No volvieron a hablar del tema durante el resto de la estancia de Victoria en Croton. Olivia tenía intención de visitarla al cabo de unas semanas, pero el estado de salud de su padre empeoró y tardó en recuperarse. Después ella contrajo una fuerte gripe, de modo que hasta finales de febrero no pudo viajar a Nueva York. Entonces descubrió que nada había cambiado. Victoria se enfadaba por cualquier cosa, y Charles se mostraba huraño. Al día siguiente de su llegada Geoff comenzó a tener fiebre.
Victoria estaba ausente cuando Olivia lo notó. A última hora de la mañana el niño casi deliraba, por lo que avisó al médico y a Charles, que acudió de inmediato.
– ¿Dónde está? -preguntó refiriéndose a Victoria. Olivia tuvo que reconocer que no lo sabía.
El cuerpo de Geoffrey pronto se llenó de granos, y el doctor diagnosticó que se trataba de un caso grave de sarampión.
Victoria regresó a las siete de la tarde. Había asistido en el consulado británico a una conferencia sobre los submarinos alemanes que bloqueaban las costas de Inglaterra, a la que siguió un té en el que había charlado largo rato con varios invitados. Ni siquiera se le ocurrió llamar a Charles para advertirle de que se retrasaría. Cuando llegó, Olivia humedecía la frente de Geoffrey con una esponja.
– ¿Qué le pasa? -susurró al verle.
– Tiene el sarampión; está muy enfermo. Estaba pensando en llamar a Bertie, porque el niño tardará unas semanas en reponerse. ¿ Quieres que me quede? -preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
– Dios mío… sí, por favor… ¿Cómo está Charles? -Quería saber si se había enfadado.
– Me parece que está preocupado por ti. -Era una forma agradable de decir que estaba furioso.
Victoria bajó al salón para reunirse con él.
– ¿Dónde has estado? -preguntó su esposo con irritación tan pronto como la vio.
– En el consulado británico; pronunciaban una conferencia sobre submarinos alemanes.
– Increíble, mi hijo con una fiebre altísima, y tú estás en una conferencia sobre submarinos. Fantástico.
– No tengo telepatía, Charles, no sabía que se pondría enfermo hoy -repuso con mayor tranquilidad de la que sentía.
– ¡Se supone que tienes que estar aquí para cuidar de él! -exclamó Charles-. ¿Crees que es lógico que tenga que dejar el trabajo porque nadie sabe dónde está su madre?
– Su madre está muerta, Charles; yo soy sólo una sustituta -replicó con frialdad.
– Y no muy buena, la verdad. Olivia se preocupa más por él que tú.
– Tendrías que haberte casado con ella. Seguro que sería mejor esposa para ti.
– Tu padre me ofreció a ti, no a ella -le recordó con amarga tristeza.
Se odiaba por decirle todas esas cosas, pero su relación se deterioraba cada vez más. Ya no sabían qué hacer, no había solución alguna, tendrían que seguir juntos hasta la muerte. Victoria le había planteado la posibilidad de di- vorciarse, pero era algo impensable para él.
– Quizá si hablas con mi padre acepte cambiarme por ella, como un par de zapatos. ¿ Por qué no se lo pides? -inquirió la joven, que se sentía tan atrapada como él.
El hecho de que ya no tuvieran ninguna clase de relación física demostraba que lo poco que había habido entre ellos ya no existía. El último intento fue en enero y ambos juraron para sí no repetirlo; la experiencia les resultaba demasiado dura y dolorosa, era un reflejo de todos sus problemas. Charles estaba decidido a no volver a tocarla jamás, aun cuando eso significara guardar abstinencia durante el resto de su vida. No valía la pena.
– Tus comentarios no tienen ninguna gracia -replicó-, y tu actitud tampoco. Espero verte aquí cada día con nuestro hijo… mi hijo, si prefieres… Debes cuidar de él hasta que se recupere. ¿Te ha quedado claro?
– Sí, señor -respondió Victoria con una reverencia. Acto seguido añadió con tono más serio-: ¿Te importa si mi hermana se queda para ayudarme?
– Para cuidar de Geoff, querrás decir -corrigió con sarcasmo. Era consciente de que su esposa no sabía cómo atender a un niño enfermo-. Me da igual quién se ocupa de él. De todos modos no os distingo…
– Muy bien -repuso ella antes de salir para reunirse con su hermana.
