Bertie había insistido en que Donovan trajera de Croton el cochecito que habían utilizado para llevar a Victoria y Olivia, aunque era un modelo anticuado. No obstante, las gemelas viajaban contentas en su interior.
De la noche a la mañana la casa se había quedado pequeña. Las gemelas compartían habitación con Bertie, y el matrimonio había comentado más de una vez la posibilidad de mudarse a la residencia de la Quinta Avenida, que, por lo que Charles sabía, era ahora de su mujer, si bien Olivia era consciente de que pertenecía a su hermana y no juzgaba correcto instalarse en ella sin consultar a Victoria. Ella había heredado la vivienda de Croton, que era mucho menos práctica. De momento se quedarían donde estaban.
Ultimamente a Olivia le costaba dormir y le dolía todo el cuerpo. Sólo esperaba no caer enferma.
Un día, cuando trataba de subir el cochecito por la escalera de la entrada, se acercó un hombre uniformado que le preguntó:
– ¿ Puedo ayudarle?
Ella le dio las gracias y al levantar la vista y percatarse de que llevaba un telegrama en la mano se le cortó la respiración. Hacía días que se sentía extraña, lo que había atribuido a los nervios y la falta de sueño.
– ¿ Es para mí? -inquirió.
– ¿ Victoria Dawson?
– Sí, soy yo.
El hombre le entregó el telegrama y le pidió que firmara el recibo. Después la ayudó a entrar el cochecito en la casa. A Olivia le temblaban las manos cuando, tras dejar a las gemelas en el vestíbulo, rasgó el papel. Era un aviso oficial de la sargento Morrison, destacada en Francia con las fuerzas aliadas: LAMENTO COMUNICARLE QUE SU HERMANA, OLIVIA HENDERSON, HA RESULTADO HERIDA EN ACTO DE SERVICIO…STOP. TRASLADO IMPOSIBLE. STOP. GRAVEMENTE ENFERMA. STOP. SE LE INFORMARÁ DE SU EVOLUCIÓN. STOP. Firmaba la sargento Penélope Morrison, del Cuarto Ejército Francés, responsable del cuerpo de voluntarios. Victoria nunca la había mencionado en sus cartas, pero eso carecía de importancia ahora. Estaba herida. Olivia permaneció de pie en el vestíbulo, llorando con el telegrama en la mano. No quería creerlo, pero lo había presentido. La inquietud que había sentido en los últimos días no se debía a la falta de sueño, comprendió.
Bertie entró en el vestíbulo procedente de la cocina y, al ver la expresión de Olivia, adivinó que había pasado algo terrible.
– ¿ Qué sucede? -preguntó pensando que se trataba de las gemelas.
– Es Victoria…está herida…
– ¡Dios mío! ¿Qué le dirás a Charles?
– No lo sé.
Subieron a las niñas a la habitación y las acostaron en las cunas. Olivia tenía que hablar con Charles, aunque no sabía por dónde empezar, ni si debía contarle toda la verdad. En todo caso quería ver a su hermana, y él podía acompañarla si lo deseaba. Mientras esperaba en el salón a que llegara del trabajo, se paseaba nerviosa de arriba abajo.
Charles regresó largo rato después y sospechó que sucedía algo al ver que estaba muy pálida y le temblaban las manos mientras doblaba y desdoblaba el telegrama sin cesar. Temeroso de que les hubiera ocurrido algo a las niñas, preguntó:
– ¿Qué pasa, Victoria?
Olivia tomó aliento antes de responder. Tras reflexionar durante toda la tarde había decidido contarle sólo parte de la verdad.
– Se trata de mi hermana.
– ¿De Olivia? ¿Qué ha pasado?
– Está en Europa y la han herido.
Ahora que había empezado era más sencillo, pero nunca resultaría fácil revelarle toda la verdad. No había forma de disfrazarla. Temía que Charles la echara de su casa y ni siquiera estaba segura de si tendría derecho a quedarse con las niñas. En todo caso ahora le preocupaba más su hermana.
– ¿Está en Europa? -preguntó él sorprendido-. ¿Qué hace allí?
