En su mayor parte, los foros de internet eran una pérdida de tiempo.
Después de que Jay se marchase, Kristi se pasó más de una hora enviando mensajes a diferentes nombres y uniéndose a chats en línea, algunos de los cuales eran inquietantes, otros eran estúpidos y simplemente vacíos. Se imaginó que probablemente estaban llenos de niños que se dedicaban a molestar cuando deberían estar durmiendo. Sin embargo, hubo un chat dedicado a la sangre en la literatura que, al contrario que los de mutantes, hombres lobo o vampiros metrosexuales, le interesó. Durante un buen rato se mantuvo oculta, observando las conversaciones entre diversos participantes. Mientras que algunas salas de chat discutían sobre la serie de Buffy hasta la saciedad y otras se centraban en las películas de Blade, aquella trataba sobre los vampiros en la literatura, y durante un minuto, Kristi creyó que el propio doctor Dominic podría estar llevando la conversación. Había una pequeña charla sobre el conde Drácula, la obra de Bram Stoker, preguntas acerca de Elisabeth Bathory, la condesa que se bañaba en la sangre de sus sirvientas, e incluso Vlad tercero, el Empalador, también conocido como Vlad Drácul, sobre quien la conversación sugería que fue la inspiración para que Bram Stoker crease el personaje del conde Drácula. También había algunas charlas en torno a Transilvania y Rumania, sobre lo que era verdad o ficción, y abundaban las preguntas sobre beber sangre.
Pero en general, en aquel foro en particular, los participantes parecían interesados en algo más que en impresionar; parecían sinceros en sus preguntas, fueran cuales fuesen.
Kristi se sirvió un vaso de cola light, y luego tomó apuntes sobre cualquiera que tomara parte en la conversación y su particular inclinación. O al menos se fijaba en los nombres que usaban en pantalla, los cuales, según parecía, solían incluir alguna referencia a la materia. Ya que su objetivo era introducirse en el grupo, se había registrado con el nombre «ABnegl984», aunque su grupo sanguíneo era cero positivo y no había nacido en mil novecientos ochenta y cuatro. Utilizó un par de falsos alias para ocultar su verdadera identidad y hacía una pregunta o dos cada cinco minutos, solo para evitar que los demás usuarios pensaran que les estaba espiando.
Lo cual, por supuesto, era el único objetivo de estar conectada a aquellas horas intempestivas.
El hecho de tener varias pantallas abiertas a la vez era un poco como hacer juegos malabares. Cada una estaba dedicada a un foro diferente y, al principio, tuvo algunos pequeños problemas para mantenerse en todas las conversaciones. Sin embargo, no tardó en cogerle el truco y salía de aquellas que parecían apartadas del tema. Lo que necesitaba era encontrar otras personas conectadas de Baton Rouge o al menos de Luisiana. Simplemente no había forma de saberlo por los nombres de pantalla y, por lo que sabía de los participantes, podían ser de cualquier parte del universo conocido.
Era como buscar la proverbial aguja en el pajar, incluso aunque trataba de estrechar la búsqueda mencionando Luisiana.
Finalmente, en el foro de sondeo intelectual, alguien mencionó el campus del All Saints y el vampirismo.
– Bingo -susurró Kristi, como si temiera que los demás participantes pudieran realmente oírla. Afortunadamente, el micrófono y la cámara de su ordenador portátil estaban desconectados. No podía creer que tuviera tanta suerte. Alguien con el nombre de «Dracoola» vivía cerca. O al menos mantenía contactos con el colegio.
Permaneció oculta. Aguardando. Trató de leer entre líneas, incluso de visualizar a los diferentes personajes, muchos de los cuales utilizaban sus propios iconos. Gotas de sangre, amenazadores colmillos y murciélagos voladores parecían ser los favoritos. La gente entraba y salía, pero algunos de los participantes parecían quedarse toda la noche. Uno de ellos era «SoloO», quien mencionó de repente la clase del doctor Grotto.
Kristi sintió una punzada de expectación. La charla se acercaba a casa.
– Ahora sí que es interesante.
Varias personas respondieron, todas ellas de acuerdo. Kristi se apresuró a anotar los nombres de «Dracoola», «SoloO», «Carnívorol8», «SxyVmp21», «Deathmaster7» y «Dominatorxxx».
– ¡Jesús! -le dijo Kristi al gato, quien se detuvo en seco, a medio camino hacia su cuenco-. ¿Quiénes son estas personas? -Houdini se restregó contra la pared, con los músculos tensos.
