Capítulo 23

Jay se disponía a salir por la puerta para acudir a la cita con la doctora Hollister, preguntándose cómo acortarla cuando sonó su teléfono móvil.

El nombre de Sonny Crawley apareció en la pequeña pantalla.

– ¿Qué pasa? -preguntó Jay, llevando su maletín con el ordenador al exterior, donde la lluvia golpeaba en el saliente del porche y goteaba sobre el borde de los colgantes canalones.

– Pensé que te gustaría oír algo de información sobre esas chicas desaparecidas.

A Jay se le tensaron todos los nervios de su cuerpo.

– ¿Has descubierto algo?

– Puede que sí, puede que no, pero pensé que te gustaría saberlo. Bruno salió por la puerta y Jay la cerró de golpe. Se apresuraron juntos sobre el patio mojado.

– Cuéntame.

– Bueno, todo empezó con un furtivo que encontró el jodido brazo de una mujer en la tripa de un caimán, y creemos que podría pertenecer a una de esas estudiantes desaparecidas, pero no hemos sido capaces de encontrar el resto del cadáver.

Sonny le contó toda la historia mientras Jay cargaba sus cosas y a Bruno en la cabina de su camioneta. Se puso tras el volante sin girar la llave de contacto, mirando el parabrisas mientras escuchaba que el furtivo había llamado al departamento del sheriff, el cual se llevó al caimán con el contenido de su estómago a la morgue; que se estaban llevando a cabo las pruebas en el brazo cortado de la mujer, y que la policía se estaba volviendo loca consiguiendo las huellas dactilares del miembro parcialmente descompuesto y hecho trizas. Los equipos de búsqueda todavía buscaban el cuerpo o cuerpos, y la teoría era que el brazo podía haber pertenecido a una de las chicas desaparecidas. Hasta el momento, no habían tenido suerte.

– Una de las cosas más raras del asunto es que no había sangre en ese brazo. Ni una gota -le confesó Sonny-. Se supone que tendría que haber algo. Si cortas un dedo, encuentras sangre. Le cortas la polla a un tipo, y encuentras sangre. Yo no soy médico, no señor, pero me imagino que debería haber algo de sangre en esas venas y arterias.

Ya somos dos, pensó Jay, poniendo finalmente en marcha el motor de su vehículo; su mente regresó a la conversación sobre vampiros.

– Así que el brazo se encuentra en la morgue y, el resto de pruebas como los restos bajo las uñas, las muescas del esmalte, por ejemplo… ¿Eso está en el laboratorio?

– Claro. Puede que quieras llamar a Laurent. Ella sabe más que yo acerca de esto.

– Lo haré, pero, mientras tanto, necesito un favor.

– ¿Otro?

– Te invitaré a una cerveza.

– Puedes apostar tu culo a que lo harás.

– Te compraré seis latas -corrigió Jay al oír la respuesta de Sonny.

– Dispara.

– ¿Puedes comprobar si algún empleado del All Saints tiene una furgoneta oscura?

– ¿Alguien de todo el colegio?

– Te mandaré por correo electrónico una lista de nombres.

– ¿No puedes comprobarlo por tu cuenta?

– Lo necesito para ayer. Esperaba que pudieras ayudarme. Y también me interesa saber si alguno de ellos tiene antecedentes criminales. Cualquier cosa.

– Puede llevarme un buen rato.

– Pues date prisa, estamos hablando de doce latas.

Sonny rió con fuerza; era una risa de fumador que terminó con un ataque de tos.

– Por toda esa cerveza, lo haré. Te haré saber lo que encuentro. Probablemente mañana en el departamento de Vehículos Motorizados; lo demás en cuanto consiga la información.

– Gracias.

– Y quiero cerveza de verdad, ¿me oyes? Nada de esa mierda sin alcohol.

– Cerveza de verdad -prometió Jay.

– Tengo que dejarte. Tengo otra llamada y es domingo por la noche. Ya sabes, tengo una vida. -Crawley colgó y Jay dejó que su cerebro catalogara aquella nueva información.