– Es conductora de las fuerzas aliadas y está herida.
Se sentó y le miró con expresión asustada. Charles se había dado cuenta de que le habían engañado.
– ¿Tú lo sabías? -inquirió mientras se preguntaba si su esposa había mentido también a su padre. -Olivia asintió-. ¿ Por qué se fue? -añadió él-. ¿ Ha estado allí todo este tiempo?
Olivia asintió de nuevo. Temía que Charles adivinara toda la verdad, pero era tan terrible que no podía ni imaginarla.
– ¿Por qué no dijiste nada?
– Ella no quería que nadie se enterara -contestó Olivia- Estaba desesperada, y no me pareció justo detenerla.
– ¿Justo? ¿Te parece justo que abandonara a tu padre? ¡Dios mío!, fue eso lo que le mató.
– Hace años que tenía el corazón delicado -recordó ella en un intento por defenderse.
– Estoy seguro de que su marcha no le ayudó -afirmó escandalizado por el engaño.
– Quizá no.
Olivia se sentía culpable, aunque le confortaba pensar que su padre había muerto convencido de haberse despedido de sus dos hijas.
– Entendería que tú hubieras cometido una locura así en tus viejos tiempos, cuando estabas tan implicada en la política, pero Olivia…no lo comprendo.
– ¿Qué hubieras hecho si yo me hubiera marchado?
– Habría ido en tu busca y te habría encerrado en el desván. ¿Qué vamos a hacer,? ¿Está malherida?
– No lo sé. Según el telegrama, se encuentra gravemente enferma. -Olivia le miró a los ojos y añadió-: Pienso ir a verla.
– ¿Cómo? -exclamó Charles indignado-. Europa está en guerra y tú tienes tres niños que cuidar.
– Es mi hermana.
– No, es tu gemela, y ya sé qué significa eso. Significa que lo dejarás todo por ella cada vez que te duela la cabeza y pienses que te está enviando un mensaje. Te prohíbo que vayas, ¿ me oyes? Te quedarás en casa, que es el lugar que te corresponde. No vas a recorrer medio mundo para ver a una mujer que abandonó a su familia hace un año. No irás -exclamó Charles con un tono de voz que estremeció a Olivia.
– No me detendrás, Charles -repuso ella con determinación-. Partiré en el primer barco que zarpe. Me reuniré con mi hermana te guste o no. Mis hijos están a salvo aquí.
– Ya perdí a una mujer en el mar, no deseo perder a otra -exclamó él con lágrimas en los ojos.
– Lo siento, Charles. Estoy decidida a marcharme, y me gustaría que me acompañaras.
– ¿Qué ocurrirá si morirnos los dos? ¿Qué sucederá si torpedean el barco? ¿Quién se ocupará de nuestros hijos? ¿Has pensado en ellos?
– Quédate entonces. Te tendrán a ti.
En cualquier caso, pensó, tampoco la tendrían cuando Charles la echara de casa. Le dolía pensar que existía la posibilidad de no verlos jamás, pero debía visitar a su hermana.
Por la noche subió a la habitación de Geoff. El niño, que había oído la discusión, estaba preocupado.
– Le ha pasado algo a Victoria, ¿verdad? -susurró. Olivia asintió-. ¿ Papá lo sabe?
– No, y no debes decírselo. Primero he de verla y, cuando hable con ella, se lo explicaré a tu padre.
– ¿Crees que se enfadará por lo de las gemelas?
– Claro que no. Estará encantada -afirmó Olivia con mayor tranquilidad de la que sentía.
– ¿Te quedarás con nosotros cuando regrese? Éste es tu sitio ahora.
Olivia sonrió.
Sólo deseaba que Victoria volviera.
– He de ir a Europa para hablar con ella y asegurarme de que está bien. Juntas lo arreglaremos.
– ¿ Va a morir? -preguntó el niño con inquietud.
– Claro que no.
Rogó a Dios que sus palabras fueran ciertas, y esa noche, en la cama, rezó por su hermana. Charles, que no le hablaba desde la discusión que habían mantenido, dio media vuelta y la miró a los ojos.
