CAPITULO XLI

A lo largo de las semanas siguientes, los británicos averiguaron, a través de otros contactos, que, exactamente al cabo de un mes de su llegada a Trípoli, el general Rommel había pasado revista a sus tropas, exhibiendo varias veces con orgullo ante los presentes el nuevo Afrika Korps para gran alegría de los contactos británicos. Con el fin de confundir a los que vendían información al enemigo, utilizó un ardid de lo más sutil. Mandó que muchos de los tanques desfilaran una y otra vez y todo el mundo se tragó el anzuelo. Era un hombre brillante y todos los observadores quedaron favorablemente impresionados. Los británicos le respetaban muchísimo y les estaban muy agradecidos a Charlie y Audrey por haber logrado descubrir su identidad. Las fotografías que Audrey le tomó podían competir con las mejores que jamás se hubieran tomado a cualquier componente del Alto Mando alemán. Más de una vez el general Wavell le gastó bromas a Audrey al respecto.

– Lástima que no pueda enviárselas a su mujer. Son auténticamente preciosas y ella estaría muy contenta de verlas.

Audrey se sentía muy satisfecha de su labor. En las imágenes, Rommel aparecía tal como era en la realidad; un hombre inteligente, considerado, extremadamente hábil, perspicaz y probablemente muy honrado. Audrey nunca hubiera imaginado poder decir semejantes cosas de un hombre de Hitler y, sin embargo, Rommel le gustó en cuanto le vio.

A los doce días de haber pasado revista a sus tropas en Trípoli, Rommel empezó a desplazarlas hacia el este y atacó con sus tanques Al-Agheila, en la costa, consiguiendo que los británicos se retiraran cincuenta kilómetros al nordeste. Fue la primera victoria de Rommel en la que éste echó mano de dos de sus armas preferidas: la velocidad y la sorpresa. Inclusosobrevoló el escenario de la batalla en sus fases iniciales para obtener una mejor perspectiva de la situación y, al mediodía, decidió combatir personalmente con sus tropas en su propio tanque. Los alemanes ganaron la batalla hacia el atardecer. El diez de abril, los británicos tuvieron que retirarse a To-bruk, plaza ésta que no estaban dispuestos a perder. En El Cairo, Charlie y Audrey empezaron a temer que Rommel ganara la partida. Era un gran soldado, cuya leyenda se agigantaba día a día. Utilizaba las gafas protectoras de un oficial británico -«botín» recogido del suelo tras una de sus batallas victoriosas- y sobrevolaba constantemente el territorio, luchando codo con codo con sus hombres, en tanques, en tierra y también en el aire. Parecía estar en todas partes y era evidente que el Afrika Korps, integrado por soldados de excepción, daría mucho que hablar en el futuro.

Las batallas contra Rommel duraron unos meses; mientras, los británicos trataban de resistir en Tobruk. Charles estuvo allí una vez, introduciéndose en un jeep a última hora de la noche con un pequeño destacamento enviado por el general Wavell. Tenían que tomar muchas precauciones. Borraban las huellas que hacían en el desierto e incluso retiraron los parabrisas para que no hubiera reflejos, siguiendo el ejemplo de Rommel que conocía todos los trucos habidos y por haber. A Charlie le sorprendió la dureza de los combates, el elevado número de bajas que se producían. A veces la situación parecía desesperada, pero los británicos estaban firmemente decididos a no rendirse ante Rommel.

Y lo peor era que el tiempo ya no estaba de su parte. Habían pasado los suaves meses invernales y ahora las lluvias dificultaban las maniobras de los tanques. Las terribles tormentas de arena levantaban murallas de fina arena que penetraba en todas partes, cegando a británicos y alemanes por igual. Esas tormentas eran a veces tan fuertes que incluso volcaban los camiones militares. Los hombres se quitaban los cascos y se cubrían la cabeza con trozos de tela, el agua escaseaba más que nunca y había por doquier unas molestas moscas negras. El campo de batalla era terrible, los soldados se perdían en el desierto y vagaban sin rumbo hasta morir o bien se morían de hambre en los tanques. A principios de abril, seis generales británicos, extraviados en medio de las nubes de arena, entraron inadvertidamente en un campamento alemán y fueron hechos prisioneros.