Un escalofrío atravesó su alma. Un brazo cortado sin sangre. Nada de nada. ¿Había sido extraída y digerida por el caimán, o le había ocurrido alguna otra cosa, algo fuera de lo normal? Como el hombre de ciencia que era, no creyó ni por un segundo que hubiera vampiros caminando sobre la tierra, pero, si Kristi tenía razón, existía un culto cercano con verdaderos creyentes y que sabían lo que estaban dispuestos a hacer.

Por supuesto, el brazo cortado podría pertenecer a otra persona, distinta a las chicas desaparecidas de All Saints.

Pero lo dudaba.

Tras poner la marcha adecuada, marcó el número de Kristi para darle las noticias, pero su teléfono lo envió directamente al buzón de voz.

– Oye, soy yo. Llámame -le dijo, y después colgó con una sensación de inquietud apoderándose de él. Jamás debería haberla perdido de vista. Los acontecimientos ocurrían demasiado rápido. Necesitaba contarle a Crawley, a Laurent o a quien fuera, qué demonios estaba ocurriendo en All Saints.

Kristi se enfadaría, pero daba igual.

Jay apretó los dientes. Debería haber anulado su cita con Hollister y haber asistido a la maldita obra con Kristi. Pero ahora era demasiado tarde. Al mirar su teléfono, deseó que sonase.

– Vamos, Kristi. Llama -dijo. Pero el teléfono permaneció en silencio y, mientras conducía hacia el colegio, su inquietud y preocupación no hacían sino ir en aumento.


* * *

En el servicio de señoras del centro de estudiantes, Kristi se colgó alrededor del cuello la cadena dorada y se preguntó si estaría cometiendo el peor error de su vida. El vial destellaba bajo las intensas bombillas fluorescentes; su oscuro contenido parecía casi negro.

Lo sentía extraño.

Excéntrico.

Casi maligno.

Emitiendo un quejido, Kristi introdujo el collar bajo su jersey de forma que el diminuto cristal tocó su piel. Estaba frío, sorprendentemente frío para su reducido tamaño.

Tras aplicarse un poco de brillo en los labios, anduvo a propósito hacia el extremo más lejano del campus, donde se unió a una multitud de estudiantes y miembros de la facultad que se dirigía hacia el edificio de ladrillos que albergaba el departamento de Lengua y un pequeño auditorio, no muy lejos de la casa Wagner. Las luces brillaban alrededor de la entrada meridional y una señal blanca, pintada con letras negras rezaba: «Obra de esta noche: Everyman».

La quintaesencia de las obras moralistas, pensó Kristi mientras seguía con su mirada a la chica llamada Ophelia, quien se llamaba a sí misma «O» y también llevaba un vial de su propia sangre.

Perfecto.

La misteriosa O trataba de comprar una entrada a una chica sentada tras una mesa muy larga. Una especie de música medieval de viento llenaba la antesala y, la vendedora de entradas, vestida totalmente de negro, parecía tener problemas para controlar visualmente el cambio y a las personas al mismo tiempo. Su cabello negro peinado hacia atrás, que mostraba raíces de color marrón claro, contrastaba singularmente con la gruesa capa de maquillaje blanco que cubría su rostro.

– ¿Ya no quedan entradas para la obra? -inquirió Ophelia, enfadada con la chica que estaba a cargo de la caja.

– Sí… quiero decir, no lo sé… Espera un momento.

– ¡En clase nos han pedido que la veamos! -O no estaba dispuesta a ceder-. Tengo que entrar como sea.

– ¡Ya lo sé! Todos están diciendo lo mismo. -La alterada muchacha vio de repente al padre Mathias, quien permanecía junto a la entrada al teatro, cubierto por una cortina. Vestido con una sotana negra que probablemente era la última moda para clérigos en el siglo XV, se subió una manga, la que cubría un trozo del vendaje apenas visible.

– ¿Padre Mathias? ¿Puede usted ayudarme un momento?

– ¿Qué ocurre, Ángel? -inquirió, y Kristi se preguntó si Ángel era el verdadero nombre de aquella chica. ¿O es que tenía algo que ver con la obra? O aún peor, ¿era el nombre afectuoso del padre Mathias para la chica alterada?

– ¿Sabe usted cuántos asientos nos quedan?

