Capítulo 19

Pip y Ophélie no volvieron a ver a Matt hasta tres semanas más tarde, con ocasión de la cena de padres e hijas. Estaba muy atareado, al igual que ellas. No obstante, Matt llamaba casi cada día para hablar con Pip. Ophélie intentaba eludir el tema del centro Wexler porque sabía muy bien lo que pensaba el al respecto. No estaba enfadado con ella, de eso estaba segura, tan solo exasperado por su negativa a abandonar y preocupado tanto por ella como por Pip.

Para la cena se presentó con americana, pantalones grises, camisa azul y corbata roja. Pip parecía muy orgullosa cuando partieron para la cena, que se celebraba en el gimnasio de su escuela. Aquella noche, Ophélie cenó con Andrea en un pequeño restaurante japonés del barrio. Su amiga había contratado a una canguro para disfrutar de unas cuantas horas de libertad.

– ¿Qué tal va todo? -preguntó a Ophélie con intención.

– Ando muy ocupada en el centro, y Pip parece contenta en el colegio. Y nada más… Todo va bien. ¿Y tú qué?

Ophélie tenía buen aspecto; el trabajo en el centro le sentaba bien, también Andrea lo advertía.

– Tu vida parece tan aburrida como la mía -espetó con ademán desdeñoso-. No me refería a eso y lo sabes. ¿Cómo van las cosas con Matt?

– Ha llevado a Pip a la cena de padres e hijas -explicó Ophélie con aire enloquecedoramente inocente.

– ¡Eso ya lo sé! Quiero decir qué pasa entre vosotros. ¿Hay algo?

– No seas tonta. Algún día se casará con Pip y se convertirá en mi yerno -bromeó Ophélie, complacida.

– Estás como una cabra. Matt debe de ser gay.

– Lo dudo, pero en cualquier caso no es asunto mío -señaló Ophélie con indiferencia.

Andrea se reclinó en la silla con un bufido de frustración. Desde hacía un tiempo salía con uno de sus compañeros de bufete, aunque Ophélie sabía que estaba casado. Sin embargo, ese detalle nunca parecía molestar a Andrea. Había salido con muchos hombres casados a lo largo de los años, y la situación no la perturbaba. No quería casarse, no quería tener a un hombre constantemente en su vida. Pero Ophélie sospechaba desde hacía mucho tiempo que no era cierto, sobre todo ahora que tenía al pequeño. Sin duda le habría gustado casarse, pero no confiaba demasiado en encontrar a nadie a esas alturas y se conformaba con liarse con hombres de prestado.

– ¿Ni siquiera te apetece liarte con él? -inquirió.

Le parecía antinatural. Ophélie era una mujer preciosa que aún no había cumplido los cuarenta y tres, demasiado joven para dar carpetazo a su vida sentimental y pasarse el resto de sus días llorando a Ted.

– Pues no -replicó Ophélie en voz baja-. No quiero liarme con nadie; todavía me siento casada con Ted.

Y sintiera lo que sintiese, en cualquier caso tampoco tenía importancia para Matt. A ambos les parecía bien su relación tal como era. Esperar más de ella o permitir que siguiera otro rumbo, si es que lo seguía, resultaría demasiado arriesgado para Ophélie. No quería poner en peligro lo que tenían, pero no se lo confesó a Andrea, porque sabía que no lo comprendería. Era demasiado propensa a la autocomplacencia para pensar en cualquier tipo de contención, actitud que Ophélie prefería.

– ¿Y si Ted no se sintiera casado contigo? ¿Qué crees que habría hecho de haber muerto tú? ¿Crees que habría llevado duelo por ti toda la vida?

Ophélie pareció entristecida por aquellas preguntas, porque reavivaban algunos recuerdos dolorosos que Andrea conocía. Pero su amiga no soportaba verla desperdiciar su vida; no creía que Ted lo mereciera, por mucho que Ophélie lo hubiera amado. No era saludable que se quedara sola para siempre únicamente por respeto a su memoria, y a todas luces Ophélie había tomado la decisión de vivir como viuda afligida y célibe el resto de sus días.

– Eso no importa -insistió Ophélie-. La cuestión es que yo hago lo que hago y me siento como me siento. Esto es lo que quiero.