Kristi trató de pensar en una forma de sacar el tema de las chicas desaparecidas, pero la conversación no marchaba en esa dirección y ella quiso congraciarse con los tipos raros que se pasaban las noches charlando virtualmente con extraños acerca de sangre, vampiros y otros seres fantásticos. Dejó que fueran los otros quienes llevasen el peso de la conversación, todo ello mientras intentaba descubrir algo, alguna pequeña pista sobre cultos de vampiros en el campus, o alguna conexión con las chicas que habían desaparecido. Uno de los últimos en llegar a la conversación mostraba el nombre de «DrDoNoGood», [5] y había algo acerca de sus preguntas, algo con un matiz de familiaridad que la inquietaba.
¿Conocía a aquel tipo?
¿O era una mujer?
¿Era un doctor en medicina? ¿Uno frustrado? ¿Un doctor en filosofía? ¿Un fanático de James Bond o de Ian Fleming ya que su nombre podría ser un juego de palabras con el Dr. No?
Realizó otra pregunta y Kristi se quedó helada. Había visto aquella misma pregunta antes en sus apuntes de clase con el doctor Grotto.
¿Podría ser «DrDoNoGood» un alias cibernético del doctor Dominic Grotto?
Su mente se aceleró. ¿Cuál era el significado de su nombre? ¿Acaso estaba cayendo en conclusiones precipitadas en mitad de la noche? ¿O acaso…?
Su pulso dio un brinco cuando leyó solamente las letras mayúsculas del nombre en la pantalla. DDNG o DrDNG.
¿No empezaba el segundo nombre de Grotto por «N»? ¿O estaba nuevamente forzando una conexión? ¿Creando algo de la nada? ¿No había visto el nombre de Grotto en alguna otra parte? ¿En algo que había recibido del colegio?
Con su atención dividida entre la pantalla del ordenador y las estanterías sobre su escritorio, localizó el cuaderno de profesorado. Estaba muy estropeado y con las esquinas dobladas, pero lo abrió por la sección del personal del colegio All Saints.
– Vamos, vamos -murmuró, apenas capaz de mantenerse en la conversación que discutía el ritual de beber sangre y la sexualidad inherente al acto.
– Puaj. -Se estremeció-. No gracias. -Al pasar las páginas, vio finalmente la foto del doctor Grotto. Vaya, era un tipo guapo. Ojos penetrantes, barbilla robusta, frente elevada y pelo negro. Bajo la fotografía leyó: «Dominic Nicolai Grotto, doctor en Filosofía».
¿Podría ser?
¿«DrDoNoGood» y el doctor Dominic Nicolai eran la misma persona?
No podía demostrarlo, pero sentía una corazonada, el mismo instinto visceral que experimentaba su padre cuando descifraba una pista en el retorcido juego de algún maníaco homicida.
– De tal padre, tal hija -se dijo mientras formulaba una sencilla pregunta sobre la clase.
Se preguntó si existiría alguna manera de desvelar su identidad, alguna forma de desenmascararlo. Puede que pudiera apelar a su vanidad, quejarse de él como profesor y ver lo que pasaba.
Mientras seguía leyendo la conversación, ahora sobre costumbres culturales y sangre humana, sacó sus apuntes de clase. Puede que al citarlo, pudiera obtener una reacción… y si mencionaba algo acerca de que era más un actor que un intelectual, más metido en lo teatral que en lo literario, estaba segura de que no se resistiría a pasarlo por alto. Abrió otra ventana en el programa donde guardaba sus apuntes, pero antes de poder plantear una pregunta relevante, él se desconectó.
– ¿Qué? ¡No! -exclamó, y volvió a abrir los otros foros, esperando que apareciese en algún otro sitio. Pero no estaba en ningún lugar que pudiese encontrar. Si había entrado en otro ciberchat, era en uno que ella no había localizado-. ¡Qué mala suerte! -Lanzó a un lado el cuaderno de profesorado y ya estaba a punto de cerrar las ventanas cuando vio una extraña pregunta en la sala recientemente abandonada por «DrDoNoGood».
«Deathmaster7» preguntó: «¿Lleváis un vial?»
Kristi se quedó helada.
Tres personas respondieron con un «sí», mientras que uno, «Carnívorol8», respondió con un signo de interrogación. Obviamente, «Carni» tampoco lo entendía. Una persona no respondió y dos escribieron que no. Kristi decidió seguir la corriente y respondió «sí».
