Al día siguiente unos ruidos procedentes de la planta baja despertaron a Olivia. Mientras aguzaba el oído, recordó la terrible discusión con su hermana y se volvió para mirarla, pero descubrió que su lado de la cama estaba vacío. Se le- vantó, se cepilló el cabello y se puso una bata antes de bajar para averiguar a qué se debía tanto alboroto y de pronto lo recordó.
Al llegar a la planta inferior observó que había operarios por todas partes: en el jardín, desmontando la carpa, colocando muebles en su lugar y cargando con los ramos de flores que los invitados habían enviado en agradecimiento por la cena. Era un caos. La señora Peabody y el mayordomo estaban en medio supervisando su labor.
– ¿Has dormido bien? -preguntó Bertie sonriente.
Olivia asintió y se disculpó por no haberse levantado antes para ayudar.
– Anoche hiciste un buen trabajo, merecías descansar un poco -afirmó la mujer-. Me alegro de que hayas podido dormir a pesar del ruido. Dicen que la fiesta fue un éxito. A juzgar por la cantidad de flores que hemos recibido, debe de estar en boca de todo Nueva York. Por ahora he colocado la mayoría de los ramos en el comedor.
Olivia entró para verlos mientras se preguntaba dónde estaría Victoria y observó el primer pomo; dos docenas de rosas rojas de tallo largo con una tarjeta que rezaba: «Gracias por la noche más importante de mi vida». No estaba firmada, pero el sobre iba dirigido a su hermana. No era difícil adivinar quién las había enviado. El resto de las tarjetas sí llevaban firma y los mensajes eran más circunspectos, aunque quizá no tan bonitos. Descubrió un ramo precioso de Charles con una nota en la que agradecía a los tres la agradable velada. Sabía que era la primera fiesta a la que asistía desde la muerte de su esposa y se alegraba de que hubiera disfrutado. A ella le había gustado su compañía, aunque seguía enfadada con Victoria por haber variado la disposición de los asientos.
A continuación entró en la cocina y vio a Victoria, que tomaba una taza de café.
– ¿Has dormido bien? -preguntó. Olivia aún se sentía incómoda por la discusión de la noche anterior.
Era la pelea más grave que tenían desde hacía años, pero seguía convencida de que su hermana se encontraba en peligro.
– Muy bien, gracias -respondió Victoria cortésmente sin mirarla-. Me sorprende que hayas podido dormir con todo este ruido -añadió.
A Olivia le pareció que estaba muy hermosa esa mañana. Era curioso, pero siempre veía algo diferente, más excitante, en su hermana menor. Esa mañana sus ojos tenían un brillo inusitado.
– Estaba agotada.
Olivia no mencionó la disputa de la noche anterior, pero después de que le sirvieran una taza de café le preguntó si había visto las rosas.
– Sí -contestó tras titubear un momento.
– Sospecho quién las ha enviado, y supongo que tú también -comentó Olivia-. Espero que reflexiones sobre lo que te dije anoche, Victoria; estás en peligro.
– No son más que unas rosas, no hay que rasgarse las vestiduras por eso ni por lo que sucedió ayer. Toby es un hombre muy interesante, eso es todo. No hagas una montaña de un grano de arena -protestó Victoria.
Olivia había percibido el nuevo brillo en sus ojos y estaba asustada. Sabía que no olvidaría a Toby.
– Sólo espero que esta noche no pases todo el tiempo con él; si lo haces la gente empezará a hablar. Además, ten en cuenta que la fiesta se celebra en casa de la prima de su esposa, de modo que ten cuidado.
– Gracias por tus consejos -repuso Victoria, y se levantó de la mesa.
A pesar de ser gemelas, tenían un carácter muy diferente, y Olivia sintió un escalofrío al percibir el abismo que de repente las separaba.
– ¿ Qué vas a hacer hoy? -inquirió con aire inocente.
– Voy a asistir a una conferencia, ¿te parece bien? ¿O es necesario que pida tu autorización?
– Sólo preguntaba por curiosidad. No tienes por qué ser tan susceptible, ni maleducada. Además, ¿ desde cuándo me pides permiso? Lo único que esperas de mí es que te encubra, nunca te molestas en cosultarme nada.
– Hoy no será necesario que me encubras, gracias.
Era en situaciones como ésta cuando ambas deseaban tener más amigos, pero las circunstancias les habían privado del contacto con otras personas. Nunca habían contado con la compañía de nadie más, lo que la mayoría de las veces les gustaba, pero había momentos en los que se sentían solas.
– y tú ¿ qué piensas hacer hoy? Supongo que cosas de la casa, como siempre.
