Transcurrió casi una semana antes de que Audrey y Molly volvieran a ver a Violet. Ésta parecía muy preocupada. Mientras los niños se entretenían jugando, Violet le reveló a Audrey que la RAF efectuaba bombardeos nocturnos sobre Alemania. James realizaba constantes incursiones y, aunque había producido un elevado número de bajas entre las filas del enemigo, Violet se moría de miedo. Audrey trató de animarla y observó que su amiga había adelgazado mucho últimamente. De una vida cómoda y regalada había pasado de golpe a luchar contra el temor de las realidades cotidianas, sabiendo que no podía hacer nada para proteger a James como no fuera rezar.
– No le ocurrirá nada, Vi -dijo Audrey, confiando en que James tuviera suerte.
Violet la miró llorando. Esta vez era ella quien necesitaba el consuelo de Audrey.
– No podría vivir sin él, Aud.
Ambas amigas permanecieron largo rato abrazadas hasta que, al final, Vi se tranquilizó un poco y preguntó sonriendo:
– ¿Cómo te encuentras?
– Muy bien -contestó Audrey.
Se mareaba constantemente, pero no se quejaba. Deseaba darle la noticia a Charlie cuando volviera. El niño nacería en marzo y ella sólo estaba embarazada de dos meses. Aún no se notaba nada, claro, pero le parecía que tenía el vientre un poco más abultado y, además, se cansaba mucho, aunque esto también podía deberse a la falta de sueño. Se pasaban casi todas las noches en el refugio, y las bombas no cesaban de llover sobre el barrio. Varias casas habían resultado destruidas y los objetos se caían de los estantes cuando estallaban las bombas. Todo el mundo estaba desquiciado, pero Audrey parecía resentirse más
que nadie de la situación y a Violet no le gustaban las pronunciadas ojeras que le rodeaban los ojos.
– Procura cuidarte. Charlie se disgustaría mucho si te viera con esta cara.
– ¿Tan mala pinta tengo? -preguntó Audrey, sonriendo. Tenía más náuseas que nunca, pero lo peor era la falta de sueño.
– Se te ve cansada -contestó Violet, sin añadir que estaba muy pálida-. ¿Descansas por las tardes?
– Siempre que puedo -contestó Audrey. Pero Molly era una niña muy traviesa y a ella le gustaba trabajar de vez en cuando en el cuarto de revelado. Todavía no le había dicho nada a Molly sobre el hermanito que iba a tener, pero pensaba decírselo en cuanto se empezara a notar.
Por la noche, en la cama, solía apoyar una mano sobre el leve bulto y sonreía para sus adentros, pensando en su dulce secreto. La espera se le haría interminable. Ahora miró sonriendo a lady Vi y le preguntó:
– ¿Es tan terrible como dicen? Me refiero a tener un hijo.
Lady Vi se encogió de hombros como para quitarle importancia al asunto. Ella lo había pasado muy mal, pero no quería asustar a Audrey. A Vi, cuando nació Alexandra tuvieron que hacerle cesárea y por esta razón ya no podían tener más hijos, pero les bastaba con dos.
– No es tan terrible. La gente exagera mucho, pero después una se olvida de todo.
Audrey la miró a los ojos y vio en ellos algo que la asustó. Sin embargo, era demasiado pronto para preocuparse. Por muy espantoso que fuera, merecería la pena tener aquel hijo. Sin saber cómo, acudió a su mente el recuerdo de Ling Hwei, cuando estaba en Harbin. Sin embargo, en aquellos instantes tenía otras cosas en que pensar y, por otra parte, aún le faltaban más de seis meses.
– A veces, me asusto cuando lo pienso.
– No te preocupes -le dijo lady Vi-. Ocurre todo con tanta rapidez que, antes de que te des cuenta, tendrás a un precioso niño en los brazos.
Audrey se encontraba más animada cuando regresó a casa, pero las incursiones aéreas de aquella noche fueron las peores de toda la guerra. Tuvieron que permanecer acurrucados en el refugio hasta el amanecer. Al día siguiente, Violet acudió a ver a Audrey a su casa.