– Siempre he sabido que eras muy tozuda, Victoria, incluso cuando me casé contigo. Si te empeñas en ir, te acompañaré.
Olivia se sintió aliviada. Viajar hasta Europa sin él habría sido horrible.
– ¿Te concederán permiso en el trabajo?
– Es una emergencia. Diré que tengo una cuñada loca y una esposa incorregible y que no tengo más remedio que ir a Europa -afirmó con una sonrisa. Olivia le besó para demostrarle su gratitud-. Pero deja que te diga que si esos dos diablillos de aquí al Iado imitan vuestras travesuras, las cambiaré por dos niños que no guarden ningún parentesco.
Olivia se echó a reír y esa noche se aferró a él en busca de consuelo.
Durante los dos días siguientes organizó el viaje y el tercero embarcaron en el navío francés Espagne, que al cabo de una semana arribaría a Burdeos. Era el único barco que navegaba hasta Francia, con excepción del Carpathia, que había zarpado la semana anterior y cuatro años antes había rescatado a Geoffrey del Titanic.
Su camarote era exterior y se encontraba en la cubierta B. No era lujoso, pero sí confortable y pasaron la mayor parte del tiempo en él. Olivia no hacía más que pensar en su hermana, y Charles intentaba animarla.
– No es como el Aquitania -comentó una noche-. Fue una travesía terrible.
– ¿Por qué? -preguntó Olivia sorprendida. Charles la miró con extrañeza.
– Tienes muy mala memoria… Te aseguro que nuestro primer año de matrimonio casi acabó conmigo. Si la situación no hubiera cambiado, te habría matado o me habría recluido en un monasterio. Llevaba una vida monástica de todos modos.
Olivia sabía que se refería al celibato que su hermana le había impuesto y se sintió culpable. Tenían tantas cosas que explicarse.
Cuando atracaron en Burdeos, visitaron al cónsul, que les indicó cómo llegar a Chalons-sur- Marne. Partieron en un coche alquilado de aspecto cochambroso con la intención de recoger en Troyes a una representante de la Cruz Roja que les acompañaría el resto del trayecto. Tardarían unas catorce horas en llegar a su destino porque, como se libraban batallas en todo el territorio, tendrían que dar un rodeo. Le habían advertido de los peligros potenciales del viaje y entregado un pequeño botiquín, agua y máscaras antigás. Olivia probó la suya y se preguntó cómo alguien podía respirar con semejante artilugio. No obstante, le aseguraron que estaría agradecida de tenerla si los alemanes les atacaban con gas clorhídrico.
Tras recoger a la mujer de la Cruz Roja en Troyes reanudaron la marcha hacia Chálons-sur- Mame. Era más de medianoche cuando llegaron al campamento. Estaban exhaustos. A pesar de la hora, Olivia insistió en ver a su hermana y, por mucho que lo intentó, Charles no consiguió disuadirla. Tan pronto como bajaron del pequeño Renault preguntó a un camillero dónde se encontraba el hospital y se encaminaron hacia allí. A la puerta de la tienda les atendió una enfermera que les indicó dónde estaba Olivia Henderson.
Tan pronto como entraron se les cortó la respiración por el hedor y las escenas de dolor que presenciaron. Había hombres mutilados y otros que vomitaban un líquido verde a causa del gas que habían inhalado. Pensaron que durante un año Victoria se había enfrentado a tales desgracias sin que ellos lo supieran. Un joven que yacía en el suelo tendió la mano hacia Olivia, que la tomó entre las suyas.
– ¿ De dónde eres? -preguntó con acento australiano. Había perdido una pierna en la batalla de Verdún, pero sobreviviría.
– De Nueva York -susurró ella.
– Yo soy de Sidney.
Sonrió y saludó a Charles, que respondió al saludo con lágrimas en los ojos antes de seguir buscando a su cuñada.