– Unos pocos -respondió suavemente. Con paciencia. A pesar de la ansiedad de la chica-. Estamos preparando algunas sillas plegables adicionales. -Miró hacia la multitud que se amontonaba-. Me lo estaba temiendo -dijo para sí. Después, habló en voz alta para la gente-. Gracias a todos por asistir. Desgraciadamente, la asistencia es mayor de lo que habíamos previsto.

Hubo una serie de empujones detrás de Kristi, y un tipo exclamó: «¿Estás de broma?».

»El auditorio tiene un número máximo de asientos según la jefatura de bomberos y estamos con el aforo completo.

– ¿Qué? -Una chica detrás de Kristi estaba muy encrespada-. ¡Se supone que tengo que hacer un trabajo sobre esta producción!

– Oye, ¿qué es lo que pasa? -exclamó otro.

El padre Mathias levantó sus manos y volvió a bajarlas mientras hablaba.

– Por favor, aceptad todos mis disculpas. Esta noche tan solo podemos vender diez entradas más, pero tenemos pensado repetir la actuación mañana, o posiblemente el viernes, en cuanto el auditorio vuelva a estar disponible y los actores puedan actuar, de forma que todos podréis ver la función.

– ¿Mañana? ¿Pero qué coj…?

– Yo trabajo los lunes por la noche -protestó una nueva voz.

– Esto es una mierda -espetó un muchacho furioso.

– Por favor, por favor. -El padre Mathias se mantuvo firme-. Estoy seguro de que podremos solucionarlo. Vamos a grabarlo y, si no podéis ver la sesión en directo, estará disponible en el departamento de Teatro. La próxima representación será publicada en la página web del campus en cuento pueda organizarlo todo. ¡Gracias a todos!

Entonces se apartó, dejando que la pobre Ángel se ocupara de la enfurecida muchedumbre. O consiguió obtener una entrada; también Kristi fue una de las últimas afortunadas asistentes que, por cinco pavos, recibieron un fino y sofisticado programa y un tique de entrada. Anduvo hasta llegar a una pequeña sala de espera, donde una persona registró el contenido de su bolso como si estuviese asistiendo a un concierto de rock y pudiese llevar contrabando.

– Debemos pedirte que dejes aquí tu teléfono móvil -dijo el vigilante.

– ¿Por qué?

– No podrías creer los problemas que ocasionan. -Le entregó a Kristi un colorido tique de resguardo y un bolígrafo.

– Pero si ya está apagado.

– Son las normas. Tienes que dejarlo. Escribe tu nombre y un teléfono fijo o una dirección de correo electrónico donde puedas ser localizada, solo en caso de que se mezclen.

A Kristi no le gustaba entregar su teléfono, pero no tenía muchas alternativas si deseaba entrar. Rellenó la información, se quedó con la mitad del tique de resguardo y, sorprendida de que no hubiesen confiscado su bote de espray, agarró su bolso y se apresuró hacia el interior, donde la temperatura pareció elevarse veinte grados. La gente estaba apretujada en las filas de asientos del auditorio, pero ella logró dar con una silla plegable esquinada en un pasillo lateral; y junto a O, quien ya se encontraba colocando el bolso a sus pies, con los ojos fijos en el escenario. El descolorido telón de terciopelo, que una vez fue de un oscuro granate, se abrió de golpe, y en el techo aparecieron tenues luces centradas sobre el escenario. El auditorio disponía de un aforo de unas cincuenta personas; aunque esa noche se acercaba más a sesenta y cinco. La calefacción era excesiva y la maldita música renacentista se imponía a todo, resonaba sobre los susurros y el murmullo de la multitud.

Un hombre de treinta y tantos años sentado delante de Kristi se había aplicado demasiada loción para el afeitado, posiblemente para ocultar el olor a marihuana que desprendía. El truco del Old Spice no había funcionado; tan solo hacía más evidente el empalagoso aroma.

El sonido se acopló durante un segundo, chirriando por todo el auditorio, luego todo se quedó en silencio repentinamente. Kristi miró a su alrededor y vio rostros conocidos, personas que también estaban en sus clases de Lengua. Cercano al fondo de la sala, Hiram Calloway leía su programa con interés. Estaba solo, según parecía, y Kristi se preguntó si la habría traicionado dándole a alguien una llave de su apartamento, o si sería él quien había estado grabando en vídeo su salón. Se puso colorada ante la idea y le lanzó dardos con la mirada. Él levantó la mirada como si sintiera sus ojos, la vio y entonces volvió a meter rápidamente su nariz en el programa.

