CAPITULO 21

El día que zarpó el Lusitania,Olivia no leyó la breve nota de prensa que la embajada alemana había ordenado insertar en todos los periódicos de Washington y Nueva York; pero Victoria sí. En ella se recordaba a los pasajeros con intención de embarcar en transatlánticos que Alemania y Gran Bretaña se encontraban en guerra, la zona bélica incluía las aguas adyacentes a las islas Británicas y, por tanto, cualquier navío con bandera británica o de sus aliados podía ser destruido. Databa del 22 de abril de 1915 y llevaba el sello de la embajada imperial de Alemania en Washington.

No obstante, de todos era sabido que ningún barco podía ser atacado sin previo aviso y sin que hubieran desembarcado antes los pasajeros civiles. Por tanto, los del Lusitania no corrían peligro alguno. Victoria podía haber viajado en el buque estadounidense New York, pero no era tan bonito. Además, el Lusitania era más rápido.

El Lusitania, que cada mes realizaba una travesía entre Liverpool y Nueva York, no enarbolaba bandera alguna para evitar el ataque de los alemanes, incluso habían cubierto el nombre y puerto de registro con pintura para que fuera más seguro. Por otro lado, al surcar el mar de Irlanda se soltaban los botes salvavidas y se doblaba la vigilancia. Se tomaban todas las medidas posibles para protegerlo, y sus pasajeros estaban totalmente a salvo de los alemanes. Además, en los últimos ocho años había demostrado ser un barco muy seguro y había realizado múltiples viajes. Así pues, el Lusitania no era como el Titanic.

Para garantizar al máximo su seguridad, se recordaba a los pasajeros que debían correr las cortinas de los camarotes por la noche y se prohibía fumar en cubierta.

La primera noche Victoria ya se sentía como en casa y estaba emocionada por haber conocido a lady Mackworth, de soltera Margaret Thomas. Victoria la reconoció de inmediato. No sólo era un miembro activo del Sindicato Social y Político de las Mujeres, sino también amiga íntima de las Pankhurst. Era la responsable de un incendio en una oficina de correos y había pasado una temporada en prisión, para gran horror de su respetable padre, parlamentario del Partido Liberal.

– Demuestras una gran valentía al viajar a Europa ahora -había comentado a Victoria. Ésta había explicado que era viuda y había decidido ofrecerse como voluntaria en Francia; tenía algunos contactos en la Cruz Roja y en el ejército francés-. También podrías ser útil en Inglaterra -añadió lady Mackworth, impresionada por su entusiasmo.

Al día siguiente invitó a Victoria a cenar con ella y su padre. El comedor de primera clase era extraordinario, tenía dos plantas, columnas y una enorme cúpula. A Victoria le sorprendió observar que, a pesar de la guerra, reinaba un ambiente animado y pocos hablaban del conflicto. Los hombres comentaban las noticias cada día, sobre todo cuando se reunían para fumar, junto con Victoria y otras pocas mujeres, pero no era el tema principal.

Victoria divisó a Alfred Vanderbilt a bordo, pero le evitó porque conocía a Charles. Tenía aproximadamente la misma edad que su marido y habían comido juntos una vez. La joven no quería que nadie la descubriera, por lo que pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca, en la cubierta o en su camarote.

Charles Frohman, el magnate del teatro, también se hallaba a bordo. Se dirigía a Londres para ver la nueva obra de Barrie, The Rosy rapture, que tenía previsto estrenar en Broadway, y solía pasar largos ratos charlando con Char- les Klien, el dramaturgo, que deseaba conocer su opinión sobre su nueva obra. A Victoria le hubiera encantado entablar conversación con ellos, pero prefería estar sola e incluso rechazó la invitación del capitán para cenar en su mesa. El capitán Turner la había visto en cubierta y había quedado prendado de su belleza.

Victoria se sentía muy libre y, después de un año de casada, representaba un alivio estar sola. A quien extrañaba muchísimo era a Olivia y rogaba para que no hubiera revelado su secreto, pero confiaba totalmente en ella.

Durante la travesía el tiempo fue excelente. El viernes, día previsto para la llegada, Victoria preparó su equipaje por la mañana y al mediodía tuvo la fortuna de encontrarse de nuevo con lady Mackworth, quien le dio su dirección y le pidió que la llamara. Victoria planeaba viajar desde Liverpool hasta Dover, donde tomaría un transbordador con destino a Calais. Después se pondría en contacto con las personas cuyos nombres le habían facilitado en Nueva York y avanzaría hacia las trincheras.

