CAPITULO XXXI

Charles regresó a Londres en un tren nocturno en compañía de Vi y de James, de los niños y de la niñera, en tres compartimientos privados. Vi dejó a los criados en Antibes. Casi todos eran franceses, menos el mayordomo y el ama de llaves que le acompañaban todos los años desde Londres para supervisarlo todo, pero éstos ya habían tomado otro tren para estar allí cuando ellos llegaran. La casa de Londres estaba, como de costumbre, en perfecto orden.

– ¿Quieres entrar un momento, Charles? -preguntó Vi, tomando de la mano a Alexandra.

James estaba ayudando a clasificar las maletas para que los criados las distribuyeran por las distintas habitaciones. Casi todas pertenecían a Vi y el segundo lugar lo ocupaban las de lady Alexandra, cuya ropa compraba Vi todos los años en París.

Charles vaciló un instante y Violet le miró sonriendo. Había sufrido un terrible golpe en los últimos dos días. Ambos lo comentaron en el tren mientras James dormía. Vi comprendía en aquel momento lo mucho que él deseaba aquel hijo. En cierto modo, era extraño que ahora quisiera atarse habiendo sido siempre un hombre tan libre. Sin embargo, ésa había sido al parecer su única intención al casarse con Charlotte.

– Supongo que te concederá el divorcio, ¿no? Vi pensaba que Charlotte sería razonable ahora que él conocía la verdad.

– Es católica -contestó Charles, mirando a Vi con expresión sombría.

– Ésa fue la excusa que utilizó para no abortar -dijo Vi-, no es justo que te lo niegue. Se casó contigo con engaño.

– Lo sé, pero dice que no piensa concederme la libertad.

Aún sigue hablando de que tiene grandes proyectos con respecto a mí.

La conversación con su esposa no condujo a nada. Charlotte le dijo que se tomara un poco de tiempo para reflexionar mientras ella se recuperaba. Pensaba volver a verle cuando regresara a Londres, al cabo de unas semanas.

Sin embargo, Charles no pensaba en Charlotte cuando entró con paso vacilante en el vestíbulo de la casa de Vi y James, mirando a su alrededor como si esperara que Audrey se arrojara de un momento a otro en sus brazos.

– Puede que haya salido -le dijo Vi, adivinando sus pensamientos.

Pero precisamente en aquel instante, se oyó la voz de Audrey y, al volverse, Charles la vio bajando lentamente por la escalinata. Tenía las mejillas hundidas y los ojos llenos de tristeza. Desde su llegada, no había hecho más que pensar en la tragedia de Karl y Ushi.

Al ver a Charles, se detuvo brevemente en la escalera, pero después se acercó a besar a Vi, a James y a los niños y, por fin, se volvió a mirarle con rostro apenado.

– Hola, Charles. ¿Qué tal el viaje?

– Bien -contestó él con la timidez de un colegial-. ¿Cómo estás? -le preguntó, adelantándose un paso.

Vi creyó por un momento que iba a besarla y así lo debió de suponer Audrey, porque retrocedió instintivamente mientras Vi se quitaba el sombrero y enviaba a los niños al piso de arriba con la niñera; después sugirió que todos pasaran a tomar el té. Había sido una semana muy movida, pese a que Audrey ignoraba aún lo que le había ocurrido a Charlotte.

Entraron en la biblioteca y Vi se fue a la cocina mientras James salía un momento a decirle algo al mayordomo. De repente, Audrey se encontró a solas con Charles y no supo qué decirle. Imaginaba que Charlotte se habría ido directamente a su despacho o al apartamento y llegó a la conclusión de que hubiera sido mejor no alojarse en casa de James y Vi, dado que eso la obligaría a ver constantemente a Charlie. Lo había pasado muy mal en Antibes y ahora no quería repetir la experiencia. Buscó refugio en el tema de Karl y tuvo que detenerse varias veces mientras le explicaba a Charles lo ocurrido.

– Fue… la cosa más horrible… que he visto en mi vida… -no podía olvidar el instante en que se llevaron a Karl del tren y Ushi empezó a gritar… Ni la escena posterior en que le vio con la cabeza cubierta de sangre reseca y las manos esposadas-. Oh, Charlie -exclamó-, ¿qué será de ella ahora?