Victoria se encontraba en un camastro al fondo de la tienda. Tenía la cabeza y el cuello vendados. Al principio Olivia no la reconoció, ni siquiera se había dado cuenta de que era una mujer, pero su instinto la llevó hasta ella. Aunque estaba muy débil, Victoria demostró que se alegraba de verles, sobre todo a su hermana, que la abrazó con fuerza. Después de un año de separación tenían muchas cosas que contarse pero no era el momento.
Tomó la mano de Olivia, miró a Charles y comenzó a hablar con un hilo de voz. Tenía una infección en la columna vertebral y los médicos temían que llegara hasta el cerebro y muriera. Era una víctima más de una guerra en que habían perecido millones de personas.
– Gracias por venir -susurró a Charles.
Él le acarició la mano y, almirarla a los ojos, percibió en ellos una expresión dura que le desconcertó. No cabía duda de que la contienda la había endurecido y hecho madurar de golpe.
– Me alegro de haberte encontrado. Geoff te manda recuerdos. Te hemos echado mucho de menos, sobre todo Victoria.
Victoria miró a su hermana, que asintió de forma casi imperceptible, y deseó preguntarle si estaba dispuesta a revelar la verdad a Charles. Esperaba que así fuera porque quería aclarar las cosas y pedirle que se ocupara de su hijo si moría. Sin embargo esa noche no tuvo tiempo de preguntar nada, pues al cabo de un rato una enfermera pidió a los visitantes que se fueran y les condujo a alojamientos separados. El campamento no estaba preparado para parejas casadas. El espacio que Édouard y Victoria habían compartido había sido un lujo, y la habitación se había asignado ya a otro capitán. Édouard había recibido sepultura en las colinas situadas detrás del campamento, como otros muchos hombres. Sólo para Victoria había sido diferente, pero no para los aliados ni los alemanes. La joven no se había recuperado todavía del impacto de su muerte. Sólo pensaba en él y en su hermana cuando recobraba la consciencia. Al menos ahora podría hablar con Olivia.
Al día siguiente Charles y Olivia se encontraron en el comedor después de pasar casi toda la noche en vela. Ella deseaba hablar a solas con su hermana, y Charles accedió a quedarse fuera. Mientras aguardaba, conversó con algu- nos soldados y lamentó que su país no hubiera intervenido en esa guerra. A sus interlocutores les impresionaba que hubiera cruzado el Atlántico para ver a su cuñada. Muchos de ellos la conocían y la tenían en gran estima.
Victoria sonrió cuando vio entrar a su hermana.
– No puedo creer que estés aquí. ¿Cómo me has localizado?
Sabía que le notificarían lo ocurrido, pero no pensaba que la avisarían con tanta celeridad.
– Recibí un telegrama de la sargento Morrison. Tendré que visitarla para agradecérselo.
– La buena de Penny Morrison. Dios mío, cuánto te he echado de menos Ollie… tengo tantas cosas que contarte. -Sonrió. Sospechaba que no le quedaba mucho tiempo de vida. Las enfermeras aseguraban que estaba mejor, pero tenía un dolor de cabeza terrible. Miró a su hermana a los ojos, sorprendida de que hubiera logrado mantener el engaño durante tanto tiempo-. No sé cómo lo has conseguido.
– Siempre he sabido mentir mejor que tú.
Victoria quiso reír, pero le suponía un gran esfuerzo.
– No es algo de lo que debas presumir -repuso-. Siento lo de nuestro padre. Lamento no haber estado allí.
– Él creyó que estabas a su lado. -Olivia sonrió con ternura-. Murió tranquilo.
– La dulce Ollie, siempre dispuesta a ayudar a todos… incluso al pobre Charles, al que yo abandoné.
– Victoria, tengo que explicarte algo. Las cosas no salieron tal como habíamos planeado -explicó con cierta incomodidad. No sabía si su hermana volvería a hablarle, pero tenía que contarle lo ocurrido-. Hace tres meses tuvimos gemelas.
Victoria la miró con asombro.
– ¿Gemelas?
– Sí, idénticas, como nosotras. Son preciosas. Se llaman Elizabeth y Victoria, por ti y nuestra madre.
– Entiendo. Lo que no comprendo es cómo las has tenido -repuso Victoria con una sonrisa maliciosa-. ¿ Significa eso que me has robado el marido?