El comentario hizo que Olivia se sintiera una persona aburrida. A ella nadie le había enviado dos docenas de rosas rojas con una tarjeta anónima. El hombre al que admiraba había mandado una nota impersonal y para colmo dirigida a los tres. Por un segundo se preguntó si Victoria tendría razón y lo que sucedía era que estaba celosa.
– Ayudaré a Bertie a ordenarlo todo. Nuestro padre se volverá loco si este caos dura mucho tiempo. Me gustaría acabar de arreglar la casa antes del baile de los Astor.
– Qué divertido.
Victoria subió para cambiarse y una hora después se marchó luciendo un traje de seda azul oscuro y un bonito sombrero. Petrie la llevó en el coche al lugar donde se celebraba la conferencia en un barrio muy humilde, y regresó a casa de inmediato.
El resto del día pasó en un suspiro, y cuando Victoria volvió a primera hora de la tarde Bertie le encargó que indicara a los operarios que traían los muebles de un almacén cercano dónde debían colocarlos. Mientras tanto, Olivia intentaba reparar parte de los daños causados en el jardín durante la fiesta.
A las cinco la casa volvía a estar en perfecto estado, como si nada hubiera pasado. Bertie felicitaba a las dos chicas cuando Edward Henderson llegó.
– Nadie diría que ayer se celebró aquí una fiesta con cincuenta invitados -comentó-. Todo Nueva York comenta lo buenas anfitrionas que sois.
A Victoria no le impresionaron los elogios y unos minutos más tarde se retiró con el fin de arreglarse para la celebración de los Astor. Olivia ya había preparado los vestidos, un recatado modelo de Poiret de gasa rosa pálido. Había dudado un instante antes de sacarlos, pero pensó que lo mejor sería no intentar seducir a Toby con otra clase de traje.
– En verdad fue una velada estupenda -comentó su padre antes de acomodarse en su sillón favorito del estudio. Todo se encontraba en el lugar que le correspondía. Olivia le sirvió una copa de oporto, que él agradeció con una cáli- da sonrisa. Cada día disfrutaba más de su compañía-. Me mimas demasiado, ni siquiera tu madre habría sido tan comjlaciente conmigo. Se parecía más a tu hermana; era un poco impetuosa y estaba resuelta a mantener su independencia. -Siempre se acordaba de ella cuando estaba en la casa de Nueva York, que le encantaba compartir con sus hijas, aun cuando el recuerdo de su difunta esposa era en ocasiones doloroso. Estaba satisfecho con la marcha de sus negocios y le gustaba trazar planes con sus abogados. Eran hombres inteligentes, que le recordaban a sí mismo de joven, cuando dirigía un imperio, no tan sólo una cartera de inversiones, como ahora. Henderson había decidido vender la acería de Pittsburgh, y Charles creía haber encontrado un potencial comprador. De todos modos, no se trataba de un asunto fácil, por lo que era probable que permaneciera en Nueva York como mínimo hasta finales de octubre-. ¿Te gusta vivir aquí? -preguntó, feliz de estar a solas con Olivia.
– Sí, pero no sé si querría vivir aquí para siempre. Echaría de menos el campo, aunque me encantan los museos, la gente, las fiestas. En Nueva York siempre hay algo que hacer, es muy divertido. -Olivia sonrió como una niña.
Sin embargo ya era toda una mujer, y Edward a veces se sentía culpable por mostrarse tan posesivo con sus hijas. Estaban en edad de divertirse y buscar marido, pero la posibilidad de que le abandonaran le martirizaba.
– Debería esforzarme más en presentarte a jóvenes que fueran un buen partido. Tú y Victoria os casaréis cualquier día de éstos, pero me aterra la idea; no sé qué haré sin vosotras, especialmente sin ti. Tienes que dejar de cuidarme tan bien para que tu partida no me resulte tan dura. Olivia le dio un beso en la mano.
– Jamás te abandonaré, y tú lo sabes.
Le había dicho eso mismo cuando tenía cinco años, y también a los diez, pero ahora lo sentía de verdad. La salud de su padre había empeorado en los últimos tiempos, tenía el corazón débil y no podía abandonarle. ¿ Quién le atendería? ¿Quién se ocuparía de sus casas? ¿Quién se percataría de que mentía al asegurar que estaba bien cuan do en realidad necesitaba un médico? No podía confiar a nadie su cuidado, ni siquiera a Victoria, pues nunca se daba cuenta de que su padre estaba enfermo hasta que ella se lo decía.
– No puedes convertirte en una solterona. Tú y tu hermana sois muy guapas -afirmó. Sabía que era un error, pero una parte de él deseaba que nunca se casara, aunque ello significara que la joven sacrificara su vida por él. La necesitaba y estaría perdido sin ella. Aun así, era consciente de su egoísmo al no empujarla fuera del nido. Edward no quería pensar más en el futuro, por lo que cambió de tema-. ¿ Ha conocido Victoria a alguien interesante? Ayer no presté demasiada atención a los posibles candidatos.
