CAPITULO 16

El viaje de regreso en el Aquitania se les antojó muchísimo más largo que el de ida. Victoria había conocido a Andrea Hamilton en el barco y pasaban mucho tiempo juntas comentando sus últimas teorías sobre el sufragio. A Charles ya no le interesaba el tema, que obsesionaba cada vez más a su esposa. No se trataba de un capricho pasajero, era su razón de vivir. A pesar de que conocía sus ideas antes de casarse, jamás había pensado que fueran tan arraigadas. Victoria sólo hablaba y leía sobre la libertad de las mujeres, era lo único que le importaba.

– Esta noche cenamos en la mesa del capitán -anunció él con voz somnolienta mientras estaban sentados en cubierta-. He pensado que era mejor advertírtelo.

– Muy amable de tu parte -repuso Victoria sin mayor interés-. ¿Te apetece un baño?

Era en momentos como ése cuando Charles era consciente de la diferencia de edad entre ambos. Él era feliz tumbado al sol, pero Victoria necesitaba actividad. Media hora más tarde bajaron a la piscina, y Charles se esforzó por no prestar demasiada atención al cuerpo de su mujer, enfundado en un traje de baño negro. Mientras nadaban admiró su estilo y su esbelta figura. Cuando salieron del agua, ella parecía sentirse mejor.

– Eres una buena deportista -comentó Charles al tiempo que la contemplaba. En ese momento recordó a su gemela y se preguntó si, tras dos meses de convivencia con Victoria, le resultaría más fácil distinguirlas-. ¿ Has echado mucho de menos a Olivia? -preguntó mientras se secaban al sol.

– Muchísimo. Jamás pensé que podría vivir sin ella. Cuando era pequeña estaba convencida de que, si nos separaban, me moriría.

– ¿ y ahora? -inquirió con curiosidad. Había muchas cosas sobre las hermanas que le intrigaban.

– Ahora sé que puedo, pero no quiero. Me gustaría que viviera con nosotros en Nueva York, pero sé que nunca abandonará a nuestro padre. Además, él desea que se quede allí para cuidarle, lo que no es justo.

Charles compartía su opinión, y así se lo había manifestado a Olivia cuando la joven le visitó en Nueva York.

– Quizá logremos convencerla, o al menos de que pase largas temporadas con nosotros. A Geoff le encantaría.

– ¿Te importaría que viviera con nosotros?

– No, en absoluto. Olivia es una mujer inteligente, educada, muy bondadosa y siempre está dispuesta a ayudar.

Charles se fijó en que la expresión del rostro de su esposa había cambiado de pronto.

– Quizá deberías haberte casado con ella en lugar de conmigo -replicó Victoria con tono desabrido.

– No fue ella a quien me ofrecieron.

Charles seguía enfadado porque no le habían explicado ciertas cosas. Para empezar, Victoria no había sufrido un desengaño amoroso, sino que había tenido una aventura con un hombre casado que se había aprovechado de ella y la había dejado embarazada. No obstante, a esas alturas estaba dispuesto a aceptarlo todo.

– Quizá te gustaría que algún día se hiciera pasar por mí. Charles frunció el entrecejo.

– Eso no tiene ninguna gracia. -La posibilidad de que le engañaran le hacía sentir muy incómodo-. ¿ Subimos? -preguntó al cabo de unos segundos, y ella asintió.

En las últimas semanas no hacían más que discutir, incluso por tonterías.

Esa noche, durante la cena sólo se habló de la guerra en Europa. Victoria disfrutó con la conversación y aportó muchas ideas interesantes, aunque algo radicales. Charles se sentía orgulloso de ella mientras la escuchaba, pues era una mujer muy inteligente; era una lástima que la convivencia fuera tan difícil.

Al final de la velada dieron un paseo por cubierta. La noche era hermosa. Victoria encendió un cigarrillo y contempló el océano en silencio.

– Y bien, ¿ qué te ha parecido nuestra luna de miel? -preguntó Charles con una sonrisa-. ¿Te lo has pasado bien?

– A veces sí. ¿ Y tú?

– Ha sido entretenida, pero nada fácil. Supongo que sólo te toca la lotería una vez. -Se refería a Susan. Por su parte, Victoria había tenido a Toby, a quien, aunque no era un santo, había amado con locura-. Quizá sea cuestión de tiempo que acabemos queriéndonos. A veces pasa.

Sin embargo, ninguno de los dos lo creía posible en su caso.

– Y ahora ¿qué? ¿Me convertiré en un ama de casa?

– ¿Tiene usted algún otro plan, señora Dawson? ¿Preferiría ser médico o abogado?

