Capítulo 26

Kristi cruzaba el agua, nadando con fuerza; sus brazadas eran rápidas y continuas mientras trataba de imaginar una manera de entrar en el círculo interno de estudiantes que ella estaba segura de que estaban relacionados con el culto vampírico. Incluso había publicado una petición en Internet: «Se buscan almas perdidas». Luego, en unos anuncios clasificados de la red, había hecho un llamamiento como «ABnegl984» para enlazar con otros creyentes en el reino de los vampiros. No sabía si alguien respondería, ni siquiera si su demanda tenía algún sentido, pero estaba de pesca y le interesaba descubrir lo que podría pescar.

Probablemente nada más que bichos raros y fracasados, todos ellos con menos de trece años.

Pero las buenas noticias eran que, hasta el momento, no había visto ningún vídeo de su apartamento en Internet. Había buscado a través de MySpace y YouTube y unos cuantos sitios más de Internet y no había encontrado ningún vídeo granulado u oscuro de ella y Jay haciendo el amor. Eso le permitió ser un poco más optimista. ¿Pero entonces, quién había puesto allí la cámara? Le había dado vueltas en la cabeza cientos de veces y siempre volvía a Hiram Calloway. ¿Quién más podría ser? ¿Alguien que se hacía pasar por técnico? No lo sabía y eso la ponía de los nervios, algo que no le contaba a Jay, ya que no quería que insistiera en que debería mudarse.

Al llegar al extremo de la piscina, se sumergió, tomó impulso y comenzó el último largo. No dejaba de pensar en su próximo movimiento y en lo harta y cansada que estaba del juego de la paciencia al que había estado jugando. Era el momento de la acción, y planeaba empezar en la última representación de Everyman. Después, pretendía tener una conversación cara a cara con el padre Mathias, quien parecía estar de alguna forma involucrado en todo aquello. Le descubrió en la casa Wagner subiendo desde el sótano. Y era íntimo de Georgia Clovis, así como de Ariel O'Toole, quien no había aparecido en toda la semana.

Cuando Kristi vio a las amigas de Ariel en el centro de estudiantes ayer por la tarde, se detuvo a propósito en la mesa de Trudie y Grace para preguntarles por ella. Mientras masticaban tiras de pollo con ensalada ranchera habían insistido en que la desaparición de Ariel no era algo extraño en absoluto. A Ariel le gustaba tener su propio espacio y, en ocasiones, especialmente cuando se acercaba un examen final, ella desaparecía, y salía tan solo para un imperativo café en Starbucks. Aquella muestra de sabiduría le había sido concedida por Grace, la chica casi anoréxica con ortodoncia y el pelo rojizo de punta.

Trudie había asentido, conforme con el análisis de Grace.

– Todo el mundo necesita su tiempo de tranquilidad -había dicho, mojando un trozo de pollo frito en una pequeña taza de plástico llena de salsa-. Tan solo es que Ariel necesita más que la mayoría de nosotras. -Subía y bajaba la cabeza, como si estuviera de acuerdo consigo misma.

Kristi había tratado de comenzar más de una conversación que no aburriese a las chicas, pero parecían estar más interesadas en su comida que en preocuparse por Ariel, la Empollona. Aunque se habían mostrado un poco más amistosas de lo habitual, haciéndole sitio para que pusiera una silla de plástico, así que Kristi lo consideró como un progreso. Al sentarse con ellas, parlotearon sobre lo impacientes que estaban por ver la segunda representación de la obra del «macizo» padre Mathias, derrochando una serie de comentarios quejumbrosos y anhelantes acerca de que era una lástima que hubiera contraído sus votos de celibato. Luego mencionaron citarse antes de la representación para beber algo. Ellas siempre se tomaban una o dos copas en el Watering Hole, justo a la salida del campus, antes de ver la obra de teatro.

– Deberías venir alguna vez -le ofreció Grace, que obviamente intentaba ser amable. Trudie le lanzó una mirada y Kristi se encogió de hombros, como si aquella invitación no fuese gran cosa.

– Puede que lo haga. Algún día -concedió Kristi, ignorando la intensa mirada de alerta en el aceitunado rostro de Trudie.

– Bien. -Grace estaba contenta, o al menos lo parecía.

