Capítulo 5

De modo que esto es de lo que habla todo el mundo, pensó Kristi al tomar asiento en el aula abarrotada durante el primer día del trimestre. Era el lunes siguiente al Año Nuevo, a las ocho de la mañana. La mayoría de los estudiantes tenían aspecto de estar recién salidos de la cama.

Las sillas chirriaban contra el suelo, los zapatos se arrastraban, las voces se elevaban en conversaciones, y de fondo se oían los suaves compases de una música renacentista que salía de unos altavoces instalados en alto, sobre las paredes de la enorme sala en forma de auditorio. Había hileras de asientos situadas sobre gradas que descendían en embudo hasta un simple escenario central que contenía una mesa vieja, un estrado y un micrófono. Había una pila de libros y un archivador junto a un ordenador portátil sobre la mesa.

Un hombre de treinta y tantos, presumiblemente el doctor Víctor Emmerson, se encontraba ya detrás de la mesa, con las caderas inclinadas ceñidas en sus vaqueros mientras se apoyaba sobre sus notas, su estropeada chaqueta de cuero negro sobre una camiseta blanca, y un par de gafas de espejo plegadas y metidas en el liso cuello. Su pelo era largo, marrón oscuro, y aparentemente no se lo había peinado desde el día anterior. Una barba de tres días cubría unas fuertes mandíbulas. Tenía aspecto de realizar viajes en Harley Davidson por carretera. Todo en él recordaba a un estilo de «motero molón». Una lejana sombra de los almidonados profesores que recordaba de hace unos años.

Puede que la clase fuese tan interesante como había oído. Se había matriculado porque era obligatoria para los estudiantes de Lengua no licenciados y además sonaba interesante. Ahora incluso más.

Emmerson se rascaba la incipiente barba del mentón mientras leía sus notas, pasaba las páginas, fruncía el ceño ante sus propias anotaciones, para tan solo elevar la mirada cuando se abría la puerta de la sala y una nueva estudiante entraba y buscaba un asiento libre.

Los sitios restantes eran muy pocos y estaban muy dispersos.

Aquella clase sobre Shakespeare era sorprendentemente popular, y Kristi se imaginaba que semejante fascinación tenía más que ver con el atractivo e inusual profesor que con el dramaturgo o su obra. Dispuso su ordenador sobre la mesa para tomar apuntes y echó un vistazo a los demás estudiantes, algunos de los cuales le resultaban familiares. Mai Kwan, su vecina, estaba sentada junto a la parte delantera del aula, varias filas por debajo de Kristi, y un par de chicas que habían estado con Lucretia el día que entró en la cafetería, estaban sentadas en corrillo junto a las ventanas. Pero la sorpresa ocurrió justo antes de empezar la clase, cuando quien entró no fue otro que Hiram Calloway, el supuesto casero de Kristi. Ella se giró rápidamente hacia otro lado, esperando que no se diera cuenta de que uno de los escasos asientos libres estaba junto al suyo. Afortunadamente, encontró otro asiento, al fondo de la sala. Bien.

La puerta se cerró de golpe detrás de Hiram, y Emmerson comprobó el reloj de la pared, luego pulsó un botón detrás del estrado, apagando la música. Tras enderezarse y contemplar la totalidad de la clase con una amplia mirada, se presentó.

– Muy bien, soy el profesor Emmerson, esto es Shakespeare 201 y si esta no es la asignatura a la que os apuntasteis, marchaos y dejad sitio libre para alguien que sí pretendía apuntarse. Para aquellos de vosotros que habéis oído que esta es una asignatura fácil, un sobresaliente garantizado, vosotros también estáis invitados a salir.

Nadie se movió. La clase estaba en silencio, exceptuando el chasqueo del reloj.

Un teléfono móvil sonó con fuerza y Emmerson miró fijamente a un chico con una gorra de béisbol que rebuscaba en su bolsillo.

