó unos instantes con la mirada clavada en el fuego.
– La verdad es que no. Detesto la idea de volver a la casa. Siempre me ha gustado, pero ahora está tan vacía… Es demasiado grande para nosotras, pero es la casa de la familia. El año pasado no quise tomar decisiones precipitadas que más tarde pudiera lamentar.
No le dijo que en los armarios de su dormitorio aún guardaba toda la ropa de Ted, ni que todas las cosas de Chad seguían en la habitación del muchacho. No había tocado nada, y el hecho de saber que todo continuaba allí la deprimía. No obstante, se sentía incapaz de desprenderse de aquellas cosas. Andrea ya le había advertido que no era saludable conservarlas, pero al menos de momento era lo que Ophélie quería hacer. No estaba preparada para ningún cambio, o por lo menos no lo había estado hasta entonces. Se preguntó si después del verano vería las cosas de un modo distinto; aún no lo sabía con certeza.
– Me parece muy inteligente que no te precipitaras. Siempre estás a tiempo de vender la casa si quieres. Probablemente sea mejor no hacer pasar a Pip por el trauma de una mudanza. Sería un cambio enorme para ella si habéis vivido en la casa durante mucho tiempo.
– Desde que ella tenía seis años, y le encanta, más que a mí.
Permanecieron un rato sentados en silencio, disfrutando de su mutua compañía. Tras apurar la copa de vino, Matt se levantó, y Ophélie lo imitó. El fuego de la chimenea empezaba a extinguirse.
– Te llamaré la semana que viene -prometió Matt.
Ophélie se sintió reconfortada por su promesa; Matt constituía una presencia masculina sólida y fiable en su vida, como un hermano.
– Llámame si necesitas algo o si hay algo que pueda hacer por Pip -añadió él, sabedor de que se preocuparía por ellas.
– Gracias, Matt -murmuró Ophélie-. Gracias por todo. Has sido un buen amigo para las dos.
– Y pretendo seguir siéndolo -aseguró Matt, rodeándole los hombros con el brazo mientras ella lo acompañaba al coche.
– Nosotras también. Cuídate mucho. No pases tanto tiempo solo, Matt, no es bueno para ti. Ven a vernos a la ciudad, así te distraerás.
Ahora que sabía más de su vida, imaginaba cuan solo debía de sentirse a veces, al igual que ella. Muchas personas a las que habían amado habían desaparecido de sus vidas, por muerte, divorcio y circunstancias que ninguno de los dos había buscado. Las mareas de la vida habían arrastrado consigo personas, lugares y recuerdos queridos con excesiva rapidez, al igual que el mar había arrastrado consigo al muchacho al que habían salvado pocos días antes.
– Buenas noches -musitó Matt, sin saber qué otra cosa decir.
Al marcharse la saludó con la mano y la observó mientras entraba de nuevo en la casa. Luego condujo hasta su casita de la playa, deseando ser más valiente, deseando que la vida fuera diferente.