CAPITULO XXVII

En los días sucesivos, la casa de Cap d'Antibes pareció encogerse por momentos. Charles y su esposa no se marcharon al día siguiente, a pesar de las claras insinuaciones de Violet. En vez de ello, Charles seguía constantemente con la mirada a Audrey mientras Charlotte le observaba en silencio. Todo el mundo estaba incómodo y Audrey simulaba no percatarse de ello. Bajaba a la playa con Molly todo lo que podía y salía a dar largos paseos en automóvil con Karl y Ushi. Iba de compras en compañía de Vi y se pasaba el resto del día en.su habitación, alegando estar cansada. Pero sabía que no podía permanecer mucho tiempo allí y ya sintió deseos de marcharse en cuanto ellos llegaron, aunque no quería herir los sentimientos de Vi.

Evitaba a Charlie todo cuanto podía y, por su parte, él no hizo ningún otro intento de hablar con ella. Ambos curaban en silencio sus heridas. Por fin, Audrey decidió acompañar a Ushi y a Karl y ya estaba deseando que llegara la hora de marcharse de Cap d'Antibes. No podía soportar la tensión de vivir bajo el mismo techo que Charlie y su esposa. Una y otra ve2 trataba de asimilar el hecho de que Charlotte estaba embarazada e iba a tener un hijo de Charles. Ahora ya sabía que no tendría más hijos que Molly.

– Tengo entendido que se la trajo usted de China.

Audrey se sorprendió al oír la voz de Charlotte a su espalda, mientras ella contemplaba a Molly, que estaba haciendo flanes de arena ayudada por James. Se volvió a mirar a su interlocuto-ra y tuvo la sensación de que casi no podía respirar a su lado. La esposa de Charles tenía unas facciones regulares e iba impecablemente maquillada. Lucía un modelo de Patou y un precioso sombrero a juego. Audrey jamás hubiera podido competir con ella. Era casi demasiado perfecta. Y se había casado con Charlie.

– Pues…, sí -trató de recordar lo que Charlotte le había preguntado. Era la primera vez que ambas hablaban directamente-. Me la traje de Harbin… Viví allí ocho meses…

– Ya lo sé -contestó Charlotte, dándole a entender con su tono de voz que sabía otras muchas cosas. Después le clavó el cuchillo-. Todavía le ama, ¿verdad?

– Yo… – Audrey se quedó tan sorprendida que no supo qué contestar-. Creo que Charles y yo siempre seremos amigos. No es fácil olvidar ciertas cosas, pero los tiempos cambian.

Era lo más diplomático que se le ocurrió decir.

– Sí, en efecto, los tiempos cambian. Me alegro de que usted lo entienda así -dijo Charlotte con intención-. Charles tiene una brillante carrera por delante. El todavía no lo sabe. Un día será el más destacado ensayista del mundo.

Lo malo era que eso a él no le importaba, tal como Audrey sabía muy bien. Los éxitos no eran para él más que una agradable sorpresa; lo que de verdad le gustaba eran los viajes, los descubrimientos y las aventuras, y el espíritu que le animaba a emprenderlas. Pero de eso Charlotte no sabía nada.

– Necesita a una mujer capaz de ayudarle. Audrey asintió, reprimiendo las lágrimas, y después miró a la mujer que le había arrebatado a su amante.

– El niño será mucho más importante para él que su carrera – le dijo.

Charlotte se quedó momentáneamente desconcertada.

– Conque se lo ha contado, ¿eh? -dijo, molesta.

– Me lo comentó de pasada… Es muy feliz -mintió Audrey-. Estoy segura de que van a ser ustedes muy felices.

Audrey miró a Charlotte con los ojos llenos de lágrimas mientras ésta asentía en silencio. No le gustaba que Charlie le hubiera dicho lo del niño, pero tal vez fuera mejor que lo hubiera hecho.

– De todos modos, usted nunca fue la mujer adecuada para él -dijo Charlotte, mirando a su rival y dirigiéndole una sonrisa.

