Capítulo 24

Kristi decidió parar en su apartamento para cambiarse de ropa. Una vez más, parecía que no habían revuelto nada en su interior. Puede que hubieran asustado al mirón.

– ¡Adiós y gracias! -exclamó a la habitación vacía mientras Houdini, que estaba en lo alto de la librería, bajó de un salto y se lamió las axilas como si estuviera dibujando ochos. Quería confiar en ella, pero aún no había dado ese salto de fe.

– Volveré mañana -le prometió, y después salió por la puerta y condujo hasta la destartalada vivienda de la tía de Jay.

Jay estaba justo saliendo de la camioneta cuando ella aparcó en la resquebrajada entrada, y Bruno ya se encontraba marcando cada pedazo de matorral en el camino hasta la puerta principal. Jay la agarró y la besó con tanta fuerza que la cabeza le dio vueltas.

– ¿Me has echado de menos? -le preguntó Kristi cuando finalmente la soltó y pudo recuperar el aliento.

– Un poco.

– Un montón -bromeó ella.

– Simplemente estoy contento de que estés aquí -le dijo seriamente, rodeándola con su brazo sobre el hombro y conduciéndoles alrededor de un goteante canalón al dirigirse hacia el porche delantero.

Una vez dentro, comprobaron la grabación del interior de su apartamento, pero no había nada aparte del gato, paseando de un lado a otro.

– ¿Crees que aparecerá alguna vez?

– En su momento -respondió él con gravedad.

Kristi se puso el pijama quitándose con cuidado el vial de su cuello, sintiéndose levemente culpable por no decirle a Jay que lo había llevado. Cuando volvió al cuarto de estar, este se encontraba haciendo un fuego con trozos de madera. Las ansiosas llamas saltaron y crepitaron; un aroma a madera ahumada impregnó las habitaciones y entonces Jay abrió una botella de vino tinto. Bebieron en vasos de plástico y se acomodaron apoyándose en muebles viejos cubiertos de restos del cartón piedra de las paredes.

– Hogar, dulce hogar -entonó Jay con un irónico parpadeo.

– Esta noche he visto a Hiram en la función -dijo ella mirando el interior de su vaso-. Todo lo que pude hacer fue contenerme para no ir hasta él y acusarlo de ser un pervertido.

– Simplemente lo negaría.

– Lo sé, pero, si no fue él, entonces le dio mi llave a otra persona. O puede que lo hiciera Irene.

– Claro, o el antenista o el que repara el teléfono, o un fontanero. No sabemos quién es ese tipo.

– No ha pasado tanto tiempo desde que cambié las cerraduras.

– Le atraparemos -aseguró Jay-. Ten paciencia.

– ¿Quieres decir más paciencia?

Jay sonrió, pero no quiso discutir. Menuda idea. Kristi sabía que la paciencia no era su fuerte, pero últimamente la poca que tenía se había reducido considerablemente. Parecía como si llevara toda una vida esperando, congelando su tiempo, esperando una señal.

– Oye, no puedo quedarme aquí mientras estés en Nueva Orleans -dijo Kristi-. Tengo que regresar a mi apartamento.

Jay sacudió vehementemente su cabeza.

– ¿Cómo te sentirías sabiendo que su cámara aún sigue ahí? ¿Que podría ir a por ella en cualquier momento? No es seguro. No te preocupes, volveré en cuanto salga del trabajo. Directo a casa.

– ¿Tras una jornada de diez horas?

– No está tan lejos.

– Sí lo está.

– Estamos hablando de cuatro noches por semana.

– Puedo cuidar de mí misma -le aseguró, irritándose ligeramente. Una cosa era que se preocupase por su seguridad, y otra muy distinta que tratase de controlar su vida por la fuerza. Protegerla demasiado. Ya había pasado por ahí.

– Voy a volver y ya está, pero tengo que ir al laboratorio criminalista -confesó, y luego comenzó a contarle todo lo que había sabido por Sonny Crawley antes de que pudiera seguir protestando.

Kristi lo escuchó, atónita, mientras hablaba sobre lo que sabía, desde el descubrimiento del brazo femenino en el estómago del caimán, hasta la búsqueda en el pantano donde había sido encontrado el reptil. Kristi no lo interrumpió cuando le explicaba que la policía estaba intentando identificar a la persona a quien había pertenecido el brazo, y que le había pedido a su amigo del departamento que buscase a través del departamento de Vehículos Motorizados y en los antecedentes criminales.

– … de forma que están buscando más pruebas, más cuerpos -recapituló Jay al dar un largo trago de su vaso-. Resulta que uno de los detectives, Portia Laurent, había sospechado todo el tiempo que las chicas que han desaparecido del All Saints fueron secuestradas. Lo único es que no tenían pruebas para demostrarlo.

– Pero ahora podrían tenerlas -dijo Kristi. Todavía se encontraba asimilando la información y casi se despista cuando Jay cambió de tema y le preguntó por la obra moralista. Ligeramente distraída, le habló de los acontecimientos de la velada evitando cuidadosamente cualquier mención del vial, porque sabía que exigiría que se lo devolviese, y ella tenía intención de llevarlo puesto en su cita con el doctor Grotto, al día siguiente.