Kristi recordó la persecución del tipo que había visto en su apartamento, y Hiram no parecía dar el tipo. Él estaba un poco fofo, igual que un ex jugador de fútbol americano que se hubiera retirado, y ella era una atleta, siempre había sido rápida. De no haberse dedicado a la natación, probablemente habría sido una estrella de la pista, así que seguramente le habría dado alcance al perseguirlo en mitad de la noche.

La adrenalina pudo haberlo estimulado. El miedo a ser atrapado. En ese caso, era un milagro que no hubiese sufrido un ataque al corazón. O quizá no había sido él. Pero la única persona que también tenía una llave era Irene Calloway, y ella casi tenía que usar un bastón. Con seguridad, Kristi la habría alcanzado enseguida.

¿Quién entonces?

Se quedó mirando a Hiram, quien no se atrevía a mirar en su dirección. Pardillo, pensó Kristi, y paseó su mirada alrededor de la sala. Vio a Grace cerca de la parte delantera del auditorio. Pero no vio a Lucretia. Ni a Ariel. Comprobó su programa, pensando que Ariel podría estar entre el reparto, pero tampoco estaba entre los nombres de los intérpretes, ni de los que trabajaban detrás del escenario. Había una referencia a la doctora Croft, como jefa del departamento de Lengua, y al padre Mathias, por supuesto, así como al doctor Grotto, quien aparecía como «consejero», aunque no sabía qué diablos significaba eso. Zena Regent, la próxima Meryl Streep, estaba incluida como intérprete del papel de Buenas Obras, mientras que Roben Manning, un estudiante afroamericano que estaba en algunas de las clases de Kristi, era el protagonista. Gertrude Sykes interpretaba a la Muerte. Y al final de la página al dorso se mencionaba el nombre de Mai Kwan, quien había diseñado el programa y colaborado en la «promoción y notas de prensa».

Mai nunca había mencionado que estuviera relacionada con el departamento de Teatro, pero tampoco Kristi se había interesado mucho por sus clases o sus actividades extraescolares. Kristi sabía muy poco sobre esa chica, aparte de que era una entrometida estudiante de Periodismo, que había entablado amistad con Tara Atwater y que le daba miedo hacer la colada en el sótano.

Ahora también Mai estaba relacionada con el departamento de Teatro y, por lo tanto, con el padre Mathias y su obsesión por las obras moralistas… las obras a las que habían asistido todas las chicas desaparecidas.

Las luces parpadearon y, entonces, en el transcurso de unos minutos, se apagaron al mismo tiempo. Tras el subsiguiente silencio, apareció la luz de un foco y el padre Mathias dio inicio a la introducción.

Kristi nunca había visto antes la obra, pero la había leído, o al menos parte de ella, en el instituto. La esencia era que Everyman, que simbolizaba a todos los hombres y mujeres sobre la tierra, también se había visto atrapado por los placeres terrenales y había perdido su alma. Cuando fue reclamado por la Muerte, Everyman no tenía nada. Se encuentra con otros personajes, incluyendo a Buenas Obras, Conocimiento, Confesión, y algunos más en su búsqueda para llevar a alguien con él al Más Allá.

Lo que le interesaba a Kristi no era tanto la obra en sí misma, sino los actores que representaban los papeles. Reconoció a la amiga de Lucretia, Trudie, que aparecía como Gertrude en el programa e interpretaba a la Muerte. Zena, por supuesto, paseaba, muy expresiva, por todo el escenario, y algunos de los demás personajes le resultaban familiares, como si les hubiese visto en clase, pero no podía estar segura de sus nombres. Uno de los personajes, Ángel, era interpretado, aunque de forma poco convincente, por la chica que había vendido las entradas. El público también estaba lleno de estudiantes que compartían las clases de Lengua de Kristi y, durante un fugaz instante, creyó ver a Georgia Clovis escondida en el hueco de una salida lateral.

¿Qué estaría haciendo allí?