Rommel llegó con el Afrika Korps a cien kilómetros de Alejandría. Ahora utilizaba constantemente aparatos de reconocimiento, pero los británicos seguían resistiendo en Tobruk. Charlie se alegró de regresar a El Cairo donde Audrey le aguardaba con ansia. Al verle subir los peldaños del hotel, desde la terraza, Audrey se arrojó en sus brazos y le cubrió de besos.

– Pero qué loca eres. ¿Qué has estado haciendo desde que me fui?

– Sólo esperarte, amor mío -contestó ella, sonriendo-. Me moría de miedo.

– Soy tan invencible como la flota británica, cariño.

Sin embargo, parecía que esto último no era enteramente cierto. Los submarinos alemanes habían causado grandes estragos entre los buques británicos.

– Estaba muy preocupada, te lo aseguro.

– No había por qué, Aud -dijo Charlie subiendo con ella a la habitación-. Hemos sobrevivido a todo y también sobreviviremos a esto. Piensa en la suerte que tenemos. Nosotros estamos juntos mientras que la pobre Vi apenas ve a James.

– Lo sé…, pero yo prefiero que lo más peligroso que hagas en todo el día sea pedir un whisky doble con soda a las cinco de la tarde en la terraza -dijo Audrey sonriendo mientras Charlie la levantaba y la depositaba en la cama.

Aquella noche ya no volvieron a bajar.

Permanecieron tendidos en la cama mientras Charlie le contaba a Audrey lo que había visto en Tobruk. Luego hicieron el amor y durmieron hasta el amanecer. Entonces Charlie se levantó para ducharse y después regresó a la habitación donde Audrey seguía durmiendo como un ángel, y se acostó nuevamente a su lado mientras le acariciaba suavemente la piel. Ella se agitó, abrió un ojo y le dirigió una soñolienta sonrisa.

– Qué dulce manera de despertarme, amor mío… -le dijo, extendiendo un bra2o para atraerlo hacia sí y besarle el cuello con los ojos cerrados.

Los británicos contraatacaron en junio de 1941, esperando rechazar a los alemanes, pero el general Wavell falló estrepitosamente y fue sustituido por el hombre a quien todo el mundo llamaba cariñosamente el Auch. El general Auchinleck reorganizó las Fuerzas Occidentales del Desierto y puso al mando de las mismas al general Cunningham, el cual tardó cuatro meses en adiestrar a los hombres para que pudieran rechazar a Rommel con quien finalmente trabaron combate en Fort Mad-dalena el dieciocho de noviembre. Al cabo de una semana, se vio con toda claridad que Cunningham no podría triunfar donde Wavell había fracasado. El 26 de noviembre, el Auch destituyó también a Cunningham. El 30, Rommel puso nuevamente sitio a Tobruk, dispuesto a tomarla a toda costa. Esta vez, Charlie comprendió que tenía que trasladarse allí para informar. La batalla era demasiado importante como para que se pudiera relatar desde la terraza del Shepheard's o el Sporting Club de Gezira. Hasta cierto punto, su vida había sido muy tranquila hasta entonces. Salía a cenar todas las noches con Audrey y muchas veces ambos acudían a las salas de fiesta en compañía de sus amigos. Pero, ahora ya no podía hacerlo. Audrey le miró con tristeza cuando le vio llenar el pequeño talego que siempre solía llevar consigo.

– Vuelves a Tobruk, ¿verdad? -le preguntó mientras él asentía en silencio. Mil hombres habían caído aquel día y el Auch había prometido enviarle allí por el medio que fuera-. No quiero que vayas -susurró.