«Carnívorol8» escribió una línea de signos de interrogación. Obviamente se sentía fuera de lugar.
– Únete al club -dijo Kristi, y se preguntó cuánto podría mantener la conversación. Pero recordó algo; ¿no había mencionado Lucretia que algunas de las chicas que estaban en el culto y en la clase del doctor Grotto llevaban viales de su propia sangre?
«Deathmaster7» preguntó: «¿De quién?»
Kristi se quedó mirando la pantalla; el pulso le latía con fuerza ante la idea de que podría haber dado con la conexión que necesitaba para descubrir más cosas sobre el culto vampírico que supuestamente existía en el campus. Pero debía tener cuidado, no responder demasiado deprisa. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si Lucretia le había dado una información incorrecta? Sus dedos se serenaron sobre el teclado; decidió esperar.
El único en responder fue «SoloO»: «Mía. ¿De quién si no?»
Kristi esbozó una sonrisa.
– ¿Qué te parece eso?
Ninguno de los demás participantes respondía, pero Kristi quería mantener aquello con vida. Siguiendo el ejemplo de «SoloO», escribió: «La mía».
Los otros portadores de viales permanecían extrañamente en silencio hasta que también ellos respondieron de acuerdo con la frase de «SoloO». ¿Eran reacios a decir la verdad o, al igual que Kristi, eran mentirosos con su propio objetivo?
Por primera vez desde que se conectó, sintió que estaba llegando a alguna parte y apenas era capaz de contenerse. Se mordió el labio con tanta fuerza que casi se hizo sangre mientras pensaba. Kristi estaba segura de que «SoloO» se refería a la sangre. Así que, ¿quién era él o ella? ¿De qué forma, si era cierto, estaba relacionado con el culto? Kristi trató de imaginar quién podría ser «SoloO». ¿Alguien de la clase del doctor Grotto? ¿Alguien a quien ella veía cada vez que entraba en el aula? ¿Estaba su nombre, al igual que el de Kristi, relacionado con la sangre por el tema del chat? ¿Era la sangre de «SoloO» del tipo cero?
Kristi sintió que la adrenalina se le disparaba y apenas podía quedarse quieta. Sintió la certeza de que aquella persona era una mujer, aunque no sabría decir por qué. Simplemente tenía ese presentimiento. Era casi como un recuerdo.
¿Podía ser que «SoloO» realmente llevase un vial de su propia…? ¡Oh, Dios! Fue entonces cuando Kristi se dio cuenta. ¡Sabía quién era esa persona! Estaba convencida de ello. ¿No había oído hablar de una estudiante del All Saints que respondía con una sola inicial? ¿Solo «O»?
El propio padre de Kristi había mencionado a la chica. Él había interrogado a «O» mientras investigaba un homicidio un par de años atrás. Había sido uno de los casos relacionados con Nuestra Señora de las Virtudes, el hospital mental abandonado que se encontraba a unos pocos kilómetros en las afueras de Nueva Orleans. Una de las víctimas de aquel chiflado en particular había sido una estudiante de aquí, en All Saints.
Los detectives Bentz y Montoya habían conducido hasta Baton Rouge, donde interrogaron a estudiantes, familiares y personal. Uno de ellos había sido una chica que llevaba un vial de su propia sangre alrededor del cuello.
Sintiéndose casi mareada por la revelación, Kristi cerró sus brazos alrededor de su cabeza y oyó como le crujía la espalda, pero aun así se mantuvo pegada a la conversación sobre el monitor. Su mente retrocedía al recordar la conversación que había tenido lugar en el cuarto de estar de su padre. Entonces ella no estaba viviendo con él, pero había ido de visita. Olivia no estaba en casa, pero Bentz y Montoya habían estado discutiendo el caso, y Montoya mencionó algo sobre «la extraña chica gótica» que portaba su propia sangre. Ella no había querido que la llamasen por su nombre, Ophelia. Les dijo a los detectives que la llamasen «O», o «Solo O».
Había una chica llamada Ophelia en la clase de Grotto, una chica callada y malhumorada que siempre se sentaba al fondo de la clase. En realidad, Kristi nunca se había encontrado con ella cara a cara, no se había acercado lo suficiente para saber si llevaba una cadena alrededor del cuello y un pequeño vial de su propia sangre.