Los ojos de Kristi se centraron en otros asistentes. Algunos de sus profesores también habían aparecido, creando una habitual lista de eminencias del departamento de Lengua. La doctora Natalie Croft, jefa del departamento, se encontraba sentada junto a un hombre que Kristi no reconoció y junto al doctor Presión, quien aún parecía estar a punto de coger la gran ola. Él, por otro lado, estaba sentado junto a la profesora Senegal, la docente de Periodismo de Kristi.

¿Es que aquella gente no tenía vidas?

¿O acaso se trataba de una aparición obligatoria?

En la oscuridad, Kristi tiró de la cadena alrededor de su cuello, levantándola para que el vial permaneciese por encima del jersey. Aún estaba parcialmente oculto por la chaqueta, pero, cuando las luces se encendieran, tenía pensado hablar con unas cuantas personas y comprobar si alguien se daba cuenta o le comentaba alguna cosa. La obra continuó, con tan solo unos mínimos fallos de texto, y el tipo que había delante de ella, el que apestaba a hierba y almizcle, empezó a roncar. Su cabeza se inclinó hacia delante y la mujer que había a su lado le golpeó en el costado.

Se despertó con un último ronquido, sonando igual que una sierra eléctrica, y la mujer le chistó con intensidad.

Kristi se sentó al borde de su butaca. Esperó nerviosamente y, cuando al fin la función terminó y el reparto apareció para un saludo colectivo, estuvo preparada. Cuando los aplausos se apagaron y se encendieron las luces, Kristi pasó junto al hombre que roncaba y alcanzó a O mientras salía de la fila.

– Tú eres O, ¿verdad? -comenzó Kristi como si acabara de verla en ese preciso instante-. Creo que estamos juntas en una clase.

O, desvió lacónicamente su mirada hacia ella.

– ¿En cuál?

– Puede que en la de Shakespeare o… en la de vampiros del doctor Grotto.

– Sí. Bueno, puede ser.

– Estoy buscando una compañera de estudio.

– Pues yo no.

– ¿Conoces a alguien que la busque?

O se giró para encararse con Kristi cuando llegaron a la puerta que daba a la antesala.

– ¿Es que te parezco una jodida tutora? -espetó. Después, su mirada cayó sobre el vial en el cuello de Kristi-. ¿Qué coño estás haciendo? -inquirió y se puso pálida-. Esconde eso.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? -repitió O. Sus ojos se entrecerraron-. Tú formas parte de… -En ese momento, el padre Mathias comenzó a dirigirse hacia ellas, y O llamó silenciosamente la atención de Kristi abriendo excesivamente los ojos.

– ¿Habéis disfrutado de la función? -preguntó el sacerdote.

– Enormemente -respondió O, aunque obviamente estaba actuando.

– ¡Bien, bien!

– ¡Felicidades, padre Mathias! -Natalie Croft se abrió camino entre la multitud. Le ofrecía al sacerdote una amplia sonrisa-. Un gran trabajo -afirmó, aunque Kristi no estaba de acuerdo. Ningún miembro del reparto de la representación de aquella noche pronunciaría un discurso de agradecimiento para los Oscars próximamente, o al menos durante la vida de la doctora Croft.

– Everyman es mi favorita de entre todas las obras moralistas, aunque estoy deseando explorar también otras, como los misterios y milagros. Espero verla de nuevo por aquí, Natalie. Oh, y para aquellos de vosotros que deseéis verla de nuevo, vamos a hacer otro pase mañana por la noche. Muchas gracias.

El padre Mathias salió por la parte de atrás del teatro mientras las luces se encendían y todo el mundo empezaba a recoger sus pertenencias. O salió como un rayo por la puerta y Kristi trató de seguirla, pero se vio atrapada por la multitud y se entretuvo recuperando su teléfono móvil, el cual estaba, como le prometieron, listo y esperándola. Le entregó su resguardo a otro vigilante, una chica que había interpretado a Conocimiento en la obra, y esta le devolvió el móvil sin mirarla a la cara. Después, Kristi se abrió camino hasta la puerta y salió hacia la noche, esperando encontrar algún rastro de O. Pero la chica se había marchado. Al igual que las demás a quienes había reconocido entre el público.