– Eso es lo siguiente. Nada de móviles en clase, y no me refiero solo al timbre. Si noto que está vibrando, o si alguien mira el suyo para leer un mensaje o incluso para ver la hora, será historia. Suspenso automático. Si no os gustan las reglas, no vengáis a clase y discutidlo con la administración. No me importa. Esta clase no es una democracia. Yo soy el rey, ¿de acuerdo? Igual que los que estudiaremos; tan solo espero no ser tan egocéntrico.

«Mientras estáis aquí -dijo levantando sus manos para indicar que se refería a toda la clase-, conmigo, estudiaremos al bueno y viejo Willie como jamás lo habéis estudiado antes. No vamos a limitarnos a leer sus obras y poemas. Vamos a aprenderlos. Por dentro y por fuera. Los leeremos tal y como hay que leerlos, la forma en la que el señor Shakespeare, o dependiendo de vuestro punto de vista, quienquiera que los escribiese, quería que se leyeran. Para el propósito de esta asignatura, daremos por hecho que pertenecen a William Shakespeare. Si sois de esos admiradores de Francis Bacon que creen que las obras son suyas, incluso aunque no hubiera disfrutado del suficiente tiempo para escribirlas, o entusiastas de Edward de Vere, o aquellos de vosotros que piensan que Christopher Marlowe, incluso aunque supuestamente murió en 1593, tomó la pluma con su mano muerta bajo el nombre de Shakespeare, o que, con ese objetivo, algún otro lo hizo -señaló hacia el fondo de la sala-, ahí está la puerta. Sé que existe un movimiento para probar que el pobre y analfabeto William no pudo ser capaz de escribir algo tan sofisticado o erudito sobre las clases altas, Italia y todo eso. También sé que algunos de los ámbitos académicos creen que sus obras en realidad fueron escritas por un grupo de personas. Vamos a tener un montón de animadas discusiones sobre la obra de Shakespeare, no me malinterpretéis, pero todo el asunto de «¿los escribió él o no?» es un tema tabú. No me importa quién los escribió, ¿de acuerdo? Eso es para otra asignatura. Yo solo estoy interesado en lo que pensáis de su obra. -Dio la vuelta hasta llegar delante de su escritorio y apoyó sus caderas contra el borde-. Doy por hecho que todos habéis recibido un programa por correo electrónico para esta clase. Si no es así, volved a comprobar vuestra bandeja de entrada o carpeta de correo basura y, solo si realmente no lo habéis recibido, llamad a mi oficina y os enviaré otro enseguida. La mayor parte de vuestras tareas se enviarán por Internet y eso es por lo que todos tenéis una dirección que acaba en «allsaints.edu». Si no tenéis una, o creéis que no, hablad con el secretario o en admisiones. Ese no es mi problema.

»Para aquellos de vosotros que habéis mirado el programa, veréis que vamos a empezar con Macbeth. ¿Por qué? -Su sonrisa era un tanto malvada-. Porque, ¿qué mejor forma de empezar el año que con brujas, profecías, sangre, fantasmas, culpa y asesinato?

Ahora tenía la atención de todo el mundo y él lo sabía. Al mirar hacia los cautivados estudiantes, con su mirada moviéndose de un admirado rostro al siguiente, asintió despacio. Sus ojos se encontraron con los de Kristi y aguantaron allí unas décimas de segundo. ¿Era su imaginación o se había recreado un poco más en ella que en los demás?

Ni hablar.

No era más que un efecto de la luz. Tenía que serlo.

Y, aun así, su sonrisa pareció cambiar un poco antes de desviar la mirada, como si supiera un profundo secreto. Un secreto íntimo.

¿Qué demonios le estaba ocurriendo? Solo porque era guapo, ya se encontraba pensando en todo tipo de cosas ridículas.

– Además -prosiguió con su voz profunda-, en esta aula yo decido lo que hacemos. A mí me gusta Macbeth. Así que… -Dio una palmada juntando sus manos y la mitad de la clase se sobresaltó. De nuevo aquella sonrisa de complicidad-. Empecemos…


* * *

– ¡Kristi! -Mientras pasaba rápidamente junto a los escalones de la biblioteca, oyó su nombre y le dio un vuelco el estómago. Reconocía esa voz. Al darse la vuelta, Kristi se encontró con su antigua compañera de cuarto y ayudante de profesorado, Lucretia, con un ondeante abrigo negro, sosteniendo un paraguas en su mano y corriendo hacia ella. El cielo amenazaba con un chaparrón, el viento golpeaba con fuerza, y lo último que le apetecía hacer a Kristi era mantener una charla con Lucretia Stevens en mitad del complejo-. ¡Oye, espérame!