Pero eso estaba a punto de cambiar.
Incluso aunque la idea de alguien que perdía el tiempo en sacarse sangre, sellarla en una pequeña botella y luego llevarla como colgante… Jesús, aquello estaba realmente más allá de los límites de lo normal.
La pantalla parpadeó y «SoloO» se desconectó del foro.
Kristi se sintió algo decepcionada. Sabía que estaba sobre la pista de algo importante, aunque no estaba segura de lo que se trataba. Miró el reloj en la pantalla del ordenador y emitió un quejido. Eran casi las dos y tenía una clase por la mañana temprano. Además, realmente necesitaba pensar en lo que había averiguado en Internet. Procesarlo. Probablemente era el motivo por el que «SoloO» también había dejado el foro, que parecía vaciarse rápidamente. Incluso «Carnívorol8» se desconectó.
Con los ojos enrojecidos por la falta de sueño y de mirar el monitor, Kristi cerró todas las ventanas abiertas y pensó en cómo se aproximaría a O, la chica silenciosa; en cómo conseguir que admitiera ser «SoloO». Si el vial fuera visible, eso podría dar pie a una conversación, pero Kristi tendría que fingir que era otra persona, porque «ABnegl984» había admitido llevar su propia sangre y Kristi no podía fingirlo. Si la gente que llevaba los viales eran parte de un culto, probablemente existía un tipo concreto de vial que utilizaban, puede que un collar determinado en el que colgarlo, algún tipo de clave que lo haría evidente de inmediato, si tratase de falsificarlo. Puede que los viales tuvieran una determinada forma, o inscripción o cristal tintado o… ¡Uf!, no podía pensarlo ahora.
Bostezando, volvió a estirarse y envidió al gato, que ya había regresado a su escondite.
No estaba segura del significado de lo que acababa de descubrir, pero parecía tener mucho que ver con la clase de vampyrismo del doctor Grotto. Puede que el culto que Lucretia le había mencionado fuese tratado en clase.
– No sé qué demonios está pasando, pero definitivamente me estoy acercando a algo… algo que se va a convertir en un libro cojonudo -dijo en voz alta mientras apagaba el ordenador y observaba la pantalla volviéndose negra.
¿Por qué diablos llevaría alguien un vial con su propia sangre? ¿Y qué tenía que ver, dado el caso, con las chicas desaparecidas?
Caminó hasta la ventana y contempló el campus.
En algún lugar, allá afuera, había un depredador, alguien que apresaba estudiantes que asistían a una particular combinación de asignaturas.
– Así que, ¿quién eres, chiflado hijo de puta? -susurró-. ¿Quién coño eres?
Pasaban ya horas de la medianoche y Vlad sentía un hambre insaciable, un ansia contra el que ya no era capaz de luchar. La necesidad de matar martilleaba su cerebro mientras conducía y se acercaba más a Nueva Orleans; los neumáticos de su camioneta chirriaban sobre el asfalto; el tráfico a esa hora tan tardía era escaso y ocasional. Mucho mejor.
No estaba bien cazar esa noche. Era peligroso.
Podía cometer fácilmente un error.
Y entonces, ¿a quién podría culpar? Tan solo a sí mismo.
Eso lo sabía. Y aun así, Vlad no podía esperar más. Sabía que había un protocolo, una razón para esperar a la matanza.
Y aun así, le resultaba imposible acallar su deseo y, por eso, disponía de las «inferiores», las mujeres que le bastarían físicamente, si no intelectualmente.
Además, había asuntos que tratar. Un rebelde que debía ser eliminado, una conciencia culpable que debía ser silenciada o todo estaría perdido, y él no podía permitirlo.
Su cabeza empezó a zumbar.
Estaba vacío. Hambriento. Anhelaba la emoción de la matanza. No podía contenerlo por más tiempo.
Y lo justificaba pensando que la muerte de esa noche sería un sacrificio para ella, a la que estaba unido para siempre, aquella a quien estaba destinado.
Y tal vez aquel improvisado asesinato de otra «inferior» lograría alejar a la policía, lanzar a aquellos que sospechaban sobre una pista falsa, en una ciudad diferente.
No lo hagas. Si sucumbes a la tentación, si matas, podrías exponerte, podrían quitarte la máscara de tu rostro.
Su mano empezó a temblar al considerar darse la vuelta, resistir el impulso que era una vívida respiración en su interior, una necesidad tan feroz, que él era su esclavo.