Henderson había percibidó la fascinación que Charles Dawson sentía por Victoria, aunque lo más probable era que le intrigaran ambas hermanas. Era difícil no maravillarse ante la belleza de las gemelas.
– Creo que no -mintió Olivia para encubrir a su hermana una vez más, aun cuando estaba muy preocupada por la influencia del abominable Toby-. Lo cierto es que todavía no hemos conocido a nadie.
Habían coincidido con las personas más importantes de Nueva York en el teatro, en las fiestas y en los conciertos a que habían asistido con su padre, pero no habían hablado con ningún joven con pretensiones de matrimonio. Olivia sabía que ella y su hermana intimidaban a algunos hombres; otros las consideraban una atracción de circo, e incluso algunos pensaban que eran incapaces de vivir separadas.
– Victoria se está comportando muy bien, ¿no crees? -preguntó su padre con un brillo divertido en sus ojos.
Había llegado a sus oídos que su hija había aprendido a conducir y que había robado uno de sus coches en Croton, pero por fortuna no se había enterado de su conato de arresto, y la aventura del Ford le parecía un asunto trivial e
incluso inocente. Sospechaba que su difunta esposa habría hecho lo mismo a su edad y que en el proceso habría arrollado las flores más bonitas del jardín. Recordó que una vez hizo una apuesta con una amiga y entró en un salón montada a caballo. Todos quedaron horrorizados, excepto Edward, que lo consideró una travesura divertida. Para su edad era un hombre muy tolerante y no le escandalizaba el espíritu indomable de su hija, que incluso aceptaba porque la joven se parecía mucho a su madre.
– ¿Necesitas algo más? -preguntó Olivia antes de subir a su habitación para cambiarse.
El hombre le pidió otra copa de oporto, y tras servírsela la muchacha le dejó sentado junto a la chimenea leyendo el periódico.
Mientras subía por la escalera, Olivia reflexionó sobre lo que su padre le había comentado acerca de encontrar marido y casarse. Estaba convencida de que ella nunca lo abandonaría, porque ¿qué sucedería si enfermaba? ¿Quién cuidaría de él? Si su madre siguiera con vida, todo sería diferente. Entonces podría llevar una vida normal, pero dadas las circunstancias consideraba que al menos una de las dos debía quedarse para cuidar del anciano, y no cabía duda de a quién le tocaría. De pronto pensó en Charles. ¿ Qué ocurriría si un hombre como él la pedía en matrimonio? ¿ Qué haría? Sólo de pensarlo se le aceleró el corazón. De todos modos era difícil que un hombre como Charles se enamorara de ella…pero ¿y si lo hacía? No debía darle más vueltas, tenía que cumplir con sus obligaciones y, de todas formas, Charles no había mostrado el más mínimo interés por ella.
Entró en el dormitorio y se dirigió al cuarto de baño, donde estaban los armarios y los espejos. Allí encontró a Victoria, rodeada de media docena de vestidos esparcidos por el suelo, entre los cuales se encontraba el que había seleccionado para esa noche.
– ¿Qué haces? -preguntó sorprendida, y enseguida adivinó qué sucedía.
– No pienso ponerme esa birria que has escogido para esta noche -espetó Victoria antes de arrojar un traje encima de la silla-. Pareceremos un par de cursis pueblerinas, aunque supongo que esa era tu intención.
– Yo lo encuentro muy bonito. ¿ Qué tenías tú en mente? -replicó Olivia sin admitir la acusación de su hermana. Saltaba a la vista que había registrado la mitad del armario, y en ese momento se enfundaba un vestido que a Olivia jamás le había gustado. Se trataba de un diseño de Beer en terciopelo carmesí con minúsculas cuentas de azabache, una larga cola y un generoso escote. Sólo lo habían lucido una vez, en una fiesta de Navidad en Croton-on-Hudson-. Sabes que no me gusta ese traje. Es demasiado escotado y llamativo, nos hace parecer vulgares.
– Es un baile, Olivia, no una merienda.
– Tú lo único que quieres es presumir ante él, pero con ese atuendo pareceremos unas prostitutas. No pienso ponérmelo.
– Muy bien. -Victoria dio media vuelta, y Olivia se negó a reconocer lo guapa que estaba. El vestido era más bonito de lo que recordaba, aunque demasiado atrevido-. Ponte tú el rosa, Ollie; yo me quedo con éste.
Olivia comprendió con sorpresa que hablaba en serio.
– No seas tonta.