Lanzó un suspiro y cerró los ojos por un instante. Súbitamente, sintió que él le rozaba una mano.

– Tienes que intentar olvidarlo -le dijo Charles en voz baja.

– ¿Olvidarlo? -replicó Audrey, abriendo desmesuradamente los ojos-. ¿Cómo podría olvidarlo?

– No lo olvidarás, pero ahora no puedes hacer nada y es inútil que te atormentes. El recuerdo se amortiguará con el tiempo. Ocurre con casi todo, aunque no siempre -susurró Charles-. Sé que no es el momento más adecuado para decírtelo -añadió, mirándola a los ojos-, pero… he dejado a Charlotte en Antibes.

– ¿Volverá pronto? -preguntó Audrey sin estar muy segura de haberle comprendido.

– Quiero decir que la he dejado definitivamente -contestó él, sacudiendo la cabeza-. Quiero el divorcio.

– ¡Dios bendito, Charlie! ¿Qué ha pasado? -preguntó Audrey, desconcertada.

– Me mintió en lo del hijo.

– ¿Te refieres a que no era tuyo?

– No, me refiero a que no era de nadie. No estaba embarazada.

– ¿Estás seguro de ello? -Audrey no acertaba a imaginar que alguien pudiera inventarse semejante mentira-. A lo mejor, lo perdió.

– Tuvo un ataque de apendicitis y nos vimos obligados a llevarla al hospital -le explicó Charles-. La operaron y yo le advertí al médico que estaba embarazada. -Al recordar el instante en que el médico le reveló la verdad, soltó una amarga carcajada-. Debió de pensar que hablaba con un chiflado. Me dijo que le habían practicado una histerectomía hacía varios

años. Al día siguiente, ella misma me lo confesó. Seguramente creyó que el fin justificaba los medios. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo con ello. Lo único que me interesaba de este matrimonio era el hijo.

Audrey no se sorprendía de que así fuera.

– ¿Querrá concederte el divorcio? -preguntó.

– Todavía no. Pero lo hará porque no hay más remedio. No pienso seguir viviendo con ella. Convinimos en que nos casaríamos sólo para tener un hijo y yo le confesé que no la amaba cuando nos casamos.

Mientras le miraba, Audrey volvió a evocar el dolor de la muerte de Karl y recordó lo mucho que Ushi le quería. ¿Y si ésta hubiera sabido que iba a perderle al cabo de unas semanas? ¿Se hubiera comportado de modo distinto? De súbito, lo vio todo bajo otra perspectiva y no tuvo el valor de enfadarse con Charles.

– Lo lamento, Charlie -le dijo, mirándole a los ojos con el mismo cariño y la misma dulzura de antaño.

– Yo no estoy muy seguro de lamentarlo -dijo Charles, sonriendo por primera vez en dos días. Después, le tomó impulsivamente una mano a Audrey y se la acercó al pecho-, ¿Podrás perdonarme algún día? -le preguntó, besándole las puntas de los dedos mientras ella le miraba sonriendo.

Esta vez, Audrey no retiró la mano sino que se limitó a mirarle, tratando de asimilar los acontecimientos de los últimos días.

– No hay nada que perdonar, Charles. No pude ir contigo cuando tú me necesitabas.

– Ahora lo comprendo mejor. En aquel momento, me puse furioso porque te quería a mi lado. -Su visita a San Francisco no se le antojaba a Charles tan absurda como entonces-. Quería volver a olvidarte… y te aseguro que lo intenté -añadió, mirándola tímidamente-. Charlotte me ayudó bastante. No me di cuenta de lo decidida que estaba a conseguir sus propósitos. Fue algo tremendo.

Audrey asintió en silencio, temiendo que Charlotte no quisiera soltar a su esposo tan fácilmente como él pensaba.

– ¿Qué le dijiste al marchar? -Que todo había terminado entre nosotros. Para siempre. No quería que abrigara la menor duda al respecto. Ni que tú la abrigaras tampoco…, si es que te interesa -dijo Charles.