Audrey pensó que era muy presuntuosa. ¿Qué sabía ella de eso? Ni siquiera conocía a su marido. Había obligado a Charles a casarse con ella, negándose a abortar. Seguramente, no les tenía el menor cariño ni a él ni al hijo que esperaba. Era difícil imaginársela en el papel de madre. En aquel preciso instante, James regresó con la pequeña Molly y ésta se arrojó en bra2os de su madre, cubriéndola de arena y de húmedos besos por todas partes.

Aquella tarde, Audrey salió a dar un paseo en automóvil con Karl y Ushi.

– Hemos decidido marcharnos mañana -dijo esta última sonriendo mientras Audrey se sostenía el sombrero con ambas manos para evitar que la fuerza del viento se lo arrancara de la cabe2a-. ¿Vendrás con nosotros? -A Audrey no le apetecía ir, pero necesitaba una excusa para poder marcharse de Antibes-. Sólo iremos a San Remo.

No estaba muy lejos, mas la atmósfera era muy distinta, muy italiana, menos elegante, pero muy agradable.

– ¿Vendrás? -le preguntó Karl.

Audrey sonrió. Era su mejor pretexto y, además, Ushi y Karl le eran muy simpáticos.

– Me encantará -contestó-. Pero sólo estaré unos días, después os dejaré seguir vuestro camino. QuÍ2á me vaya a Roma un par de semanas, antes de regresar a Londres.

A partir de allí ignoraba adonde iría. Todos sus planes se habían desbaratado y no tenía la menor prisa en regresar a San Francisco.

– ¿Por qué no te vienes a Venecia con nosotros?

Era la ciudad más romántica del mundo y el recuerdo de los dos días transcurridos allí con Charlie acudió a la mente de Audrey con toda nitide2.

– No me parece muy oportuno -dijo la joven. No hubiera podido soportar el dolor de contemplar de nuevo aquellos lugares-. Eso es para los recién casados, no para las solteronas.

– ¡Pues eres la solterona más guapa que he visto en mi vida! – exclamó Karl, mirándola con afecto mientras ella se reía y le regañaba. A Ushi no le importaban aquellas bromas porque estaba muy compenetrada con su marido de quien,había sido novia durante seis años antes de casarse-. Ya hablaremos de Venecia cuando estemos en San Remo.


– De acuerdo -dijo Audrey.

Por lo menos, había accedido a ir con ellos hasta San Remo, lo cual le facilitaría la partida al día siguiente. Se lo comunicó a Violet al volver y ésta lamentó que se fueran y se puso furiosa con Charles. Aquella noche, Violet le comentó a James que Charlie le había estropeado la fiesta, provocando la huida de todos sus invitados.

– Él no ha provocado la huida de todos los invitados, cariño, sólo la de Audrey. Karl y Ushi tenían pensado irse de todos modos y Audrey se lo pasará muy bien con ellos. Convendría que fuera a visitarles a Berlín alguna vez. Ushi organiza unas fiestas maravillosas -dijo James, besando cariñosamente a su mujer.

A Violet le gustó la idea. Un viaje a Berlín sería estupendo, incluso podrían ir todos juntos. Al día siguiente, habló de ello a la hora del desayuno al que sólo faltaron Charlotte y Molly. Charlotte aún no se había levantado y Molly estaba con la niñera de James y Alexandra. La pequeña se divertía mucho con sus nuevos amiguitos y éstos la trataban como si fuera una muñeca de porcelana, sobre todo, Alexandra, que le había cobrado un gran cariño.

– La idea se le ocurrió a James -dijo Violet, echándose a reír-. Sería estupendo que nos fuéramos todos juntos a Berlín cuando estos tortolitos ya estuvieran instalados en su casa. Podríamos alojarnos en el Bayerischer Hotel e ir a la ópera.

