El asunto de Charlotte no se resolvió tan fácilmente como Charlie esperaba. Charlotte regresó a Londres a principios de octubre, y Charles pidió a su abogado que se pusiera inmediatamente en contacto con ella, pero éste tropezó con una muralla inexpugnable. Charlotte Parker-Scott, tal como ella insistía en llamarse, no estaba dispuesta a concederle el divorcio a su marido, ni en aquel momento ni más adelante. Aducía motivos religiosos, pero Charlie se resistía a aceptar dicha explicación. En todo el tiempo en que vivieron juntos, Charlotte no había ido a la iglesia ni una sola vez, exceptuando el día de su boda.
– Pues, entonces, ¿qué supone usted que quiere? -preguntó el abogado, perplejo-. Tiene todo el dinero que pueda desear y no parece una de esas mujeres que se aferran desesperadamente a los hombres.
De hecho, hablaba con la misma brutalidad de un hombre.
Charles no acertaba a imaginar el motivo de la conducta de su esposa; pero, Audrey, James y Vi creían adivinarlo. Charlotte quería ser conocida como la esposa de Charles porque ello le confería la distinción que le faltaba, un apellido aristocrático y el prestigio de estar casada con uno de los más destacados escritores de Inglaterra. Quería, en suma, impresionar a sus amigos.
– Sin embargo, todo eso no podrá conseguirlo sin mi colaboración, ¿no os parece? -dijo Charles, sin acabar de entender las razones ocultas de Charlotte.
– Pues, claro que podrá. Le basta tan sólo con tu apellido y con dar la impresión de que está casada contigo.
– Muy bien, pues, le permitiré conservar mi apellido. Charles le comunicó esta decisión al abogado y le pidió que visitara a Charlotte y le ofreciera el apellido a cambio de la concesión del divorcio. Sin embargo, ella rechazó el ofrecimiento. Tampoco aceptó la cesión de los derechos a las dos películas con las que tan entusiasmada estaba. Al final, Charles acudió a visitar a su suegro, pero éste se mostró tanto o más inflexible que la esposa.
– Pero, ¿por qué? ¿Por qué se empeña tanto en mantener un matrimonio sólo de nombre?
– Porque tal vez piensa que volverás. Y quizá lo hagas… – contestó el hombre, estudiándole con atención-. Mi hija te será muy útil en tu carrera, Charles, Charlotte te convertirá en alguien que nunca podrías llegar a ser sin su ayuda.
Lo malo era que eso a Charlie le daba igual.
– Ya estoy satisfecho con mi situación actual. Desde el punto de vista profesional, quiero decir. No creo que a Charlotte le interese tener a un marido cautivo.
– Puede que eso le baste – dijo el padre -. Yo le he apuntado la posibilidad de que pueda encontrar algo mejor, pero ella quiere seguir unida a ti, Charles. Confío en que eso no altere nuestras relaciones profesionales.
Charles tenía firmado con ellos un contrato de cinco años y, tal como le explicó a Audrey precisamente la víspera, la situación podía ser un poco complicada.
– Confío en que tendrá usted el buen gusto de no esperar que colabore con ella.
– Si te empeñas -dijo el editor, mirándole con los ojos entornados-. ¿Sabes una cosa? Mi hija aún no me ha dicho por qué la dejaste, aunque yo sospecho que es por causa de aquella mujer de quien estabas enamorado cuando la conociste.
– Esa mujer no tiene nada que ver con todo eso, se lo aseguro. Tiene que ver más bien con un malentendido entre Charlotte y yo. -Un malentendido. Otra palabra para designar una mentira. Un fraude. Un engaño. Aún sentía deseos de matarla cuando lo recordaba-. Ella misma se lo explicará si quiere, señor. Yo no tengo la intención de hacerlo.
– No lo hará. Tiene demasiada dignidad.
Como todos los padres, el editor no veía los defectos de su hija. De buena gana le hubiera quitado Charlie la venda de los ojos, pero se abstuvo de hacerlo. – ¿Qué vamos a hacer, amor mío? -le preguntó Audrey aquella noche a la hora de cenar.
En todo el mes que llevaban en Londres, ambos se habían visto casi todas las noches y, a menudo, incluso de día. Audrey se alojaba con James y Vi, pero pensaba alquilar un apartamento; no quería abusar de la hospitalidad de sus amigos aunque, para Molly, era maravilloso poder jugar con otros niños, sobre todo, con Alexandra que la trataba como si fuera una muñeca y solía divertirse peinándola y vistiéndola.
– ¿Crees que cambiará de idea?
– Al final, un hombre importante se cruzará en su camino y entonces querrá librarse de mí. Y espero que lo haga con la mayor rapidez posible.
– A ver si le presentamos a alguien -dijo Audrey mientras Charles soltaba una carcajada y la estrechaba en sus brazos.
Después, la joven le explicó que había dedicado la tarde a buscar un apartamento para ella, Molly y una criada.
– No pareces muy contento -dijo al ver la cara de Charles.
– Es que no lo estoy. Quiero que te quedes en Londres, por supuesto. -Charles se alegraba de que ella no tuviera prisa en regresar a los Estados Unidos, pero deseaba librarse de Charlotte no sólo física sino también oficialmente, aunque, de momento, no parecía haber ninguna posibilidad-. Se me ocurre otra idea mejor -añadió, temiendo lo que ella pudiera pensar-. Nunca utilizo mi habitación de invitados porque, por suerte, nadie es lo suficientemente estúpido como para querer vivir conmigo.
– ¿Me la piensas alquilar? -le preguntó Audrey entre risas.
Charles afirmó con la cabeza. No era lo que hubiera deseado, pero; de momento, sería suficiente. Estaba cansado de visitar a Audrey en casa de Vi y James. Quería recuperar lo que ambos compartieron en China, dormir abrazado por ella, sentir su sedoso cabello sobre el brazo y su suave aliento sobre el pecho-. Quiero que te vengas a vivir conmigo, Audrey. Podríamos darle la habitación de invitados a Molly e instalar a la niñera en el cuarto de vestir. Y, si eso no da resultado, podríamos alquilar otro apartamento. En realidad, no me importaría hacerlo -añadió. Media hora más tarde, ambos hablaron de la posibilidad de alquilar una casa cerca de la de James y Vi.
– Sabes que todavía quiero casarme contigo, ¿verdad? -dijo Charles, deteniéndose de repente-. Eso es una solución provisional, hasta que yo consiga el divorcio, ¿comprendes?
– Sí, cariño -contestó Audrey, arrojándose en sus brazos. La joven nunca había sido tan feliz y estaba deseando irse a vivir con Charles.