CAPITULO 26

Tal como había prométido, Charles pasó el último fin de semana de junio con ellos. La herida de Olivia había cicatrizado, y Geoff mantuvo su secreto. Cuando se marcharon de Croton, Edward estaba bien de salud y Bertie se mostró apenada por su partida, pero la familia Dawson estaba entusiasmada con sus vacaciones en la playa.

Charles había alquilado una casa en Newport, Rhode Island, donde solían veranear los Goelet y los Vanderbilt, que celebraban fiestas en sus grandes mansiones casi cada noche. El tiempo era maravilloso, Geoff y Olivia pasaban largas horas nadando y Charles, que jamás se había sentido tan feliz, jugaba sobre la arena con ellos como si fuera un chiquillo.

Después de pasar todo el mes de julio con su familia, el abogado regresó a la ciudad el I de agosto. Al igual que había hecho cuando su esposa y su hijo estaban en Croton, iba a Newport todos los fines de semana para estar con ellos. Cuando Olivia y Geoffrey se quedaban solos, el niño nunca la llamaba por su verdadero nombre ni mencionaba su secreto. A sus once años, era lo bastante mayor para comprender la situación. Solían dar largos paseos por la playa, tomar el té con amigos y recoger conchas para confeccionar un collage. Cuando Charles llegaba los viernes por la noche después de un largo viaje, siempre pensaba que valía la pena recorrer tantos kilómetros para estar con ellos.

– No sé cómo soporto toda la semana sin ti -solía comentar a su esposa.

Se sentía muy solo en Nueva York sin ella.

– ¿Cómo he podido vivir sin ti? -le dijo una noche mientras contemplaban la luna desde el balcón de su habitación. Charles anhelaba hacerle el amor, pero primero quería conversar con ella y disfrutar de su compañía. Su relación actual nada tenía que ver con el primer año de casados. Todo había cambiado cuando reconoció que la amaba.

Esa noche, mientras yacían juntos después de hacer el amor, le acarició la mejilla. Deseaba algo más de ella, pero no se atrevía a planteárselo porque conocía sus sentimientos al respecto. Sin embargo cabía la posibilidad de que también hubiera cambiado en ese aspecto como en todos los demás: hacía dos meses que no mencionaba a las sufragistas, aunque seguía devorando las noticias sobre la guerra en Europa; había cumplido su promesa de dejar de fu- mar, hábito que Charles consideraba inapropiado para una mujer, aunque al principio lo había encontrado divertido.

Al día siguiente organizaron un picnic en la playa y luego fueron a comprar una sombrilla para Olivia y unos zapatos para Geoff, que había crecido tanto durante el verano que todos los que tenía se le habían quedado pequeños. Cuando regresaban a casa, Olivia vio que una niña pequeña entraba en la calzada para coger una pelota que había caído entre dos coches de caballos y pronto se vio rodeada por las patas de los animales, que comenzaron a moverse inquietos. La madre de la criatura chilló, y Olivia corrió hacia los vehículos y agarró a la chiquilla, que no tenía más de tres años. La protegió con su cuerpo cuando una bestia levantó la pata y le hizo un leve rasguño. Aunque se sentía mareada, logró cruzar hasta el otro lado de la calle, con la niña sana y salva. La madre de la criatura rompió a llorar, mientras Charles se acercaba a Olivia seguido por Geoff.

– ¡Dios mío! ¿Quieres matarte o qué? -exclamó.

– Pero Charles… la niña… la pobre niña… -balbuceó con expresión aturdida, la cara muy blanca.

Charles advirtió que estaba a punto de desvanecerse y la cogió antes de que cayera al suelo. A voz en grito pidió un médico. Estaba seguro de que el caballo sólo la había rozado, pero quizás era más grave de lo que pensaba.

– ¿Qué ocurre? -preguntó una mujer.

– No lo sé -respondió Charles, que intentaba mantener la calma aunque temía perder a su esposa-. Se pondrá bien, hijo -dijo a Geoff que tenía los ojos llenos de lágrimas.

Tumbó a Olivia en el suelo y apoyó su cabeza sobre el paquete que llevaba Geoff.

– Está muerta, papá -sollozó el niño.

La gente comenzó a agolparse alrededor de ellos y por fin llegó un hombre que afirmó ser médico. Pidió que la llevaran a un restaurante cercano, la tendió sobre una banqueta y la examinó. No descubrió señales de que hubiera sufri – do una contusión, pero continuaba sin sentido, por lo que le aplicó hielo en la nuca y las sienes hasta que, poco a poco, recobró la conciencia y preguntó qué había sucedido.

