CAPITULO XXXIV

Toda Inglaterra lloró por la abdicación del rey Eduardo VIII, a quien sucedió su hermano Jorge VI, un año más joven que él. Sin embargo, la figura de éste no era, ni de lejos, tan deslumbrante y romántica como la de Eduardo, capaz de abandonarlo todo por la mujer a la que amaba. Audrey siempre le había defendido en contra de las opiniones de sus amigos que le consideraban un cobarde, y Charles le decía en broma que a ella le gustaba Wallis porque era norteamericana. No obstante, ambos se emocionaron profundamente ante el comportamiento de aquel hombre dispuesto a dejarlo todo por amor.

Charlotte les seguía haciendo la vida imposible, pero, al cabo de un año y medio, ya les daba igual. Empezaban a aceptar sus limitaciones y, además, Audrey andaba muy atareada con su labor de fotógrafo y no disponía de mucho tiempo que perder en tonterías. Charlie la alentaba constantemente en su trabajo hasta el punto de que incluso consiguió organizar una exposición en una galería con unas maravillosas imágenes en blanco y negro tomadas a lo largo de los años, unos trabajos abstractos y retratos y hasta su fotografía de Madame Sun Yat-sen y varias preciosas instantáneas de Molly.

Charlie estaba muy orgulloso y colaboraba a menudo con ella. Charlotte se puso furiosa al decirle él que el único fotógrafo con quien trabajaría era Audrey. Nadie se lo podía impedir puesto que, según los términos del contrato, tenía derecho a elegir el fotógrafo que quisiera.

– Todavía estás pegado a ella, ¿eh, Charles? -le dijo Charlotte con amargura un día en que él acudió al despacho con la intención de hablar con su padre.

– Más bien eres tú la que está pegada a mí como una lapa – contestó él, mirándola con rabia.

Estaba más molesto que Audrey por el hecho de que Char- lotte no quisiera concederle el divorcio. Audrey se conformaba con la situación; en cambio, él deseaba tener un hijo, pero no quería hacerlo hasta que pudiera casarse con Audrey.

– ¿Todavía no quieres ser sensata, Charlotte?

Se lo preguntaba una y otra vez y no comprendía por qué motivo seguía aferrada a él. Le parecía absurdo y no acertaba a imaginar qué se proponía Charlotte. Las conjeturas de los demás no le satisfacían por entero. Sólo aquella mujer tenía la respuesta.

– Jamás te concederé el divorcio, Charles -dijo ella, mirándole fríamente mientras se dirigía a la puerta-. Pierdes el tiempo con Audrey.

– La que lo pierde eres tú -dijo él, levantándose como si quisiera sacudirla por los hombros.

Charlotte salió del despacho y cerró la puerta a sus espaldas.

Cuando Annabelle le escribió a Audrey que se iba a casar, la furia de Charles creció de pronto.

Se casó en Reno por Pascua con un jugador profesional. «Un jugador de bridge», tal como decía ella eufemísticamente. Charles pensó que debía de ser un inútil, pero sintió envidia porque Annabelle podía casarse con quien quisiera, mientras que Charlotte les llevaba a ellos por el camino de la amargura.

Aquel verano, Annabelle y su flamante marido viajaron a Londres y Charles se quedó de una pieza, al ver a la hermana de Audrey, tan distinta a como él la imaginaba. Estaba más mimada que nunca, gimoteaba sin cesar y lucía vestidos de noche muy caros y grandes joyas que en su mayoría debían de ser falsas, aunque Charlie no quiso comentárselo a Audrey, la cual se sentía incómoda al lado de su hermana y la miraba como si fuera una desconocida. Audrey exhaló un suspiro de alivio cuando se fueron, si bien antes Annabelle tuvo ocasión de herirla en lo más profundo de su ser, preguntándole si pensaba vivir siempre con Charles o si era un capricho pasajero.

– Espera a que su mujer le conceda el divorcio -contestó Audrey muy serena, a pesar de lo dolida que estaba. – ¿Dónde habré yo oído eso? -dijo Annabelle, lanzando azuladas volutas de humo al aire mientras miraba a su hermana como si ésta fuera una vulgar prostituta y ella una gran señora.

– En este caso, es verdad.

– Bueno, pero no esperes demasiado, cariño.