Siempre llevaban las mismas prendas, de pies a cabeza, desde la ropa interior a las horquillas del pelo.
– ¿Por qué no? Ya somos mayorcitas, no es necesario que nos pongamos siempre lo mismo. Cuando éramos pequeñas Bertie nos vestía igual porque pensaba que así estábamos muy monas. Ese traje rosa es tan ñoño que me entran ganas de vomitar. Llevaré éste.
– Eres muy cruel, Victoria. Las dos sabemos qué pretendes, pero deja que te diga que la de ayer no fue la noche más importante de la vida de Toby Whitticomb, pero tú nunca la olvidarás si decides arruinar tu futuro por culpa de ese hombre. -Olivia escupió sus palabras mientras arrancaba del armario un traje idéntico al que pensaba lucir su hermana-. No me gusta este vestido y me arrepiento de haberlo diseñado, sobre todo si con él vamos a parecer unas idiotas.
– Te repito que no tienes por qué ponértelo -replicó Victoria mientras se cepillaba el pelo.
No intercambiaron palabra mientras se bañaban, ni cuando se vistieron, empolvaron la cara y perfumaron. Victoria sorprendió a su hermana al aplicarse carmín. Ninguna se había pintado los labios antes, y el color la hacía más hermosa y le daba un aspecto más atrevido.
– Yo no pienso ponerme eso -refunfuñó Olivia mientras terminaba de arreglarse el pelo y contemplaba a Victoria.
– Nadie te ha dicho que lo hagas.
– Te estás adentrando en aguas peligrosas.
– Quizá sepa nadar mejor que tú.
– Te ahogarás -predijo Olivia con tristeza antes de que su hermana abandonara la habitación arrastrando tras de sí la capa de satén y terciopelo.
Cuando las dos jóvenes descendieron por la escalera su padre las observó en silencio. Estaba claro que ya no eran unas niñas, sino unas mujeres de belleza deslumbrante. Victoria fue la primera en bajar, y su manera de moverse indicaba que, instintivamente, formaba parte de muchos mundos que ni siquiera conocía. En cambio Olivia no parecía sentirse muy cómoda con un vestido tan llamativo. El traje destacaba la piel nacarada de las jóvenes, sus estrechas cinturas y sus pechos bien formados.
– ¿ De dónde habéis sacado estos vestidos? -preguntó sorprendido de que llevaran un atuendo tan moderno.
– Creo que los diseñó Olivia -respondió Victoria con tono meloso.
– Los copié de una revista, pero no salieron como quería -aclaró la otra mientras el mayordomo la ayudaba a ponerse la capa.
– Seré la envidia de todos los hombres -afirmó su padre antes de encaminarse con ellas hacia la limusina.
Su aspecto corroboraba lo que había pensado esa tarde, ya no eran unas niñas, y sería un milagro si no se les declaraban todos los caballeros del baile esa noche. En cierto modo le desagradaba que tuvieran una apariencia tan sensual y atractiva, pero no tanto como a Olivia, que estaba furiosa con su hermana por obligarla a llevar ese vestido que tanto odiaba.
La residencia de los Astor en la Quinta Avenida semejaba un palacio inundado de luz. En total había cuatrocientos invitados, sobre muchos de los cuales las hermanas habían leído u oído hablar: los Goelet y los Gibson, el príncipe Alberto de Mónaco, un conde francés, un duque inglés y otros aristócratas menores de diversos países. También se hallaba presente la flor y nata de Nueva York, incluso los Ellsworth, que habían permanecido dos años recluidos tras la muerte de su hija mayor. Asimismo habían acudido varios supervivientes del Titanic, algunos de los cuales afirmaban que era la primera vez que salían desde la tragedia, y Olivia pensó inmediatamente en Charles Dawson. Luego saludó con un gesto de cabeza a Madeleine Astor, que había perdido a su esposo el año anterior en el hundimiento y que ese día estaba muy hermosa. El hijo que tuvo tras el fallecimiento de su marido ya contaba casi un año, y a Olivia le entristecía pensar que el pequeño no había conocido a su padre.
– Está muy hermosa esta noche -oyó que decía una voz familiar a sus espaldas y, al dar media vuelta, vio a Charles Dawson-. Estoy seguro de que es usted la señorita Henderson y podría fingir que sé cuál de las dos, pero me temo que tendrá que ayudarme.
– Soy Olivia -dijo con una sonrisa tras resistir la tentación de hacerse pasar por su hermana para averiguar cómo reaccionaba el abogado-. ¿Qué hace aquí, señor Dawson? -preguntó al recordar que la noche anterior le había explicado que jamás asistía a fiestas.