Dejó para el final sus improductivos fisgoneos alrededor de la casa Wagner y su impresión de que había oído a alguien pedir ayuda.

– No me entusiasma que hayas quedado con el doctor Vampiro -admitió sirviendo un poco más de vino-. Y no vuelvas a entrar en tu apartamento.

Kristi ignoró ese comentario.

– ¿Qué podría hacerme el doctor Grotto? Estaré en su despacho, en el departamento de Lengua.

Las pupilas de Jay se dilataron al quedarse mirando al fuego.

– Sin embargo está relacionado con la desaparición de las chicas; lo intuyo. Que vayas a verlo no es una buena noticia. -Se frotó la barbilla y sacudió la cabeza-. ¿Y qué hay de quienquiera que estuviese pidiendo ayuda en los alrededores de la casa Wagner?

– Te he dicho que creí haberlo oído, pero pudo ser el maullido de un gato o… no lo sé, alguna otra cosa. Hacía viento, estaba lloviendo, y puede que yo estuviese imaginando cosas.

– No eres de las que imaginan cosas -apuntó, y Kristi decidió que era el momento de aclararle las cosas.

– ¿Y si te dijera que puedo predecir la muerte con solo mirar a alguien?

– ¿Tienes algún poder psíquico del que no sepa nada?

– Podríamos decir que sí.

Jay sonrió perezosamente y se estiró delante del fuego, con la cabeza apoyada en una mano y su bebida en la otra, con la mirada fija en la de ella.

– Háblame de eso.

Y así lo hizo, le explicó los sueños donde su padre moría y el modo en que veía a la gente en blanco y negro antes de que, según suponía, muriesen. Cuando terminó, Kristi dio otro gran trago de su vaso y advirtió que la sonrisa de Jay había desaparecido.

– Estoy esperando el final.

– No lo tiene -le aseguró.

– Hablas en serio.

– Ajá.

– Pero tu padre, Lucretia y Ariel, todavía están con vida. -Sí, lo sé, pero estaba aquella mujer del autobús.

– Una mujer anciana.

– Te estoy contando lo que me pasa. Siempre que ocurre, siento frío en mi interior. Como si la muerte pasara por mi alma -le dijo, bajando un poco la voz, sintiéndose más y más estúpida al intentar explicarse-. Sé que parece una locura. Pero es como si el propio mal estuviese mirando a través de mis ojos.

– Kris…

– Ya lo sé, ya lo sé; ahora parece que sea yo la psicópata, que necesito años de terapia, pero no me había pasado hasta después del accidente.

– ¿Le has contado esto a tu padre?

– ¿Con lo paranoico que está conmigo? Ni hablar. Pensé en confesárselo a su mujer, Olivia, porque ella posee, o poseía, toda esta cosa psíquica, pero luego se sentiría obligada a contárselo a mi padre, de forma que la única persona a quien se lo he contado es a Ariel. -Suspiró-. ¿Quién sabe con cuántas personas lo habrá estado cotilleando?

– Nadie la creerá. Solamente pensarán que estás chiflada.

– Perfecto -dijo ella-. ¿Tú crees que estoy chiflada?

Jay tardó lo bastante en responder para hacer enfadar a Kristi, pero entonces levantó una mano.

– Creo que te ocurre algo. Este fenómeno, la visión de la palidez y el gris, podría ser algo físico.

– ¿Un problema de vista? ¿Un problema del cerebro?

Jay se encogió de hombros.

– Todo lo que sé es que no creo que debas encontrarte con Grotto. O al menos espera a que vaya contigo.

A Kristi le habría gustado mantener una discusión profunda acerca de su habilidad, pero tal vez bastase con habérselo contado. Al menos por el momento.

– Eso lo estropearía todo. -Kristi rechazó su sugerencia sobre Grotto.

– Puedo estar fuera de su despacho. Cerca. Llevas tu móvil encendido, lo pones en modo silencio para que él no pueda oírme, y yo lo escucharé. Si algo sale mal, me lo dices y atravesaré la puerta como si fuera el propio John Rambo.

– De acuerdo -convino ella. Afortunadamente no tenía que ir al trabajo. La fresca de Francesca había accedido a hacer el turno de Kristi en el restaurante-. Espera en la biblioteca hasta que me oigas hablar con él, para que sepas que estamos en su despacho y él no te verá; después, una vez dentro, puedes venir al departamento de Lengua. Acercarte más. Más tarde podemos ir al centro de estudiantes a hablar, y luego a tu clase.

– Suena bien.

– Necesitamos una palabra clave por si tengo problemas con Grotto.

– ¿Qué te parece «Socorro», o «Jay entra de una puñetera vez»?

– Eso servirá -aseguró casi riéndose-. Solo estoy loca a medias, ¿sabes? -añadió.

– Lo sé.

Kristi contempló la belleza de su rostro y se preguntó qué la había retenido durante tanto tiempo para llegar a este punto. Para confiar en él. Para amarlo.

Estuvo a punto de contarle lo del vial, pero finalmente decidió guardarse la información, al menos durante una noche más. Hasta que viera la reacción de Grotto.