Audrey la miró con hastío. Le daba pena su hermana, cuyo aspecto era de lo más vulgar y adocenado a causa de su permanente contacto con gentes de baja estofa y su desmesurada afición a la bebida. Siempre estaba aturdida y, cuando no gimoteaba, se pasaba el rato soltando estridentes carcajadas.

Fue un alivio que se marchara, aunque Charlie sabía que Audrey se puso muy triste al principio. No echaba de menos a su hermana, sino que más bien se compadecía de la situación en que se encontraba.

– Es como una perfecta desconocida -dijo Audrey, mirando a Charlie con tristeza. Parecía una prostituta barata, pero lo más curioso era que Annabelle daba a entender que Audrey era una fulana porque vivía con Charlie sin estar casada con él-. No creo que este matrimonio dure mucho.

El marido era tan horrible que Audrey ni siquiera se atrevió a presentarlos ajames y Vi. Se hubiera muerto de vergüenza.

– Creo que ya no tengo ningún Ia2o con San Francisco -dijo Audrey.

Pese a ello, se afligía al pensar que su hermana y su cuñado vivían en la hermosa casa del abuelo. A éste le hubiera dado un ataque si hubiese visto a aquel hombre con sus apestosos cigarros y su anillo de brillantes en el dedo meñique. El solo hecho de pensar en lo que hubiera dicho su abuelo le provocó un acceso de risa.

Volvió a recordar al abuelo cuando Franklin Roosevelt derrotó en las elecciones a Alfred Landori y repitió el mandato. Evocaba siempre con mucho cariño las discusiones políticas que solía mantener con su abuelo siempre que comentaba las mismas cosas con Charlie. Ambos sostuvieron unas acaloradas discusiones cuando el Japón atacó aquel verano a China, apoderándose de casi todo el país en las batallas que se sucedieron a lo largo de un año y en las que hubo miles de bajas civiles. Pekín y Tientsín cayeron en poder de los japoneses y hubo doscientas mil bajas civiles durante la toma de Nankín. Audrey recordaba los días que ella y Charles habían pasado allí. Se le partía el corazón al pensar que todo aquello había sido destruido. Los comunistas y los nacionalistas unieron sus fuerzas para luchar contra los japoneses, y Audrey se alegró de tener consigo a Mai Li. Al parecer, no se habían producido grandes cambios en Harbin, pero los japoneses asolaban el resto del país y ella estaba segura de que la vida no hubiera sido nada fácil para Molly. Esperaba que Shin Yu y los demás niños se encontraran bien y no sabía si las monjas se los habrían llevado a Francia, aunque dudaba de ello. Eran muy obstinadas y probablemente se habrían quedado como ya hicieran otras veces.

En julio de 1937, los alemanes inauguraron un campo de trabajo llamado Buchenwald destinado a presos e «indeseables». Por su parte, los judíos habían sido apartados del comercio y de la industria y no podían pasear por los parques, asistir a acontecimientos sociales o entrar en lugares como museos, teatros y bibliotecas. Todas las instituciones públicas les estaban prohibidas, incluso los balnearios. A partir del dieciséis de julio, todos los judíos fueron obligados a llevar una estrella amarilla cosida en la ropa para que, de este modo, se les pudiera identificar a primera vista. Ambos volvieron a recordar a Ushi, y a Karl, y Audrey se preguntó si su amiga habría hallado la paz en el convento. La muerte de Karl fue la que los volvió a unir y por eso la recordaban siempre con emoción. Desde entonces, cada vez que escuchaban la palabra judío, pensaban en Karl, y cada nuevo edicto que se promulgaba en Alemania contra las personas pertenecientes a esta raza les parecía una afrenta a su recuerdo. Casi no podían creer que hubieran transcurrido dos años desde la muerte de Karl. El tiempo pasaba volando y el mundo se hallaba sumido en una vorágine de acontecimientos, cuyo significado nadie conocía. En diciembre, los italianos y los alemanes se retiraron de la Liga de las Naciones, lo cual se interpretó como un mal presagio.

Audrey y Charles se alarmaron enormemente cuando, en marzo de 1938, Hitler se apoderó de Austria, alegando que los alemanes que allí vivían eran partidarios de la anexión. Volvieron a pensar en Ushi y Audrey temió que pudiera ocurrirle algo en el convento. Sabía cuan despiadados eran los alemanes y recordaba las monjas asesinadas en Harbin. Todo andaba revuelto en aquellos tiempos y Charles y Audrey sólo se sentían seguros cuando estaban uno al lado del otro.