– La verdad es que no; me gusta más la política. Desearía volver a Europa ahora que está en guerra e implicarme de algún modo. Quizá podría ofrecer mi ayuda.

– ¿Para qué? ¿Para conducir una ambulancia o algo así?

– ¿Por qué no?

– Ni se te ocurra. Ya tengo bastante con las manifestaciones de las sufragistas. Guerras no, gracias. -Al oírle Victoria se preguntó si podría detenerla si deseaba regresar a Europa. Olivia desaprobaría la idea, pero desde que zarparon de Southampton no pensaba en otra cosa. Tenía la impresión de que se perdía algo muy importante al re gresar a Estados Unidos y dejar atrás la emoción y la aventura-. ¿ Qué me dices de Geoff? ¿ Qué lugar ocupará en tu vida? ¿Le dedicarás algún tiempo? -preguntó Charles con inquietud.

– No te preocupes, cuidaré de él.

– Bien -repuso él, satisfecho con su respuesta.

Regresaron al camarote, y esa noche Charles no se acercó a ella. Le faltaban la energía y el valor necesarios para ello. A la mañana siguiente se llevó a cabo un simulacro de emergencia con los botes salvavidas, ejercicio que adquiría mayor importancia dada la existencia de una guerra. Victoria pensó que traería malos recuerdos a Charles, por lo que su sorpresa fue mayúscula cuando, al regresar al camarote, la besó sin decir anda.

– ¿ A qué viene esto? -preguntó con asombro, y él sonrió.

– Por estar casada conmigo. No ha sido nada fácil, pero me esmeraré cuando lleguemos a casa, Tal vez nos ayude la actividad cotidiana. La presión es demasiado fuerte durante la luna de miel. -Charles se refería a su fracasada vida sexual.

Esa noche lo intentaron de nuevo y en esta ocasión logró penetrarla. Victoria se esforzó por complacerle, pero para ella no había sido mejor que la primera vez. Charles se sentía muy angustiado. En el pasado el sexo había sido algo maravilloso para él, a resultas del cual había nacido Geoff. Sin embargo la relación que mantenía con Victoria sólo provocaba un vacío en su interior. Se preguntó si existía alguna esperanza para ellos mientras contemplaba a Victoria dormir a su lado. Ya no se sentía tan optimista como antes. Al día siguiente, al amanecer, se hallaban en cubierta cuando el barco pasó junto a la estatua de la Libertad y por primera vez se sintieron unidos. Les emocionaba regresar a casa. Olivia les había anunciado por carta que les recogerían en el muelle y, tan pronto como el navío entró en el puerto a las diez de la mañana, comenzaron a escrutar a la multitud allí congregada. Por fin Victoria les localizó, lanzó un grito y saludó con la mano. Su hermana la divisó y empezó a dar saltitos junto con Geoff. Su padre también les había acompañado, e incluso el perro había acudido a recibirles.

Victoria apenas podía contener la emoción cuando descendió corriendo por la pasarela y se arrojó en brazos de su hermana. Las gemelas comenzaron a dar vueltas al tiempo que reían y lloraban. Cuando por fin se detuvieron, Charles observó que aún le resultaba imposible distinguirlas. Ambas lucían un vestido rojo idéntico, y se vio obligado a buscar el anillo en la mano de su esposa para diferenciarlas.

– Supongo que hay cosas que nunca cambian -comentó con una sonrisa cuando las hermanas se abrazaron de nuevo.

Olivia reconoció que alguna vez había pensado que se moriría sin su hermana.

– Sin embargo Geoff me ha cuidado muy bien -añadió mientras miraba al niño con orgullo. Era un muchacho encantador y se habían divertido mucho juntos ese verano.

– ¿Qué tal la luna de miel? -preguntó Henderson.

– Maravillosa -se apresuró a responder Charles-, excepto por la guerra en Europa, claro está, pero nos marchamos a tiempo.

– Parece que se ha organizado un buen lío -repuso Edward Henderson mientras los agentes de aduanas revisaban el equipaje.

Habían abierto la casa de la Quinta A venida. Se alojaría allí con Olivia unos días para tener la oportunidad de visitar a los recién casados y ocuparse de algunos negocios. Geoff no sabía adónde ir. Por un lado tenía muchas ganas de estar con su padre, pero por otro no le apetecía abandonar a Olivia, que se había convertido casi en una madre para él.

– Ollie ha sido muy buena conmigo. Hemos cabalgado y nadado cada día, y también hemos organizado algún picnic. Incluso me ha comprado un caballo -explicó a su padre mientras cargaban los baúles en el Ford.