Olivia no se atrevía a mirarla a los ojos.
– Victoria…por favor…no -balbuceó-. Regresaré a Croton cuando tú vuelvas… sólo te pido que me dejes visitarlas…
– ¡Cállate! -interrumpió Victoria entre risas a pesar del dolor-. Has sido una chica mala, ¿ eh? Lo encuentro muy divertido. Olivia, yo no le quiero, nunca le he querido. Es tuyo. Ésa es la razón por la que no regresé después del verano… no podía. ¿Cuándo cambiaron las cosas entre vosotros?
– Después de saber que habías sobrevivido al hundimiento del Lusitania. -Olivia pensó que su hermana no había cambiado.
– ¿Es ésa tu idea de una buena celebración?
– Eres incorregible -susurró Olivia.
– Tú sí eres incorregible. Te ofrezco una relación casta con un hombre que me odiaba y no quería acostarse conmigo, y tú le seduces. Tú eres la seductora de la familia y mereces estar casada con él…aunque no concibo peor destino que ése. De todos modos, se os ve muy felices. Charles es un hombre con suerte.
– Yo también -musitó Olivia.
Victoria miró a su hermana con cariño.
– ¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó-. Tenemos que decírselo.
– Me odiará -afirmó Olivia.
– No lo creo. Es un hombre bueno. Al principio se enfadará, pero ¿qué hará? ¿Abandonar a la mujer que ama y a sus dos hijas? No seas tonta. Por cierto, tengo que confesarte algo.
– Dime, a ver si me superas -animó Olivia al tiempo que se santiguaba.
– Hace tres meses di a luz a un niño precioso que se llama Olivier -explicó con orgullo-. No sé si adivinarás en honor de quién le puse ese nombre.
Por alguna extraña razón a Olivia no le sorprendió la noticia.
– Conque ésa es la razón por la que no viniste a casa el verano pasado.
Victoria negó con la cabeza.
– No; no es ésa. Simplemente no me apetecía. Ni siquiera sabía entonces que estaba embarazada. Su padre era un hombre muy especial.
Victoria le habló de Édouard, lo que había significado para ella y los planes que habían trazado. Jamás había conocido a nadie como él. Le contó la forma en que había muerto. La vida nunca volvería a ser igual sin él. Al escuchar a su hermana Olivia comprendió que había encontrado al hombre perfecto en medio de una guerra.
– ¿Dónde se encuentra tu hijo ahora?
Victoria le explicó que lo había dejado al cuidado de la condesa, que hacía un par de días había huido a casa de su hermana porque había más francotiradores en la zona.
– Quiero que te ocupes de él. Le incluí en mi pasaporte, más bien en el tuyo, de modo que no tendrás problemas para viajar con él, siempre y cuando a Charles no le moleste.
– A Charles le molestarán muchas cosas después de que hablemos con él, pero tendrá que aprender a superarlas -repuso Olivia. No tenía por qué seguir viviendo con ella, pero no podía impedir que se llevara consigo al hijo de Victoria a Nueva York-. ¿Qué pasará contigo? ¿Cuándo volverás a casa?
No tenía ningún sentido que permaneciera allí, sobre todo tras la muerte de su amado.
– Quizá no vuelva, Ollie -respondió con tono apesadumbrado.
Desde el fallecimiento de Édouard le parecía que ya no tenía hogar. Olivia estaba con Charles, y no se imaginaba viviendo en la casa de Nueva York, y mucho menos en Henderson Manor. Sólo deseaba estar junto a Édouard.
– No digas eso -la reprendió Olivia.
Daba la impresión de que Victoria no quería vivir sin Édouard, ni siquiera por su hijo.
– Dejó a Olivier su castillo y la casa de París. Cuando nació se puso en contacto con su abogado y cambió su testamento. Quería asegurarse de que su mujer no se lo quedara todo. En cualquier caso, la ley francesa protege a Olivier, que además lleva el apellido de Édouard. Cuando vuelvas a casa deberías ocuparte de que tenga su propio pasaporte -explicó Victoria, que estaba preocupada por el futuro de su hijo.