No tanto su amiga. Trudie, obviamente alterada, tiraba de su colgante coleta con ambas manos, empujando la goma elástica hasta lo alto de su cabeza, de forma que la espesa y negra mata de pelo colgaba desde mayor altura y le rozaba los hombros. No dejó de fruncir el ceño hacia Grace mientras jugueteaba con su cabello.

Kristi se había comportado como si no tuviera una especial preferencia entre una u otra opción. No estaba segura de cómo tomarse aquella rama de olivo de la amistad, pero las amigas de Ariel sabían algo; estaba segura de ello. Tan solo tenía que ganarse su confianza, fingir ser como ellas. Aquello sería una proeza, ya que cuanto más sabía de aquellas chicas, quienes parecían firmes candidatas para el culto vampírico, menos le gustaban.

Salió de la piscina, se dio una ducha rápida, se secó con una toalla y se vistió con su ropa de calle. Sus músculos, que habían estado tensos durante dos días, ahora estaban más relajados y el ejercicio la había animado un poco, elevando su espíritu, centrándola en lo que necesitaba hacer para descubrir la verdad acerca de las cuatro chicas desaparecidas y el maldito brazo cortado. No le molestaba que Jay regresara esa noche.

En realidad le echaba de menos.

¿Quién lo habría imaginado?

Con unos mínimos arreglos, su pelo se convirtió en un moño mojado sobre su cabeza, y el vial que había prometido a Jay que no tocaría colgaba de la cadena que rodeaba su cuello; abandonó los vestuarios y salió hacia la noche. Durante el tiempo que había estado ejercitándose, la oscuridad que amenazaba con caer, había caído, y con fuerza. No se veían estrellas por encima de las lámparas de las calles y, el viento, el cual había estado callado todo el día, soplaba ahora con fuerza, deslizándose entre los árboles, acompañando a unas cuantas hojas secas a través del césped del campus, y helándole la nuca.

Temblando, caminó con ligereza a través del callejón junto a las hermandades, cruzó una de las calles más concurridas, cercanas al campus, y se abrió paso entre las puertas del Watering Hole. Vio a Trudie, Grace y Marnie, la rubia a quien había seguido a través de la casa Wagner, sentadas en una mesa alta estilo cafetería en una de las esquinas de una oscura sala. Las tres chicas se encontraban agrupadas alrededor de unas copas de cóctel, rellenas de un brebaje rojo brillante.

Kristi se dirigió hacia ellas, forzando una sonrisa que no sentía mientras sorteaba las mesas hasta su destino.

Lista o no, era la hora de la función.


* * *

El apartamento de Ariel O'Toole no daba la impresión de haber estado deshabitado durante días. Había platos apilados en el fregadero, la cama estaba deshecha, había una bolsa de patatas metida entre las sábanas y salsa de queso, mohosa y sólida en la superficie, en un recipiente junto a la cama.

– Hay algo que no encaja -dijo Portia mientras ella, el agente uniformado, el casero del edificio y Del Vernon se movían lentamente a través del estudio con su muro de ladrillos decorativo y una cortina separando el dormitorio del cuarto de estar-. Mirad este lugar.

– No hay señales de lucha -observó Del.

Eso era cierto.

– Así que es una dejada -continuó Del-. No ha limpiado en varios días.

Portia abrió el armario. Todo estaba pulcramente organizado; su ropa ordenada por colores, sus zapatos brillantes y guardados en pareja. También sus cajones estaban ordenados meticulosamente, y los libros de la estantería estaban derechos y en orden alfabético.

– No lo creo. Esta chica es una maniática del orden que simplemente no ha limpiado después de un aperitivo nocturno. -Abrió la puerta de un pequeño frigorífico y vio que el contenido se encontraba cuidadosamente dispuesto. Se apartó para que Del pudiera verlo.

– No es una dejada -convino.

Portia se volvió hacia la puerta, donde el casero del apartamento se había arrinconado lentamente.

– ¿Cuándo fue la última vez que la vio? -inquirió Portia.

El tipo era calvo, con una barba de pelo rojo grisáceo que sugería tres días de barbecho, y estaba nervioso por tener allí a la policía.