No había forma de escapar.

Se detuvo y Lucretia, sin aliento, aceleró el paso para alcanzarla.

– Necesito hablar contigo -le dijo sin preámbulos.

– No me digas.

Lucretia ignoró la ironía de Kristi.

– ¿Tienes un minuto? -Otros estudiantes, con sus cabezas inclinadas contra el viento, se apresuraron sobre los caminos de cemento y de ladrillos que atravesaban el césped en mitad del campus. Algunos iban en bicicleta, otros paseaban, y uno de ellos se desplazaba raudo sobre un monopatín-. Podríamos ir al centro de estudiantes y tomar una taza de café o té, o cualquier otra cosa. -Parecía impaciente. Preocupada.

– Tengo una clase a las once y está al otro lado del campus. -Miró su reloj. Las diez y treinta y seis. No quedaba mucho tiempo.

– No tardaremos -insistió Lucretia, aferrando a Kristi por el brazo y tratando de guiarla hacia el edificio de ladrillos que albergaba el centro de estudiantes, la cafetería y, al otro lado, la secretaría. Kristi tiró de su brazo, aunque entró junto a Lucretia en la cafetería, donde se dirigieron hacia el mostrador y esperaron detrás de tres chicas que pedían café. Kristi examinó minuciosamente el amplio surtido de bollos, magdalenas y rosquillas, y luego pidió un café solo, mientras que Lucretia pidió uno de caramelo con leche y extra de espuma. Kristi trató de no mirar el avance del minutero mientras esperaban sus consumiciones, pero le molestaba llegar tarde a su próxima clase, La influencia del vampyrismo en la cultura moderna, impartida por el doctor Grotto.

Una vez que las hubieron servido, siguió a Lucretia a través de mesas esparcidas donde los estudiantes se reunían para hablar, estudiar o escuchar sus iPods. Percibió la presencia de un par de amigas de Lucretia, Grace y Trudie, absortas en una profunda conversación en una mesa cerca de la puerta trasera, pero Lucretia, como si quisiera evitarlas, se dirigió a una mesa en un rincón que no habían limpiado en toda la mañana. Tomó asiento dándoles la espalda a sus amigas.

Kristi se sentó en su lado de la mesa y entonces se dio cuenta de que tan solo disponía de veinte minutos para llegar a su clase. Estaba condenada a llegar tarde.

– Será mejor que te des prisa. No tengo mucho tiempo -le avisó Kristi mientras soplaba sobre su taza humeante.

Lucretia dejó escapar un suspiro y luego miró por encima de su hombro, como si esperase que alguien las estuviera vigilando. Una vez satisfecha de que no las observasen o escuchasen, se inclinó sobre la mesa y comenzó a susurrar.

– Ya habrás oído que algunas estudiantes han desaparecido del campus. Kristi fingió estar moderadamente interesada. Asintió.

– Cuatro, ¿verdad?

– Sí. -Lucretia mordisqueó la comisura de sus labios-. Por ahora solo han desaparecido…

– Pero… ¿tú crees… que ha sido otra cosa?

Lucretia no tocó su café, se limitó a dejarlo sobre la mellada mesa de fórmica junto a algunos sobres de salsa y mostaza que alguien no se había molestado en tirar.

– Bueno, tan solo creo que aquí ocurre algo. Algo extraño. -Bajó la voz más aún-. Yo conocí a Rylee.

– ¿Conociste? ¿En pasado?

– No -rectificó con rapidez-. Me refiero a que, la conozco, pero nadie, y quiero decir nadie, la ha visto desde antes de Navidad. Creo que es posible que, oh, Dios esto es tan raro.

– ¿Qué es raro?

– Creo que podría haber formado parte de algún culto.