– ¿ Por qué no vuelves a casa con nosotros?
– Ya veremos.
Charles se unió a ellas más tarde, cuando las hermanas ya se habían dicho todo lo que tenían que decirse. Victoria estaba cansada y necesitaba descansar. Charles la observó antes de acompañar a Olivia al exterior y pensó que tenía un aspecto terrible, pero no se lo comentó a su esposa. Tomaron un café en el comedor y, cuando regresaron a la tienda Victoria dormía.
A primera hora de la tarde la visitaron de nuevo. La enfermera les informó de que tenía fiebre y no debían quedarse mucho tiempo, pero no les explicó si había empeorado. Victoria había insistido en ver a Charles, pues quería ser ella quien le explicara la verdad. Cuando la pareja llegó estaba muy pálida, pero tenía una expresión tranquila en el rostro.
– Charles, tenemos algo que decirte -anunció con voz queda, y a Olivia comenzó a latirle deprisa el corazón-. Hace un año hicimos algo terrible, pero no es culpa de mi hermana. Quiero que sepas que yo la obligué, no tuve más remedio.
Charles sintió un escalofrío. Percibía algo muy familiar en esos ojos tan fríos.
– No quiero escucharte -dijo.
Quería huir, pero Victoria le mantuvo clavado con su mirada.
– Tienes que escucharme, no habrá otra ocasión -aseguró. Deseaba aclarar ese asunto de una vez por todas. Por el bien de todos-. No soy quien tú piensas, ni siquiera soy la persona que indica mi pasaporte, Charles.
Le miró de hito en hito, y él comprendió. Contempló a Olivia boquiabierto y después a su esposa, la verdadera, que yacía herida en la cama de un hospital.
– ¿Me estás diciendo… me estás diciendo que…? No se atrevía a pronunciar las palabras.
– Te estoy diciendo algo que ya sabes pero que quizá no quieres oír -afirmó Victoria. Conocía bien a Charles, a pesar del desprecio que había llegado a inspirarle. lntuía que la reconocía como la mujer con quien se había casado-. Tú y yo nos odiábamos, y tú lo sabes. Si me hubiera quedado a tu lado, habría acabado por destrozar nuestras vidas. No pudimos cumplir nuestro acuerdo, pero Olivia te ama y ha sido buena contigo, y tú también la amas.
Victoria tenía razón, y por eso le dolían tanto sus palabras. Si hubiera estado sana, la habría abofeteado. La miró con expresión horrorizada mientras se obligaba a asimilar una realidad en la que no deseaba pensar.
– ¿ Cómo te atreves a decirme ahora esto? ¿ Cómo os atrevéis las dos? -exclamó con tono indignado-. Ya no sois unas niñas para jugar a estas cosas. Tú eras mi esposa y me debes más que esto…Victoria.
La rabia le impedía hablar.
– Te debo más de lo que te di, pero sólo podía darte dolor. Además, tú no querías amarme. Tenías demasiado miedo…estabas demasiado dolido por lo que habías perdido, pero…quizá Olivia supo ofrecerte lo que necesitabas. No la temes como a mí, Charles. Si fueras sincero, reconocerías que la amas.
Por el bien de Olivia, era necesario que Charles comprendiera que tenía razón.
– Os odio a las dos y no permitiré que me digas lo que debería o no debería habér hecho. Tampoco tolero que me digas a quién amo. No me importa si estás enferma o herida, creo que las dos estáis enfermas por jugar con las per- sonas. No seré un juguete para vosotras, ¿me oís? -exclamó con furia mientras contenía las lágrimas y se marchó.
Olivia sollozaba en silencio, y Victoria le apretó la mano con las pocas fuerzas que le quedaban.
– Lo superará, Olivia…créeme. No te odia… En ese instante llegó la enfermera y pidió a Olivia que se fuera. Dio un beso a su hermana en la mejilla y prome- tió visitarla más tarde.
Al salir buscó a Charles pero no consiguió encontrarle. Cuando estaba a punto de desistir le divisó frente a los barracones de los hombres, caminando nervioso de un lado a otro.