– No lo sé… eh, la vi con seguridad el pasado fin de semana, llevando unas bolsas de basura a los cubos de fuera, y luego otra vez… oh, diablos… -Se frotaba la cabeza, y sus escuálidos hombros subían y bajaban como si alguien los controlase con hilos-. Creo que estaba llevando arriba la colada… Veamos, yo había estado barriendo algunas hojas muertas. Supongo que fue el domingo por la tarde.

– ¿Y desde entonces?

El hombre sacudió la cabeza.

– Tengo cuarenta viviendas aquí, no sigo el rastro de todos. ¿Tengo pinta de ama de llaves?

Está a la defensiva, advirtió Portia.

– ¿Tiene una llave de su buzón?

– Pues… sí, claro.

– Vayamos a abrirlo. -Miró a su alrededor-. No hay teléfono.

– La mayoría de los chavales solo usan móviles -explicó el casero.

– Entonces no podemos escuchar sus mensajes, y no compra el periódico. -Pero había un olor en aquel lugar, un olor a vacío, casi mohoso, y una taza de café yacía olvidada en el microondas.

Salieron al exterior para comprobar el buzón. Había facturas y propaganda acumulada. Según el informe, Ariel no tenía trabajo, pero debería haber asistido a clase. Portia había hablado con la madre, quien estaba al borde de la histeria y llegaba en un vuelo por la mañana temprano, rezando por encontrar a su hija. Portia había llamado a la mujer y le explicó que la policía estaba trabajando en ello. Habían llamado a todos los amigos de Ariel, a sus vecinos, y habían contactado con los hospitales locales. No tenía coche, pero sí tenía un teléfono móvil y una bicicleta. Portia también había contactado con el banco, para ver si se había registrado alguna actividad en sus tarjetas de crédito, pero hasta el momento no se habían producido nuevos desembolsos.

La madre de Ariel no estaba convencida de que se estuviera haciendo lo bastante. Le dio a Portia el nombre de la compañía de móvil de su hija y le dijo que el teléfono de Ariel estaba equipado con un dispositivo de rastreo, pero no se consolaba.

– Mi hija no es como esas otras chicas -protestaba-. He leído sobre ellas, esas… esas chicas que no tienen a nadie que se preocupe por ellas. No importa que Joe y yo estemos divorciados, ambos amamos a nuestra hija y… y haremos cualquier cosa, ¡cualquier cosa para encontrarla!

– La llamaré en cuanto sepamos algo más -le aseguró Portia, más decidida que nunca a encontrar a Ariel.

Tan solo esperaba encontrarla con vida.

Su teléfono móvil sonó mientras cerraban con llave el apartamento. La identificación de la llamada indicaba que el número pertenecía al departamento de policía de Nueva Orleans.

– Laurent, Homicidios -contestó automáticamente al tiempo que salía al exterior, un metro por delante de Del Vernon, que aún se encontraba hablando con el ansioso casero.

– Soy el detective Bentz, Nueva Orleans, Homicidios -le informó una voz seria y grave-. Tengo entendido que estás trabajando en los posibles homicidios de las chicas desaparecidas del All Saints -dijo sin preámbulos.

Portia dejó escapar un suspiro al detenerse bajo una cornisa del viejo edificio de estuco. Del le estaba diciendo algo, pero ella le silenció con un gesto de la mano.

– Es correcto. Estoy trabajando en ello.

– Parece ser que tenías razón -reconoció Bentz-. Durante la última hora, han sido rescatados del Misisipi cuatro cuerpos de mujeres, una afroamericana y tres caucásicas, todas en el mismo estado de descomposición, todas ellas de entre veinte y treinta años. A una de las chicas caucásicas le faltaba un brazo.

Portia exhaló un suspiro de resignación y desesperanza.

– Sus características físicas, pelo y color de ojos, tatuajes y cicatrices, sugieren que se trata de las chicas que desaparecieron del colegio.

– De acuerdo -susurró. Aunque había sospechado que no habían tenido un final feliz, esperaba estar equivocada y que todos los demás del departamento tuvieran razón; que Dionne, Monique, Tara y Rylee aún estuvieran en alguna parte, vivas y a salvo-. ¿Ha dicho que todas estaban en el mismo estado de descomposición? Pero si fueron secuestradas en diferentes meses.

– Sabremos más en cuanto el forense las examine -respondió con la voz bien controlada.