Cuando llegaron a la vivienda del East Side, percibieron el toque especial de Olivia, que había indicado a la sirvienta que aireara las habitaciones, cambiara las sábahas y colocara flores en todas las estancias. No parecía la misma casa. Además había regalos tanto para el matrimonio como para Geoffrey.

– ¿Quién ha hecho todo esto.? -preguntó Charles con estupefacción.

Victoria, en cambio, sí sabía quién era la responsable y no se sentía demasiado complacida. Ahora ése era su hogar y podía hacer en él lo que quisiera. No deseaba que Olivia la ridiculizara desde un principio exhibiendo sus habilidades domésticas.

– Seguro que ha sido Olivia -susurró.

– Ojalá nos visite muy a menudo -repuso su esposo en son de broma.

Olivia había pedido a la sirvienta que preparara una limonada fría y, mientras los hombres conversaban en el salón y Geoff jugaba en el jardín con el perro, ayudó a su hermana a deshacer el equipaje.

– Jamás pensé que podría estar sin ti… Ha sido terrible -admitió Victoria.

– No me lo creo. ¿Te lo has pasado bien?

No deseaba entrometerse en la vida matrimonial de su hermana, pero necesitaba saber que era feliz.

Su hermana tardó en contestar.

– No estoy segura de poder seguir adelante, Olivia. Continuaré intentándolo, pero no debería haberme casado y sospecho que él piensa lo mismo. Siempre tiene a Susan presente, y yo no consigo olvidar a Toby…ni lo bueno ni lo malo. Se interpone entre nosotros.

– No puedes permitir que un hombre así destroce tu matrimonio. Debes olvidarle.

– ¿ Y Susan? Sigue enamorado de ella, no de mí -explicó Victoria con cierta tristeza pero sin amargura-. Jamás me ha querido ni me querrá. La teoría de que al final las personas que viven juntas acaban enamorándose es una tonte- ría; ¿ cómo se puede amar a un desconocido?

– Dale tiempo, os acostumbraréis el uno al otro. Geoffrey te ayudará.

– Ese niño me odia tanto como su padre.

– No digas eso -protestó Olivia, que no esperaba que las cosas fueran tan mal-. Prométeme que le darás tiempo, que no harás ninguna tontería.

– Ni siquiera se me ocurre ninguna.

A Olivia le pareció que su hermana se había hecho mayor de repente, pero tal vez sólo eran imaginaciones suyas.

– Nunca me he sentido tan perdida. ¿Qué debo hacer?

– Sé una buena esposa y muéstrate amable con su hijo. Al menos cumple con las promesas que pronunciaste el día de tu boda.

– ¿ Que le amaré, honraré y obedeceré? Es denigrante -exclamó antes de encender un cigarrillo.

– ¿Cómo puedes decir eso? -Olivia estaba espantada. Su hermana era incorregible. A pesar de lo mucho que la quería, sabía que en ocasiones se mostraba intratable-. Oye, ¿no le importará a Charles que fumes aquí?

– Espero que no. Ahora también es mi casa. -Sin embargo, lo cierto era que se sentía como una intrusa allí. Deseaba regresar a Croton con su padre y su hermana, pero sabía que no se lo permitirían-. ¿Te quedarás en Nueva York unos días? Ni siquiera sé por dónde empezar.

Olivia sonrió y asintió.

– Vendré a ayudarte cada día.

– Y después ¿ qué? -preguntó Victoria, que se retorcía las manos con nerviosismo. La presencia de su hermana la animó a expresar todos los miedos que albergaba-. ¿ Qué haré después? Ni siquiera sé cómo comportarme. No aguanto esta situación, Ollie… El viaje ha sido horrible -balbuceó entre sollozos.

– Oh, vamos… Tranquilízate. Todo se arreglará, yo te ayudaré.

Cuando Victoria se hubo calmado, bajaron al salón para reunirse con los hombres. Charles se alegraba de estar de nuevo en casa. Se sentía como en los viejos tiempos, cuando vivía con su primera esposa y había flores por to- das partes. Lo único que no acertaba a comprender era por qué la mujer que había traído los ramos y limpiado la vivienda no era la misma con la que se había casado.

Al cabo de unos minutos Henderson anunció que ya era hora de marcharse. Olivia dio un beso de despedida a Victoria, no sin antes prometerle que regresaría temprano al día siguiente para echarle una mano. Después se acercó a Geoff y lo abrazó con fuerza.

– Te voy a añorar mucho. Cuida bien de Chip y de Henry.

– Vuelve pronto -rogó el niño con tono sombrío.

Olivia y su padre bajaron por la escalera de la entrada y los Dawson cerraron la puerta para empezar una nueva vida juntos.

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