– Me parece que tendríamos que enviar a los niños fuera, Aud. ¿A ti qué te parece?
Era como si ambas estuvieran casadas entre sí. No tenían a nadie que tomara decisiones por ellas y, a menudo, se consultaban mentalmente. Ya habían comentado otras veces aquella posibilidad, pero Audrey no sabía qué hacer.
– ¿Crees que la situación se agravará?
– No me parece posible, pero… -Violet no se atrevía a decir lo que pensaba-. Nunca nos lo perdonaríamos si algo les ocurriera.
Muchas casas se habían venido abajo y en el barrio ya habían muerto algunas personas. Audrey ignoraba qué hubiera hecho Charles.
– Supongo que será mejor hacerlo -le dijo con determinación a Violet.
Esta asintió en silencio. No le gustaba separarse de sus hijos, pero ya había hablado de ello con su suegro y con James la última vez que estuvo en casa. Este quería que ella también se fuera.
– A mí no me apetece irme allí abajo todavía. Tengo muchas cosas que hacer aquí -dijo Vi.
Parte de su trabajo como voluntaria de la Cruz Roja consistía en conducir un jeep para distintos generales, siempre que podía. Audrey hubiera deseado trabajar asimismo como voluntaria, pero quería dejarlo para más adelante, para cuando ya se encontrara un poco mejor. Tomaba muchas fotografías de los escombros que veía por todas partes y de los rostros marcados por el dolor de la guerra. Algún día sería una colección extraordinaria, pero no pensaba en eso en aquellos momentos. Pensaba en la conveniencia de enviar a Molly al campo en compañía de Alexandra y James.
– ¿Tú qué dices, Aud?
– Vamos a llevarlos esta semana.
– ¿Y nos quedamos también nosotros? -preguntó Vi. Su suegro vigilaría a los niños y, además, ella enviaría a la niñera.
– Todavía no -contestó Audrey-. Quiero terminar el trabajo que empecé.
Aún tenía que fotografiar muchas cosas y, en el cuarto de revelado, se amontonaban cientos de fotografías.
– Llamaré a mi suegro. Los podríamos llevar este sábado. ¿Te parece bien?
– Me parece estupendo.
Cuando ya se disponía a marcharse, Violet miró a Audrey y frunció el ceño. Estaba perdiendo peso en lugar de ganarlo y parecía muy cansada.
– Procura descansar antes del viaje -le dijo.
– Sí, señora -contestó Audrey sonriendo.
El sábado emprendieron el viaje en la espaciosa «rubia» Chevrolet que James había comprado antes de la guerra. Los niños mayores se acomodaron en el asiento de atrás, con la niñera, y Molly se sentó delante entre ellas dos. Cuatro horas más tarde, ya estaban cruzando la campiña en la que no se advertía la menor señal de la guerra. Todo era hermoso y relajante. Cuando llegaron a la casa de lord Hawthorne, Audrey se alegró mucho de no haber tardado más tiempo en llevar a los niños allí. El aristócrata se mostró encantado de acoger a los pequeños en su mansión y expresó el deseo de que las dos jóvenes se quedaran también con él, más adelante.
Durante el camino de vuelta, Audrey le dijo a Violet que, en noviembre, le apetecería irse a vivir al campo. Para entonces, el embarazo ya estaría muy adelantado y en Londres le sería difícil correr todas las noches al refugio.
– Incluso podrías irte antes -le contestó Violet.
– Ya veremos. -De todos modos, pensaban volver allí muy pronto para pasar unos días con los niños y descansar un poco. Era un alivio no tener que preocuparse constantemente por su seguridad-. Ahora me siento más tranquila. ¿Tú no, Vi?