A finales de año se cumplió el tercer aniversario de su convivencia. Vi y James ofrecieron una fiesta en su honor en el transcurso de la cual todo el mundo bailó la samba y la conga y escuchó los discos de Benny Goodman. Aquella noche, cuando regresaron a casa a las cuatro de la madrugada, Audrey dijo que no hubiera podido esperar nada mejor de la vida. Tenía treinta y un años y estaba locamente enamorada de Charlie.

Lo único que les faltaba era un hijo, pero eso era imposible por culpa de Charlotte. La pequeña Molly era la destinataria de todos los desvelos de la pareja.

El año siguiente fue más aterrador si cabe. Tras el Acuerdo de Munich, todo el mundo se dijo que no podía ocurrir nada y Europa fingió no tener miedo. De repente, todos los que se hallaban en condiciones de hacerlo, empezaron a comprarse caprichos y automóviles de lujo, a ofrecer bailes de gala y a lucir joyas y abrigos de pieles impresionantes como si, con su forzada alegría, pudieran asegurar la paz y la tranquilidad. Pero los temores seguían latentes y sucedían cosas horribles que nadie podía impedir. Hitler avanzaba implacablemente y la guerra civil de España acababa de cobrarse más de un millón de muertos, dejando el país irremediablemente destrozado. A poca atención que uno hubiera prestado, hubiera podido oír los tambores de la guerra, tocando a rebato en la lejanía.

Alemania ocupó Bohemia y Moravia y firmó un pacto de no agresión con Rusia, lo cual convirtió a ambos países en unas fuerzas doblemente temibles. El i de septiembre, el ejército de Hitler atacó Polonia, causando el asombro de todo el mundo.

Dos días más tarde, el 3 de septiembre, Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania y Churchill se convirtió en primer lord del Almirantazgo. Él sería el máximo responsable de todas las operaciones. El principio fue espantoso. En dos semanas, los submarinos alemanes hundieron el Athenia y el Courageous. Charlie y Audrey escuchaban las noticias, sentados en la cocina de su casa. Era como si el mundo hubiera enloquecido a su alrededor. Charlie se preguntaba si no sería conveniente que Audrey regresara a casa. Europa ya no era un lugar seguro y casi todos los norteamericanos huían de allí despavoridos. El embajador norteamericano intentaba encontrar pasaje para sus conciudadanos y Charlie le preguntó a Audrey si quería unirse a ellos.

La joven sonrió y le ofreció otra taza de té, mientras le miraba con aquella serena fuerza que él conocía tan bien.

– Ya estoy en casa, Charlie.

– Lo digo en serio. Puedo enviarte allí, si quieres. A Molly y a ti. Están reservando pasaje para todos los norteamericanos y sería un buen momento para marcharse. Sólo Dios sabe lo que puede ocurrir con este loco que anda suelto por ahí.

Se refería a Hitler, por supuesto.

– Yo me quedo aquí contigo -contestó Audrey mientras Charlie le tomaba una mano.

Llevaban seis años queriéndose y hacía casi exactamente seis que habían cruzado Asia en tren. Habían recorrido un largo camino juntos. Ya ni siquiera le importaba casarse con Charlie y tener hijos con él. Le bastaba con tener a Molly y al hombre al que amaba. La sociedad de Londres les aceptaba y todo el mundo les llamaba «señora Driscoll» y «señor Parker-Scott». No querían pasar por lo que no eran y, después de seis años, ella no pensaba dejar a Charles por culpa de una guerra. En el caso de que Londres se derrumbara en llamas a manos de Hitler, ella permanecería al lado de Charlie hasta el final. Así se lo dijo con unas apasionadas palabras que le pillaron a él completamente desprevenido. A veces, Charlie olvidaba el fuego que se ocultaba en el interior de aquella mujer de apariencia tan sosegada.

– O sea que todo está resuelto, ¿no? -dijo, alegrándose de que Audrey quisiera permanecer a su lado aunque, en secreto, ya había incluido su nombre en una lista de voluntarios, lo mismo que James. Éste deseaba ardientemente pilotar un avión, mientras que a Charles le interesaba más el servicio de espionaje y así se lo manifestó a los funcionarios del Home Office, el Ministerio del Interior; su profesión de periodista era una tapadera perfecta. Ellos le dijeron que ya le avisarían. Charles imaginaba que, primero, querían investigar a fondo sus antecedentes y actividades. Por fin cayó Varsovia y esa tragedia conmovió a todo el mundo.