Deseaba dormir con ella esa noche, pero sabía que si lo hacía Charles se enfurecería todavía más. Aunque no tenía intención de tocarla, no quería que nadie más estuviera al tanto de su vida privada, y mucho menos Olivia.
– ¿Cómo está? -preguntó ésta al verla.
– No muy contento.
A Victoria le reconfortaba su compañía, tener cerca a alguien con quien hablar y en quien confiar, aunque le resultaba embarazoso admitir que su matrimonio era un desastre. De todos modos Olivia intuía que algo iba mal después de oír los gritos de Charles.
Pasaron juntas casi un mes en la pequeña casa del East River. Geoff estuvo enfermo tres semanas, y Olivia jamás se apartó de su lado. Charles agradecía los cuidados que dedicaba a su hijo, y le aliviaba saber que Victoria también se había ocupado del pequeño, pues la había visto sentada algunas veces junto a su cama. Sin embargo estaba equivocado, siempre era Olivia quien atendía a Geoffrey, pero algunas veces había fingido ser su hermana; era el único aspecto en que estaba dispuesta a engañarle. Por otro lado, advertía que la relación de la pareja no iba bien, pero seguía convencida de que con el tiempo resolverían sus problemas, aun cuando nunca tuvieran hijos, algo a lo que se había resignado después de que Victoria le explicara que no existía ni la más mínima posibilidad.
Su hermana no había comentado que su esposo la había acusado de reanudar su relación con Toby. A Charles le costaba creer que, después de haberse entregado a él sin ningún recato, fuera ahora capaz de vivir como una monja, sobre todo porque apenas paraba en casa. No obstante, las actividades de Victoria eran del todo inocentes, pero consideraba que no tenía por qué darle explicaciones. Últimamente había conocido a un general en la embajada francesa y varios coroneles en el Club Británico que habían insistido en la necesidad de que se prestara ayuda a los países que estaban en guerra.
Cuando a finales de marzo Olivia regresó a Croton, estaba exhausta. Vivir en esa casa tan pequeña le había crispado los nervios, y cuidar a Geoffrey le había resultado agotador. Era un alivio disfrutar del aire libre y montar a caballo. Por mucho que quisiera a su hermana y su familia, le confortaba pensar que no les vería hasta Semana Santa.
Cuando en Pascua llegaron los Dawson, los ánimos estaban más calmados. Después de diez meses batallando, Victoria y Charles estaban rendidos y Geoff todavía estaba débil a consecuencia de su enfermedad, pero gracias a los cuidados que le prodigó Olivia se recuperó totalmente; dos de sus compañeras del colegio habían fallecido en la epidemia.
Una tarde, Charles y Olivia salieron a pasear por la orilla del río Hudson. Él le agradeció todos sus esfuerzos, y permanecieron un buen rato en silencio. La joven intuía la pena que le embargaba y lo comprendía; había estado ena- morado una vez y se había conformado con menos en un momento de inconsciencia; a pesar de decir que lo hacía por su hijo, lo único que había pretendido era protegerse de un dolor futuro. Charles la miró unos instantes sin decir nada y luego se encaminaron hacia la casa. Olivia le puso una mano en el brazo, pero al advertir que se compadecía de él el abogado se alejó de su lado. Era doloroso sentir tanto cariño por su cuñada, no quería que le recordara lo que faltaba en su matrimonio.
Olivia empezaba a pensar que su hermana se había resignado por fin a su destino cuando el día antes de partir entró en su antiguo dormitorio y la miró de hito en hito.
– Tengo que hablar contigo.
Por un momento Olivia esperó que le anunciara que estaba embarazada, pues sería la solución a sus problemas, el vínculo la uniría a Charles para siempre. No estaba preparada para las palabras que oyó.
– Me voy.
– ¿Qué?
– Ya me has oído. Lo tengo decidido. No aguanto ni un minuto más.
– No puedes hacerles eso. ¿Cómo puedes ser tan egoísta? -Olivia no pensaba en lo mucho que extrañaría a su hermana, si no en lo doloroso que sería para Charles y Geoffrey.