Ésta sonrió sin apartar los ojos de la carretera. Todo iba a las mil maravillas hasta que se les pinchó un neumático y tuvieron que bajar para cambiarlo. Vi no quería que Audrey hiciera ningún esfuerzo y, por consiguiente, tardaron varias horas en ponerse nuevamente en marcha. Al llegar a Londres, empezaron a sonar las sirenas de alarma y tuvieron que abandonar el vehículo y correr al refugio más próximo. Caían bombas por todas partes y una llamarada estuvo a punto de alcanzarlas mientras cruzaban la calle; se oían los gritos desgarradores de un herido. Fue una noche de pesadilla. No pudieron salir hasta medianoche y tuvieron que circular con mucho cuidado para evitar que los escombros les pincharan otro neumático. Audrey estaba muerta de cansancio cuando llegó a casa. Al cabo de media hora, volvieron a sonar las sirenas y tuvo que irse corriendo al refugio. Buscó a Vi porque ambas solían acudir casi siempre al mismo sitio, pero no la vio. Pasadas las cuatro de la madrugada, la localizó durmiendo en un rincón con un pañuelo en la cabeza y un viejo abrigo de James que fue lo primero que encontró en el armario a oscuras. Audrey se sentó a su lado y, de repente, sintió un agudo dolor en la espalda. Pensó que se habría hecho un esguince al cambiar el neumático, aunque Vi casi no le permitió hacer nada. Al cabo de un rato, volvió a sentir la misma punzada y, cuando abandonó el refugio poco después del amanecer, notó que el dolor irradiaba hacia las piernas y se lo dijo a Vi mientras regresaban a casa entre los escombros.
– Creo que me he lastimado la espalda. Estaba tan cansada que le costó un gran esfuerzo llegar hasta la casa de Violet.
– ¿Y eso cuándo ha sido? -preguntó Violet, frunciendo el ceño.
– Cualquiera lo sabe. Entre el viaje y las carreras a los refugios, vete tú a saber.
Tenía un aspecto espantoso, pero Violet no se lo dijo.
– ¿Por qué no descansas un rato aquí antes de irte a casa? Te prepararé una taza de té.
Audrey la miró sonriendo. Era la solución británica a todos los problemas. Una noche de bombazos, rematada por una taza de té. No se sentía con ánimos para llegar a su casa, pensó mientras se acomodaba en uno de los mullidos sillones de la biblioteca de Violet. Ésta regresó al poco rato llevando una humeante taza de té y unos bollos. Siempre procuraba ofrecer-
le a Audrey lo mejor que tenía en casa. Sabía lo mucho que lo necesitaba y, además, la veía muy delgada.
– ¿Qué tal la espalda?
– Bien -contestó Audrey.
Pero esto no era cierto. Aún le dolía y ahora notaba, además, una extraña pun2ada en el bajo vientre. Violet veía algo en los ojos de su amiga, pero no sabía qué era. Se sentó y encendió un cigarrillo mientras Audrey se bebía el té en silencio.
– Convendría que hoy mismo fueras al médico. ¿Cuándo tenías que ir a verle?
– Dentro de una semana. -Ya estaba de tres meses y apenas se podía subir la cremallera de las faldas, pero eso no le importaba. Se sentía orgullosa de aquel bultito y soñaba con comunicarle la noticia a Charles. Quizá alcanzaría a verla embarazada cuando volviera del Norte de África-. Estoy bien, Vi. No te preocupes.
– ¿Estás segura?
– Sí.
Sin embargo, cuando fue al lavabo antes de irse a casa, vio una mancha de sangre en las bragas y otra un poco mayor cuando utilizó el excusado. No era mucho, pero lo suficiente para asustarla. Al salir, se lo dijo a Vi.
– ¿Te pasó a ti eso alguna vez?
Vi negó con la cabeza aunque sabía que a veces ocurría en embarazos que más adelante daban lugar a hijos completamente sanos.
– De todos modos he oído hablar de eso. Puede que no sea nada, pero convendría que el médico te echara un vistazo.
Llamaron inmediatamente al médico, el cual le dijo a Audrey que acudiera en seguida a verle. Violet la acompañó al hospital donde el médico tenía que pasar visita a las pacientes. Éste la examinó con la cara muy seria y le preguntó si notaba sensibilidad en el pecho y si advertía alguna sensación extraña.