– ¿Un culto?

Ella asentía, girando su pequeña taza y observando como la espuma se fundía lentamente en su café, aún sin tocar.

– ¿Te refieres a un culto como los religiosos?

– No sé exactamente de qué clase… Hay rumores acerca de todo tipo que cosas raras que ocurren. El más significativo es que parece existir cierto interés por los vampiros.

– ¿Igual que en Buffy, la Cazavampiros o en Drácula, o…?

– Me refiero a vampiros de la vida real.

Kristi le lanzó una mirada.

– Murciélagos vampiros… ¿o como el conde Drácula? ¡Oh!, espera, ya lo capto. Te estás quedando conmigo. Pero Lucretia parecía seria.

– ¡Esto no es una broma! Algunos de los chicos van por ahí con colmillos y viales con sangre que cuelgan de sus cuellos, y están tan metidos en la clase del doctor Grotto que se ha convertido en casi una obsesión. Están totalmente fuera de control.

– Pero ellos no creerán realmente que hay vampiros que duermen en ataúdes durante el día y salen por ahí a beber sangre humana por la noche. Del tipo que solo pueden matarse con estacas de madera o balas de plata y que no se reflejan en los espejos.

– No seas así.

– ¿Qué no sea cómo?

– Tan… severa. Y no sé lo que creen. -Casi sintiéndose culpable, Lucretia jugueteó con una cadena de oro que rodeaba su cuello. Entre sus dedos, se balanceaba una pequeña cruz con diamantes incrustados.

– Entonces, Rylee estaba metida en eso de los vampiros -dijo Kristi con aire escéptico.

– Sí. Oh, desde luego… -La cruz de diamantes brillaba bajo las enormes luces suspendidas sobre el salón de la cafetería.

– ¿Qué es lo que hace? Me refiero a ese culto vampírico.

– No lo sé. Rylee era tan… reservada.

– ¿Qué sabes sobre ella?

– Bueno, yo no diría que fuese la chica más estable del planeta -admitió Lucretia-. Ya había dejado el colegio antes una vez, puede que durante el trimestre de invierno o primavera del año pasado. -Se aclaró la garganta. Desvió la mirada. La cruz destelló.

– Y… -le dio pie Kristi, presintiendo que había más.

– Y, bueno… ella era… es un poco reina de la tragedia. Bueno, no solo un poco, diría yo. Una vez trató de suicidarse.

– ¿De suicidarse?

– ¡Chist! -Lucretia bajó la voz y dejó de juguetear con su collar-. Ya lo sé, eso es un grito de ayuda y no estoy segura de que jamás la recibiera. Su madre se pasaba tanto tiempo preocupándose de que Rylee no se quedase embarazada que nunca vio el sufrimiento por el que estaba pasando.

– ¿Su madre ignoró el intento de suicidio? -inquirió Kristi sin poder dar crédito a sus oídos.

– Por lo que dijo Rylee, le causó a su madre un montón de problemas siendo adolescente; saliendo hasta tarde, abusando de las fiestas, amigos inadecuados, drogas, chicos, lo que quieras. Así que se lavó las manos en lo que a ella se refería, le dio la espalda a su propia hija. ¿Qué te parece? -Lucretia pronunció la última frase con amargura, y le hizo recordar a Kristi los propios padres separados de Lucretia. Al menos, separados emocionalmente.

Lucretia volvió a aclararse la garganta.

– En fin, por lo que yo veo, su madre cree que la desaparición de Rylee no es más que uno de sus trucos; una llamada de atención.

– Pero tú crees que se trata de ese… culto.

– Así es.

– Y que ella se vio relacionada con algo o alguien malvado del culto. Lucretia tragó con dificultad.

– Espero equivocarme.

– Crees que llevó todo ese asunto del vampirismo demasiado lejos, que realmente se lo creyó, y se le metió en la cabeza.

Obviamente, Lucretia lo contemplaba como una opción.

– Sí… sí… Creo que es posible.