– Espero que no me engañe y en verdad sea usted Olivia -repuso, como si hubiera adivinado sus pensamientos-, pero supongo que no tengo más remedio que creerla. En cuanto a su pregunta, estoy emparentado con los Astor por matrimonio. Mi difunta esposa era sobrina de la anfitriona, que con gran amabilidad ha insistido en que viniera. De todos modos creo que no hubiera acudido si no llega a ser por la velada de ayer; usted me ayudó a romper el hielo. Aun así esto es peor de lo que imaginaba; parece una jaula de grillos.
No obstante, la mansión de los Astor era lo bastante grande para albergar a tanta gente, y de hecho Victoria había desaparecido en el mismo momento en que entraron.
La pareja comenzó a conversar sobre el hijo de Charles y luego Olivia habló acerca de las pocas personas que conocía de la fiesta. Mencionó a Madeleine Astor, que estaba a bordo del Titanic cuando pereció su esposo, y el rostro del abogado reflejó tal tristeza que la joven quedó desolada. Temía que la pena de Charles fuera tan fuerte que no lograra superarla.
– Supongo que su hermana también está aquí, no la he visto.
– Yo tampoco, desapareció tan pronto como llegamos. Lleva un vestido espantoso, idéntico al mío -refunfuñó Olivia.
Por fortuna, entre tanta gente no destacaba demasiado. De hecho había otros trajes como el suyo e incluso alguno más atrevido. Charles se rió de su comentario.
– Deduzco que no le gusta mucho, pero es muy bonito. La hace parecer mayor, pero tal vez no deba utilizar esta palabra con una mujer tan joven como usted.
– Yo lo encuentro de todo punto inapropiado. Le dije a Victoria que me hacía sentir como una prostituta, fue ella quien lo escogió, pero el diseño es mío, de modo que me echa la culpa a mí, y hasta mi padre cree que fui yo quien lo eligió.
– ¿ Acaso no le ha gustado? -preguntó Charles divertido.
Olivia estaba pendiente de sus ojos, tan verdes y profundos.
– Al contrario, le ha encantado.
– A los hombres les agradan las mujeres con trajes de terciopelo rojo.
Olivia asintió, y se dirigieron juntos al salón, donde Charles la presentó a un grupo de jóvenes con las que ella entabló conversación. Luego se acercó a los primos de su mujer para comentarles que su hijo estaba enfermo y no deseaba quedarse hasta muy tarde. Al poco tiempo Olivia divisó a su hermana en la pista, en brazos de Toby, bailando un vals. Minutos después observó con horror cómo atacaban un moderno fox-trot.
– Es como ver doble -exclamó una muchacha del grupo mientras las miraba fascinada-. ¿ Sois idénticas en todo? -preguntó con curiosidad.
Olivia sonrió. Siempre sucedía lo mismo, todos deseaban saber lo que significaba tener una hermana gemela.
– Casi. Somos como imágenes contrapuestas; lo que yo tengo en la derecha, ella lo tiene en la izquierda. Por ejemplo, yo tengo la ceja derecha más curvada, ella, la izquierda. Yo tengo el pie izquierdo más grande, ella, el derecho.
– ¡Qué divertido debía de ser cuando erais pequeñas! -exclamó una prima de los Astor.
Un par de jóvenes Rockefeller se habían unido al corrillo. Olivia había conocido a una en la residencia Gould y coincidido con la otra en un té que los Rockefeller habían ofrecido en Kyhuit. Dado que esta familia no bailaba ni bebía, pocas veces celebraban fiestas como los Vanderbilt o los Astor, pero a menudo organizaban discretas veladas o comidas en Kyhuit.
– ¿Os hacíais pasar la una por la otra? -preguntó una chica.
– No siempre, sólo cuando nos apetecía cometer una travesura o salir de algún lío. Mi hermana odiaba los exámenes, de modo que yo los hacía por ella. Cuando éramos muy pequeñas, me convenció de que bebiera su medicina, pero me puse muy enferma porque tomaba ración doble; menos mal que nuestra niñera se percató. Ella sí nos distingue, pero a veces encargaba a un miembro del servicio que nos diera el aceite de ricino u otra cosa que no nos gustaba y siempre les engañábamos.
– ¿ Por qué lo hacías? -inquirió una joven con una mueca de horror al pensar en una dosis doble de aceite de ricino.
– Porque la quiero -respondió Olivia. No siempre resultaba sencillo explicar lo que sería capaz de hacer por su hermana. El vínculo que las unía era tan inquebrantable como difícil de expresar-. Hacíamos muchas tonterías la una por la otra. Al final mi padre nos sacó del colegio porque causábamos demasiados problemas, pero nos divertimos mucho.