– ¿Y la causa de la muerte?

– Eso aún no lo sabemos. A priori, parece que no han estado en el agua más que unos cuantos días, puede que una semana. Es difícil de saber. -Vaciló un instante y ella supo que tenía algo en mente.

– ¿Qué más?

– Hay unas extrañas heridas de pinchazos en los cuerpos. ¿Sabías que no había ni una gota de sangre en ese brazo que encontrasteis en el pantano?

– Sí. -De repente sintió frío en su interior. Se preparó para lo que sabía que le iba a decir.

– Parece que estos cuerpos podrían no tener tampoco ni una gota de sangre.

– ¿Arterias cortadas?

– No exactamente -contestó él, y ella pudo sentir su rabia irradiando a través del teléfono inalámbrico-. Pero puede ser que los cuerpos fueran desangrados.

– Les drenaron la sangre -comentó, pensando en las heridas de pinchazos. -A lo mejor quieres verlo por ti misma en el laboratorio. -Lo haré, pero ahora tenemos a otra chica desaparecida. Bentz dejó escapar un rápido y ligero suspiro. -¿Quién es?

– Una estudiante de All Saints, de nombre Ariel O'Toole. Sus padres no pueden localizarla y, por el aspecto de su apartamento, yo diría que se ha marchado por varios días.

– No me lo digas, es una estudiante del nivel superior de Lengua.

– Exacto.

– ¿Y asistió a esa clase sobre el vampirismo?

– Sí.

Maldijo con fuerza.

– Voy para allá. El laboratorio puede llamar cuando tenga el informe. Mi hija es una estudiante del All Saints. Una estudiante del nivel superior de Lengua.


* * *

– Me estaba preguntando si aparecerías -le dijo Grace, dando un sorbo a su bebida, sentada en una mesa del ruidoso bar, donde la música sonaba muy alta y había una máquina de discos instalada en un rincón-. Únete a nosotras.

La cara de Trudie se endureció. Entabló un rápido contacto visual con Kristi; estaba claro que no se sentía tan emocionada de verla como Grace.

Marnie se apartó el pelo de su hombro y se dirigió a ella.

– Sí, siéntate.

Kristi ignoró a Trudie al acomodarse en una silla vacía, observando sus bebidas.

– ¿Y qué estáis bebiendo?

– Martini rojo sangre. -Grace levantó su copa y giró el largo tallo entre sus dedos; el contenido escarlata amenazaba con derramarse por el borde.

– ¿Qué lleva?

– Sangre, por supuesto. -Se relamió los labios y luego tomó un largo trago-. Mmm. Kristi asintió.

– Sí, claro, como la sangre de una granada o de un arándano, o…

– Sangre humana. -Grace rió su propia broma, pero el humor de Trudie se tornó aún más oscuro. Le lanzó a su amiga una mirada que parecía decir «cierra la maldita boca», la cual Grace ignoró, según supuso Kristi, por el fulgor en su mirada. Grace estaba disfrutando.

Al igual que Marnie.

– Eso es, estamos todas dentro. En lo del vampirismo, ya sabes. Kristi decidió seguirles el juego.

– Yo también estoy en la clase de Grotto. ¿No creéis que es el mejor de todos los profesores? -Antes de esperar una respuesta, continuó-. Supongo que me tomaré uno.

Miró a su alrededor justo cuando una camarera dejaba una jarra de cerveza y cuatro vasos helados en una mesa cercana. Una vez que hubo terminado, la chica, una morena con un mechón fucsia en el pelo, se dio la vuelta y Kristi pensó que le resultaba familiar, como si la hubiera visto en el campus.

– ¿Estás en alguna de mis clases? -inquirió.

– Sí. Me llamo Bethany -respondió-. ¿Qué te sirvo?

Kristi señaló a la bebida de Trudie.

– Tomaré uno de esos.

– Buena elección. -Asintió con aprobación-. Es mi favorito.

– ¿De veras?

– Martini rojo sangre.

– ¿Qué lleva?

– Ginebra, vermut, licor de arándano, y solo un toque de zumo de uva.

– ¿No lleva sangre de verdad? -preguntó Kristi.

– Lo siento -contestó Bethany, levantando una comisura de sus labios-. El ministerio de sanidad no está de acuerdo.