* * *

Portia se estaba poniendo su abrigo, dispuesta a dar el día por terminado, cuando el detective Crawley apareció en su cubículo, apestando a humo de tabaco y con pinta de necesitar un buen afeitado. Nunca le había gustado aquel hombre, pero no podía quejarse de sus habilidades como detective. Simplemente era un poco descuidado con su aspecto, lo cual parecía funcionarle, en su trabajo al menos.

– ¿Habéis recibido alguna llamada de Jay McKnight? -le preguntó. Eran más de las cinco y Crawley llevaba puesto su impermeable, y portaba un ajado maletín en una mano y una fotocopia en la otra.

– No.

– Es de los del laboratorio criminalista, imparte una clase nocturna en All Saints. Es amigo mío desde hace tiempo. Le di tu nombre.

– ¿Por qué motivo?

– Está interesado en esas chicas que desaparecieron. Al igual que tú, parece creer que son algo más que simples fugitivas. Creí que querrías hablar con él. Comparar notas. También me pidió que buscase cierta información sobre algunos de los profesores que trabajan en el colegio.

– ¿Qué clase de información?

– La propiedad de un vehículo, concretamente está buscando una furgoneta oscura, si es que alguien que trabaje en el colegio posee o tiene acceso a una. Tiene matrícula de Luisiana. Probablemente de fabricación nacional y de tamaño grande, no una mini. Dice que alguien estaba siguiendo a Kristi Bentz. Es una estudiante de ese colegio, y la hija de Rick Bentz, del departamento de policía de Nueva Orleans.

– ¿Cuál es su relación con el caso?

– Creo que está jugando a ser detective aficionada.

– Justo lo que necesitamos -protestó-. ¿Y qué hay de McKnight?

– Él es su profesor. Y su amigo.

– ¿Algo más que amigo?

– Probablemente.

– Genial -espetó, pensando que la tal Bentz era demasiado inquieta para no meterse en medio.

– McKnight también quiere que compruebe las fichas de algunos profesores y parte del personal que trabaja en ese colegio.

Portia enarcó las cejas.

– ¿Cree que alguno de sus compañeros está implicado?

– Tengo la información del departamento de Vehículos Motorizados motor, pero pensé que podrías trabajar en lo del personal, para que pueda tomarme unos días libres mientras mi ex está en el hospital por un implante de rodilla. Tengo que cuidar de los chicos. Estaré de vuelta el viernes. -Le entregó una hoja de papel con una lista de nombres y otra con cinco vehículos que eran posibles coincidencias. Luego le hizo un resumen de lo que les había ocurrido a Jay y Kristi Bentz.

Portia no pudo evitar el primer cosquilleo de emoción que corría por sus venas. Durante más de un año, había intuido que aquellas chicas eran algo más que unas simples fugitivas. Al menos ahora, alguien parecía estar de acuerdo con ella.

– Lo dejo en tus manos -dijo Crawley tocándole la nariz con un dedo-. Y no la jodas, ¿vale? Me estoy jugando doce latas de cerveza en esto.

– ¿Y qué parte me toca a mí? Crawley levantó una comisura de sus labios.

– Si das en el clavo, te invitaré a un trago de verdad. ¿Qué es lo que bebes? ¿Cosmopolitan? ¿Daiquiri?

– Martini seco. Con tres aceitunas.

– Una mujer que sigue mis pasos.

– Justo lo que quiero oír -sentenció ella mientras se quitaba su abrigo y se preparaba para lo que iba a ser una larga, pero prometedora noche.


* * *

Elizabeth no solía visitarlo.

Era una norma no escrita: él acudía a ella. Siempre.

La última vez que se había dejado ver en sus aposentos privados fue hace un año, pero ahora se paseaba por el borde de la piscina; la luz submarina le otorgaba al agua un brillo color aguamarina, el reflejo proyectaba azuladas sombras sobre su pálida e inmaculada piel. Caminaba de un extremo a otro de la sala con un abrigo largo y negro, y unas botas.

Vlad terminó de hacer sus largos, negándose a interrumpir su rutina a pesar de su presencia; después salió de la piscina.

– Algo va mal -dijo él, desnudo y mojado, dejándose acariciar por el frío aire. Él había esperado pasar algo de tiempo en el congelador con Ariel y Karen Lee, también conocida como «Cuerpodulce», después de su sesión, pero obviamente tendría que cambiar de planes.

– Tenemos que trabajar más rápido -dijo Elizabeth, mirándolo como si todos los fallos fuesen por su culpa-. Acordamos atrapar más y tiene que ser pronto.

– ¿Qué ha pasado?

– ¿Aparte del brazo que han encontrado? -se mofó-. Tengo contactos en el departamento de policía. Eso fue un descuido, Vlad. Cuando te deshaces de los… cuerpos, tienes que llevarlos lejos de aquí. Fuera del distrito. Fuera del estado. -Daba vueltas a su alrededor, mostrando la ira en el movimiento de sus ojos, en la dilatación de sus fosas nasales-. Por el amor de Dios, ¿qué tiene de malo el jodido golfo de México? Podrían servir para alimentar a los tiburones… jamás serían encontrados. Hay gente que se cae de los barcos y jamás es encontrada.

Como si fuera tan fácil deshacerse de un cuerpo.

– El incidente con el caimán fue desafortunado.