Un esclavo deseoso.
Tragó con fuerza y sintió el vacío en él. Su mano permanecía fija sobre el volante mientras veía las brillantes luces de Nueva Orleans imponiéndose al cielo nocturno en la lejanía.
No había vuelta atrás.
Conocía a aquella que deseaba… la mujer perfecta. Su piel era casi translúcida, su cuello un largo y acogedor arco, su cuerpo era firme y maduro. Su piel se ruborizó; su propia piel se encendía ante la idea de tomarla.
Viva… oh, necesitaba estar viva, para disfrutar de la que sería una dura y larga noche de pasión y lujuria en la que pudiera satisfacer todas sus necesidades. Y entonces, ella le entregaría el último presente de su alma.
Oh, cómo iba a tomarla esa noche.
Sintió una sacudida de impaciencia hirviendo en sus venas ante ese pensamiento y saboreó lo que le haría. Antes. Y después.
Desde lo más profundo de su garganta llegó un suave gruñido de expectación. De necesidad. Oyó su propia sangre latiendo a través de sus venas, sintió su pulso acelerarse de impaciencia ante la noche que se le presentaba.
Cerró sus ojos durante el más leve de los segundos, notó su erección fuerte, dura y tensa. Lo cual era bueno. Necesario. Necesitaba el tope, la resolución incansable, la voluntad pura guiada por la testosterona que le mantenía agudo, astuto y despiadado.
Miró de reojo su imagen en el espejo retrovisor y sonrió ante su transformación. Su disfraz era completo. Nadie lo reconocería. Rápidamente, tomó la salida que deseaba y luego paseó por la ciudad, conduciendo con cuidado, por debajo del límite de velocidad permitido en las vacías calles. Sabía dónde aparcar. Dónde esperar.
Lo había planeado durante mucho tiempo, consciente de que en algún momento cedería ante sus necesidades y buscaría una «inferior», una que pudiera satisfacerle durante los próximos días. Hasta la siguiente.
La calle en la que aparcó estaba casi desierta, en un tramo de la ciudad donde la cólera del huracán había golpeado con fuerza. Había unos pocos coches aparcados, algunos abandonados y pintarrajeados, otros que ocupaban partes de la destrozada calle. Bajó la ventanilla de su lado y respiró con fuerza el fresco aire invernal. Incluso allí, en una zona desolada de la ciudad, la noche de Luisiana se podía sentir con vida propia. Oía el zumbido de los insectos, el aleteo de los murciélagos en vuelo, y los olfateó sin excepción, una rata escabulléndose en el agujero de una alcantarilla, un mapache que buscaba basura en la calle o una culebra reptando por el lado; de un árbol.
A lo lejos se oía el amortiguado sonido del tráfico sobre la autopista. De vez en cuando unos faros iluminaban la noche y un coche pasaba de largo.
Sus fosas nasales se ensancharon y lo absorbió todo; sus ojos se adaptaron fácilmente a la oscuridad. La lujuria era su compañía constante. Lo había sido desde que cumplió los once o doce, puede que más joven…
Se reclinó contra el respaldo del asiento, con las manos golpeteando sobre el volante. Había varias «inferiores» que deseaba, aquellas cuyas vidas serían entregadas sin los complicados rituales de las titulares, aquellas que había reservado para el único propósito del derramamiento de su sangre. Esta, la mujer que sacrificaría esa noche, no sería echada en falta hasta pasados varios días. En eso ella era perfecta.
Sabía que vendría. La había visto anteriormente, se había encontrado con ella en varias ocasiones, allí en Nueva Orleans. Era hermosa, su cuerpo bien formado, pero no tenía interés en cultivar su mente. Y ese era su error. Su alma no era capaz de elevarse. No era real, tan solo una plebeya.
Igual que tú, le reprochó aquella voz persistente en su cabeza. ¿Acaso eres tú el amo? ¡Por supuesto que no! Concediste tu voluntad hace ya tiempo y aquí estás, apegado a unas normas que te resultan opresivas. Tanto si lo admites como si no, hay una cadena alrededor de tu cuello, una que siempre se mantiene tensa.
Cerró su mente a semejantes argumentos; sabía que eran blasfemos. Entonces la vio, caminando sola, faltaba la amiga que a veces iba con ella. Bien. Andaba con rapidez con sus tacones altos, con pisadas fuertes y agudas. Decididas. Señales que definían a una mujer fuerte.