– Me moriré si me quedo, de verdad. -Victoria, que caminaba con nerviosismo de un lado a otro de la habitación, se detuvo de pronto y agregó-: Hazte pasar por mí, por favor. Yo me marcharé de todas maneras, pero al menos de esta forma tú estarás con ellos, si es que tanto te preocupan.
– ¿Adónde piensas ir? -inquirió Olivia con consternación.
– A Europa, a Francia, creo. Trabajaré en el frente conduciendo ambulancias.
– Apenas sabes francés…recuerda que yo hice todos los exámenes por ti…
– Ya aprenderé. Ollie…no llores… Hazme este favor, te lo ruego… Tres meses, es todo lo que necesito. Zarparé dentro de tres semanas y regresaré a finales del verano. Escucha, he pasado la vida leyendo, asistiendo a conferencias, defendiendo aquello en lo que creo, pero siempre me he mantenido al margen de todo, nunca he hecho nada importante. Nunca he hecho nada por nadie…no como tú… que te entregas a los demás…-Victoria hablaba con tal determinación que Olivia sintió miedo.
– Quédate aquí conmigo, me ayudarás a replantar el jardín…Victoria…no te vayas, por favor…¿y si te ocurre algo? -No soportaba la idea de perder a su hermana para siempre.
– No me pasará nada, te lo juro -afirmó Victoria al tiempo que la abrazaba-. Debes comprenderlo, no puedo seguir viviendo así. No estamos hechos el uno para el otro. Tal vez nos convenga estar separados por algún tiempo; quizá cuando vuelva las cosas cambien…
– ¿Por qué no se lo explicas? -preguntó Olivia después de sonarse la nariz-. Es un hombre inteligente, quizá lo comprendá.
– Nunca me dejaría marchar.
– Si yo ocupo tu lugar pensarán que soy yo quien se ha ido.
– Diremos que has decidido pasar unos meses en California, que la vida te resulta muy dura sin mí.
– Todos pensarán que soy un monstruo por dejar a papá -afirmó al tiempo que meneaba la cabeza. No se veía capaz de hacerlo.
– Creo que papá lo comprenderá -repuso Victoria, que comenzaba a albergar la esperanza de que Olivia aceptara.
Sin embargo ésta la miró y negó con la cabeza; se había dado cuenta de lo que supondría ceder a los deseos de su hermana y no estaba dispuesta a pasar por eso. Victoria adivinó sus pensamientos y dijo:
– No te preocupes, no te tocará. Hace meses que no hay nada entre nosotros, y nunca lo habrá, no queremos.
La revelación asombró a Olivia, que preguntó:
– ¿ Por qué? -Charles era tan vital y cariñoso.
Además era todavía muy joven. No lo comprendía, por lo que sospechó que se trataba de una imposición de su hermana.
– No lo sé -contestó Victoria con expresión meditabunda-. Hay demasiados fantasmas… Susan… Toby… El caso es que algo no funciona entre nosotros; supongo que es porque no nos queremos.
– No me lo creo.
– Es cierto, jamás nos hemos amado.
– ¿ Y cuando regreses? ¿ Qué habrá cambiado entonces?
– Quizás entonces tenga valor para dejarle.
– ¿ Y si me niego a ocupar tu lugar?
– Le dejaré de todos modos, sin decirle adónde voy, porque no quiero que me encuentre, y regresaré cuando me sienta preparada. Te escribiré a la casa de la Quinta Avenida; podrás recoger las cartas allí sin que nadie se entere.
Olivia comprendió que lo tenía todo planeado. El gran obstáculo era su padre, tenía miedo de que la marcha de Victoria le partiera el corazón. Sin embargo el vínculo que las unía era más fuerte, siempre se dejaba arrastrar por su hermana, pero lo que proponía era una locura, no podía tomar su lugar, a su marido y a su hijo. De pronto pensó en Geoffrey.
– El niño lo notará. Es el único al que no podemos engañar, aparte de Bertie.
– No es tan difícil. Sólo tienes que comportarte como yo. No seas tan buena con él-dijo Victoria con una sonrisa.
– ¿No te avergüenza decir una cosa así?
– No, porque soy muy mala…De acuerdo, me portaré mejor con él y Charles en las próximas semanas; así no advertirán la diferencia cuando ocupes mi lugar. Hasta dejaré de fumar…¡Qué horror! -Sonrió-. Y sólo beberé una copita de jerez de vez en cuando, y únicamente si Charles me la ofrece.