– Que has salvado a una niña y casi te mata un caballo -respondió Charles, que se sentía asustado, aliviado y furioso a la vez-. Te agradecería que dejes a los demás hacer de héroes -añadió antes de besarle la mano.

Geoff se enjugó las lágrimas, estaba avergonzado de haber llorado.

– Lo siento -se disculpó ella, y miró al médico. Éste afirmó que no tenía nada grave y se ofreció a acompañarles al hospital si lo deseaban. Olivia declaró que deseaba ir a casa pero, cuando intentó ponerse en pie, casi se desmayó y tuvo que admitir que se encontraba muy mal.

– Creo que debería llevar a su mujer a casa para que descanse -explicó el doctor a Charles-. Lo más probable es que sea culpa del calor y la emoción. Llámeme esta noche si me necesita -agregó al tiempo que le tendía su tarjeta.

Charles fue a buscar el coche.

– ¿Estás bien, Ollie? -susurró Geoff cuando se hubo alejado.

– ¡Geoff! ¡No! -exclamó ella-. Recuerda lo que te dije.

– Lo sé… pero nadie nos oye y estaba muy asustado… pensaba que habías muerto.

– Pues estoy viva, y te desollaré vivo si vuelves a llamarme por mi nombre -amenazó con una sonrisa.

Charles llegó e insistió en llevarla en brazos hasta el vehículo, pero Olivia aseguró que se encontraba bien.

Por la noche se negó a cenar porque tenía náuseas.

– Llamaré al médico. No me gusta nada tu aspecto -observó Charles.

– Eres muy amable -repuso ella en broma.

Él sonrió. Le encantaba su sentido del humor, que ya no era tan agudo como al principio, sino más sutil.

– Ya sabes a qué me refiero. Temí que ese caballo te matara. Estás loca.

– La niña podría haber muerto -afirmó ella, que no se arrepentía de lo que había hecho.

– Tú también.

– Estoy bien -aseguró ella, y le besó en los labios con suavidad. Tenía que decirle algo. No sabía qué hacer, no lo había planeado. No obstante, no estaba dispuesta a renunciar a ello-. La verdad es que estoy muy bien.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– No sé cómo decírtelo.

Desconocía los sentimientos de Charles al respecto y sabía que su hermana no quería tener hijos.

– ¿Ocurre algo? -preguntó él. Olivia negó con la cabeza-. ¡ Victoria, por favor, dime qué te preocupa!

– Charles… estoy… estoy…

Él la miró y de repente lo comprendió todo.

– ¿Estás esperando un hijo, Victoria?

Ella asintió. En los últimos dos meses Charles no había tomado ninguna precaución pero, como su esposa no había protestado, no le concedió la mayor importancia, aunque le extrañaba su actitud, porque ella había dejado bien claro qué opinaba al respecto.

– Sí. -Olivia sospechaba que había quedado encinta el día de su aniversario. Ya la había examinado el médico, que había dicho que daría a luz a finales de marzo-. ¿ Estás enfadado?

– ¿Enfadado? -exclamó él-. ¿Por qué había de estar enfadado? Eras tú quien no quería tener hijos. ¿Estás enfadada tú conmigo? -preguntó con preocupación.

– Jamás me he sentido tan feliz.

– No puedo creerlo…¿Cuándo nacerá?

– En marzo -respondió Olivia, que se preguntaba qué haría cuando su hermana regresara.

¿Qué sucedería con el niño? ¿De quién sería? ¿Qué diría Victoria? Sería un escándalo terrible, pero ahora sólo podía rezar para que el futuro no llegara nunca, porque sería ella quien saldría perdiendo, sobre todo si Charles y Victoria reclamaban a su hijo. Prefería no pensar en ello.

Comunicaron la noticia a Geoff, que, aunque se mostró un poco sorprendido, no formuló ninguna pregunta. Padre e hijo cuidaban de Olivia como si estuviera hecha de cristal. Charles tenía miedo de hacer el amor con ella, pero no podía resistir la tentación. El médico de Newport le aseguró que no tenía por qué preocuparse, que todo saldría bien siempre y cuando no se excediera.

Cuando regresaron a Nueva York, Olivia se dirigió enseguida a la casa de la Quinta Avenida para recoger las cartas que le había enviado su hermana durante esos dos meses. Las manos le temblaban mientras las leía. Cuando abrió la última, sintió un gran alivio. Por varias circunstancias que le resultaba difícil explicar, era necesario que se quedara más tiempo allí, de modo que no regresaría al final del verano como había planeado. El corazón le latía muy deprisa mientras releía la misiva. Añoraba mucho a su hermana, pero eso era lo mejor que podía ocurrir. Olivia rezó para que Victoria se mantuviera sana y la perdonara.

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