Una bailarina.
Que se hacía llamar «Cuerpodulce», pero cuyo nombre verdadero era Karen Lee Williams.
Con su corta minifalda, su top mínimo y su chaqueta vaquera, caminaba en solitario por esa calle desolada, golpeando el pavimento con sus tacones. Probablemente sabía que no debía ir por aquel camino, pero era el más rápido y corto para llegar a su pequeña casa.
Y un lugar perfecto para desaparecer.
Esperó hasta que estuvo a casi una manzana de distancia y entonces salió silenciosamente de su vehículo. No hubo luces, ni alarmas, tan solo un suave crujido de la puerta.
Aunque estaba oscuro, centró sus ojos en ella. El caminaba ágilmente, oculto entre las sombras, manteniéndose junto a los edificios vacíos. Era difícil de creer que ninguna mujer fuese lo bastante estúpida para tomar un atajo y caminar hasta su casa después de una noche retorciéndose alrededor de un poste por dinero. Ese dinero solía mantener su vicio en lugar de a su hija.
Merecía morir.
Y tenía suerte de que allí estuviera él para liberarla de su insignificante existencia.
Él había oído sus quejas sobre su vida, la injusticia de lo que el destino le había reservado, pero ella no había querido cambiar. Todo eso no era más que charla vacía, que utilizaba para ganarse su simpatía.
Sonriendo para sí, la siguió, y luego tomó un atajo a través de unos cuantos huecos donde, gracias a su aguzada visión, podía evitar los escombros, ratas y perros callejeros.
Esta noche, pensó, su sangre cantaba a través de sus venas, la rescataría de su miseria.
Karen estaba tensa. Nerviosa.
Y harta del desastre que era su vida.
Había sido una mala noche, concluyó mientras golpeteaba de camino a casa con unos tacones que empezaban a hacerle daño. Ahora caminaba a través de una parte del Big Easy [6] donde una vez se había sentido segura, pero ahora estaba un poco nerviosa. Pero no tenía elección; aquella ruta era el camino más corto, ya que su coche se había estropeado unas semanas antes y no podía permitirse coger un taxi.
Además, necesitaba un poco de tiempo para respirar algo de aire fresco y pensar. Huir del zumbido de la música, de los clientes salidos, y del olor a cerveza rancia y cigarrillos. El club también había ido cuesta abajo. La noche era algo fresca, pero cuanto más se alejaba de la calle Bourbon, más tranquila y silenciosa parecía. Incluso creyó poder olfatear el río, lo cual probablemente no era más que su imaginación.
Había bailado hasta las once, cuando se había visto forzada a salir del escenario por culpa del último descubrimiento de Big Al, una chica que no tenía un día más de dieciséis años, a no ser que Karen hubiese perdido su ojo clínico. Pero la chica, Baby Jayne, con un maquillaje digno de una muñeca Pepona, unas coletas largas y rubias que casi le llegaban a su culito, y unas tetas que pondrían celosa a Dolly Parton, tenía a todos los clientes entrando por oleadas para el espectáculo de después de medianoche. Incluso aunque era una patosa con la maldita barra. Karen había contemplado una gran parte de la actuación de la joven, pasó el tiempo escondida junto a la puerta, observando los pornográficos movimientos de Baby Jayne. No había seducción en su baile, ni tampoco encanto, solamente lo obvio.
Ahora, ya era tarde.
Eran casi las tres de la jodida mañana.
Simplemente no era justo.
Pensar que a los treinta, ella, Cuerpodulce, había sido degradada. Sus propinas habían sido increíbles hace unos años; en pocas noches ganaba bastante dinero como para pagar el alquiler y comprar un poco de «capricho para la nariz»; pero ahora, después de que la tormenta casi hubiera arrasado la ciudad y de que Baby Jayne hubiese entrado en el club, Karen tenía suerte de ganar el suficiente dinero para pagar las facturas cada mes. Lo cual probablemente era bueno. Si tenía dinero de sobra, solía acabar invertido en sus fosas nasales. Se había mantenido limpia durante dos meses y pretendía permanecer de esa forma. Quería recomponer su vida. Demonios, no podía estar bailando eternamente.
Continuó su camino hacia su modesta casa, la cual había sufrido milagrosamente tan solo daños menores durante la tormenta. Por lo que estaba agradecida.