– Me lo imagino. Miró hacia Trudie y Grace.

– ¿Queréis otra? Trudie sacudió su cabeza.

– Tengo que volver al teatro antes de que al padre Mathias le dé un ataque al corazón.

– Sales en la obra, ¿verdad? -le preguntó Kristi.

– El personaje de Trudie es la Muerte -afirmó Grace, y Marnie casi se ahoga dando un sorbo a su bebida.

– Muy apropiado, ¿no? -bromeó.

– Lo que tú digas. -Trudie apuró su bebida de un trago y cogió su bolso. Bethany aún estaba esperando, y Grace se animó.

– ¿Por qué no? Y que el mío sea doble.

– ¿Estás loca? -espetó Trudie, horrorizada-. ¡Tienes que ir a la obra!

– Lo sé, pero ya la he visto. -Tanto Grace como Marnie parecían asombradas ante la preocupación de Trudie, como si ya se hubieran tomado varias copas-. Me sé de memoria todo el maldito argumento.

– Enseguida vuelvo con vuestro pedido -les dijo Bethany, dirigiéndose a la barra.

– ¿Por qué vais de nuevo a ver la obra? -inquirió Kristi.

– Por obligación. -Marnie cogió unos cuantos cacahuetes del plato que había en el centro de la mesa y se los metió en la boca.

– ¿Es obligatorio ver la misma obra dos veces? Trudie miró hacia Grace, deseando que se callara.

– No, si estás borracha, no lo es.

– Oh, relájate, «Muerte» -espetó Grace, y ella y Marnie rieron a carcajadas.

– Que os jodan, zorras -murmuró Trudie ruborizándose, y se marchó atropelladamente entre las mesas, casi tropezando con un friegaplatos con un montón de platos sucios.

– Se ha cabreado -dijo Marnie, y volvieron a reír.

– ¿Sabéis? -comentó Kristi, mientras alguien cambiaba una canción hip hop por una country. Una balada de Keith Urban que apenas se oía por encima de la conversación-. Casi me lo creo. Lo de las bebidas.

Marnie intercambió una mirada con su amiga, entonces comenzó a susurrar de forma apenas audible.

– Grace no mentía. Nos adulteramos las nuestras. -Para demostrarlo, sacó una pequeña y oscura botella de su bolso, luego disimuladamente, desenroscó el tapón y añadió unas gotas del oscuro líquido a su copa-. Está un poco salado.

– Como un margarita -añadió Grace.

– Sí, es verdad.

Grace se encogió de hombros, como si no le importara lo que Kristi pudiera pensar, y dio un sorbo. O bien las dos amigas estaban chifladas, o bien habían decidido divertirse un poco a costa de Kristi. Ella no hizo ningún comentario, pero esperó a su bebida mientras la música cambiaba de nuevo. Hubo una fuerte explosión de ruido junto a la mesa de billar cuando uno de los jugadores falló un golpe.

Unos segundos después, Bethany regresó, dejó las bebidas y se llevó los vasos vacíos.

Marnie rebuscó de nuevo en su bolso y enarcó las cejas al ofrecer un poco de sangre a Kristi. Aunque deseaba aparentar que era parte de su grupo, Kristi no estaba dispuesta a beber un preparado de origen desconocido. Sacudió su cabeza. Además, tanto Marnie como Grace se estaban comportando de una forma tan aturdida y ebria, que Kristi se preguntó si lo que estaban mezclando en sus bebidas podría ser alguna droga, con receta o sin ella, que aumentase los efectos del alcohol.

– Venga Kristi. Has estado preguntando por ello -dijo Grace-. ¿No quieres que Marnie añada un poquito de auténtica sangre?

– No. Tengo mucho que hacer esta noche.

– No sabes lo que te estás perdiendo. -Marnie sirvió varias gotas en su bebida, y luego también en la de Grace. Tras levantar su copa, brindó.

– Por los vampiros. -Sus ojos brillaban traviesos.

– Por los vampiros -la siguió Grace, golpeando su copa con la de su amiga. Kristi levantó su bebida.

– Por los vampiros -entonó, y tomaron un sorbo.