Genial, pensó mientras se colgaba el bolso en el hombro. Todas las chicas que habían sido secuestradas asistieron a las obras de teatro del padre Mathias, de forma que había esperado encontrar alguna relación, pero ahora se encontraba perdida. Permaneció en la oscuridad, abofeteada por el frío viento, contemplando como el resto del público abandonaba el teatro; algunos se dirigían hacia el aparcamiento, y otros hacia el corazón del campus. Todos los profesores que habían aparecido se marcharon directamente del recinto como alma que lleva el diablo.

Los pocos rezagados que se detenían a charlar o a fumar, o simplemente a pasar el rato, le eran completamente desconocidos. ¿Y qué había sido de la gente de la función? ¿Acaso no sospechaba que todos podrían estar relacionados de alguna forma?

Afróntalo, pensó, hundida en el desánimo, deberías dejar el papel de detective para tu padre.

Durante el camino de vuelta hacia su coche, pasó junto a la casa Wagner. Oscura, angulosa y amenazadora, parecía incluso más prohibida por la noche, con solo la más tenue de las luces surgiendo de las ventanas. Kristi comprobó la verja una vez más y, por supuesto, estaba cerrada. Entonces advirtió un parpadeo en la más diminuta fracción de luz, llegando desde una ventana del sótano.

¿Lo estaría imaginando?

Cuando volvió a mirar, el temblor de luz había desaparecido. ¿Había sido un reflejo? ¿Un producto de su imaginación?

¡Flas!

Vio una nueva luz azulada a través del mugriento cristal. También desapareció con rapidez.

¿Como almacén?, y una mierda, pensó. ¿Quién pasearía entre cajas viejas por la noche? ¿Y por qué había estado el padre Mathias allí el otro día? En realidad no había llegado a explicarse, salvo para decir que había visto indicios de ratas, pero tal vez fuese una excusa para mantenerla alejada. Bueno, pues no funcionaba ni de broma. Kristi había sido apaleada y encadenada, se las había visto con perros feroces y enloquecidos psicópatas, había perdido a su madre y a su padre biológico y casi había muerto. Unas cuantas ratas no eran nada.

Tras rodear el edificio, comprobó la verja trasera y también la encontró cerrada. A la mierda. Tenía que entrar. Escalar la verja de hierro forjado era sencillo y además, sabía que no había cámaras. ¿O no lo había reconocido así Georgia Clovis?

A pesar de que la verja estaba coronada con púas de hierro forjado, la parte superior de la cancela poseía una decoración de volutas. Kristi se encaramó hasta arriba y se dejó caer, aterrizando agachada al otro lado del muro de ladrillos. Miró a su alrededor para asegurarse de que no había sido descubierta y se apresuró en subir los escalones del porche y en tratar de abrir la puerta trasera.

Estaba cerrada a cal y canto.

Joder. Jamás había tenido suerte con el truco de la tarjeta de crédito que tan efectivo resultaba en las películas, y no tenía nada para intentar abrir la cerradura.

¿Y ahora qué?

¿Una ventana?

Probó con todas las ventanas del porche, pero ninguna cedía, ni podía alcanzarlas desde el suelo. ¿Quizá deslizándose a través de una ventana del sótano? Rodeó la enorme mansión gótica, pero ninguna de las ventanas a las que alcanzaba ni la puerta principal se movieron. A no ser que regresara con una palanca, Kristi se encontraba sin acceso al interior.

¿Y las luces parpadeantes que había visto?

¿Eran linternas?

¿Velas?

¿Linternas de bolsillo?

La iluminación había desaparecido. El sótano estaba ahora tan oscuro como una tumba.

Decepcionada, Kristi volvió a trepar sobre la verja y caminó hacia su coche. Al hacerlo, sintió la presencia de aquellos ojos invisibles que vigilaban cada uno de sus movimientos. Se levantó un poco de brisa, provocando que las húmedas hojas del suelo se elevaran y se sacudieran las frágiles ramas de los robles.

Cuando llegó a su coche, creyó oír una voz… una voz suave, el más leve de los susurros gimoteando silenciosamente.

Kristi se detuvo en seco.

– Ayuda -sonaba.

Kristi se giró, inspeccionando las sombras.

– ¿Hay alguien ahí? -inquirió, recorriendo con su mirada desde el aparcamiento hasta la casa. Aguzó el oído, pero no oyó nada sobre el murmullo del viento.