Cruzó la calle y sintió como si alguien la estuviera vigilando, lo que resultaba ridículo. Por el amor de Dios, aquello era su trabajo, tener a los hombres comiéndosela con los ojos, cuanto más, mejor. Sabía lo que se sentía.
Clack, clack, clack. Sus pisadas continuaban golpeando lo que quedaba de la acera. Y mantenía la vista al frente, temerosa de dar un paso en falso sobre el agrietado asfalto y terminar torciéndose el tobillo. ¿Entonces qué? Su carrera estaría definitivamente acabada.
Quizá era el momento de arreglar las cosas con su madre y su hija, y volverse a San Antonio. Al menos así podría ver a su hija más de una o dos veces al mes. Dejó escapar una sonrisa al pensar en Darcy; aquella niña llegaría lejos. A los diez años ya era la primera de su clase de cuarto grado, y la figura que había hecho para Karen la última Navidad era algo increíble. La niña era un genio, incluso teniendo un inútil por padre, que cumplía condena por posesión, y una madre que bailaba sobre un escenario, haciendo el amor con una barra de metal seis noches por semana.
Un coche pasó lentamente por la calle y Karen se limitó a seguir andando. Nueva Orleans se había vuelto peligrosa y, si tuvieran que creer todo lo que decía la prensa, el crimen estaba por las nubes. Pero ella tenía cuidado. Nunca salía sola sin su pequeña pistola guardada bajo la chaqueta. Si alguien intentaba meterse con ella, estaría preparada.
El coche pasó sin ningún incidente, pero ella aún se sentía tensa. Algo no marchaba bien. Algo más que Baby Jayne pisoteando el terreno de Cuerpodulce.
La sensación de que estaba siendo observada, incluso de que la seguían, la alteraba. Lanzó otra rápida mirada sobre su hombro y no vio nada… ¿o sí? ¿Había alguien justo fuera de su línea de visión?
Su piel se estremeció y un golpe de adrenalina atravesó su interior, espoleándola. Ahora casi estaba corriendo con aquellos malditos zapatos.
No te vuelvas loca. Estás dejándote llevar por tu imaginación.
Pero abrió el cierre de su bolso, para poder agarrar su pistola, su móvil o su gas pimienta con un movimiento rápido. Volvió a mirar sobre su hombro y no vio a nadie.
Bien. Ahora estaba tan solo a tres manzanas de su hogar, y se aproximaba a una zona más segura, donde los daños de la inundación habían sido mínimos y se habían despejado; las luces de la calle funcionaban, al menos una cuarta parte de los hogares estaban ocupados, y otra cuarta parte casi estaba despejada y reformada.
¡Rápido, rápido, rápido!
Caminaba tan deprisa que casi estaba sin aliento, y eso era algo de lo que se enorgullecía: de lo fuerte y en forma que se mantenía con el baile. Llegó hasta el charco de luz proyectada por la primera farola fija que había en su ruta y comenzó a respirar con más calma. Miró una vez más detrás de ella, y entonces se dio cuenta, mientras permanecía bajo el círculo de luz, que allí era un objetivo fácilmente visible.
Ya casi estás en casa, chica. Sigue caminando. Deprisa.
Alcanzó a ver su casa en la esquina, después se maldijo por olvidarse de dejar al menos una luz encendida. Detestaba entrar en una casa a oscuras, pero al menos había llegado.
Se apresuró a pasar por la nueva entrada y por los recientemente reparados escalones frontales con las llaves en la mano. Una vez en el porche, abrió la todavía chirriante puerta de malla, luego giró la llave en la cerradura y empujó la nueva y pesada puerta delantera con el hombro.
Dentro, le llegó el olor a pintura fresca mientras echaba el pestillo y estiraba el brazo buscando el interruptor. La casa estaba en silencio. En un extraño silencio. No se oía el zumbido del frigorífico. Ni el susurro del aire de los ventiladores. Apretó el interruptor.
No ocurrió nada.
La luz del vestíbulo seguía estando apagada. Zaaaaaaas.
¿Era el sonido de un zapato contra el suelo? ¡Oh, Jesús!, ¿había alguien dentro?
Su corazón se aceleró salvajemente por el miedo mientras conectaba varios interruptores. No había luz. Rebuscó la pistola en su bolso con una mano, mientras la otra buscaba a tientas el pestillo sobre la puerta.
Una mano se cerró sobre la suya.
Áspera.
Fuerte.
Brutal.
Aplastó sus dedos y ella empezó a gritar, tan solo para que otra mano cubriese su boca.