Aquel día comió sola. Cuando se adentraron en el mar céltico, hacía tanto calor que los mozos abrieron todos los portillos del comedor y los de la mayoría de los camarotes de primera clase. Después del almuerzo, los pasajeros se di- rigieron a sus cabinas para cambiarse. Ya se divisaba la costa y se encontraban tan sólo a doce millas de Old Kinsale, en Irlanda. Reinaba un espíritu festivo, lo habían logrado.

Victoria subió a cubierta. Mientras contemplaba el mar, distinguió una línea blanca que se dirigía a estribor y se preguntó qué clase de pez sería. De pronto el barco dio un bandazo y Victoria fue empujada contra la barandilla mientras una columna de agua inundaba la cubierta. La joven jamás había visto nada igual.

Al cabo de unos minutos empezaron a oírse gritos, y la embarcación se inclinaba de forma peligrosa hacia estribor.


Victoria corrió hacia la cubierta B, donde se encontraba su camarote, para recoger el dinero y el chaleco salvavidas. Mientras descendía por la escalera, la nave escoró todavía más. Era muy difícil caminar y mantener el equilibrio.

– ¡Nos han alcanzado! ¡Torpedo! -exclamó alguien, y minutos después sonó una alarma.

En ese instante Victoria pensó en Susan y el Titanic. Ahora no, se dijo mientras corría escalera abajo. Una vez en su camarote, cogió el chaleco salvavidas, el monedero y el pasaporte. No se llevó nada más. No tenía ninguna joya ni nada de valor. Se puso el chaleco y salió al pasillo, donde los otros pasajeros corrían y gritaban. Al llegar al pie de la escalera casi chocó con Alfred Vanderbilt, que llevaba su estuche de joyas.

– ¿Se encuentra bien? -preguntó él con tranquilidad. Victoria no sabía si la había reconocido. El hombre se mostraba tan amable y cordial como siempre, no parecía nervioso y le acompañaba su ayuda de cámara.

– Creo que sí. ¿ Qué ha pasado?

De repente sonó una nueva explosión.

– Torpedos. Será mejor que suba a cubierta -aconsejó él.

Victoria ascendió por la escalera y le perdió de vista. Ya se habían soltado algunos botes salvavidas pero, como el barco se inclinaba hacia estribor, era imposible utilizar los de babor, que colgaban de un ángulo imposible. El Lusita- nia parecía una nave de juguete a punto de hundirse en una bañera. Victoria divisó la costa y se preguntó si sería capaz de nadar hasta allí.

A medida que el navío se escoraba, entraba más agua por los portillos abiertos. Victoria, que se había quitado los zapatos, se vio rodeada de humo y hollín. Le costaba respirar y mantener el equilibrio. Algunos pasajeros se arrojaron al mar, la antena de radio se desplomó sobre la cubierta y estuvo a punto de matar a varias personas, los niños lloraban mientras sus madres intentaban subirlos a los botes salvavidas. De pronto la joven divisó a Alfred Vanderbilt, que entregaba su chaleco a una chiquilla. Soltaron los botes, y los dos primeros volcaron al llegar al agua. Era una escena dantesca. Una niña resbaló junto a Victoria y cayó al mar. Ésta gritó y tendió la mano, pero era demasiado tarde; la pequeña se ahogó.

– Dios mío…Dios mío -balbuceó entre sollozos, y oyó que alguien le indicaba que subiera a un bote; parecía la voz de su hermana.

Aunque sólo hacía cinco minutos que el torpedo había alcanzado el barco, éste se hundía rápidamente. Victoria corrió hacia los botes, pero no había sitio para ella, sólo quedaban dos y había muchos niños en cubierta.

– Colóquelos a ellos, no a mí -dijo al joven oficial que ayudaba a los pequeños.

– ¿Sabe nadar? -preguntó. Ella asintió-. Coja una tumbona, nos hundiremos enseguida.

Victoria siguió su consejo y un instante después se deslizó hacia el mar, rodeada de colchones, trozos de madera y cadáveres. Era una aglomeración terrible de objetos y personas que salieron despedidos antes de que el barco tocara fondo. Alrededor de ella las mujeres y los hombres gritaban. Algunos cuerpos flotaban ya. Vio a una mujer hundirse con su bebé en brazos. La tumbona de Victoria se sumergió varias veces, pero finalmente salió a flote y chocó contra otra en la que yacía un niño con un traje azul de terciopelo. Parecía un príncipe que dormía plácidamente, pero estaba muerto. Victoria jamás había visto nada tan terrible. Distinguió al capitán Turner agarrado a una silla, y a lady Mackworth cerca de él, aferrada a otra. A lo lejos, un oficial y una señora estaban sentados sobre un piano.

A su lado se ahogaban varias personas. Victoria no soportaba tanto dolor, sentía las piernas entumecidas, no podía respirar. Se mantuvo asida a la tumbona todo el tiempo que pudo hasta que, al final, se hundió en el agua.

Загрузка...