– Puede que sí -contestó Audrey, esbozando una enigmática sonrisa. De repente, se le iluminaron los ojos. La vida era demasiado corta como para desperdiciarla cuando se amaba a una persona tanto como ella amaba a Charlie-. Si juegas bien las cartas…

– ¡Vaya! Conque esas tenemos, ¿eh? ¿Quieres hacerme bailar sobre la cuerda floja? -dijo Charles más eufórico que nunca por primera vez en un año o, más exactamente, desde que dejara a Audrey en China.

– Es posible, Charles. Te lo tienes bien merecido… por haberte largado para casarte con otra. ¡Qué desconsideración! -añadió Audrey, poniendo los brazos en jarras.

Charles la atrajo hacia sí para darle un beso y, en aquel momento, Vi entró en la estancia.

– Oh… Perdón… -dijo ésta, dando media vuelta para retirarse mientras Audrey la llamaba-. No quiero interrumpir nada importante.

– No te preocupes -contestó Charlie, sonriendo-, Audrey me estaba exponiendo los detalles de las torturas que piensa infligirme para hacerme expiar mis culpas. Y no seré yo quien se lo reproche -añadió, poniéndose muy serio.

– Me parece muy bien -convino lady Vi-. Te mereces unos azotes, Charles, por lo que le hiciste a esta pobre chica.

– ¿Qué pobre chica? ¡Piensa en mí! ¡Te aseguro que con Charlotte lo pasé fatal!

Lady Vi miró a Charles con expresión de censura mientras Audrey sonreía. Parecía extraño que, de repente, todo resultara tan divertido cuando hacía apenas unas horas tenía una losa en el corazón de la que no creía poder librarse jamás, pensó Audrey, llena de asombro.

– ¿Estás completamente seguro de que todo ha terminado, Charlie? -preguntó.

– Jamás hubiera tenido que empezar. Me porté como un perfecto estúpido.

– ¿Y ahora?

– Espero ser mucho más listo. Estoy dispuesto a abandonar la editorial Beardsley en caso necesario.

– No creo que el señor Beardsley sea tan tonto como para permitirlo -terció James, entrando en la estancia con una botella-. ¿Un poco de jerez?

Las mujeres aceptaron mientras que Charlie sugirió que le apetecía beber algo un poco más fuerte. En aquel instante, experimentó la necesidad de celebrar su dicha. Aún no sabía lo que iba a suceder, pero se sentía más libre que nunca y todos se alegraban de estar vivos. En cierto modo, lo que en aquellos momentos experimentaban era como si hubieran recibido un regalo de Karl y Ushi Rosen.

Aquella noche, intentaron llamar a Ushi para consolarla, pero su padre les dijo que no quería hablar con nadie y ellos comprendieron por su tono de voz que el barón tampoco se había recuperado todavía del golpe.

– Parece increíble, ¿verdad, Aud? -dijo Charlie, rodeando amorosamente a Audrey con un brazo mientras ambos permanecían sentados frente al fuego de la chimenea en la biblioteca sumida en la penumbra.

Tras pasarse un buen rato hablando de los últimos meses, del abuelo de Audrey e incluso de Charlotte, Vi y James se retiraron a descansar.

– La vida es demasiado corta… y no nos percatamos de la dicha que tenemos hasta que la perdemos para siempre -dijo Charlie con pesar.

– Creo que el secreto de una vida feliz consiste en disfrutar de cada momento. Pese a todo, me parece imposible que Karl ya no esté entre nosotros -dijo Audrey, contemplando el fuego con aire pensativo mientras Charles la atraía hacia sí.

– Audrey… -dijo éste mirándola.

– ¿Sí? -contestó la joven.

– ¿Querrás casarte conmigo cuando resuelva todo este asunto con Charlotte?

Se había pasado todo el día pensando en cómo y cuándo se lo iba a decir, hasta que, al final, decidió lanzarse de cabeza.

Audrey le miró sonriendo. Lo único que deseaba era estar a su lado. – Hubiera debido hacerlo hace mucho tiempo. Ambos nos hubiéramos ahorrado muchos sinsabores.

– Entonces no podías -dijo Charles, sacudiendo la cabeza-. He tardado mucho tiempo, pero ahora lo comprendo. No has contestado a mi pregunta -añadió, mirándola con ternura-. ¿Querrás?

– Sí -contestó Audrey sin la menor vacilación. En cuanto lo hubo dicho, Charles la besó amorosamente en los labios.

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