– ¡Y estúpido! ¿Qué posibilidades hay de que aparezca el resto del cadáver? ¿O los demás? -Elizabeth temblaba, y él estaba deseando poner sus manos sobre ella para intentar calmarla, pero sabía por anteriores experiencias que tocarla ahora, mientras no estaba desnuda ni sumergida en su espeso baño, tan solo la enfurecería aún más.

– No pueden relacionar el brazo con nosotros.

Ella lo miró como si estuviera hablando con un cretino.

– ¿Es que ni siquiera ves la televisión? Lo que -hizo unas comillas con sus dedos- «ellos» pueden hacer es muy sofisticado. Puede que no tan sofisticado como en C. S. I. y desde luego no tan rápidamente, pero sofisticado de todas formas. ¡Con el tiempo suficiente, oh sí, pueden relacionar ese maldito brazo con cualquiera de las chicas a quien pertenezca, y finalmente con nosotros! -Mientras se rascaba su largo cuello con aire pensativo, la incansable Elizabeth continuó su paseo, entonces se detuvo en seco al ver su reflejo en uno de los espejos que Vlad había colocado en la habitación. Sus dedos se enroscaron sobre sí mismos hasta darse cuenta de lo que estaba haciendo, de que podría estropear su piel al rascarse. Momentáneamente distraída, obsesionada con su imagen, tomó aire con fuerza varias veces seguidas y la calma se reflejó en su rostro una vez más. Las arrugas de preocupación y frustración entre sus cejas y alrededor de los bordes de sus ojos se suavizaron, y la expresión de hirviente rabia desapareció.

«Tenernos que acelerar las cosas. Inmediatamente -afirmó con más calma-. Sabes lo que hay que hacer. Hemos planeado este día, tan solo desearía que no hubiese llegado tan pronto. -Dejó escapar un suspiro mientras sacudía la cabeza; su oscuro cabello le acariciaba los hombros-. Este viernes -dijo con un aire de nostalgia-. Será nuestra última actuación aquí.

– ¿Y después?

Elizabeth enarcó una de sus perfectas cejas.

– Empezaremos de nuevo, por supuesto. Tan solo necesitamos conseguir bastante sangre para que dure hasta establecernos en algún otro lugar. -Parecía haber ahuyentado su ira con pensamientos de un nuevo futuro, un nuevo lugar, nuevos cuerpos, jóvenes y ágiles-. Pero, por ahora, debemos concentrarnos.

Cruzó el cavernoso habitáculo hasta el hueco donde estaba el escritorio de Vlad, y vio que ya había esparcido las fotos identificativas para el campus por toda la superficie; fotografías de aquellas que él creía más valiosas. Apoyó sus caderas contra el escritorio y apartó rápidamente las que ella consideraba que no eran lo bastante hermosas, o lo bastante ágiles, o lo bastante saludables. Vaciló entre unas cuantas y chasqueó la lengua ante las descartadas.

Al final, quedaron tres fotografías.

– Estas son las elegidas -le comunicó y bajó su mirada hacia las hermosas chicas de las fotos. Todas eran una versión más joven y dinámica de la propia Elizabeth.

La fotografía del centro era de Kristi Bentz.

– Tres será difícil.

– Entonces tendrás que agudizar tus sentidos, ¿no? -Le mostró una sonrisa, una cuidadosa y serena mueca que provocó algunas líneas en su piel-. Si no puedes conseguirlas a todas, asegúrate al menos de atrapar a esa tal Bentz.

Demasiado optimista, pensó Vlad.

– Y recuerda, estas -pasó un dedo por encima de las fotografías- son las que necesitamos exclusivamente por su sangre. Hay otras de las que también debemos deshacernos.

Por supuesto que sabía a lo que se refería: la «limpieza». Deshacerse de aquellos que podían arruinar su plan. Esa idea le resultó más que agradable. Estaba impaciente por deshacerse de ellos. Habían sido una molestia desde el principio.

Merecían morir.

Lo habían estado pidiendo.

Vlad, con la bendición de Elizabeth, no sentía más que felicidad por obedecer.


* * *

El despacho del doctor Grotto se encontraba en el piso inferior del imponente edificio que albergaba el departamento de Lengua, bajando una escalera hasta un pasillo en el ala norte. Aquella parte del edificio, separada de la mayoría de las aulas, estaba en silencio. Vacía. No había estudiantes ni miembros de la facultad deambulando por los pasillos. La mayor parte de las puertas de los despachos, con sus paneles de cristal tallado, estaban cerradas y vacías; no había luces que brillasen a través de los oscuros cristales.

Kristi espoleaba su coraje mientras recorría el pasillo con sus silenciosas zapatillas deportivas, sin hacer un solo ruido. Así que finalmente iba a encararse con el doctor Grotto, mano a mano. No estaba segura de cómo iba a jugar sus bazas exactamente, pero su mente desplegaba posibles situaciones:

¿Una inocente indirecta, al preguntarle por su trabajo de clase, sobre algún tipo de culto?

¿Directamente, como si ella fuera una investigadora del departamento de policía?

¿De forma evasiva? ¿Coqueta? Intentando sonsacar la información alimentando su ego?

Los ácidos de su estómago le abrasaron la garganta ante la mera idea.