La mezcla era fuerte; sabía a arándano y ginebra y calentó la garganta de Kristi al bajar. Marnie y Grace reían cada vez más y se relamían los labios. Se comportaban como si realmente creyeran en todo eso o, por lo menos, como si lo encontrasen increíblemente hilarante. Kristi las observó mientras sorbían sus copas, y se dirigió casualmente a Marnie.

– Creí haberte visto entrar en la casa Wagner el otro día.

Sus propias palabras, «el otro día» parecieron resonar un poco, y Kristi se volvió hacia la máquina de discos, preguntándose por el sonido. ¿Estaba en lo cierto? ¿Fue el otro día? ¿O había sido de noche? No parecía poder recordarlo con claridad.

– Fue de madrugada -añadió para dejarlo claro.

– ¿De verdad? -La sonrisa de Marnie osciló ligeramente… parecía una serpiente reptando sobre sus labios. Una serpiente rojo sangre. No, ¿no era más que su color de labios corriéndose… o…?

– Todas vamos allí -confesó Grace sobre la fuerte música, y parecía tener problemas para mantenerse sentada.

– Sí, nos encontramos allí.

– Esta noche vamos a reunimos en la casa Wagner -insistió Grace-. A lo mejor te gustaría venir.

Las palabras de Grace sonaban divertidas, como si le llegaran a través del agua. Y su imagen oscilaba. Se sentía incómodamente cálida y fuera de control. Kristi se relamió los labios y trató de responderle, pero las palabras se le atascaron en la garganta.

– Oh, Dios, parece que la bebida te ha subido con fuerza. -Marnie parecía preocupada-. Salgamos de aquí.

– Yo invito -dijo Grace y le hizo señales a la camarera… ¿Cómo diablos se llamaba? Bethany… la chica de la clase de Grotto… Llegó en un suspiro y empezaron a hablar entre ellas. Cogieron a Kristi por debajo de los brazos y la ayudaron a llegar hasta la puerta. Señor, estaba borracha; sus piernas apenas respondían. Oyó frases como: «No aguanta bien el alcohol… la llevaremos a casa».

Pero aquello no estaba bien. La habían drogado. Lo sabía.

De algún modo, de alguna forma, le habían introducido algo en su bebida, y ella había sido lo bastante estúpida como para fiarse de la camarera. Maldita sea…

Nadie en el bar parecía darse cuenta de que la sacaban por una puerta lateral hacia la oscura y fría noche. Intentó gritar, pero las palabras no salían, y cuando consiguió mover un brazo, con el que casi golpea el mentón de Grace, la otra chica se rió.

Parecía una universitaria borracha más.

¿Y ahora qué?, pensó, pero incluso aunque las palabras acudían a su mente, no tardaban en escapar de nuevo. Su agudeza mental había desaparecido, al menos por el momento. La negrura le reclamaba desde los rincones de su consciencia y creyó que se iba a desmayar.

¡No! ¡Sigue despierta! ¡Tienes que mantenerte alerta!

– Ya está -dijo Bethany, abriendo una puerta, y las dos chicas la guiaron al exterior, manteniéndola en movimiento mientras sus propias piernas se volvían cada vez menos firmes.

Afuera, el aire era frío, en agudo contraste con la pesada, ruidosa y cálida atmósfera del bar.

– La llevaremos desde aquí -dijo Marnie.

– Tengo que volver dentro… -Bethany sonaba enfadada.

– Si alguien pregunta… -Era la voz de Grace, como desde la distancia.

– Sé a lo que te refieres. Tan solo sacadla de aquí ahora mismo, antes de que llegue alguien.

Bethany había sido la encargada de adulterar la bebida de Kristi. ¡Estúpida! ¡Sabías que ella también estaba en la clase de Grotto! Intentó gritar, pedir ayuda, pero solo el más leve sonido salió de sus labios.

La puerta se cerró de golpe detrás de ellas y Kristi se dio cuenta de que estaba sujeta entre Marnie y Grace, y de que no podía moverse en absoluto, no podía ordenarles a sus músculos que hicieran lo que el cerebro estaba pidiendo.

En cuanto a las otras chicas, toda la jovialidad y estupidez de la noche parecía haber acabado para ellas.

– Estúpida zorra -espetó Marnie, empujando a Kristi hacia un oscuro callejón-. Estúpida zorra entrometida.