Todo está en tu cabeza, se dijo a sí misma, pero volvió a esperar, atenta, con la piel de gallina, sintiendo que cada uno de sus movimientos estaba siendo estudiado. Medido. Analizado.

– ¿Hay alguien ahí? -insistió, girando lentamente sobre sí misma, con el corazón desbocado por el miedo; sus dedos abrieron el bolso y se cerraron sobre el frasco de espray-. ¿Hola?

Nada.

Tan solo el goteo de la lluvia desde las bajantes, mientras las campanas de la capilla empezaban a anunciar las horas. Se le puso el vello de punta y dirigió su mirada hacia el tejado de la casa Wagner. ¿Había alguien en una ventana superior que la estaba mirando? ¿Había una oscura silueta entre las sombras, o es que realmente lo estaba imaginando todo? En parte temía que alguna perturbada criatura con colmillos ensangrentados se abalanzase sobre ella. Parecía como si el vial de su cuello pesara una tonelada.

– Contrólate -se reprendió una vez que había entrado en el coche. Alcanzó su teléfono, lo encendió y escuchó dos mensajes. En uno de ellos, Jay insistía en que lo llamase; el otro era de su padre, que hacía todo lo posible por aparentar que solo llamaba para ver cómo estaba, pero había una preocupación subyacente en su voz que era imposible ignorar.

– … Así que llámame cuando puedas -decía al terminar.

– Lo haré, papá -dijo ella antes de cambiar de marcha y echar un nuevo vistazo a la casa Wagner.


* * *

Vlad oteaba desde el campanario de la capilla. Kristi Bentz se estaba convirtiendo en un gran problema. Elizabeth tenía razón.

Era el momento de dejarlo antes de que les cogieran. Había otros cotos de caza, pero les llevaría algo de tiempo establecerse, de forma que sería necesario sacrificar a más de una esa noche y otra vez mañana. Después, lo dejarían durante un tiempo. Procurarían que la sangre durase.

Las luces traseras del Honda desaparecieron en la distancia y él se relamió los labios ante la imagen de Kristi Bentz y su cuello largo y flexible. Se imaginó clavando sus dientes en ella, así como haciéndole todo tipo de cosas a su cuerpo.

Así que Elizabeth deseaba mirar.

¿Quién mejor para empezar que la chica que trataba desesperadamente de desenmascararlos? ¿No habría allí una dulce ironía en que Elizabeth lo contemplase todo?

Sí, decidió, existía cierta poesía, una simetría inherente.

Como si el hecho de tomar la vida de Kristi Bentz hubiera sido predestinado.

Pero se estaba adelantando a los acontecimientos.

Para empezar, había otras a las que atender. Hermosas chicas que ya habían entregado sus almas.

Esta noche, una sería tomada.

Mañana, si todo iba según lo planeado, habría dos más. Sus imágenes acudieron a su mente y sintió una cálida lujuria por sus venas. Imaginó su rendición.

Pero antes, esta noche, una estaba esperando…


* * *

Ariel estaba aturdida, no podía levantar la cabeza, y tenía frío, mucho frío. La habitación era oscura, pero de algún modo le resultaba familiar, como si la hubiera visto en sueños. Y se encontraba desnuda y tumbada sobre un sofá de algún tipo, notaba la suavidad contra su piel.

Sabes lo que está ocurriendo.

Lo sospechabas, ¿verdad?

¿Por qué te desesperaba tanto hacer amigos?

Atontada, percibió un cambio en la atmósfera y supo que no estaba sola. Al parecer, se encontraba en alguna especie de escenario, una plataforma elevada, y sentía como si docenas de ojos la estuvieran observando, aunque no veía a nadie.

Intentó decir algo, pero su boca no formaba palabras; sus cuerdas vocales parecían estar paralizadas, al igual que su cuerpo. El miedo gritó a través de ella y trató de moverse desesperadamente, rodar fuera del sofá, hacer cualquier cosa.

Tan solo había querido amigos; había salido a tomar unas copas, pidió el Martini Sangriento, el cual le había parecido bueno… al principio, y en realidad no se había creído todo ese asunto, pero se sintió intrigada y sus nuevos amigos le aseguraron que beber sangre era parte del ritual; todo era parte de la diversión, parte de toda aquella locura tan molona de los vampiros.