– ¿Calambres?
– No -contestó Audrey con la tez mortalmente pálida. Entonces recordó los dolores en la espalda y se los comunicó al médico. – Quiero que descanse, señora Driscoll -dijo el médico. No sabía que ella y Charles no estaban casados. En realidad, ni siquiera conocía a Charles-. La voy a mandar a casa con su amiga y deberá permanecer acostada con los pies elevados, salvo en el caso de que se produzca una alarma, claro.
Audrey prometió hacerlo y, en lugar de ir a su casa, se fue a la de Vi. Era consolador no estar sola. Ambas se pasaron un buen rato hablando y recordaron a mujeres a quienes les había ocurrido lo mismo sin que después les pasara nada, pero la hemorragia no cesaba. Por la noche, la pérdida de sangre se intensificó. Audrey rezó para que no se produjera ninguna alarma antiaérea y, cuando empezaron a sonar las sirenas, le suplicó a Violet entre lágrimas que la dejara allí.
– No va a pasar nada, Vi, y, si me levanto, la hemorragia se agravará.
– Y, si no te levantas, puede que estés muerta dentro de una hora.
Violet se mostró inflexible con Audrey. La ayudó a levantarse y le echó su abrigo de pieles sobre el camisón. Muchas personas acudían a los refugios medio vestidas. Nadie se escandalizaba por eso. Lo único que se necesitaba eran zapatos sólidos como los que llevaba Audrey.
Corrieron a la seguridad del refugio donde Violet cuidó de su amiga como una gallina de sus polluelos hasta que regresaron a casa. La hemorragia no se agravó. Es más, durante los dos días siguientes incluso se redujo, pero, al llegar al tercer día, Audrey empezó a experimentar fuertes dolores. Mientras hacía la siesta, por la tarde, se despertó y lanzó un grito.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó Violet en la estancia a oscuras.
– No lo sé… He tenido un… -No pudo terminar la frase porque otra punzada le atravesó las entrañas. Asió las mantas y trató de respirar hondo mientras Vi la miraba asustada-. Oh, Dios mío, Vi… Llama… al médico.
– ¿Sangras mucho? -preguntó Violet; sabía que el médico se lo iba a preguntar.
Al retirar rápidamente las mantas, vieron un enorme charco de sangre en las sábanas.
– Oh, Dios mío…
– No te preocupes… Quizá no sea nada. No te muevas. Vuelvo en seguida.
Mientras corría al teléfono, Vi oyó los gemidos de Audrey. El médico le dijo que se la llevara en el acto, aunque tuviera que tomarla en brazos, lo cual no sería nada fácil. Vi regresó presurosa a la habitación, envolvió a Audrey en unas mantas y tocó el timbre para que subiera el mayordomo y la llevara en brazos hasta el automóvil. Éste la levantó con mucha delicadeza mientras ella se mordía los labios para no gritar. En medio del insoportable dolor, Audrey no hacía más que pensar en Ling Hwei, la noche que nació Molly. Comprendía ahora las angustias de muerte que debió de sufrir la niña, mucho peores que las suyas puesto que ya estaba de nueve meses. Sentía unas punzadas que le atravesaban el corazón y le desgarraban las entrañas. Estaba casi inconsciente cuando llegaron al hospital donde la colocaron rápidamente en una camilla y se la llevaron dentro.
Violet permaneció a su lado mientras el médico la examinaba. Audrey se retorcía y lanzaba gritos desgarradores.
El médico habló en voz baja con lady Vi antes de que se llevaran a Audrey.
– Va a perder el hijo, lady Hawthorne. Ya casi lo ha perdido.
– ¿No le pueden calmar un poco los dolores? Era la misma pregunta que le hizo James cuando nació Ale-xandra.
– Me temo que no -contestó el médico, sacudiendo la cabeza-. Pero ya no va a durar mucho.