– ¿Quieres aprender algo sobre los vampiros? -le preguntó Grace a la vez que el miedo de Kristi iba en aumento-. Créeme, esta noche lo vas a aprender. -Sonrió con una malicia tan fría que a Kristi se le encogió el corazón. Detrás de su ortodoncia, apenas visibles había un par de relucientes y blancos colmillos.

Kristi parpadeó, trató de gritar, hizo un último intento por patear a las dos chicas que la arrastraban al callejón, pero estaba tan indefensa como un gatito. Sus extremidades se negaban a moverse, su voz estaba apagada, el mundo se distorsionaba, la negrura amenazaba con imponerse.

Creía que la habían introducido en un coche… pero no sabía si era cierto.

Yacía extendida sobre el asiento trasero, unas luces brillaban en el techo del coche; Marnie y Grace estaban en el asiento delantero. ¿Estaba Trudie con ella ahí detrás, vestida como la Muerte? ¿O era Bethany?

Su cabeza le daba vueltas y, por mucho que lo intentaba, Kristi no podía distinguir la realidad. Jay… oh, Dios… pensó en Jay. ¿Dónde estaba? ¿Le había dicho que lo amaba? Y su padre… ¿estaba vivo? ¿Acaso no había visto el rostro de Rick Bentz en blanco y negro? ¿Dónde demonios se encontraba?

Parpadeó y fue consciente del viaje en coche; si se trataba de eso, todo habría terminado. De nuevo la llevaban medio a rastras. ¿Adónde la llevaban? ¿Qué tenían planeado?

Las campanas de la iglesia sonaron con fuerza… tan cerca que supo que se encontraban en el campus… Perdió la consciencia durante un segundo (¿o más tiempo?), tan solo para darse cuenta de que estaba sola.

Y estaba desnuda.

Yacía sobre alguna especie de sofá.

Había una neblina a su alrededor.

¿Cómo diablos había ocurrido? Su mente empezaba a despejarse un poco, pero no podía moverse, no podía abrir la boca para hablar. Había una luz roja, bañándolo todo con un escalofriante brillo rojizo. Miró todo lo que podía ver, pero aparte de la constante niebla, no pudo vislumbrar nada por encima o más allá de aquel sofá de terciopelo sobre el que estaba posada.

¿Cómo había perdido la ropa?

¿Era un sueño?

Recordaba vagamente estar en un bar, sorbiendo de una bebida color rojo sangre, hablando y riendo con chicas de su clase… ¿Quiénes eran? Grace, sí; Grace, con el pelo de punta y… y oh, sí, Marnie, la rubia. Creía haber sido tan lista, al tratar de ganarse su confianza, y ahora… oh, Dios, ahora… ¿cómo iba a salir de esta?

¡Piensa, Kristi, piensa! ¡No te rindas!

Cerró los ojos e hizo fuerza, intentó mover sus músculos, pero no ocurrió nada. No hubo respuesta. Estaba atrapada. Oyó el roce de un zapato, un leve murmullo. ¿No estaba sola?

¿Dónde? ¿Dónde estaban ellos? Intentó verlos con todas sus fuerzas pero, más allá del velo de la niebla, no veía nada… ni una sola cosa.

El pánico se apoderó de ella. Su mente se aclaraba y lograba pensar. Obviamente la habían drogado, pero seguramente se le pasaría. Aquella parálisis no podía ser permanente.

¿O sí podía serlo?

Un nuevo terror la golpeó.

Con un esfuerzo máximo, intentó levantar el brazo y, aunque lo tensaba y deseaba que su pesado miembro se moviera, este permanecía quieto y sin vida. Se oyó una tímida tos. Le recordó que estaba siendo observada. Se reían de ella.

¡Maldita sea, Kristi, mueve el condenado brazo!

Volvió a intentarlo, con tanta fuerza en su interior que creyó que podría explotar.

No ocurrió nada.

Oh, Dios, ayúdame. ¡Ayúdame!

Su corazón latía erráticamente, espoleado por la adrenalina y retumbando en sus oídos. Aquello era lo que les había ocurrido a las chicas desaparecidas, estaba segura de ello, igual que ahora creía con seguridad que estaban muertas.

Y también ella lo estaría pronto.