Todas estaban maravilladas con las historias de Olivia, que mientras hablaba había perdido la noción del tiempo. Llevaba una hora charlando cuando, al dirigir la mirada hacia la pista de baile, observó que Victoria y Toby seguían allí. No la habían dejado ni un segundo. Bailaban absortos el uno en el otro, ajenos a los que les rodeaban.
Olivia se excusó y fue en busca de Charles, al que encontró en la puerta, con el abrigo puesto.
– ¿ Me haría usted un favor? -rogó con una mirada suplicante difícil de resistir que al abogado le recordó el día en que le pidió que la acompañara a la comisaría.
– ¿ Ocurre algo? -preguntó. Le sorprendía lo a gusto que se sentía a su lado. Era como una hermana pequeña. Sin embargo no tenía la misma sensación cuando se hallaba con Victoria-. ¿ Se ha metido nuestra amiga en otro lío? -inquirió con preocupación.
Estaba claro que siempre era Victoria quien se buscaba problemas y Olivia quien la rescataba.
– Me temo que sí. ¿Le importaría concederme este baile, señor Dawson?
– Charles…por favor. Creo que ya hemos superado la etapa de «señor Dawson».
Charles se quitó el abrigo y lo devolvió al mayordomo. Aunque estaba ansioso por llegar a casa para ver a Geoffrey, acompañó a Olivia hasta la pista de baile y allí descubrió el motivo de su inquietud: Toby y Victoria estaban bailando muy juntos.
Charles la condujo hasta que se situaron cerca de la pareja, pero Toby les esquivaba con destreza, mientras que Victoria parecía ajena a las miradas y muecas de desaprobación de su hermana. Al final la joven susurró algo en el oído de Toby, y poco después abandonaron la pista para dirigirse al salón contiguo.
– Gracias -dijo Olivia con expresión sombría. Charles sonrió.
– No es tarea fácil la que te propones. -Todavía recordaba el enfado de Victoria cuando impidieron que la arrestaran-. Ése era Tobias Whitticomb, ¿verdad?
Charles estaba al corriente de los rumores que sobre él corrían en Nueva York, pero ahora adquirían un significado especial. Si Toby había escogido a Victoria como su próxima víctima, esperaba que se cansara de ella antes de que el daño fuera irreparable. Tal vez los Henderson intervinieran para evitar que las cosas fueran demasiado lejos. Al menos su hermana parecía dispuesta a intentarlo. Olivia le agradeció su ayuda una vez más.
– Lleva más de una hora dando el espectáculo -masculló con furia.
– No te preocupes. Es joven y guapa, tendrá muchos pretendientes hasta que encuentre marido. No puedes preocuparte por todos -dijo para tranquilizarla, aunque sabía que, dada la reputación de Whitticomb, era normal que se inquietara.
– Victoria dice que nunca se casará y que vivirá en Europa, donde luchará por los derechos de las mujeres.
– Seguro que no son más que ideas pasajeras que olvidará cuando encuentre al hombre de su vida. No te preocupes tanto por ella, tú también tienes derecho a divertirte.
Dicho esto, Charles se despidió y se marchó de la fiesta. Olivia fue al tocador de señoras y se miró al espejo. Tenía jaqueca. La noche había empezado con mal pie y ver a su hermana pegada a Toby durante la última hora no había ayudado a aliviar el dolor. Cuando se disponía a salir, vio a Evangeline Whitticomb reflejada en el espejo y dio media vuelta.
– Permita que le sugiera, señorita Henderson, que juegue con niños de su edad o, al menos, que limite su territorio a los caballeros solteros. No debería coquetear con hombres casados y con tres hijos.
Olivia notó que le ardían las mejillas. La esposa de Toby la había confundido con Victoria y estaba lívida de rabia, lo que era lógico.
– Lo siento mucho -se disculpó Olivia haciéndose pasar por Victoria con objeto de tranquilizar las aguas. Era una oportunidad única. Esperaba convencer a Evangeline de que sólo mantenía una buena amistad con su marido-. Su esposo ha hecho varios negocios con mi padre y estábamos charlando sobre nuestras familias; no ha dejado de hablar de usted y sus hijos mientras bailábamos.
– Lo dudo -espetó Evangeline indignada-. Me sorprende que se acuerde de nosotros, pero usted no nos olvide, o se arrepentirá. No significa nada para él, jugará con usted un tiempo y, cuando se canse, la arrojará como a una muñeca usada. Al final siempre vuelve conmigo… no tiene más remedio. -Tras estas palabras dio media vuelta y se marchó.