Transcurrieron otras cinco horas de intenso dolor antes de que Audrey expulsara el feto, cuyo aspecto era casi el de un niño normal. A Violet se le partió el corazón cuando vio cómo envolvían al niño muerto y se lo llevaban mientras Audrey sollozaba en sus brazos. En el transcurso de dos días, Violet no se apartó ni un solo instante del lado de su amiga. Audrey tenía fiebre y aún sufría molestias. Al cabo de unos días, miró a Violet con ojos apagados y le dijo:
– Gracias, Vi… Me hubiera muerto de no haber sido por ti.
– Te hubieras puesto bien de todas maneras… y has sido muy valiente -dijo Violet, oprimiéndole una mano-. Lo siento muchísimo… Sé cuánto deseabas tener un hijo.
Audrey apartó el rostro y asintió en silencio. Había estado al borde de la muerte. Había sido la experiencia más aterradora que Violet hubiera presenciado jamás. No sabía qué podría decirle a Charles en caso de que le ocurriera algo a Audrey. Se alegraba de que ésta no hubiera muerto, pero no sabía cómo consolarla.
– Tendrás otro. Puede que incluso die2 -añadió, mirándola y sonriendo.
– Ha sido terrible, Vi -dijo Audrey.
Levantó instintivamente la cabeza en el momento de expulsar el feto y tuvo tiempo de verlo.
Hubiera deseado tener a Charlie a su lado y llorar en sus brazos, pero se alegraba de la presencia de Vi, la cual permaneció con ella hasta que la dieron de alta y regresó a casa. La cuidó como si fuera una niña pequeña y la acostó en su propia cama hasta que se recuperó. Audrey tardó un mes en volver a ser la misma de antes; pero ahora, había en ella algo distinto, una sombra de tristeza e inquietud. Pensaba constantemente en Charlie y le echaba mucho de menos. Él le había escrito algunas cartas muy optimistas. Cuando, por fin, vio a su marido, Violet le contó la horrible historia y James se compadeció de las dos: de Audrey, que tanto había sufrido, y de Violet, que había permanecido constantemente a su lado en ausencia de Charlie.
– Eres una chica estupenda, Vi -le dijo James muy orgulloso. Tenía un fin de semana libre antes de incorporarse a filas-. Pobre Charles, qué golpe tan duro -Vi no le había dicho que Charlie no sabía nada cuando se fue-. Deseaba un hijo con toda su alma. Por eso se casó con aquella maldita chica.
– Por cierto -Vi estaba pensando en otra cosa que aún no le había comentado a Audrey-, he oído decir ciertas cosas sobre ella, James.
– ¿Sobre Charlotte? -preguntó su marido-. ¿Acaso piensa concederle el divorcio? Es completamente absurdo que siga aferrada a él cuando todo el mundo sabe que este matrimonio es una farsa.
James lamentaba que aquella mujer le impidiera a Audrey casarse con Charlie, sobre todo ahora que había perdido el hijo que esperaba.
– Me parece que ahora lo comprendo todo. Creo que quería casarse con Charles para ocultar otra cosa.
– ¿Ah, sí? -dijo James, muy intrigado-. ¿De qué se trata?
– Tengo entendido… -Violet no quería pronunciar la palabra, pero deseaba que él lo supiera-. Me han dicho que es lesbiana.
– ¿Charlotte? -dijo James en tono burlón-. ¿Quién te lo ha dicho? -preguntó después muy serio.
– Elizabeth Williams-Strong -era la mayor chismosa de la ciudad, pero, normalmente estaba muy bien informada-. Al principio, no quise creerlo, pero ocurrió algo muy curioso. Hace unas semanas, antes de que Audrey se pusiera mala, yo conducía el jeep del general Kildare y la vi por la calle con un chico muy guapo… En realidad más parecía un niño -dijo Violet, ruborizándose-. E ignoro por qué, me los quedé mirando mientras aguardaba a que el general saliera de una tienda. ¿Y, sabes una cosa? No era un chico, sino una chica, estoy completamente segura de ello. Luego las vi besarse, pero no en la mejilla sino en los labios.
James soltó una súbita carcajada y se plantó de un salto junto a su mujer.