Improvisa, se dijo; a pesar de que sus nervios estaban tan tensos como cuerdas de piano, su impaciencia crecía a cada paso que daba. Comprobó el contenido de su bolsillo. Su teléfono móvil estaba encendido, pero en modo silencioso y, según esperaba, Jay sería capaz de escuchar toda la conversación, incluso aunque podría no gustarle. Odiaba depender de él, pero decidió no ser estúpida. Grotto podría ser peligroso. Ella no tenía idea de cómo reaccionaría su profesor al verse atrapado.

Llegó a la esquina y oyó voces parcialmente apagadas, pero lo bastante fuertes para descifrar que se trataba de una discusión.

– Te digo que esto es peligroso -decía una mujer, elevando su voz con emoción. Kristi se detuvo en seco.

¿Era Lucretia?

– Tienes que parar. -Sí, era Lucretia, y sonaba como si estuviera desesperada. Kristi probó a asomarse a la vuelta de la esquina y vio que el pasillo estaba vacío.

– Sé lo que estoy haciendo -dijo la voz de Grotto. Enfadada. Profunda. Le llegaba desde detrás de una puerta tan solo un poco entornada, tan poco que probablemente no se dieron cuenta de que estaba abierta. Con el corazón en un puño, Kristi se deslizó a lo largo de la pared, acercándose.

– ¿Es que no ves que te están utilizando? Por el amor de Dios, Dominic, sal de ahí ahora mismo. Antes de que sea demasiado tarde.

– No sabes de lo que estás hablando.

– Sé que está ocurriendo algo terrible. Algo maligno. Y… y odio lo que te está haciendo a ti. Por favor, Dominic, sal ahora. Podemos dejarlo. Nadie lo sabrá jamás. -Lucretia estaba asustada.

Aterrorizada.

Kristi sintió lástima en su interior al preguntarse cuánto abuso mental podría resistir su ex compañera de cuarto, ¿y para qué? ¿Por ese asqueroso que traficaba con el vampirismo?

– ¿Nadie lo sabrá jamás? Es irónico viniendo de ti -se mofó, acentuando su acusación con la voz-. Ya que eres tú quien ha abierto la boca.

– Cometí un error.

– Un error que tengo que enmendar.

Kristi apenas podía oír nada por encima de sus propios latidos. ¡Estaban hablando sobre ella! Sobre la petición original de Lucretia a Kristi para que investigase acerca de una especie de culto vampírico.

– ¡Estaba preocupada! ¡Por ellos! ¡Por ti! -Lucretia estaba casi histérica-. ¡Por… por nosotros!

– Deberías haber pensado en eso antes de que decidieras hablar con tu amiga.

– No es mi amiga -dijo Lucretia con rapidez.

– La hija de un policía, para ser exactos. Y no cualquier policía, sino un detective de homicidios. De homicidios, Lucretia. Como en los asesinatos. ¿En qué coño estabas pensando? -Ahora Grotto estaba realmente furioso y levantaba la voz-. Lo último que necesitamos es más atención de la maldita policía.

– Es… es que pensé que podría ayudar.

– ¿Cómo? ¿Descubriéndolo todo? Jesucristo, Lucretia, suponía que eras una mujer inteligente. Pero hablar con alguien tan cercano a la policía, atraer su atención hacia mí, pedir ayuda cuando ni siquiera comprendes lo que ocurre…

– Dominic, por favor… -La voz de Lucretia se quebró y Kristi casi sintió lástima por ella.

– Te dije que se había terminado -aseguró bajando la voz, igual que las campanadas por un muerto. La afirmación sonó fría y despiadada, mucho peor que si se la hubiese gritado, de haber existido un mínimo rastro de sentimiento en su voz.

– No… no lo dices en serio -respondió ella entre sollozos.

Pasa de él, no es más que un idiota sin corazón, pensó Kristi, acercándose más a la puerta. De acuerdo, era sexi, pero también cruel, y obviamente estaba mezclado en algo turbio y peligroso, definitivamente ilegal, algo relacionado con las chicas desaparecidas, muy posiblemente asesinato. Se preguntó cómo iba a poder mirarlo a la cara después de aquello.

Lucretia trataba de defenderse.

– Le… le dije que eras… inocente. Que eras una víctima.

– Pero no se lo creyó, ¿verdad?

Silencio.

Un silencio condenatorio.

– Ahora tengo que vérmelas con ella. He intentado evitarla desde el comienzo del año escolar, desde que me di cuenta de quién era, pero es persistente y… -dejó escapar un suspiro-, va a venir a verme en unos minutos. Bajo la excusa de sus trabajos de clase.

– No te veas con ella -le pidió Lucretia con suavidad.

– Tengo que hacerlo. Así que vete. Ahora. Llegará en cualquier momento. Usa la puerta trasera por si llega temprano. Y llámame en unos veinte minutos. Utilizaré la excusa para interrumpir la cita.

– Oh, no, por favor, Dominic…

– Márchate Lucretia. Sal de una jodida vez. Antes de condenarme del todo.

Lucretia emitió un leve quejido de protesta y Kristi comenzó a retroceder más y más deprisa a lo largo del pasillo. Su corazón se había acelerado y un sudor frío recorría su espalda. No había lugares para esconderse, ningún lavabo donde entrar, ninguna escalera que subir. Tenía que fingir que acababa de llegar y que no había escuchado la discusión. Alcanzó la esquina, la dobló y esperó allí mismo, pensando ya en una excusa por llegar tarde.