Olivia contuvo la respiración. Por fortuna nadie había oído su conversación. Estaba tan mareada que tuvo que sentarse. Evangeline Whitticomb tenía razón, conocía bien a su marido y le había visto actuar docenas de veces. Al final siempre volvía a su lado por ser ella quien era, por lo que representaba, y porque él era menos tonto que las mujeres a las que seducía…
La mayoría de sus conquistas eran jóvenes sin experiencia, muchas todavía vírgenes. Se sentían atraídas por su físico, sus modales y sus bonitas palabras, pero también se dejaban engañar por sus propios sueños juveniles e incluso por sus ambiciones. Sin embargo, pensaran lo que pensaran, al final Toby acababa dejándolas a todas, como Olivia había intentado advertir a su hermana. Al menos esperaba haber convencido a su esposa de su respetabilidad, o más bien de la de Victoria, pero lo dudaba. Cuando salió del tocador, su hermana bailaba de nuevo con Toby, esta vez en actitud mucho más íntima, con los cuerpos pegados y los labios casi rozándose. Al verles deseó gritar con todas sus fuerzas, pero en lugar de ello hizo lo único que se le ocurrió: acudió a su padre y le dijo que sufría un terrible dolor de cabeza. Solícito, Edward Henderson pidió que le trajeran el abrigo y él mismo fue en busca de Victoria, a la que encontró en brazos del joven Whitticomb. El anciano no parecía contento, pero tampoco lo consideró algo malo. Sabía que se habían conocido la noche anterior en su casa y era la primera vez que les veía juntos. No obstante, de camino a casa comentó que le extrañaba que Olivia hubiera sentado a Victoria junto a Toby en la cena después de lo que habían oído sobre él. No obstante, estaba seguro de que no había pasado nada malo y Victoria era lo bastante responsable para no dejarse cortejar por él. Edward Henderson no había visto cómo Toby observaba a su hija mientras se marchaban ni la mirada que la pareja había intercambiado y que ponía de manifiesto todo lo que había ocurrido entre ellos esa noche. Toby y Victoria habían encontrado al fondo del jardín una deliciosa estancia en uno de los pabellones, donde se habían besado y abrazado con pasión.
– Lo siento, hija -dijo Edward a Olivia-, este baile ha sido demasiado para ti después del trabajo que implicó la cena de anoche. No sé en qué estaría pensando cuando acepté la invitación. Creí que os divertiríais, pero debéis de estar agotadas.
Victoria no tenía aspecto de cansada y, cuando su padre se volvió hacia la ventanilla, lanzó una mirada airada a su hermana. La conocía demasiado bien y sospechaba que lo del dolor de cabeza era una artimaña para apartarla de Toby.Sin embargo calló hasta que por fin estuvieron solas en su dormitorio.
– Muy inteligente por tu parte -comentó con frialdad.
– No sé de qué me hablas. Lo siento, tengo jaqueca -repuso Olivia mientras se quitaba el odiado vestido.
Quería quemarlo y, después del comportamiento de Victoria esa noche, se había sentido como una prostituta.
– Sabes muy bien a qué me refiero. Tu pequeño ardid no te servirá de nada. No sabes lo que haces.
Victoria estaba convencida de que Toby era sincero y se había enamorado de ella. No le escandalizaba que quisiera divorciarse ni le importaba si no lo hacía. Era una mujer moderna, no necesitaba casarse. Podrían ser amantes para siempre. Incluso le había propuesto que se marcharan para vivir en Europa. Toby lo tenía todo, era atrevido, valiente, audaz, honrado y estaba dispuesto a pagar cualquier precio por defender aquello en lo que creía. Era su príncipe azul, preparado para rescatarla de su insignificante vida mundana en la aburrida casa de Hudson. Había vivido en París, Londres y Argentina, y la mera mención de esos lugares era como música para sus oídos. Cada vez que pensaba en él, un escalofrio sacudía su cuerpo.
– Su esposa me abordó esta noche en el tocador. Me confundió contigo -explicó Olivia mientras se ponía el camisón.
– Muy oportuna. ¿ Le dijiste que lo sentías mucho y que todo había sido un error?
– Algo así. -Victoria se echó a reír, pero Olivia continuó con tono sombrío.
– Me contó que Toby tiene la costumbre de abandonar a todas las mujeres con las que flirtea. No quiero que sufras por su culpa. -La voz se le quebró. Era la primera vez que estaban tan distantes, y Olivia no veía la manera de cambiar la situación hasta que Victoria dejara de estar bajo el hechizo de Toby. En esos momentos deseaba más que nunca estar de vuelta en Croton-on- Hudson.
– Victoria, por favor, entra en razón…no te acerques a él…es peligroso. Quiero que me prometas que no le verás más.
– Te lo prometo -afirmó Victoria, que no obstante no pensaba cumplir su palabra.
– Hablo en serio. Olivia estaba a punto de llorar. Odiaba a T oby.Nada ni ladie tenía derecho a interponerse entre ellas, su vínculo era sagrado.
