James regresó de El Cairo con muchos mensajes de amor para Audrey. Decidió, de común acuerdo con Charlie, no decirle que éste sabía lo del aborto. Sería mejor que se lo dijera ella misma cuando lo considerara oportuno. Sin embargo, le reveló a Charlie el posible lesbianismo de Charlotte y éste deseaba regresar para meterla en cintura. Ya era hora de que dejara de torturarle. En caso de que no quisiera soltarle, la amenazaría con contárselo todo a su padre.
James regresó a sus incursiones aéreas en Alemania y lady Vi volvió a quedarse sola. Ella y Audrey fueron a ver a los niños varias veces. Un día, a la vuelta de uno de los viajes, Audrey la sorprendió entregándole un abultado sobre.
– ¿Más fotografías? -preguntó, sorprendida, lady Vi. Audrey había tomado muchas de los niños, y James y Violet se lo agradecían enormemente.
– No -contestó Audrey, sacudiendo la cabeza-. Es mi testamento. Quiero que me prometas que, si algo me ocurriera, tú te quedarás con Molly. Por lo menos, hasta que Charlie vuelva a casa. Y, si algo nos ocurriera a los dos… -añadió, mirando tristemente a su amiga.
– ¿Por qué iba a ocurriros algo? -preguntó Violet.
– Nunca se sabe -respondió Audrey-. Me he inscrito en el Home Office como periodista gráfica. En realidad, lo hice en cuanto perdí… Bueno, eso ya no importa. Parece que les podré ser útil como fotógrafa y me marcho mañana por la noche, Vi. -Audrey casi se arrepentía de tener que dejar sola a su amiga, pero necesitaba reunirse con Charlie y no podía dejar pasar la ocasión-. Me envían a El Cairo. Yo pedí que me destinaran al Norte de África.
– ¿Lo sabe Charlie? -preguntó Vi mientras Audrey sacudía la cabeza sonriendo.
– Todavía no. Pero lo sabrá. Espero reunirme con él y colaborar en su trabajo. El funcionario del Home Office sabe que hemos trabajado juntos otras veces. Parece que la idea le gusta.
– ¿Está loco? Tú eres una mujer. ¡Eso es muy peligroso!
– No más que permanecer aquí sentada entre las bombas que caen cada noche -dijo Audrey, lanzando un suspiro.
James quería que Violet se fuera al campo durante cierto tiempo y ahora, sin Audrey, probablemente lo haría.
– Lo siento, Vi -añadió Audrey, casi sintiéndose culpable-. Tengo que estar con él.
Al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas, Violet la abruzó con cariño.
– Estás completamente loca, Aud -loca, sobre todo, por Charles. Quería estar constantemente a su lado y, en cierto modo, Violet lo comprendía. Aunque ella también amaba mucho a James, lo de Audrey y Charlie era distinto. Parecía que ambos respiraran al unísono el mismo aire y ella sabía lo mucho que Audrey echaba de menos a su amante-. ¿Podré ir a despedirte?
– Me van a mandar en un vuelo militar -contestó Audrey-, y ya sabes tú lo quisquillosos que son los militares con estas cosas.
– Sí, lo sé.
Violet comprendió de repente que todo había cambiado. La guerra había influido en las vidas de todos ellos y tal vez las cosas jamás volverían a ser como antes.
A la tarde del día siguiente, tras despedirse de su amiga, Audrey terminó de hacer el equipaje. Iba a dejar la casa tal como estaba, vacía y cerrada como tantos hogares de Londres.
Por la noche, cuando salió hacia el aeropuerto, sintió la misma emoción que antaño en el Orient Express y los trenes que subían por las montañas del Tíbet o en las calles de Shangai o entre las maravillas de Pekín.
Se dirigía a un lugar con el que siempre había soñado para reunirse con el hombre al que amaba. Cuando el aparato despegó rumbo a El Cairo, Audrey esbozó una leve sonrisa.