– ¡No me hables! -exclamó con tono colérico cuando ella se acercó-. Ni siquiera te conozco. Ninguna persona honrada sería capaz de mantener un engaño durante un año. Es indignante, despreciable. Deberíais estar casadas la una con la otra -masculló temblando de rabia.
– Lo siento…no sé qué más decir…Al principio lo hice por ella… y por ti y por Geoff. No quería que os abandonara. Es la verdad -declaró Olivia entre sollozos. No soportaba la idea de perderle, pero sabía que había llegado el momento de pagar el precio de su mentira.
– No te creo. No quiero saber nada de ti ni de tu hermana.
– Después lo hice por mí misma. Mi padre tenía razón -reconoció la joven, que estaba dispuesta a mostrar todas sus cartas-. Siempre he estado enamorada de ti. Cuando mi padre te pidió que te casaras con Victoria, comprendí que no me quedaba nada en la vida más que cuidar de él. Ésta era la única oportunidad que tenía de estar contigo y ser tuya…Charles, te quiero.
– No digas eso. Te has reído de mí, me has seducido y mentido. No significas nada para mí. Todo lo que hiciste y obtuviste era una mentira. Nunca hemos estado casados, no eres nada para mí -repitió.
El corazón de Olivia se rompió en mil pedazos.
– Nuestras hijas no son mentira -le recordó mientras suplicaba en silencio que la perdonara.
– No, pero gracias a ti son bastardas.
Charles dio media vuelta y entró en el barracón, adonde Olivia no podía seguirle, de modo que regresó junto a su hermana, que dormía. Una enfermera le pidió que no la despertara porque estaba muy cansada y la fiebre había aumentado.
Olivia no volvió a ver a Charles ese día. Desconocía su paradero y se preguntaba si planeaba marcharse sin ella. De ser así tendría que arreglárselas sola porque no se iría sin Victoria y su hijo. Durmió en una silla junto a su her- mana toda la noche e intentó no oír los lamentos de los hombres que allí se encontraban.
Charles apareció junto al lecho de Victoria a la mañana siguiente. Estaba despierta, y Olivia acababa de salir para tomar un café.
– Menudo espectáculo el de ayer.
Aunque se encontraba muy débil, tenía fuerzas suficientes para discutir con él.
Charles sonrió. Algunas cosas no cambiaban nunca. Después de haber reflexionado durante toda la noche entendía por qué Victoria afirmaba que no habrían podido continuar casados.
– La noticia me pilló por sorpresa -admitió.
Victoria le miró con los ojos entristecidos. No le creía.
– Me parece que no, Charles. ¿ Quieres que piense que nunca sospechaste nada? Olivia es cariñosa, dulce, daría su vida por ti, incluso ahora. Tú y yo nos mataríamos si pudiéramos; somos como los franceses y los alemanes. No me digas que nunca barruntaste el engaño. Seguro que lo intuiste en más de una ocasión…pero preferías no saberlo.
– Tal vez tengas razón -reconoció para sorpresa de Victoria-. Quizá no quería saberlo. Era tan fácil y cómodo… y tan agradable. Deseaba que nuestra relación funcionara y tal vez Olivia era la solución.
– Pues procura no destruir lo que has construido con ella. -Victoria no quería que hiciera daño a su hermana.
– Sois increíbles -exclamó Charles con un suspiro. Las gemelas estaban dispuestas a hacer cualquier cosa por ayudarse-. No sé si alguna vez os entenderé. Sois como dos almas de una misma persona, o quizá sea al revés -añadió con una sonrisa.
– Quizá tengas razón. A veces la siento en mi corazón y sé cuándo me necesita.
– Ella dice lo mismo.
De pronto recordó algo que sucedió poco después de la supuesta marcha de Olivia a California.
– ¿No estarías a bordo del Lusitania cuando se hundió?
Victoria asintió.
– Nunca he tenido suerte con los cruceros.
– Olivia soñó varias veces que se ahogaba y enfermó. Tuve que llamar al médico.