Había algo apartado de aquella conversación, algo que Lucretia no le estaba contando, algo preocupante. Allí estaban, en medio de la maldita cafetería del centro de estudiantes, rodeadas por jóvenes y adultos que hablaban, reían o estudiaban; algunos escuchaban su iPod, otros comían o bebían café o refrescos, pero Lucretia y ella estaban realmente hablando sobre vampiros y cultos. ¿Algo profundamente perverso? Miró a su ex compañera de habitación y se preguntó lo que le habría ocurrido en los últimos años.

– ¿Qué hay de ti, Lucretia? -preguntó, atenta a la más mínima reacción-. ¿Dónde encajas tú en todo este asunto del vampirismo?

Lucretia miró por la ventana hacia la oscura luz que lucía fuera.

– Hay veces en las que no sé lo que es real y lo que no lo es.

Un escalofrío de aprensión recorrió la espina dorsal de Kristi.

– ¿En serio?

– ¿Que si creo en vampiros? ¿Cómo en las películas de Hollywood? No. -Lucretia sacudió lentamente su cabeza. De forma pensativa. Como si estuviera luchando contra la idea por primera vez. Casi inconscientemente, comenzó a despedazar su servilleta de papel.

– Vamos a dejar Hollywood a un lado -sugirió Kristi. Probablemente debería abandonar la conversación por completo. Era demasiado extraña. Demasiado irreal. Pero no podía contenerse. Su curiosidad se encontraba estimulada por el misterio de las estudiantes ausentes y ya había decidido investigar sus desapariciones; a lo mejor Lucretia podía ser de ayuda. Ciertamente, parecía estar deseándolo.

Lucretia pensó con cuidado antes de hablar.

– Filosóficamente hablando, creo que puedes fabricar tu propia verdad. Las personas que sufren alucinaciones, ya sea por drogas o por sus condiciones médicas, ven cosas que son de lo más reales para ellas. Esa es su verdad, su margen de referencia aunque no sea, posiblemente, el de nadie más. Mi abuela, antes de morir, veía personas que no estaban en la habitación, y ella estaba segura de haber ido a lugares a los que era imposible que hubiese ido, porque se encontraba metida en una cama de hospital de una residencia de ancianos. Pero ella describía sus viajes con una nitidez impresionante, hasta el punto de que casi nos convence. ¿Estaba soñando? ¿Era una alucinación? -Lucretia se encogió de hombros-. No tiene importancia. Su realidad, su verdad era que ella había estado allí.

– De modo que consideras que los estudiantes que están en este culto, ya han alterado su realidad. ¿Mediante qué? ¿Problemas mentales? ¿Drogas?

– O tal vez deseo.

Kristi sintió una brisa helada atravesando su alma.

– ¿Deseo?

Con un suspiro, Lucretia apartó finalmente los trozos de su servilleta a un lado, recogiendo los pedacitos más pequeños con los pegajosos sobres usados de los edulcorantes.

– Desean creer con tanta fuerza que se hace real. Ya sabes a lo que me refiero. Desear algo con tanta fuerza en tu vida que casi puedes saborearlo. Desear algo… algo por lo que harías cualquier cosa con tal de tenerlo. -Sus ojos oscuros se centraron en Kristi, y agarró su mano, sujetándola con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos-. Todos deseamos algo.

Un momento después, soltó la mano de Kristi, quien descubrió que su pulso se había acelerado.

– Pero esta fantasía en particular… ¿Por qué iba alguien a pensar que existen los vampiros? -inquirió Kristi, sinceramente intrigada.

– Es erótico. Sexi.

– ¿En serio? ¿Beber sangre? ¿Vivir en las tinieblas? ¿Ser un muerto viviente durante siglos? ¿Eso es erótico? ¿Quién en su sano juicio podría desear…?

– Nadie ha dicho que tengan que estar en su sano juicio. -Lucretia empezó a mirarla de nuevo, luego cogió finalmente su taza de café y le dio un sorbo-. Estos creyentes… sus vidas están vacías, o son aburridas, o tan jodidamente horribles que cualquier clase de magia, o de brujería, o de existencia alternativa es mejor que lo que están viviendo.