¡Oh, Dios, no! Se sacudió salvajemente. Se retorció. Mordió el cuero que tapaba sus labios. Pateó sus piernas, pero su apretón se intensificó.
– Calma, Karen Lee -le dijo una voz que era tan seductora como terrorífica.
¿Sabía él quién era ella? ¿No era algo al azar? Luchó con más fuerza.
– No hay nada que puedas hacer -le aseguró-. Ningún sitio al que puedas huir.
Ahí es donde te equivocas, cabronazo, pensó mientras sus dedos acariciaban el frío níquel de la pistola. Asió el arma, la sacó del bolso antes de dejarlo caer al suelo con un suave golpe. Levantó la mano, dispuesta a enviar a aquel bastardo al infierno cuando vislumbró la cara del tipo por el rabillo del ojo, solamente un vistazo y estuvo a punto de soltar el arma.
Unos ojos rojos estaban clavados en ella, unos jodidos ojos rojos desde lo más profundo de los pliegues de una capucha negra.
Un rostro tan negro como la noche con fantasmales rasgos y unos labios morados, estaba a centímetros del suyo. Es el rostro del mal, pensó aterrorizada.
¡Oh, Dios! Casi se orina encima.
Su cálido aliento la envolvía. ¡Joder, Dios mío!
Ella se resistió. Luchó. Incluso aunque estaba temblando de la cabeza a los pies. Mientras manipulaba torpemente el seguro, trató de pensar con claridad. Todo lo que tenía que hacer era pasar el arma sobre su hombro, y disparar.
Pero por el rabillo del ojo, pudo ver aquella cosa, a ese demonio del infierno, encogiendo sus horrorosos labios y mostrar un repulsivo conjunto de blancos y afilados dientes.
¡Santo Dios!
Karen quitó el seguro.
Inmediatamente, levantó su brazo.
Los dientes cortaron.
La sangre corrió.
El dolor aceleró su brazo.
Apretó el gatillo.
¡Bang! El arma disparó.
Impactó junto a su oído.
El olor a cordita impregnó el aire.
Pero su atacante persistía, retorciéndole el brazo dejándola indefensa, sus piernas ya no podían moverse. Sus hombros se retorcían de dolor.
Oh, Dios bendito, había fallado el disparo. Y el dolor… era espantoso. Un dolor sordo. ¡Ayúdame, Señor, ayúdame a combatirlo!
Ella arqueó su espalda, aún resistiéndose, aún esperando la oportunidad de darle una buena patada en sus espinillas o en su maldita entrepierna. Pero era fuerte y pesado. Todo tendones, músculos y determinación.
La agonía la desgarraba por dentro.
Sus piernas cedieron.
En la oscuridad, pudo verse cada vez más cerca del suelo y ahora solo podía esperar que en alguna parte, alguien hubiese oído el disparo. ¡Plam! Su cabeza se golpeó contra el nuevo suelo de madera. Casi se desmaya del dolor.
Él cayó sobre ella y sujetó sus manos. Antes de que pudiera gritar, aquellos dedos ya se encontraban sobre su garganta, apretando más y más mientras se sentaba encima. Alarmada por el malicioso brillo de sus ojos, se resistió, agitando sus manos, arañando el cuero sobre su cuerpo. Si iba a matarla, por Dios que no iba a ponérselo fácil.
Pero sus pulmones le ardían, esforzándose por tomar aire, y las manos sobre su garganta le apretaban tanto que sentía como si sus ojos pudieran salirse de su cabeza.
Pateó y se retorció frenéticamente.
Sus pulmones iban a estallar por la presión.
La negrura se adentró en los bordes de su campo de visión.
¡No! ¡No! ¡No!
Intentó gritar y fracasó, sin poder siquiera emitir un aliento.
Oh, Dios, oh… Dios…
Sus piernas dejaron de moverse.
Sus brazos cedieron.
El ardor en sus pulmones era pura agonía. Déjame morir, Dios, por favor. ¡Acaba con esta tortura! Él se inclinó hacia abajo y, a través de la neblina que la atenazaba, pudo ver sus colmillos. Blancos. Brillantes. Afilados como agujas. Supo lo que estaba a punto de ocurrir.
Una rápida punzada. Un agudo y breve mordisco mientras sus manos se aflojaban y ella recibía aire en su tráquea con un húmedo siseo. Pero era demasiado tarde. Ella sabía que iba a morir.