– Tardé tres días en enviarle un telegrama. En Queenstown reinaba el caos, no puedes ni imaginar lo que fue -dijo mientras recordaba las escenas del naufragio-. Esto no es nada…Lo peor fue ver a los niños morir…-Cerró los ojos para borrar las imágenes que le asaltaban.
Charles le acarició la mano.
– ¿ Qué puedo hacer por ti? -preguntó.
Había ido en son de paz. La guerra con ella había acabado.
– Tengo un hijo y quiero que Ollie se lo lleve a casa -respondió con los ojos llenos de lágrimas al pensar en Édouard y el bebé, al que no veía desde hacía dos semanas.
– ¿ Cómo sucedió eso? -preguntó Charles sorprendido.
Victoria se rió de su marido.
– De la misma manera que os sucedió a ti y Ollie. Ojalá pudiera ver a vuestras hijas.
– Las verás cuando vayas a casa -dijo Charles, que le perdonaba todo lo que le había hecho. Ya no importaba. Además quería decirle que, si lo deseaba, le concedería el divorcio.
– No, Charles -repuso Victoria negando con la cabeza-, nunca las veré. Lo sé.
– No seas tonta. Hemos venido para llevarte a casa con tu hijo. ¿Qué hay de su padre?
– Murió… Fue entonces cuando me hirieron.
– Procura recuperarte para que podamos divorciarnos -dijo Charles mientras se inclinaba para darle un beso.
Victoria lo miró con una expresión extraña.
– ¿Sabes? Creo que a mi modo… te quise. Lo nuestro nunca hubiera funcionado…pero al principio traté de hacer las cosas bien.
– Yo también, pero me temo que no había superado la muerte de Susan.
– Ve a buscar a tu esposa…o tu cuñada…
– Adiós, cabeza loca… Nos veremos más tarde.
Charles tenía un extraño presentimiento, pero ignoraba de qué se trataba. Mientras buscaba a Olivia, recordó que era su segundo aniversario de boda, pero ¿ con cuál de las dos mujeres debía celebrarlo? Sonrió ante lo absurdo de la situación. No encontró a Olivia ni en el comedor ni en su barracón, de modo que regresó junto a Victoria. Ésta estaba dormida, y Olivia había echado una cabezada a su lado. Estaban cogidas de la mano, como dos niñas.
– ¿ Cómo se encuentra? -preguntó Charles a la enfermera.
Ésta se limitó a encogerse de hombros. La infección avanzaba, aunque era difícil de creer dada la vitalidad que mostraba Victoria. Charles se fue sin despertarlas. A medianoche Olivia llamó a la enfermera. Tenía molestias en el pecho y comprobó que a Victoria le costaba respirar.
– No puede respirar -explicó Olivia.
– Sí puede -aseguró la enfermera-. Está bien.
Todo lo bien que podía estar dadas las circunstancias. Sin embargo Olivia sabía que no era así y le humedeció la frente con un paño. Luego la incorporó un poco, y Victoria despertó y sonrió.
– No te preocupes, Ollie…Édouard me espera.
– ¡No! -exclamó Olivia, espantada por la expresión de su rostro. Su hermana iba a morir y nadie hacía nada-. No puedes abandonarme, maldita sea, no puedes rendirte…
– Estoy cansada, Ollie… Déjame marchar.
– No -dijo mientras sentía que luchaba con el mismísimo diablo.
– De acuerdo… seré buena… duérmete -concedió Victoria.
Olivia la mantuvo en sus brazos hasta que se durmió de nuevo. Más tarde Victoria abrió los ojos, la miró sonriente y, cuando su hermana le dio un beso, le susurró al oído que la quería.
– Yo también te quiero.
Olivia apoyó la cabeza sobre la almohada y soñó que eran niñas. Jugaban en un prado de Croton junto a la tumba de su madre, y su padre las miraba riendo. Todos parecían muy felices.
Cuando despertó a la mañana siguiente, su hermana ya se había ido, con una leve sonrisa en los labios. Olivia había intentado retenerla, pero Victoria había decidido ir a jugar con los otros.