A Violet le encantaba ir a la ópera en Berlín. En realidad, le gustaba frecuentar la ópera en todas partes, aunque lo que más le gustaba eran las fiestas.

Ushi se entusiasmó en seguida.

– Podríamos organizar nuestra primera fiesta, Karl. Y no os alojaréis en un hotel, sino en nuestra casa -dijo, mirando a Violet-. Y tú también -añadió, mirando a Audrey.

De repente, todos empezaron a comentar el proyecto y Charlie les contó las divertidas anécdotas que le habían ocurrido durante su última estancia en Berlín, e incluso comentó un incidente que le sucedió con Audrey en un tren de China, suscitando así las risas de todos y, sobre todo, la de la propia Audrey. Para nadie era un secreto que Charles y ella habían sido amantes en otros tiempos. Nadie oyó entrar a Charlotte en la estancia.

– ¿Quién habla de hacer un viaje a Berlín? -preguntó ésta sin levantar la voz.

Audrey experimentó un estremecimiento por toda la columna vertebral y Charles se calló de golpe.

– Pero, ahora que lo pienso, me gustaría mucho presentarte a un editor de allí -añadió, mirando a Charles y sonriendo. Quería que sus libros se tradujeran a siete idiomas antes de fin de año. Era lo que ella denominaba su «plan magistral». Esas eran las únicas cosas que le interesaban-. Podríamos combinar el placer con los negocios.

Sin embargo, el placer se había terminado con la repentina aparición de Charlotte.

Para animar un poco la atmósfera, Violet empezó a comentar con Karl sus planes de viaje de la semana siguiente. Karl le habló de su deseo de ir a Venecia y, al oírlo, Charles miró inmediatamente a Audrey, la cual apartó los ojos y fingió entretenerse doblando una servilleta. Los recién casados pensaban pasar la última semana de su luna de miel en Venecia. A finales de septiembre, Karl tenía que regresar a Berlín para reanudar sus clases en la universidad. Por su parte, Ushi estaba deseando que se iniciara la temporada social. James les aconsejó algunos restaurantes de la ciudad y les sugirió varias excursiones interesantes. Poco después, los tres viajeros descendieron los peldaños para marcharse. Audrey llevaba a Molly en brazos. Para ser una mujer que jamás había tenido hijos, era extraordinariamente experta en llevarse a la niña a todas partes. Molly tenía muy buen carácter y, para ella, todo era una emocionante aventura.

– Cuídate mucho, Audrey -le dijo Violet-. Y llámanos para decirnos cuándo vas a Londres. Nosotros volveremos muy pronto y querernos que te alojes en nuestra casa a nuestro regreso. E incluso antes, si así lo quieres.

El ama de llaves estaba siempre allí. Mientras abrazaba cariñosamente a Audrey, Violet pensó que la iba a echar mucho de menos. James la besó asimismo con afecto y todo el mundo se despidió efusivamente de Karl y Ushi. Al fin, Charlie miró a Audrey con tanta tristeza que Violet tuvo que apartar los ojos. Sabía que Audrey hubiera preferido no verle, pero Charles salió de su habitación para decirle adiós a la joven y ahora la miraba con inmensa ternura.

– Adiós, Charles -dijo Audrey.

Por lo menos, ya sabía que todo había terminado definitivamente. No podría seguir soñando en una hipotética reunión futura. Ambos sabían que eso era imposible.

– Saluda a Venecia de mi parte -le pidió Charles. Esas palabras lo decían todo: que la seguía queriendo y que se acordaba de ella.

– Yo no iré -dijo Audrey, sacudiendo la cabeza mientras estrechaba a Molly contra su pecho-. Eso es para Ushi y Karl.

Charles lo comprendía perfectamente, jamás habría deseado volver allí. Hubiera sido demasiado doloroso para él.

– Puede que nos veamos en Londres alguna vez.

Audrey se lo quedó mirando en silencio; después, dio media vuelta, abrazó de nuevo a Vi y James y subió al coche de los Rosen.

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