Había elegido y se sentía a gusto con su decisión, por muy amable y atractivo que fuera Matt.

– Puede que Matt no te ponga. ¿Qué me dices del sitio ese donde trabajas? ¿Hay alguien interesante? ¿Qué tal el director? -preguntó, buscando desesperada una salida para su amiga.

Ophélie se echó a reír.

– Me encanta y es mujer.

– Desisto, eres un caso perdido -suspiró Andrea.

– Genial. ¿Y qué me dices de ti? ¿Cómo es tu nuevo novio?

– Ideal. Su mujer va a tener gemelos en diciembre. Dice que está en plan encefalograma plano, que el matrimonio lleva años sin funcionar, motivo por el que se quedó embarazada. Es una gilipollez, pero la gente lo hace. En fin, no es el amor de mi vida, pero lo pasamos bien.

Hasta que nacieran los gemelos y él volviera a enamorarse de su mujer, o no. Pero en cualquier caso, no era la solución para Andrea, y ambas lo sabían. Su amiga afirmaba no buscar una «solución», tan solo un revolcón ocasional para demostrarse a sí misma que seguía viva.

– No parece el tipo idóneo -comentó Ophélie, compadeciéndola; Andrea había tomado muchas decisiones desacertadas a lo largo de los años.

– No lo es, pero de momento me basta. De todas formas, cuando nazcan sus hijos estará demasiado ocupado. Ahora mismo, ella tiene que hacer reposo, y no hacen el amor desde junio.

El mero hecho de escuchar a Andrea la deprimía. Lo que describía era lo que Ophélie jamás había querido, una solución rápida y práctica que implicaba conformarse con menos de lo que se merecía para tener un cuerpo caliente en su cama.

Por muy complicado que hubiera sido Ted, a Ophélie le había gustado mucho su matrimonio, estar casada con él, amarlo, apoyarlo emocionalmente durante los años de pobreza, compartiendo su alegría cuando por fin alcanzó sus objetivos. Adoraba la lealtad, el hecho de que siempre hubieran estado juntos. Ophélie nunca lo había engañado ni deseado hacerlo, y aunque él había tenido un desliz, ella siempre había sabido que la quería y lo había perdonado. Ahora la horrorizaba pensar que volvía a ser soltera, la perspectiva de conocer hombres. Prefería mil veces estar en casa con Pip a salir con hombres que engañaban a sus esposas o incluso solteros que querían seguir siéndolo y solo buscaban sexo. No imaginaba nada peor. Además, no tenía intención de estropear su amistad con Matt, hacerle daño ni volver a sufrir. Le gustaba la relación que tenían; más les valía seguir siendo amigos, pensara lo que pensase Andrea.

Aquella noche, él y Pip volvieron a las diez y media. La niña parecía feliz y algo desaliñada, con la blusa salida de la cinturilla de la falda. Por su parte, Matt se había guardado la corbata en el bolsillo. Habían comido pollo frito y bailado al son de la música rap elegida por las chicas. Ambos afirmaron que lo habían pasado en grande.

– Lo de la música ya no lo tengo tan claro -reconoció Matt con una carcajada mientras ella le servía una copa de vino blanco, después de que Pip se acostara-. A Pip parece encantarle, y desde luego baila de maravilla.

– A mí también me gustaba bailar antes -comentó Ophélie con una sonrisa radiante.

Se alegraba de que lo hubieran pasado tan bien. Como de costumbre, Matt había salvado la situación, y Pip se había acostado con una sonrisa de oreja a oreja. Ophélie sospechaba que su hija estaba medio enamorada de él, pero le parecía un sentimiento inofensivo y natural. Matt ni siquiera se daba cuenta, lo cual estaba muy bien. Si lo hubiera sabido, Pip podría haberse sentido avergonzada.

– ¿Y ahora? ¿Ya no te gusta bailar? -preguntó Matt con una amplia sonrisa cuando se sentaron.

– Ted detestaba bailar a pesar de que lo hacía bastante bien. Hace años que no practico.