– Eso es una locura. Estás diciendo que existe todo un culto de estas personas que creen en esa criatura nocturna de fantasía.

– Será una locura para ti. Pero no para ellos. Oh, probablemente haya quienes participen tan solo por la emoción del acto. Existe una atracción hacia toda la cultura del vampirismo. Es oscura. Es sexual. En cierto sentido es muy romántica y visceral. Pero para algunas personas no es una fantasía. Son aquellos que, real y verdaderamente, lo creen.

– Necesitan ayuda -dijo Kristi.

Cuando Lucretia miró hacia Kristi, sus ojos habían vuelto a oscurecerse. ¿Era la preocupación? ¿O su propio dogma infernal? ¿Por qué era todo aquello tan raro? Kristi y Lucretia jamás habían sido amigas, así que, ¿por qué la había buscado su antigua compañera de habitación? ¿Por qué, incluso, estaban manteniendo aquella conversación? En una mesa cercana, dos chicos del tipo deportista arrastraron las sillas hacia fuera y colocaron sobre la mesa una bandeja llena de perritos calientes y patatas fritas. Hablaban y bromeaban entre ellos mientras cogían sobres de kétchup y mostaza. Todo era tan normal.

¿Realmente estaba manteniendo una conversación con Lucretia acerca de vampiros?

– ¿Y qué hay del doctor Grotto? -preguntó Kristi, imaginando al hombre alto y sarcástico de pelo oscuro y ojos profundos-. ¿Crees que lo promueve con sus clases de vampirismo? ¿Es el líder del culto?

– ¿Qué? ¡No, por Dios! -Apoyó su taza en la mesa con tanta fuerza que un poco de espuma y café se derramaron por el borde.

– Pero él imparte las clases…

– No sobre ser un vampiro, por el amor de Dios, sino sobre la influencia de los mitos de vampiros, hombres lobo y demás monstruos cambiantes en la sociedad. Históricamente y en la actualidad. ¡Es un intelectual, por el amor de Dios!

– Eso no quiere decir que no esté metido en todo el asunto…

– Te estás equivocando. No se trata de Dominic… -Lucretia sacudió su cabeza de forma vehemente y realmente palideció ante la idea-. Es un hombre maravilloso. Educado. Vivaz. Mira, esto ha sido un error. -Visiblemente afectada, se levantó y comenzó a temblar al recoger sus cosas-. Pensé que, debido a que habías pasado por tantas cosas, a que tu padre era un detective genial, podrías ser capaz de ayudar; que podrías convencer a tu padre para que investigase lo que les ocurrió a Dionne, Monique, Tara y Rylee, pero olvídalo.

– Tus amigas aún siguen sin aparecer -comentó Kristi mientras, también ella, se levantaba de la mesa.

– No son mis amigas, ¿vale? Tan solo unas chicas que conocí. Parte de un grupo de estudio.

– ¿Se conocían entre ellas?

– Superficialmente, supongo. No estoy segura. Eran estudiantes superiores de Lengua, y creo que todas ellas eran chicas algo problemáticas y solitarias, de las que podrían haberse visto metidas en el asunto turbio. Pero debería haber sabido que lo interpretarías mal. -Elevó sus ojos mientras arrojaba su servilleta mojada a una papelera cercana.

– ¿Le has contado esto a la policía?

– No… yo… ahora soy una ayudante del profesorado aquí, pero no soy fija y no tendré acceso completo a todos los archivos mientras no sea profesora y… maldita sea, es complicado. No podía ir por ahí, parloteando acerca de cultos en el campus, pero entonces me crucé contigo y… eso, lo que te he contado. Porque pensé que tu padre podría investigarlo discretamente, sin tener que involucrarme. Antes, no estaba convencida de que nada se hubiera torcido. Dionne y Monique eran muy alocadas y siempre hablaban de irse por ahí haciendo autoestop, pero ahora… no lo sé. Tara era infeliz, ¿pero Rylee? -Se apartó el pelo de los ojos, percibió a los chicos en la mesa contigua y bajó la voz-. Puede que esté imaginando todo esto. Ya sabes, toda esa confusión entre la realidad y la fantasía. Ni siquiera sé por qué te lo he contado.