Dos días más tarde, Alemania y Rusia se repartieron Polonia como si fuera una carroña desgarrada miembro a miembro por dos lobos. Audrey se ponía enferma cada vez que escuchaba los noticiarios radiofónicos y los impresionantes relatos sobre los valerosos ciudadanos que habían muerto en el gueto. Después, lo comentaba con Charles, el cual ya había recibido respuesta del Home Office. Ahora podría hacer algo de provecho o, por lo menos, eso creía él. Le prometieron ponerse en contacto con él en fecha próxima. Pero, antes, los británicos enviaron a Francia a 158.000 hombres para defender a sus aliados. Charlie hubiera deseado ser uno de ellos, pero tardó dos meses en recibir respuesta del Home Office. Le habían nombrado corresponsal de guerra y podría entrar libremente en los escenarios militares aunque aún estaba a la espera de destino.

Sin embargo, envidiaba mucho a James porque ya estaba adscrito a la RAF. Por su parte, Violet se había ofrecido como voluntaria para conducir los camiones de la Cruz Roja. Estaba siempre ocupada y ya no era la antigua lady Vi que iba de compras con sus amigas, jugaba con los niños y servía té con pastas en la biblioteca. Audrey se sentía a veces muy sola, aunque procuraba distraerse con la fotografía. Charles deseaba marcharse, pero el Home Office no le convocó hasta el mes de julio. Dinamarca y Noruega habían caído hacía tres meses, y los Países Bajos cayeron al mes siguiente, lo mismo que Bélgica. París llevaba apenas dos semanas de ocupación cuando Charlie fue llamado por el Home Office.

Hasta aquel momento, Charles se había dedicado a escribir reportajes bélicos desde Londres, intercalándolos con alguna que otra rápida visita a los Países Bajos, Bélgica e incluso París antes de que cayera en manos de los alemanes. Sin embargo, deseaba acometer empresas de mayor envergadura, tal como le decía constantemente a Audrey. Ésta le aconsejaba que tuviera paciencia. Escribía para importantes periódicos de todo el mundo y les facilitaba la información que los británicos querían divulgar. Había visitado varias veces a Churchill a quien admiraba muchísimo y, aunque Audrey le aseguraba que estaba haciendo una labor estupenda, él no se sentía satisfecho, sobre todo, sabiendo que James ya estaba en la RAF. Cuando Audrey vio la cara de Charlie la noche en que éste recibió la llamada del Home Office comprendió que algo había ocurrido.

– ¿Qué te pasa, amor mío? -le preguntó con recelo al verle entrar.

– Nada de particular. ¿Cómo has pasado el día?

– Bien -contestó ella, mostrándole las fotografías que había revelado aquella tarde mientras Molly jugaba en el jardín con el hijo de los vecinos.

Se pasaron un rato comentando cuestiones intrascendentes hasta que, por fin, Audrey miró a su amante y le preguntó sonriendo con tristeza:

– ¿Cuándo me vas a comunicar lo que va a gustarme, Charles?

– ¿Por qué me lo preguntas, Aud? -preguntó él, mirándola con expresión culpable.

Audrey le conocía muy bien y había captado su inquietud. Por una parte, Charles estaba contento, pero, por otra, lamentaba dejar a Audrey.

– ¿De qué se trata, Charles? -le preguntó ella, mirándole con insistencia.

Charles ya no pudo ocultarlo por más tiempo.

– ¿No has oído hoy las noticias?

Audrey afirmó con la cabeza. Por una vez, no había puesto la radio mientras trabajaba en el cuarto de revelar, tal vez porque estaba cansada de oír constantemente cosas horribles.

– ¿Qué ha pasado ahora? -La situación empeoraba día a día, pero lo que más le dolía a ella era que los Estados Unidos se negaran a intervenir, como si la guerra en Europa no fuera con

ellos. Lamentaba que hicieran el papel del avestruz y se avergonzaba de confesar su ciudadanía norteamericana. Audrey quería que los Estados Unidos acudieran en ayuda de quienes tanto la necesitaban. Miró a Charles asustada-. ¿Qué ha pasado?

– Hoy hemos hundido a la flota francesa en Oran.

– Eso está en Argelia, ¿no? -Charles asintió en silencio-. ¿Por qué?