Y de repente comprendió que no tenía muchas posibilidades de volver a practicar, al menos con el tipo de vida que había decidido llevar. En lo sucesivo, Pip se encargaría de bailar por toda la familia. Se dijo que su momento había pasado; la viuda Mackenzie vivía recluida y así quería continuar. Era una de las muchas cosas que aceptaba de su nueva situación. Jamás volvería a hacer el amor, esa era otra, pero no se permitía siquiera pensarlo.

– Deberíamos salir a bailar alguna vez, para que no pierdas la práctica.

Ophélie sonrió; era evidente que el baile lo había puesto de buen humor.

– Me parece que ya es un poco tarde. Además, estoy de acuerdo en lo de la música. Pip pone la radio cada mañana de camino a la escuela, y siempre estoy a punto de quedarme sorda.

– Lo mismo pensaba yo en la fiesta. Sordera colectiva en el baile de séptimo. Pero no pasa nada porque soy pintor. La cosa sería más grave si fuera compositor o director de orquesta.

Siguieron charlando un rato, y por una vez Matt no mencionó el equipo de asistencia, lo cual la alivió. El trabajo iba bien, y en las últimas semanas no habían vivido ninguna situación arriesgada. Más que nunca, Ophélie se sentía a salvo y cómoda con ellos. Además, ella y Bob se habían convertido en buenos amigos. Ella le daba consejos sobre la educación de sus hijos, aunque parecía arreglárselas muy bien, y a cambio le hablaba mucho de Pip. Bob acababa de empezar a salir con la mejor amiga de su esposa, lo que a Ophélie le parecía muy tierno y probablemente positivo para los niños, que la adoraban.

Era casi medianoche cuando Matt se marchó. La noche era serena y estrellada, por lo que Ophélie sabía que su amigo regresaría a casa sin contratiempos. Lo envidiaba; echaba de menos la playa. Justo antes de que arrancara el coche, Ophélie bajó corriendo la escalinata porque había olvidado preguntarle algo.

– Casi se me olvida. ¿Qué haces el día de Acción de Gracias?

– Lo de cada año, fingir que no existe. Soy el típico aguafiestas que no cree en los pavos ni en la Navidad. Va contra mi religión.

Resultaba fácil adivinar la razón. Desde que sus hijos desaparecieran de su vida, sin duda las fiestas señaladas eran dolorosas para él, pero quizá no lo serían tanto en compañía de ella y Pip.

– ¿Te apetece cambiar de plan? Pip, Andrea y yo lo celebraremos aquí. ¿Qué te parece?

– Me parece encantador que me lo propongas, pero la verdad es que estas cosas ya no se me dan muy bien. Ha llovido demasiado, por así decirlo. ¿Por qué no venís Pip y tú a pasar el día siguiente a la playa?

– Estoy segura de que a Pip le encantaría, y a mí también.

No quería presionarlo; comprendía cuán difícil debía de ser para él, al igual que lo era para ella. Las fiestas habían sido horripilantes el año anterior.

– En fin, no perdía nada preguntándotelo.

Experimentaba una ligera decepción, pero procuró disimularla. Matt ya había hecho más que suficiente por ellas y no les debía nada.

– Gracias -repuso él con aire conmovido, pese a haber declinado la invitación.

– Gracias a ti por llevar a Pip al baile -replicó ella con una sonrisa.

– Ha sido un placer. A partir de ahora escucharé rap todos los días e intentaré aprender a bailar. No quiero que el año que viene se avergüence de mí.

Era muy agradable que pensara así, se dijo Ophélie mientras el coche se alejaba. Desde luego, era un buen hombre. Resultaba curioso el modo en que la gente aprendía a sobrevivir. Uno aprendía a arreglárselas, a introducir cambios, a sustituir cosas perdidas, a apoyarse en los amigos en lugar de la pareja. Los amigos se convertían en la familia, una familia que se unía como un grupo de náufragos en un bote salvavidas. No era lo que Ophélie había esperado de la vida, pero funcionaba y proporcionaba a cada uno de ellos lo que necesitaba. No era la clase de familia que ella había tenido, pero ahora mismo era la única. Les gustara o no, no les quedaba otra opción, y estaba agradecida por las manos amables que aparecían en la oscuridad para tomar la suya, como era el caso de Matt. Sintió una infinita gratitud hacia él mientras cerraba la puerta principal, subía la escalera y se acostaba en la silenciosa casa.

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