Oyó un portazo en la lejanía y dio por sentado que su ex compañera de cuarto había seguido el consejo de su ex amante y escapaba por la salida que daba a la parte trasera del campus, junto a las fraternidades y alejada del patio central. Unos pocos estudiantes bajaban las escaleras y Kristi comenzó a regresar; sacó el teléfono del bolsillo en cuanto estuvo fuera.

– ¿Estás ahí? -susurró mientras caminaba sin moverse del sitio.

Jay no respondía.

Entonces se dio cuenta de que la llamada se había cortado.

– Genial.

No solía ocurrir muy a menudo, pero cuando ocurría, al parecer siempre pasaba en el momento más inoportuno. Justo igual que en los anuncios. Rápidamente volvió a llamar a Jay.

– ¿Qué coño ha pasado? -inquirió frenéticamente.

– ¿Pudiste oírlo?

– ¿El qué?

– No importa, después te lo cuento.

– Estoy de camino hacia allí.

Kristi escudriñó en la oscuridad mirando hacia la biblioteca, pero no pudo reconocerlo entre el grupo de gente que se apresuraba de un edificio hasta el siguiente.

– Espera. Todavía no he entrado. Grotto tenía compañía. Te lo contaré más tarde. ¿Dónde estás?

– Acabo de salir de la biblioteca. -Ella entornó los ojos y lo reconoció bajando rápidamente los amplios escalones. Caminaba deprisa bajo las luces de las farolas hacia el departamento de Lengua. La luz eléctrica le dio de lleno y Kristi pudo ver que su expresión era seria e intensa.

– Bien, entonces puedes esperar en el interior del departamento de Lengua.

– A no ser que me quieras aún más cerca. Como al otro lado de la puerta de su despacho.

– Solo cuando me oigas decir: «Tengo problemas». Entonces puedes jugar a Rambo hasta que te hartes.

Ahora Jay estaba tan cerca de ella que Kristi sabía que él la estaba mirando. Lo saludó discretamente con la mano antes de entrar con rapidez en el edificio de ladrillos una vez más y bajar los escalones. Antes de que Jay pudiera discutir, ella volvió a pulsar el botón de «silencio», lo introdujo en el bolsillo y, al levantar la vista hacia el reloj del pasillo, advirtió que pasaban casi diez minutos de la hora de su cita. No tenía tiempo que perder si es que quería alcanzar a Grotto. Se puso en marcha y aceleró el paso a lo largo del pasillo, como si tratase de recuperar el tiempo perdido.

Al doblar la esquina, se encontró con el doctor Grotto en la puerta de su despacho, cerrando con llave. Parecía dispuesto a marcharse, vestido con unos pantalones negros, camiseta y chaqueta, y sostenía su maletín con una mano.

– ¡Oh! Doctor Grotto, siento mucho llegar tarde -dijo apresuradamente, esperando que sus mejillas se hubieran ruborizado-. Mi padre me ha llamado por teléfono y me ha entretenido. -Giró sus ojos hacia arriba-. Es que es un poquito protector. -Logró esbozar una sonrisa de disculpa apenas sin aliento-. He tenido que decirle que tenía una importante cita con usted para que colgase el teléfono.

– Desgraciadamente, yo también tengo otra cita -le informó Grotto. Probablemente fuera mentira, pero no le quedaba más opción que dejarla pasar.

– Tan solo necesito hablar con usted durante uno o dos minutos. Se lo aseguro.

Él la examinó un instante, antes de volver a abrir la puerta otra vez, y de enderezarse hasta alcanzar su imponente metro ochenta y cinco, o noventa.

– Ya pensaba que no iba a venir, pero supongo que puedo concederle un minuto. -Su voz estaba en calma, incluso modulada, como si no hubiese tomado parte en una intensa discusión hacía unos minutos.

Hizo gala de mirar su reloj, tratando de hacerla sentir incómoda por llegar tarde; obviamente, ya estaba pensando excusas para interrumpir la cita lo más rápidamente posible.

Bien. Se daría prisa.

– Siéntese. -Le ofreció sentarse en una silla de escritorio con ruedas y él se acomodó en un desgastado asiento de cuero, al otro lado de una modesta mesa negra, y encendió la lámpara de escritorio. Toda la habitación estaba atestada, era poco más que un armario con una ventana situada en lo alto de la pared y un escritorio de ordenador encajado en un rincón. Una librería cubría una de las paredes, y cada uno de sus estantes estaba lleno hasta los topes con información sobre vampiros, fantasmas, hombres lobo y cualquier cosa que tuviera la más mínima pizca de paranormal.

– Bien, ¿qué puedo hacer por usted? -Entrelazó sus manos sobre el escritorio y se quedó mirándola con una intensidad que, según sospechaba Kristi, era para inquietarla. Lo hizo. Sus ojos eran profundos e hipnóticos, los ángulos de su rostro afilados, su boca tan fina que aparentaba ser la grieta de una poderosa y bien definida mandíbula. Era un hombre guapo; parecía acostumbrado a confiar en sus miradas y en su envergadura para llevar el peso de la conversación.

Kristi decidió ir directa al grano. O algo parecido.

