Audrey sólo vio a Violet unos instantes antes de marcharse. Vi la acompañó hasta la base de la RAF y la dejó en la entrada. Después, descendió del automóvil y la abrazó.
– Cuídate mucho, Aud. Y vuelve sana y salva -le dijo.
– Volveremos los dos. Y tú cuídate y cuida ajames. Te voy a echar muchísimo de menos -contestó Audrey con los ojos llenos de lágrimas.
Ambas habían pasado muchas penalidades juntas y Audrey se sentía en cierto modo culpable por dejarla. Y, sin embargo, el hecho de seguir al hombre al que amaba dondequiera que éste fuera era un acto de valentía.
– Eres una chica maravillosa y te admiro muchísimo.
– ¿Por qué? -preguntó Audrey, sorprendida.
– Por tener el valor de seguirle. Es lo que debes hacer, no te preocupes por los niños.
Era justo lo que Audrey necesitaba oír. Ambas amigas se abrazaron por última vez y, después, Violet se alejó en su automóvil mientras Audrey la saludaba con la mano.
Audrey se presentó ante los responsables de la base y aquella noche subió a bordo de un aparato. Una vez en el aire, recordó su viaje a El Cairo, cuando se trasladó allí sin previa advertencia. Esta vez, Charlie tampoco la esperaba, pero ella no creía que le importara.
Fue un vuelo muy largo e incómodo, hasta que el aparato aterrizó bruscamente. Audrey llevaba casi un año sin ver a Charlie y de sólo pensar en él, se le desbocó el corazón. Se preguntaba qué diría cuando la viera. A lo mejor, se pondría furioso porque ahora estaban casados y tenían un hijo. Tomó la cámara al descender del avión y, tal como hiciera en El Cairo, utilizó un jeep para dirigirse al hotel. La atmósfera era allí completamente distinta. Aquello se parecía más bien a Estambul, con sus mezquitas y bazares, su suciedad y sus olores, aunque se aspiraba en el aire un perfume embriagador. Sus ojos miraban a derecha e izquierda, abarcándolo todo. Instintivamente, sacó la cámara y empezó a tomar docenas de fotografías cada vez que el vehículo se detenía. De repente, se alegró de su decisión. Aspiró hondo y se llenó los pulmones de los acres olores del aire, pensando que aquello era lo suyo. Se sentía una persona distinta cuando descendió del vehículo frente a la entrada del hotel de Charlie y entró lentamente, dirigiéndose al mostrador de recepción. El recepcionista le contestó en francés. Conocía muy bien a Charlie.
– Oui, mademotselle, U est la -«está allí»-. Dans le bar.
Audrey esbozó una sonrisa. El bar. Donde probablemente se cerraban todos los tratos. Entró en el local con el corazón en un puño como tantas otras veces a lo largo de los años… Como en Venecia, aquella vez… Y después, en Estambul, Shangai y Pekín… Como cuando le vio partir de Harbin… y le volvió a ver en San Francisco… Y en Antibes y en Londres… como cuando se reunió con él en El Cairo la primera vez. Habían recorrido juntos todo el mundo, rodeándolo con sus corazones y sus manos. Se situó a su espalda y le pasó suavemente un dedo por el cuello.
– ¿Me invitas a un trago?
Charlie pegó un brinco y se volvió de golpe con cara de pocos amigos para gran deleite suyo.
– Pero, bueno… -exclamó asombrado-. ¿Qué haces tú aquí?
Al parecer, no estaba enojado. La echó mucho de menos, pero nunca se atrevió a decirle que se reuniera con él, ahora que tenía al niño.
– Quise ver qué te llevabas entre manos…, ya que no venías a casa…
– ¿Todo bien por allí? -preguntó Charlie, sonriendo mientras llamaba al camarero y pedía una botella de champán.
– En casa todo bien. Y todos te envían recuerdos -contestó Audrey.
Charlie apartó una silla para que se sentara y, mientras el camarero les servía el champán, se inclinó hacia su esposa para besarla con el ardor que le tenía reservado desde hacía un año. Después, levantó la copa sonriendo y brindó:
– Por la pasión viajera que te ha llevado hasta mí…, que siempre te llevó… y que espero te siga llevando en el futuro.
– Por nosotros, Charlie -contestó Audrey, mirándole con ternura mientras levantaba la copa.
– Amén -dijo Charlie, inclinándose de nuevo hacia su esposa para darle un beso.