– Tengo que hacerlo, Aud. Para eso estoy aquí.

– Es estúpido morir en una batalla que ya hace meses que dura. Los ingleses llevan defendiendo Tobruk desde la primavera pasada. Y tú ya estuviste allí una vez.

– Sabes que tengo que ir, Aud.

– Pero, ¿por qué no va otro, maldita sea? Aquí hay muchos corresponsales y eso no es una misión de espionaje que nadiemás pueda llevar a cabo. Cualquier imbécil puede informar sobre un asedio.

– Pues creo que este imbécil voy a ser yo -dijo Charlie tomándola de una mano-. No te preocupes, Aud. No me pasará nada; volveré sano y salvo dentro de unos días.

– ¿Y si te hacen prisionero? -preguntó Audrey, que se había asustado de repente.

Algo le decía que, esta vez, Charlie no debía ir a Tobruk.

– Yo no le intereso a nadie más que a ti, muchacha.

– Hablo en serio -dijo Audrey con los ojos llenos de lágrimas.

Sus temores estaban más que justificados porque no era la primera vez que eso ocurría.

Charlie se mostró inflexible y se marchó bien entrada la noche mientras ella dormía. Le iba a ser muy difícil trasladarse hasta Tobruk y más todavía cruzar las líneas enemigas, pero lo consiguió y pudo informar ampliamente sobre la batalla. Llevaba allí unos cuatro días cuando, al volverse para ofrecerle a un herido su cantimplora, oyó una súbita explosión que le derribó al suelo y le produjo un horrible dolor en la espalda. Quedó tendido de bruces y oyó unas voces a su alrededor. Después perdió la visión y sintió, primero, calor y, después, frío mientras le transportaban por un terreno accidentado hasta que llegaron a una tienda situada en la retaguardia. Alguien dijo que había beduinos cerca y Charlie se preguntó si éstos les habrían atacado o secuestrado o bien si le habrían hecho prisionero los alemanes. Ya no sabía nada. Le pareció que transcurría una eternidad antes de que oyera pronunciar su nombre. Creyó oír la voz de Audrey, pero no estaba seguro de ello. Sólo estaba seguro del terrible dolor que, desde la espalda, irradiaba hacia las piernas…

– ¿Charlie…? Charlie, cariño…

Cuando pudo abrir los ojos, vio a Audrey y supo que se hallaba en el Hospital Británico de El Cairo. A su lado se encontraba una enfermera enfundada en un uniforme almidonado y, cerca de él, varios heridos gemían sin cesar.

– Ya todo pasó, cariño. Ahora estás a salvo…

Audrey tardó varios días en poder contarle lo ocurrido. Le habían herido con metralla cuando se volvió a ofrecerle la cantimplora a un soldado.

– ¿Podré volver a andar alguna ve2? -preguntó Charlie tendido boca abajo en la cama mientras Audrey le miraba sonriendo.

– Sí. Pero quizá no podrás sentarte.

Charlie comprendió de repente de dónde procedía el dolor y no le hizo ni pizca de gracia, por muy divertido que a los demás les pareciera. Le habían herido en las posaderas.

– Por lo menos, no se notará en las fiestas -dijo Audrey. Charlie esbozó una leve sonrisa, pese a su cansancio y debilidad.

– ¿Qué tal marchan las cosas?

– Estupendamente bien. Obtuvimos una importante victoria. Ayer conseguimos rechazar a Rommel. -Sin embargo, había ocurrido entretanto algo todavía más importante-. Charlie… -dijo Audrey, tratando de despertarle del letargo en el que le sumían los medicamentos y la fiebre-. Ayer los japoneses bombardearon Pearl Harbor.

– Y eso, ¿dónde está? -preguntó él, tratando de concentrarse.

– En Hawai. Los Estados Unidos han entrado en la guerra. Roosevelt ha declarado la guerra a los japoneses. Dice que es un «día dé infamia» y tiene razón.