– Deseaba hablarle acerca de algunas de sus estudiantes. Él inclinó su cabeza; el negro de su cabello destellaba bajo la luz de la lámpara.

– Dar información sobre cualquier persona está en contra de la política del colegio. Supongo que ya lo sabe.

– Me refiero a las que han desaparecido -aclaró ella-. ¿Las recuerda? ¿Dionne Harmon, Tara Atwater, Monique DesCartes y Rylee Ames? Mientras fueron estudiantes aquí, todas ellas se matricularon en su clase de «Vampyrismo».

– Le he dicho que no voy a hablar de ellas.

– Solo me refiero a sus asignaturas -insistió Kristi-. Todas eran estudiantes superiores de Lengua. Tenían muchas asignaturas en común. La suya era una de ellas. Es una elección muy solicitada.

– La más solicitada del departamento -coincidió con una tensa sonrisa; la blancura de sus dientes contrastaba con su tez aceitunada. Pareció relajarse un poco, excepto por el diminuto y revelador tic que había surgido junto a su ojo-. Puede que incluso del campus.

– Incluso más que la Historia del rock and roll.

– No sabría decirle. ¿Quiere llegar a alguna parte, señorita Bentz?

– Usted fue una de las últimas personas que vieron con vida a Dionne Harmon.

Se quedó helado.

– ¿Está diciendo que está muerta? ¿Han encontrado su cadáver? -Su impávida fachada se desmoronó, y algo parecido al pánico cubrió su rostro-. Dios mío, no lo sabía.

– Solo estoy diciendo que usted fue una de las últimas personas que la vieron antes de su desaparición.

– Empiece por decir a lo que se refiere -apuntó-. Hay una gran diferencia. Y sí, yo fui una de las últimas personas que vio a Dionne antes de que desapareciera. Pero, en realidad, eso no es asunto suyo, ¿verdad, señorita Bentz? Si tiene usted alguna pregunta sobre sus trabajos o sobre la clase, por favor hágala -hizo un gesto de invitación con sus manos-, pero eso es todo de lo que pienso hablar. -No volvió a fingir otra sonrisa-. Soy un hombre ocupado.

– ¿Qué sabe usted acerca de un grupo de personas que rinde culto a los vampiros? Aquí, en el campus.

– No sé de lo que me está hablando.

– ¿Nunca había visto uno de estos antes? -Kristi hundió su mano bajo el cuello de su jersey para mostrarle el vial de sangre.

Grotto miró el vial como si fuera la personificación del mal.

– ¿Qué es eso? -preguntó en lo que no fue más que un susurro.

– Un vial de sangre. Sangre humana.

– ¡Oh, Dios! -Cerró los ojos durante un momento e inspiró una larga bocanada de aire. Durante un rato, no creyó que fuera a responderle, pero entonces la sorprendió al admitirlo-. Lo he visto, o uno parecido.

– ¿Dónde?

– Una estudiante. Su nombre es O. -Parecía estar a punto de confesarse a Kristi, pero entonces sacudió la cabeza-. No puedo hablar de ella ni de nadie más. Pero sé que es una chica muy abierta y que lleva el vial de forma casi desafiante.

Aquello era cierto. El propio padre de Kristi había interrogado a la chica en un caso anterior, y ella había mostrado con orgullo su singular adorno.

– ¿De dónde lo has sacado? -inquirió Grotto.

– Lo encontré en mi apartamento.

– ¿En tu apartamento?

– Tara Atwater vivió allí.

– ¿Y crees que era suyo? -dijo él, tensando las comisuras de la boca; parecía como si la temperatura de la habitación hubiera bajado diez grados.

– Lo creo. El adn lo confirmará.

– ¿Has hecho analizar parte de la sangre? Kristi asintió.

La mirada de Grotto se volvió fría.

– Si la policía fuera a realizar cualquier prueba, se habrían llevado el collar. Es un farol, señorita Bentz.

– Envié unas gotas… diciendo que eran mías. Tengo un amigo que trabaja en el laboratorio.

– ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

– ¿No le importa lo que les haya podido ocurrir a sus estudiantes, doctor Grotto?

– Son fugitivas -afirmó como si lo creyera. O como si quisiera creerlo.

– ¿Cree que las cuatro simplemente abandonaron la ciudad? ¿Las cuatro que asistían a sus clases? ¿Las cuatro estudiantes superiores de Lengua? ¿Cree que las cuatro tan solo quedaron y decidieron hacer un viajecito? Esa es una coincidencia impresionante, ¿no le parece?

– Es más común de lo que crees. Son jóvenes y, por lo que sé, problemáticas.

– Y han desaparecido.

– Es posible que les haya ocurrido algo, supongo, pero es mucho más probable que se hayan marchado. -Grotto parecía dividido entre el deseo de echarla de su despacho y la necesidad de hablar sobre las chicas desaparecidas.

– ¿Sin dejar ni rastro? -Kristi preguntaba con aire escéptico.

– Señorita Bentz, incluso hoy en día, si alguien desea desaparecer, puede conseguirlo. Puede que no para siempre, pero sí durante un tiempo. Creo que todas las chicas aparecerán. En cuanto quieran hacerlo.

– Eso es una patraña.