Tampoco Kristi. Jamás había visto a nadie ir de un extremo a otro en cuestión de segundos. Obviamente había metido el dedo en la llaga al sacar a relucir al profesor Grotto, que resultaba ser quien impartía la siguiente clase de Kristi, a la que ya llegaba tarde, la de los vampiros.

Kristi decidió que, por el momento, se guardaría esa información. Se bebió lo que restaba de su café y dejó la taza mientras Lucretia daba un último repaso a la mesa.

Kristi no pudo evitar ver el anillo en la mano izquierda de Lucretia.

– ¿Estás comprometida? -inquirió, y recordó la conversación que Lucretia estaba manteniendo acerca del tipo que era «absolutamente alucinante». ¿Podría haberse referido a Grotto?

Lucretia dejó de limpiar durante un segundo, bajó la mirada hacia sus dedos, y su blanco rostro se volvió colorado en un instante.

– Oh… no… -tartamudeó-. Es… es solo… no es nada. -Rápidamente hizo una pelota con las servilletas y los sobres de condimento y la dejó caer en la papelera-. Y no es un anillo de compromiso -añadió al instante-, o como quisieras llamarlo cuando eras novata. -Una leve sonrisa se asomó en sus labios-. ¿Recuerdas?

– Claro.

Lucretia se limpiaba las manos en una nueva servilleta.

– ¿No te parece curioso? Pensar que el tipo a quien dejaste cuando estuviste aquí por primera vez ahora forma parte del personal. Para que luego hablen de los caprichos del destino.

Kristi se quedó mirando a Lucretia, intentando darle sentido a su comentario.

– ¿Te refieres a Jay?

– Claro, Jay McKnight.

El alma se le cayó a los pies. Cualquier cosa que ella y Jay hubiesen compartido terminó hace mucho tiempo, pero eso no significaba que ella quisiera toparse con él. No, Lucretia debía estar mal informada.

– Trabaja para el departamento de policía de Nueva Orleans -protestó Kristi, y luego comenzó a tener un mal presentimiento cuando vio aquel brillo triunfal en los ojos de Lucretia, mientras se colgaba el asa del bolso sobre uno de sus hombros.

– Pero imparte una asignatura aquí. Es una clase nocturna, creo. Sustituye a una profesora que tenía problemas familiares y tuvo que pedir una baja temporal o algo así.

– ¿De veras? -Kristi no podía creerlo, pero no quería discutir. Lucretia debía estar completamente equivocada o tomándole el pelo para molestarla. No estaba dispuesta a otorgarle ningún crédito hasta que viera a Jay McKnight con sus propios ojos. Después, un nuevo mal presagio la asaltó-. ¿Qué clase?

– No lo sé… creo que algo de criminología.

El estómago de Kristi se contrajo.

– ¿Introducción a la ciencia forense?

– Podría ser. Ya te he dicho que no estoy segura.

Oh, Dios; no, por favor. No podía imaginar a Jay siendo su profesor; eso sería demasiado para ser verdad. Rememoró cómo había roto con él tan bruscamente y sintió vergüenza. Incluso habiendo ocurrido hacía casi un década, no quería ni pensar en que existiera la posibilidad de encontrarse con Jay en el campus. O de que él pudiera ser su profesor. Aquello sería una tortura.

– Nos vemos. -Lucretia ya se dirigía hacia la puerta cuando Kristi vio el gran reloj instalado sobre la pared trasera del edificio, sobre las puertas que llevaban hasta las oficinas de administración.

Miró la hora.

Eran las once menos tres minutos.

No había forma de que pudiera llegar a tiempo al otro lado del campus. Llegaría tarde, sin duda. Pero quizá merecía la pena. Los temores de Lucretia, sus teorías sobre un culto allí, en el campus, eran sin duda interesantes. Merecía la pena investigarlas. Pero ¿realmente eran vampiros?

– No me hagas reír -se murmuró a sí misma; después se sintió molesta al sentir un escalofrío involuntario que recorrió su espina dorsal.

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