– Porque ya no son nuestros aliados. Se encuentran en poder de los alemanes, Aud, y nosotros no queríamos que los alemanes se apoderaran de aquellos barcos. Ha sido algo horrible. No lo hemos reconocido, claro está. La noticia decía tan sólo que los barcos se han hundido. Pero es que, en realidad, no teníamos otra alternativa.

– ¿Han muerto muchos hombres?

Estaba cansada de oír que miles de hombres morían por doquier… Sin contar las personas como Karl… Y las que habían muerto en Varsovia en 1939.

– Aproximadamente, un millar -contestó Charles, mirándola fijamente a los ojos-. Quieren que vaya allí, Aud.

– ¿A Argelia? -preguntó ella, sintiendo que se le revolvía el estómago.

– A informar sobre el hundimiento de la flota en Oran y, después, a El Cairo durante algún tiempo, ahora que empiezan a ocurrir cosas por allí. -En realidad, no pasaba nada, pero Mussolini había amenazado con invadir Egipto hacía apenas seis días y los británicos querían tener allí un mayor número de corresponsales. Al ver el rostro de Audrey, Charles se preocupó-. No rne mires así, Aud -le dijo.

Audrey se volvió de espaldas y rompió a llorar. Qué doloroso era intervenir directamente, pensó. Quizá los Estados Unidos hacían bien en no meter a sus hombres en aquella guerra. Charles se le acercó por detrás y apoyó las manos en sus brazos. Poco a poco, Audrey se volvió a mirarle mientras él le decía:

– No estaré ausente mucho tiempo.

– Eso es lo que tú querías, ¿verdad? -Hacía diez meses que Charles deseaba hacer algo, pero ahora todo parecía distinto… Audrey se sintió físicamente enferma el pensar en los peligros-. ¿Cuándo volverás?

– Todavía no lo sé. Dependerá de lo que ocurra cuando llegue allí. Ser corresponsal de guerra no es como ser un soldado. Entras y sales cuando quieres y no se corre mucho peligro.

– Te pueden matar como a cualquier otro -dijo Audrey, mirándole con rabia-. Maldita sea, ¿por qué no podías hacer algo sensato desde aquí?

– ¿Como qué? -preguntó Charles, levantando la voz sin querer-. ¿Hacer calceta? Por Dios bendito, Audrey, tengo que ir allí. Fíjate en James. Lleva seis meses arrojando bombas sobre los alemanes.

– Bueno, pues mejor para él. Pero, si le matan, Vi y los niños no lo pasarán muy bien, ¿verdad? – replicó Audrey, llorando a lágrima viva.

Tenía sus motivos para hablar como lo hacía, pero no se los podía confesar a su amante. No hubiera sido justo. Hacía apenas dos días que había descubierto que estaba embarazada y esperaba el momento adecuado para comunicarle la noticia.

– Volveré, Audrey, te lo prometo… En El Cairo estaré completamente a salvo…

De repente, Audrey soltó una carcajada y se apartó de Charles.

– ¡Recuerda lo que te pasó la última vez que estuviste allí!

– Te prometo no volver a casarme -dijo él echándose a reír-. Te doy mi palabra.

Después levantó una mano como si hiciera un juramento y ella juntó la palma con la de Charles.

– Te quiero mucho. Júrame que tendrás cuidado ocurra lo que ocurra, de lo contrario, yo misma iré a cuidar de ti.

– Serías muy capaz de hacerlo -dijo él con aire risueño. Audrey le miró muy seria, pensando en la pesada carga que tendría que soportar sin él.

– No me da miedo salir corriendo tras de ti. Por consiguiente, no vayas a olvidarlo, amor mío.

– Lo tendré en cuenta.

Aquella noche, ambos hicieron el amor por última vez. Charles se iba al día siguiente. No le habían dado mucho tiempo para prepararse, pero no importaba. Cuando se fue, le dijo a Audrey que probablemente estaría ausente uno o dos meses como mucho, y ella le prometió cuidar de sí misma y de Molly y escribirle todos los días. Charlie se alojaría en el Hotel Shepheard's en el que se ofrecían toda clase de lujos a los clientes; pero eso no se lo dijo a Audrey cuando la saludó por última vez con la mano y subió ni jeep que acudió a recogerle al amanecer. Tenía que tomar un avión militar antes de una hora y, mientras el vehículo se ponía en marcha, rezó para que a Audrey y Molly no les ocurriera nada. Ya habían pasado más de una noche en el refugio antiaéreo. La gente se había acostumbrado a ello, aunque no fuera una vida muy agradable. Siempre que salía de viaje, Charles se preocupaba por esta causa, y ahora todavía se preocuparía más pese a que en Oran y El Cairo tendría muchas cosas que hacer. Tras su partida, Audrey permaneció de pie en el salón, pensando en el hijo que iba a nacer.