– Menudo sacrificio -replicó Olivia con sarcasmo-. ¿Qué te hace pensar que aceptaré tu propuesta?
– ¿ Lo harás? -Victoria contuvo el aliento.
– No lo sé.
– ¿ Lo pensarás?
– Quizá.
Era una oportunidad de estar con ellos y, más importante todavía, de evitar que Victoria destruyera su matrimonio por completo. Si adoptaba su identidad, Charles nunca se enteraría de que su mujer se había ido y después, cuando regresara, Victoria recuperaría el puesto que le correspondía. Si no accedía, su hermana se marcharía igualmente sin pensar en nada ni en nadie. Impedir el desastre era quizás incluso más importante que cuidar de su padre. Además, estaría cerca, en Nueva York, y viajaría a Croton siempre que la necesitara.
– ¿ Lo harás? -Victoria leía sus pensamientos-. Papá estará bien, y tú no irás muy lejos.
– No, pero él pensará que he huido sin preocuparme por cómo está.
– Quizá se lo merezca. Sólo desea mantenerte a su lado para que cuides de él, por lo que es muy difícil que encuentres un marido.
Olivia se echó a reír por el modo en que su hermana planteaba la situación, pero sabía que tenía razón.
– No quiero un marido, muchísimas gracias. Ya estoy bien así.
No obstante, hubo un tiempo en que le hubiera encantado estar con Charles. Nunca sabría si lo suyo habría funcionado, porque aunque decidiera ocupar el lugar de Victoria, sólo sería por una temporada corta, y con el único propósito de ayudar a la pareja, no por gusto, se dijo para convencerse de la honradez de sus intenciones, pues la idea le parecía de repente muy atractiva.
– Puedes quedarte con mi marido todo el tiempo que quieras, tres meses o para siempre -repuso con tono jocoso Victoria, que no había olvidado que Olivia había sentido cierta atracción por Charles en el pasado.
No obstante era consciente de que jamás intentaría robarle a su esposo, pues era demasiado honrada y fiel. Además, su hermana no había vuelto a pensar en él desde un punto de vista amoroso después de su matrimonio y en verdad les deseaba toda la felicidad del mundo.
– Será mejor que vuelvas al final del verano. De lo contrario explicaré la verdad a todos y yo misma iré a buscarte.
– Entonces ¿aceptas? -inquirió Victoria con asombro.
– Sólo si prometes volver convertida en una esposa y madre ejemplar.
La sonrisa de Victoria se desvaneció al instante.
– No puedo prometerte eso porque no sé qué ocurrirá después. Quizá no quiera saber nada más de mí.
– Entonces hay que procurar que no se entere de tu marcha. ¿Cuándo zarpas?
– El I de mayo.
Quedaban tres semanas para preparar a su padre y organizarlo todo antes de suplantar a Victoria. Se contemplaron largo rato en silencio. Olivia asintió, su hermana brincó de alegría y se abrazaron. Durante los siguientes minutos lo planearon todo con sumo cuidado. Olivia se preguntaba en qué embrollo se había metido, estaba segura de que en las próximas tres semanas le asaltarían dudas de toda índole, pero Victoria jamás le permitiría echarse atrás.
Descendieron por la escalera cogidas del brazo. Geoff estaba en el vestíbulo jugando con el cañón, y de manera instintiva ambas supieron cuál sería el siguiente paso. Victoria introdujo la mano en que lucía su alianza de boda en el bolsillo y sonrió con dulzura.
– Parece un juego muy interesante -observó mientras acariciaba la cabeza del niño-. ¿ Por qué no te sientas un rato y tomas un poco de limonada y unas galletas?
Geoffrey le dedicó una sonrisa adorable y, acto seguido, disparó el cañón, cuyo proyectil abatió a doce soldados. Olivia le miró con el entrecejo fruncido.
– No deberías jugar con eso -dijo con frialdad. Geoffrey masculló una disculpa.
– Lo siento, Victoria, papá me ha dicho que podía estar aquí. -Después guiñó el ojo a la mujer que creía era su tía Ollie.
Olivia no daba crédito a lo que veía, era la primera vez que lograban engañarle.
– Todo saldrá bien -le susurró Victoria mientras servía un vaso de limonada a Geoffrey.