– ¿Así, quieres decir? -preguntó, dándole un apasionado beso mientras ella se apartaba riéndose:
– ¡Hablo en serio, James!
– Y yo también, qué demonios. ¡Llevo seis malditas semanas sin verte!
Poco después, ambos hicieron el amor y, más tarde, mientras James encendía un cigarrillo, Vi volvió a hablar de Charlotte.
– ¿Tú qué piensas de este asunto?
– Creo que lo explica todo. -Ajames acababa de ocurrírsele una idea-. ¿Sabes una cosa? Si Charles lo supiera, la podría someter a un chantaje para que le soltara. Creo que se lo voy a decir la semana que viene cuando le vea. ¿Te importa?
– ¡Pues claro que no! ¡Sería maravilloso que pudiera librarse de ella! -de repente, Violet se sorprendió de las palabras de su marido-. ¿Cuándo le verás? ¿Es que ya le mandan a casa?
Charles no le había dicho nada a Audrey en la carta que ésta recibió la víspera.
– Me mandan a mí a El Cairo… Dos semanas.
– ¿Será peligroso? -preguntó Violet, mirándole a los ojos. Siempre adivinaba la verdad con sólo mirarle. James negó con la cabeza y ella comprendió que no le mentía.
– No lo será. Y, si quieres que te diga una cosa, será un alivio no tener que seguir bombardeando a los muchachos de Hitler. Estoy empezando a cansarme un poco de todo eso.
A Violet le ocurría lo mismo.
– Le preguntaré a Audrey si quiere que le des algún recado.
– Dale un abrazo -se limitó a decir Audrey. Cuando James se fue, añadió, dirigiéndose a lady Vi-: No sabes cuánto le envidio el que pueda ver a Charles.
Se moría de deseos de verle, se encontraba bajo los efectos de la depresión producida por el aborto. Se sentía abrumada por la pérdida y se consideraba, en cierto modo, una fracasada. Incluso le daba vergüenza confesarle a Vi su tristeza por un hijo al que ni siquiera había llegado a conocer, habiendo tantas personas que perdían a diario a sus seres más queridos. Nada podía calmar su dolor, ni siquiera la visita que le hizo a Molly a la casa de campo. No obstante, mientras sostenía a la niña en su regazo, contemplando las verdes colinas punteadas de vacas, se alegró de que Molly estuviera allí y no en Londres.
– ¿Volverá papá pronto a casa?
– Así lo espero, cariño. Tío James irá a verle esta semana y yo le he dicho que le diera un beso muy fuerte de tu parte.
Molly la miró muy contenta y saltó de su regazo para irse a jugar con Alexandra y James.
En aquellos momentos, James le dio a Charles una noticia que le dejó completamente anonadado.
– Dios mío, cuánto lo siento… Ellas no me dijeron que tú no sabías nada.
Mientras las lágrimas asomaban a los ojos de su amigo, James pensó que ojalá se hubiera mordido la lengua. Acababa de darle la noticia del aborto porque no quería que se engañara, pensando que el embarazo seguía adelante. Ignoraba que Audrey no le había dicho nada.
– ¿Por qué no me lo dijo? – inquirió Charlie mientras James le miraba apenado.
– Probablemente, no quiso preocuparte. Pero ya se encuentra restablecida. Podrá tener otros -contestó James, repitiendo las palabras de Vi.
– ¿Sufrió mucho? -preguntó Charlie.
James no sabía si decirle o no la verdad, pero ya era tarde para eso.
– Vi me dijo que fue algo horrible, pero Audrey resistió admirablemente. Ahora ya se ha recuperado. Yo mismo la vi la semana pasada. Está pálida y un poco más delgada, pero tan guapa como siempre.
Charlie exhaló un suspiro y, en menos de una hora, se tomó varias copas en el bar del Shepheard's.
James no se lo reprochaba. Por la noche tuvo que acompañarle a su habitación. Ni siquiera pudo contarle lo de Charlotte. Iba a permanecer en El Cairo dos semanas y tendrían tiempo de sobra para comentar los chismorrees de Londres.