– Es fácil decirlo. Usted tuvo una familia que la quería, ¿no es así? ¿Un padre y una madre que la adoraban?

Kristi no respondió, no quería que el tema se desviara hacia ella. Se negó a mencionar que su madre murió hace diez años en un accidente de automóvil, y que su padre finalmente se había recuperado después de refugiarse en la bebida. Tampoco mencionó que fue adoptada. Cuanto menos supiera Grotto de ella, mejor.

Su teléfono sonó en aquel momento. Lucretia.

– Discúlpame -se excusó antes de hablarle al auricular-: ¿Diga? Ah, sí… estoy de camino… lo siento, llego tarde. Estaré allí en… -Comprobó su reloj-. Quince minutos… sí… adiós. -Colgó y se levantó, lo cual significaba que la entrevista había finalizado-. De verdad que tengo que marcharme. -Recogió una vez más su maletín, caminó hasta la puerta y la mantuvo abierta.

Kristi lo había estirado hasta donde había podido.

Y no había sacado nada en claro.

– Salude a Lucretia de mi parte -le dijo cuando salieron-, y dígale que me gustaría que me devolviera las llamadas.

Grotto se quedó mirándola y en ese instante ella fue testigo de cómo palidecía su piel. ¿Había tocado una fibra sensible? Pero la lividez fue algo más que la mera sorpresa del momento. El rostro de Grotto perdió el color por completo y ella tuvo la revelación de que, al igual que muchos otros a los que había visto en el campus, podría morir en poco tiempo.

– ¿Qué? -preguntó ante la insistente mirada.

– Tenga cuidado -respondió ella, y vio la interrogación en sus ojos-. No sé en lo que está metido, doctor Grotto, o hasta qué punto, pero es peligroso. Él soltó media carcajada.

– Te has inventado tu propio mito, ¿verdad? ¿Lo había hecho?

Podía decirle que se había vuelto gris, lo cual era una señal, y ella estaba convencida de ello, de muerte o condena inminente. Pero él no haría sino reírse más de ella, creer que no era más que una chiflada, justo igual que Ariel.

¿Qué era lo que esperaba? ¿Que confesaría y lo soltaría todo, hablándole de algún oscuro culto demoníaco? ¿Que admitiría que él había asesinado a las chicas? ¿Y qué más? ¿Que había bebido su sangre? ¿O había bebido su sangre antes de matarlas?

Grotto cerró su puerta con llave. Si había contado con que obtendría una sentida confesión por su parte que dejara el caso resuelto, o incluso que conseguiría información para su maldito libro, pues estaba tristemente equivocada.

Kristi subió las escaleras hasta la primera planta y encontró a Jay sentado en un banco junto al rellano. Estaba a menos de quince metros de la puerta del doctor Grotto.

– Buen trabajo, Sherlock -le dijo, y ella le lanzó una mirada de «no me provoques».

– Lo has escuchado -aventuró mientras cruzaban las puertas principales y una ráfaga de frío aire invernal los golpeaba.

– He escuchado que has llevado el vial, que lo has usado para tomarle el pelo; ¡has estado jugueteando con una prueba!

– Pensé que podría resultar efectivo.

– Maldita sea, Kris, eso no era parte del trato.

– Debía habértelo contado -admitió al recorrer el camino de ladrillos, por donde otros estudiantes cruzaban el concurrido campus. Las bicicletas y monopatines pasaban a toda velocidad y un corredor con dos perros sujetos por una correa corrían en dirección contraria.

– Pero de haberlo hecho, sabías que no te hubiera dejado tontear con él. ¿En qué estabas pensando?

Kristi no estaba dispuesta a inventarse excusas. En cambio, desvió la atención.

– Creía que tenías que estar esperando en el exterior.

– Sí, bueno, quería estar un poco más cerca, por si acaso.

– ¿Por si acaso qué? ¿Creías que podría atacarme?

Jay se encogió de hombros, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta.

– Tal vez. Lo sacaste bastante de quicio. -La cogió del brazo y la arrimó hacia él cuando un ciclista atravesó el patio-. A partir de ahora, no hay secretos. Si estamos juntos en esto, tenemos que ser sinceros entre nosotros.

Kristi asintió.

– De acuerdo.

Parecía como si Jay no la hubiera creído, pero no soltó su brazo mientras caminaban con ligereza hacia el centro de estudiantes. Jay tiró de la puerta y ambos entraron. Les impactó una corriente de aire cálido y los sonidos de risas, música y conversación que llenaban el recinto donde los estudiantes se reunían: algunos estudiaban, otros estaban enganchados a sus iPods, y otros estaban con amigos. Parecían tan inocentes, tan desprevenidos del mal que Kristi pensaba que acechaba en los rincones y grietas del campus…

¿Quién sería la siguiente?, se preguntó, y pensó en lo pálido que le había parecido el doctor Grotto.

– ¿Le crees? -La voz de Jay la devolvió a la realidad.

– ¿A Grotto? -Sacudió su cabeza-. Estaba ocultando algo. -A pesar de la calidez del sencillo y bien iluminado edificio, Kristi sintió el susurro del frío en las profundidades de su corazón. Levantó la vista hacia Jay y vio que sus ojos eran de preocupación-. Y estaba mintiendo a través de sus colmillos.

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