Hawai era el lugar donde ella había nacido y, de sólo pensarlo, Audrey se ponía enferma. Charlie volvió a dormirse. Estaba demasiado grave para comprender la situación y aún tardó una semana en poder hablar con su amante, tendido de lado en su cama de hospital.

– Bueno, ahora ya estás con nosotros -le dijo.

– Lo estuve siempre -contestó ella, y le miró con reproche.

– Puede que tú sí, pero tus paisanos desde luego que no -dijo Charlie-. Recuerda el maldito discurso que pronunció Lindbergh en Des Moines, en septiembre, instando a los Estados Unidos a no intervenir. Roosevelt tampoco hubiera tenido mucho interés en entrar en guerra si no le hubiesen arrojado una bomba en la puerta de atrás. No nos hubiera venido nada mal su ayuda hace unos años. – Por lo menos, ahora la vais a tener. O la tendrán otros – dijo Audrey sonriendo.

Regresarían a casa en cuanto pudieran tomar un vuelo y Charlie estuviera en condiciones de viajar. Audrey aún tenía algo que decirle. Ya habían accedido a visitar a Vi en la casa de campo y pasar allí las Navidades con Molly, siempre y cuando hubiera sitio para ellos. Sería un lugar ideal para la recuperación de Charlie. Sin embargo, éste lamentó tener que irse. Hubiera querido quedarse en el Norte de África hasta el final. Una vez a bordo del aparato, se tranquilizó un poco y empezó a pensar en los placeres del regreso a casa y en la alegría de volver a ver a James, Vi y Molly. Cuando se volvió a mirar a Audrey y le sonrió se percató por primera vez de lo pálida que estaba. Tenía muy mala cara. Se había pasado unas semanas cuidándole sin apartarse ni un solo momento de su lado, y se la veía completamente exhausta.

– ¿Desde cuándo tienes esta cara? -le preguntó Charles, avergonzándose de no haberse dado cuenta antes.

– ¿Qué cara? -dijo Audrey aparentando indiferencia.

Menos mal que, finalmente, Charlie lo había notado. Audrey llevaba mucho tiempo ocultándole el secreto. Estaba embarazada de casi tres meses.

– Estás pálida. ¿Te encuentras bien?

Audrey sonrió, pensando que ya podía decírselo. Ambos regresaban juntos y ya no había peligro de que él la mandara a casa sola.

– Me encuentro bien…, teniendo en cuenta…

– Teniendo en cuenta, ¿qué? -preguntó Charlie, perplejo.

– Teniendo en cuenta que estoy embarazada de casi tres meses.

– ¿Cómo? -exclamó Charlie, aturdido-. ¡Y no me habías dicho nada! Dios mío, hubieras tenido que quedarte en la cama. -Ambos recordaban el aborto del año anterior. Sin embargo, Audrey había ido a un médico de El Cairo y éste le dijo que procurara descansar, cosa que efectivamente hizo aunque sin quedarse en la cama-. ¿Estás loca? -le dijo Charlie, cuya cólera se esfumó de repente al pensar en la venturosa nueva-. Qué bien guardaste el secreto, mi pequeña bruja

– añadió, besándola mientras apoyaba una mano sobre su vientre y la miraba tiernamente a los ojos-. ¿Ya sientes a este pillastre?

– ¿Cómo sabes que es un niño?

El primero lo era, pero Audrey no quería recordarlo.

– Molly necesita un hermanito.

Entrelazaron las manos mientras el aparato aterrizaba. Por la noche, tomaron un tren para trasladarse a la mansión de lord Hawthorne, donde Vi les aguardaba ya con bocadillos y chocolate caliente. Después entraron a ver a Molly y Audrey se sentó en el borde de la cama de la niña y le acarició el cabello mientras las lágrimas le rodaban lentamente por las mejillas y Charlie se inclinaba para besarlas a las dos. Era agradable estar de nuevo en casa. Sobre todo, ahora que sabía que iba a tener un hijo.

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