Pero ahora estaba mareada por el terror, y la creciente neblina que reptaba lentamente por el suelo le ponía los pelos de punta.

¿Qué estaba pasando?

¿Dónde estaba?

¿Cómo había llegado hasta allí, a aquella habitación oscura y cavernosa? ¿Quiénes, por el amor de Dios, eran las personas que ella sentía que la miraban, comiéndosela con los ojos? ¿Eran hombres? ¿Mujeres? ¿Ambos?

Oh, Señor, ¿qué es lo que iban a hacerle?

Oyó una pisada e intentó girar el cuello, pero en vano.

Otra pisada.

Se le enfrió la sangre en las venas. Ayúdame, rezó en silencio. Por favor, Dios, ayúdame. Trató frenéticamente de ver quién se estaba acercando. ¿Era una persona o más?

– Hermana Ariel -pronunció una voz masculina.

¿Hermana? ¿Por qué la llamaría de esa forma? Recordaba vagamente algún comentario acerca de un rito de iniciación… aquello debía ser de lo que se trataba. ¿Pero por qué tenía que estar desnuda? Y Dios, oh, Dios, ¿por qué no podía moverse?

Reconocía esa voz, ¿verdad?

– La hermana Ariel acude esta noche a nosotros voluntariamente.

¿Quiénes son «nosotros»? Y no, no acudo voluntariamente.

Más pasos seguidos y, a pesar de que él se encontraba a su espalda, a pesar de que no podía verlo, podía sentir su presencia. El hombre la tocó detrás de la oreja y ella quiso apartarse, pero no pudo. En su tacto había algo peligroso y aterrador, pero también seductor.

Su dedo le rozó la nuca y un escalofrío recorrió su ser a pesar de estar en contra. Sentía en su cabeza los fuertes latidos de su corazón, y una luz roja envolvió el escenario, si es que lo era, en una oscura neblina escarlata.

Se le pasó por la cabeza que podría estar soñando, o «viajando» debido a alguna clase de droga, pero, en lo más profundo de su corazón sabía que aquello era real. El hombre la tocaba de forma íntima, acercándose cada vez más, acariciándole la piel con su aliento, rozando uno de sus pezones con la mano.

Su cuerpo respondía aunque ella no deseaba que lo hiciera. Todavía no podía verlo, no podía darse la vuelta para mirarlo a la cara.

– La hermana Ariel se une a nosotros voluntariamente esta noche para realizar el último y definitivo sacrificio.

No… eso no puede ser. Ariel luchaba en su interior, pero su cuerpo no respondía, no podía moverse.

– Nuestra hermana. Una virgen.

Por el amor de Dios, ¿qué significaba eso? Ella no era virgen… Aquello era una locura, tan solo un disparate.

Luchó con todas sus fuerzas, pero no se le movió ni un solo músculo, y sentía como la mano de aquel hombre comenzaba a acariciarla.

– Ahora, hermana Ariel, es la hora -dijo inclinándose para acercarse más y más; tanto que ella podía sentir el cálido aliento sobre la piel desnuda de su cuello y sintió un hormigueo en su interior. ¿Era expectación? ¿O terror?

¡No! ¡No, no, no!

Rozó su piel con los labios.

– Sabes quién soy -susurró, y ella lo sabía. Oh, Señor, sabía quién era y algunas veces había fantaseado con él. Pero no de aquella forma… no con… con público. No cuando el miedo y la seducción se mezclaban, cuando era incapaz de moverse, de hablar.

Tan solo oyó un ligero matiz de sonrisa en su voz cuando dijo: «No tengas miedo».

Pero lo tenía. Oh, Dios, tenía miedo.

Inclinó su cabeza hacia ella y Ariel sintió un doloroso y cálido pinchazo, parecido al de una aguja, en su cuello. El corazón le latía salvajemente. Intentó gritar, pero de sus labios no salió más que un gemido.

Su boca no tardó en prenderse de ella.

La sangre comenzó a fluir, constante y cálida.

Oh, sí. Estaba asustada.

Estaba paralizada, agotada, invadida por el miedo.

Dios, ayúdame…

Загрузка...