– Estás celosa -replicó Victoria con frialdad.
– No es cierto -protestó Olivia, desesperada por convencerla.
– Sí lo estás. Se ha enamorado de mí, y eso te asusta, tienes miedo de que me aleje de ti -dijo Victoria.
– Eso ya ha sucedido. ¿No ves el riesgo que corres si caes,en las redes de ese hombre? No me cansaré de repetirte que es peligroso. Tienes que darte cuenta.
– Tendré cuidado, te lo prometo -aseguró ablandándose un poco.
No le gustaba discutir con su hermana, la quería demasiado, pero también amaba a Toby. Se había enamorado de él y era demasiado tarde para echarse atrás. Cuando esa noche la había besado, pensó que se derretía en sus brazos y, cuando introdujo la mano en el corpiño de su vestido y le acarició un seno, habría hecho cualquier cosa por él. Jamás había deseado tanto a nadie, ¿cómo podía explicárselo a su hermana?
– Prométeme que no le verás -suplicó Olivia ahora que su hermana la escuchaba-. Por favor.
– No me pidas eso. Te prometo que no haré ninguna tontería.
– Verle es una tontería, hasta su mujer lo sabe.
– Está furiosa porque quiere divorciarse de ella.
– Piensa en el escándalo, sobre todo para una Astor. ¿Por qué no esperas al menos hasta que se divorcie y se calmen las aguas? Entonces podrás verle sin temor al qué dirán y explicar la situación a nuestro padre.
En esos momentos Victoria sólo podía ver a Toby a escondidas.
– Podría tardar una eternidad, Ollie.
– ¿Qué sucederá cuando regresemos a casa? ¿Te visitará allí? ¿ Qué dirá la gente, Victoria? ¿ y nuestro padre?
– No lo sé. Toby dice que, si le quiero de verdad, podremos superar cualquier obstáculo, y yo le quiero, Olivia. -Cerró los ojos. El corazón le latía deprisa al pensar en él-. ¿ Cómo puedo explicártelo? Moriría por él si me lo pidiera.
Al menos Victoria era sincera, pero eso no servía de consuelo a Olivia.
– Eso es lo que me asusta, no quiero que nadie te haga daño.
– No lo hará, te lo juro. Tienes que venir con nosotros algún día. Quiero que le conozcas, que le aprecies. Ollie, por favor, no puedo seguir sin ti.
Pedirle que se convirtiera en su cómplice era también demasiado.
– Victoria, no puedo ayudarte esta vez -afirmó con tono sombrío-. Tu comportamiento es indecoroso, y tengo miedo de que te lastimen. Quizá no pueda detenerte, pero no pienso ayudarte; esta vez no.
– Entonces júrame que no dirás nada…júramelo -rogó Victoria, que se arrodilló ante ella. Olivia rompió a llorar y la abrazó.
– ¿Cómo puedes pedirme eso? ¿Cómo puedo dejar que te haga daño?
– No lo hará, créeme. Debes confiar en mí.
– No es de ti de quien desconfío. -Olivia suspiró y se enjugó las lágrimas-. Por ahora no diré nada…pero si te hace daño…no sé cómo reaccionaré.
– No lo hará, lo conozco mejor que nadie en este mundo, excepto a ti. -Victoria se había tendido en la cama y sonreía. Parecía una niña.
– ¿En sólo dos días, Victoria Henderson? Lo dudo mucho. Eres una soñadora. Para tener ideas tan radicales, no eres más que una tonta romántica. ¿ Cómo puedes confiar en él, si apenas le has visto dos veces?
– Porque sé quién es y le comprendo. Ambos somos independientes y compartimos las mismas ideas. Nos sentimos afortunados de habernos encontrado. Es un milagro, Ollie, de verdad. Dice que llevaba toda la vida esperándome y que le resulta imposible creer en su suerte.
– ¿Qué me dices de su mujer y sus hijos? -inquirió Olivia.
Victoria guardó silencio un instante, sin saber qué contestar. Al cabo repitió las palabras de Toby.
– Dice que fue ella quien le obligó a tener hijos, que él jamás hubiera dado ese paso porque en su matrimonio no existe el amor. Es culpa de su esposa, y ahora no sabe qué va a hacer con ellos.
– Qué actitud tan responsable.
Victoria no captó el tono sarcástico de su hermana y continuó fantaseando sobre To by.
Un rato después apagaron la luz, y Olivia abrazó a su gemela.
– Ten cuidado, hermanita -le susurró al oído.
Victoria asintió, aunque ya estaba medio dormida. Al día siguiente tenía una cita con To by a las diez de la mañana en la biblioteca.