Se preguntó si hubiera debido decírselo antes de que se fuera, pero no le parecía justo hacerlo. Pensó en el engaño del que Charlotte se había valido para obligarle a casarse con ella… Y ahora que era verdad, ella no le decía nada. De repente, se quedó paralizada por el miedo. ¿Y si le mataran? El terror le atenazó la garganta hasta casi ahogarla. Tardó unas horas en calmarse y aún estaba trastornada cuando, aquella noche, fue a cenar a casa de Violet. Se llevó a Molly consigo porque temía que otras personas no la llevaran a tiempo al refugio antiaéreo en caso necesario.

– ¿Cómo lo soportas? -le preguntó Audrey a lady Vi mientras los niños jugaban en el piso de arriba.

La joven tenía una mirada más inquieta y preocupada que la víspera. El embarazo no estaba muy adelantado, pero ella se emocionó tanto cuando lo supo que hubiera querido regresar corriendo a casa para comunicárselo a Charles, aunque después decidió esperar un momento más oportuno. No quiso preocuparle. Y ahora…

– Cómo soporto, ¿qué? -le preguntó Vi sonriendo-. ¿Las incursiones aéreas? Una acaba acostumbrándose a ellas. Los niños, desde luego, ya lo habían hecho y seguían jugando en el refugio a pesar de los bombazos. Audrey se ponía siempre muy nerviosa cuando los contemplaba. Qué triste manera de crecer. Sacudió la cabeza y miró a Vi.

– No me refiero a las incursiones aéreas, sino a la preocupación. ¿No te vuelves loca, pensando en James?

– Pienso constantemente en él -contestó Violet, muy seria-. Creo que no dejo de hacerlo ni un solo instante. Pero, qué remedio nos queda.

Audrey la miró con los ojos llenos de lágrimas y, de repente, no pudo resistirlo más. Tenía que decírselo a alguien.

– Oh, Vi, voy a tener un hijo… y Charlie no lo sabe -dijo mientras Vi la rodeaba con sus brazos-. Pensaba decírselo antes de que se fuera, pero no quería inquietarle. ¿Y si…?

– ¡Cálmate! -Vi le oprimió los hombros con fuerza, medio alegrándose y medio entristeciéndose por ella. Era terrible estar sola y embarazada en aquellas circunstancias. Sin embargo, sabía lo mucho que Charlie deseaba tener un hijo-. Es una noticia maravillosa, Aud. Debes cuidarte mucho, comer todo lo que puedas a pesar del racionamiento y descansar.

Ambas pensaron en las incursiones aéreas de todas las noches.

– ¿Crees que hubiera sido mejor decírselo antes de que se fuera?

– Hiciste lo que debías -contestó lady Vi-. Se volvería loco pensando en ti y no prestaría atención a lo que hace. Yo hago lo mismo con James. Le digo que todo va bien para que, cuando esté arriba, con el avión, se pueda concentrar en lo que hace y vuelva a casa sano y salvo. No pueden permitirse el lujo de distraerse.

«Les podría costar la vida», pensó Violet, aunque no se lo dijo a su amiga. Ambas se pasaron un buen rato hablando hasta que, al fin, Audrey se tranquilizó un poco. Violet no se sorprendió del embarazo, sino de que éste no se hubiera producido antes. Se preguntaba si, dadas las circunstancias, Charles volvería a presionar a Charlotte. No había tenido ocasión de hablar con él antes de que se fuera, pero había oído ciertos rumores sobre ella, aunque prefería no decirle nada a Audrey.

Cuando ésta se despidió, llevando a la pequeña Molly dormida en los brazos, la alarma antiaérea empezó a sonar y Violet tuvo que subir corriendo a recoger a Alexandra y a James y reunir a la servidumbre para irse todos juntos al refugio. Después tomó a Audrey del brazo para que no tropezara con los adoquines sueltos. Tenían que proteger a aquella criatura que aún no había nacido y cuya existencia sólo ellas conocían.

– Me alegro de habértelo dicho, Vi.

– Y yo, de que me lo hayas dicho.

Ambas amigas se tomaron de la mano y se miraron sonriendo mientras las bombas estallaban a su alrededor.

Загрузка...