A no ser…

Con toda su voluntad, se tensó para mover sus músculos, pero fue en vano. Las pisadas se oían ahora con más fuerza, y el sonido retumbaba en su cerebro. Lentas. Acompasadas. Cada vez más cerca.

Trató de girar la cabeza mientras la luz roja parpadeaba, era una interpretación visual de sus latidos. ¿Qué era aquello?

Una vez más, intentó mirar por encima del hombro, obligar a su inmóvil cabeza a girarse. Sintió una ligerísima respuesta, como si sus hombros se hubieran movido mínimamente. ¿O era su imaginación? Una leve mota brilló en el frío aire. Sacando fuerzas de flaqueza, volvió a intentarlo.

No ocurrió nada.

Pero no se rindió. Maldita sea, lucharía mientras le quedase un soplo de vida.

– Esta es la hermana Kristi -entonó una profunda voz masculina.

¡Le conocía! La voz le era familiar. Tan solo tenía que pensar, que ubicarla. ¿Por qué la estaba presentando? ¿A quién? Forzó la vista hacia la oscuridad más allá del reptante velo de niebla y humo, pero no veía nada. Presintió que allí había más de una persona oculta en las sombras, como si fueran espectadores, el público.

Su sangre se quedó tan fría como la muerte.

¡Público! ¡Por Dios, eso era!

¡Aquello era parte de algún macabro espectáculo!

¡Jesús!, tenía que escapar, y escapar ahora. Él se encontraba tan cerca. Le resultaba tan familiar, y aún así, su mente no podía dar con su nombre. Notó que estaba de pie junto a ella, y una mano se deslizó sobre su espalda desnuda.

Experimentó un cosquilleo.

¡Oh, qué perverso!

Unos fuertes dedos recorrieron su piel.

¿Qué era aquello? ¿Un intento por seducirla? ¿En el escenario con quién sabe cuántas personas mirando? O tal vez no fuese más que el primero de muchos… Se le revolvió el estómago ante la idea y trató de apartarse, de alejarse.

– La hermana Kristi se une esta noche a nosotros voluntariamente -dijo con convicción.

¿Voluntariamente? ¿Qué?

¿Es que no podían ver que todo lo que estaba diciendo era mentira? ¿Que era una prisionera en su propio cuerpo paralizado?

Por supuesto que no, Kristi. Recuerda: ellos quieren creer.

– Está preparada para el último y definitivo sacrificio.

Su mente imaginó toda clase de torturas, violaciones y muerte. ¿Definitivo? ¿Como «final»? Jesús, ¿es que iba a sacrificarla allí mismo? ¿A cortarle el cuello como a un cordero sacrificial? Luchó con todas sus fuerzas.

Pero sin resultado.

Los dedos de aquel hombre se movieron sensualmente sobre su piel y ella sintió que su cuerpo respondía. ¡Oh, Dios, aquello era tan perverso, tan condenadamente perverso! Tuvo las agallas de tocarle los pechos, de mirar cómo sus pezones respondían, y ella supo en ese instante que, si tuviera la ocasión, lo mataría. A pesar del deseo que empezaba a latir a través de su cuerpo. Lo haría. ¡Mataría a ese jodido bastardo!

Ahora se inclinaba hacia abajo, su aliento le acariciaba el pelo mientras sus manos se deslizaban más abajo y con más fuerza.

Si al menos pudiera patalear. Si pudiera morder. Si pudiera escupirle a la cara. ¿Quién era? ¿Quién?

Sintió que su cabeza giraba un poco, casi por su propia voluntad y, en ese momento, sus ojos se encontraron con los de él, y ella se quedó mirando los oscuros ojos del doctor Dominic Grotto.

Grotto…

Kristi luchó por gritar y agitarse, golpear o retroceder, pero permaneció inmóvil.

– Lo siento -susurró.

¿Lo sientes? ¿Qué es lo que sientes? ¡Suéltame, miserable hijo de puta!

Él se inclinó aún más; su aliento era tan cálido como el fuego del infierno, sus labios se encogieron para mostrar sus colmillos, brillantes, relucientes bajo la tenue luz roja.

Ella gritó, pero ningún sonido fue más allá de sus labios mientras él mordía su carne. Su piel fue atravesada por los horrendos colmillos y entonces… oh, Dios… entonces, su sangre comenzó a ser succionada.

Y él empezó a alimentarse.

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