CAPITULO 13

La boda fue un éxito. Como era habitual, Olivia no había descuidado ningún detalle. Tantos meses de preparación habían dado su fruto: la comida estaba exquisita, la decoración era magnífica, las flores, las más hermosas, y las es- culturas de hielo permanecieron intactas durante casi toda la fiesta. Habían contratado una orquesta de Nueva York y todos bailaron. Los invitados jamás habían visto a una novia tan guapa. Aunque habían oído algunos rumores, les costaba creer que fuesen ciertos al verla tan enamorada de su atractivo marido. Cuatrocientas personas aplaudieron cuando los novios bailaron el Danubio azul.

Olivia también estaba preciosa. Primero bailó con su padre, luego con Charles y Geoffrey. Ya era tarde cuando concedió un segundo baile a Charles. Victoria pronto se quitaría el vestido de novia y se pondría el traje que había preparado para el viaje a la ciudad. Los novios pasarían la noche en el Waldorf-Astoria y embarcarían al día siguiente en el Aquitania. Olivia y Edward habían planeado despedirles en el puerto con Geoff pero, como al niño le asustaba que su padre viajara en barco, decidieron que lo mejor era decirles adiós en Croton.

– Has hecho un trabajo estupendo,Olivia. Se te da muy bien organizar fiestas -alabó Charles.

– Gracias a la experiencia que he adquirido llevando la casa de mi padre durante tantos años. Me alegro de que todo haya salido tan bien. Dime, ¿te sientes diferente ahora que eres un hombre casado?

– ¿ No lo notas en mi forma de bailar? Los grilletes pesan una barbaridad.

– Eres incorregible. -Olivia rió. Le complacía verle tan contento.

Victoria se mostraba por fin más tranquila. Saludaba a los invitados con toda naturalidad y bailaba tanto con los viejos amigos de su padre como con los compañeros de su marido. Mientras Olivia bailaba con Charles, Victoria le indicó con una seña que ya era hora de cambiarse, y su hermana se apresuró a seguirla.

Victoria la esperaba sonriente al pie de la escalera.

– ¿ Se puede saber qué te ha pasado? Parece que de repente estás disfrutando -susurró Olivia mientras subían.

– No lo sé, no estoy segura. Al final decidí dar el paso y dejar de preocuparme.

Olivia adivinó que había bebido; no mucho, pero sí lo suficiente para estar más relajada.

– Bien hecho. Todo saldrá bien, ya lo verás.

Victoria se desprendió del maravilloso traje de novia, y Olivia le tendió el vestido de seda blanco que había encargado para el viaje a Nueva York.

– ¿ Qué haré sin ti? -preguntó Victoria.

Olivia sintió pánico.

– No lo pienses. Yo te esperaré aquí, con Geoffrey -respondió al tiempo que contenía las lágrimas.

Victoria la abrazó.

– Ollie, no puedo dejarte.

– Lo sé, lo sé. -Le costaba mostrarse valiente-. Pero no hay más remedio. Dudo de que a Charles le gustara que Geoffrey ocupara tu lugar y tú te quedaras aquí conmigo.

– Probémoslo. Tal vez no le importe.

Se echaron a reír a pesar de la tristeza que sentían; era el peor momento de sus vidas.

Al cabo de media hora salieron de la habitación con los ojos enrojecidos por el llanto y la cara bien empolvada.

– ¿ Dónde os habíais metido? -preguntó su padre, que las esperaba junto a Charles.

Había llegado el momento de lanzar el ramo. Se dirigieron al porche y Victoria se apostó en lo alto de la escalera frente a un grupo de jóvenes solteras, entre las cuales, más por compromiso que por interés, se encontraba Olivia. Apuntó hacia su hermanar le arrojó el ramo. Ésta no tuvo más remedio que cogerlo o le hubiera golpeado en la cara. Algunas invitadas exclamaron entre risas «trampa», «trampa», pero a nadie le importaba. Minutos después los novios estaban junto al coche. Las gemelas se estrecharon, y Charles observó que Edward estaba tan triste como sus hijas.

– Te quiero… cuídate mucho… -susurró Olivia.

Victoria, incapaz de hablar, asintió y besó a su padre antes de entrar en el vehículo sin dirigir ni una palabra a Geoffrey. Charles le abrazó, estrechó la mano de su suegro y dio un beso en la mejilla a su cuñada.

– Cuídala bien -balbuceó Olivia.

Charles la miró con cariño.

– Lo haré. Dios te bendiga, Olivia. Si nos ocurriera algo… te ruego que te ocupes de mi hijo.

– No os pasará nada -afirmó ella con una sonrisa. Charles subió al coche y los recién casados dijeron adiós con la mano. Edward, Olivia y Geoffrey permanecieron inmóviles. Se sentían abandonados, como náufragos en una isla desierta. Sin decir nada, Olivia apretó a Geoffrey contra sí. Aquél sería un verano muy largo.


Cuando se alejaron, Charles ofreció su pañuelo a su esposa. A pesar de que era consciente de su dolor, no sabía cómo consolarla. En los últimos meses había empezado a comprender el vínculo tan especial que unía a las gemelas.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó cuando Victoria se sonó la nariz por tercera vez.

– Creo que sí -respondió, e intentó sonreír, pero enseguida rompió a llorar con más fuerza.

Nunca había estado tan triste, ni siquiera cuando Toby la abandonó.

– Al principio será difícil, pero te acostumbrarás. Debe de haber otras gemelas que se hayan casado y vivido separadas. ¿No habéis preguntado nunca sobre el tema? -Victoria negó con la cabeza y se arrimó a él en busca de consuelo. Charles se conmovió ante su gesto. Sin Olivia, parecía tan vulnerable-. Te divertirás en el barco. ¿ Has subido a bordo de alguno?

Victoria negó con la cabeza y suspiró. Charles intentaba confortarla, pero ella se sentía muy sola sin Ollie.

– Lo lamento -dijo, y pensó de nuevo en lo atractivo que estaba, pero no era como Toby ni le quería tanto como a él-. No esperaba que fuera tan duro.

– Tranquila -dijo Charles mientras la abrazaba. Apenas hablaron durante el resto del viaje y, esa noche, cuando se acostó, Victoria estaba tan exhausta y abrumada por las emociones del día que se durmió antes de que su marido saliera del cuarto de baño.

Charles, que había encargado una botella de champán, no pudo evitar sonreír al verla.

– Buenas noches -susurró mientras la tapaba-. La vida es larga y habrá muchas ocasiones de beber champán.

Se dirigió a la otra habitación, se sirvió una copa y pensó en su hijo y su cuñada.

En esos momentos, Olivia dormía en la misma cama que Geoff, que tenía a Henry, el mono de peluche, debajo del brazo. También Chip se había unido a ellos. A Charles se le hubiera enternecido el corazón de haberlos visto. Poco después entró sigilosamente en el dormitorio y contempló a su esposa. Se preguntó cómo sería la vida de casado con ella. Por un lado, le excitaba la idea; por el otro, le aterraba. Era algo muy difícil de imaginar.

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