CAPITULO 17

Durante toda la semana Olivia ayudó a su hermana a acomodarse en su nuevo hogar. La casa era luminosa y alegre, pero Victoria la encontraba incómoda y añoraba Croton. Compartían con Charles un gran dormitorio soleado, pero tenía la impresión de que Geoff estaba demasiado cerca. Cuando no estaba en el colegio, donde acababan de comenzar las clases, el niño deseaba pasar el tiempo con su padre, pues había estado dos meses fuera y le alegraba re- tornar a su hogar. Cada tarde esperaba a Charles en la puerta, y Victoria tenía la sensación de que debía guardar cola para ver a su marido.

La joven no tenía idea de lo que les gustaba comer. La primera cena que organizó fue un desastre. Al día siguiente se lo contó a su hermana, que le ofreció una lista con los platos favoritos de Geoff.

– Tal vez deberías quedarte aquí para cuidar de ellos -comentó Victoria medio en serio-. Charles no nos distingue; ¿por qué no lo probamos? -añadió con un brillo en los ojos que asustó a su hermana.

Por fortuna, Victoria no volvió a proponerlo más y al término de la semana parecía que las aguas habían vuelto a su cauce. Charles estaba de buen humor, las cenas eran un éxito, y Geoff se comportaba muy bien. Sin embargo, a Victoria le disgustaba que las tareas domésticas consumieran todo su tiempo.

– Sigue así un par de semanas más -sugirió Olivia- Y, cuando lo tengas todo bajo control, podrás dedicarte a otras cosas, como ir de compras o comer con amigas.

O asistir a conferencias y manifestaciones, pensó Victoria, que había leído que se organizaban unas reuniones informativas a las que deseaba asistir para saber más sobre la guerra en Europa. A pesar de que devoraba todas las noti- cias sobre la contienda, nunca tenía suficiente información para comprender los entresijos de lo que ocurría, y cuando Charles llegaba a casa por las noches estaba demasiado cansado para explicárselo.

Al final Olivia tuvo que regresar a Croton con su padre. Se había quedado en la ciudad más tiempo del que tenía previsto para ayudar a su hermana, pero Edward deseaba volver a casa. Prometió que pronto les visitaría de nuevo, y Victoria y Charles anunciaron que estarían un fin de semana en Croton. No obstante, el tiempo pasaba y Charles estaba enfrascado en un juicio importante, Geoff debía asistir a la escuela y Victoria estaba totalmente volcada en sus reuniones. Llamó a su hermana en un par de ocasiones y se escribían casi a diario.

A finales de septiembre el rostro del mundo había cambiado, así como sus vidas. Los últimos días de agosto, Japón había declarado la guerra a Austria y Alemania. La batalla del Mame había detenido el avance alemán en Francia, pero los germanos habían iniciado los bombardeos sobre París. Los rusos habían sufrido varias derrotas en los lagos del Masuria y Prusia. Victoria procuraba mantenerse informada de todos los acontecimientos. De hecho, su interés por la contienda comenzaba a ensombrecer su pasión por el sufragio de las mujeres y ya apenas paraba en casa. Había seguido los consejos de Olivia durante las primeras semanas, pero pronto recuperó sus hábitos y sólo se preocupaba por sus propios intereses. Se celebraban múltiples conferencias interesantes sobre cuestiones políticas, y asistía a todas las que podía para aprender más. Charles conversaba en ocasiones con ella cuando regresaba por las noches, pero por lo general estaba demasiado cansado para hablar sobre los temas que a su esposa tanto le apasionaban y lo cierto era que le inquietaba que, desde la marcha de Olivia, hubiera descuidado sus responsabilidades; no se ocupaba de las tareas domésticas ni arreglaba el jardín, y los vecinos le habían comentado que Geoff se pasaba los días jugando en la calle porque ella nunca estaba en casa.

– No es esto lo que acordamos -le recordó.

Victoria escuchó sus palabras e intentó actuar como se esperaba de ella, pero no podía. Por otro lado, su relación íntima también había empeorado desde su regreso. Nunca hacían el amor, ella sentía una verdadera repulsión hacia el acto sexual y le espantaba que Geoff les oyera. Charles cada vez bebía más, y Victoria fumaba sin cesar. Su mujer representaba todo aquello que no deseaba en una casa, de su esposa o del matrimonio.

Cuando Olivia les visitó por fin, encontró tanto a Victoria como a su marido en un estado pésimo, pues apenas se dirigían la palabra. Decidió llevarse a Geoff y el perro al hotel donde se alojaba y sugirió a su hermana con tono severo que intentara arreglar la situación con su marido.

Sin embargo, al día siguiente las cosas parecían haber empeorado.

– ¿ Qué ocurre aquí? -inquirió Olivia furiosa.

– Esto no es un matrimonio -contestó su hermana con indignación-, sino un acuerdo. Me contrató para que fuera su sirvienta, ama de llaves y niñera de su hijo.

– Eso es ridículo -protestó Olivia-. Te comportas como una niña mimada. Charles te brindó la protección de su nombre y salvó tu reputación. Te ha ofrecido su hogar, a su hijo y una vida agradable, pero tú estás enfadada por- que tienes que llevar la casa y procurar que la cocinera le sirva una cena decente. No, Victoria, no te ha «contratado» como su sirvienta, pero tampoco parece que tú quieras actuar como su esposa.

– ¡Tú no sabes nada de nada! -exclamó Victoria con ira, pues le molestaba que su hermana se hubiera acercado tanto a la verdad.

Olivia procuró calmarse. Deseaba ayudar a su hermana, a quien seguía añorando muchísimo, pero no lo suficiente para querer que abandonara a Charles, puesto que sabía cuán terrible sería eso para él y Geoff.

– Tienes que esforzarte -aconsejó-. Con el tiempo te acostumbrarás. Yo te ayudaré a llevar la casa.

– No quiero llevar la casa, ni la suya ni la de nadie. Todo esto fue idea de nuestro padre, éste era el castigo por hacer lo que hice con Toby. -Olivia sabía, no obstante, que el verdadero castigo fue el que sufrió en el cuarto de baño de Croton. De lo que se quejaba ahora no era más que una serie de obligaciones a que debía resignarse. Su hermana era como un pájaro en una jaula-. Prefiero morir a quedarme aquí -declaró enfurruñada.

– No vuelvas a decir eso nunca.

– Es cierto. Hay una guerra en Europa, donde miles de hombres inocentes fallecen. Preferiría hacer algo útil allí a desperdiciar mi vida aquí cuidando de Geoffrey.

– Él te necesita, Victoria. -Por un instante Olivia deseó ser capaz de cambiar a su hermana, que siempre tenía ideas alocadas o defendía causas perdidas por las que valía la pena luchar y morir; sin embargo no se preocupaba en absoluto por las personas que la necesitaban-. Charles también te necesita -añadió.

Victoria negó con la cabeza y se acercó a la ventana.

– No, él necesita a Susan. No tenemos una vida en común…ya entiendes a qué me refiero…nunca la hemos tenido. Desde el principio las cosas fueron mal. Supongo que él todavía piensa en ella y yo… no puedo… no después de lo ocurrido con Toby.-Se le saltaron las lágrimas.

Olivia la observó extrañada. No era propio de su hermana darse por vencida, por lo que comprendió que aún era posible arreglar la situación.

– Quizá necesitéis estar solos durante un tiempo -sugirió con delicadeza.

A pesar de que le resultaba embarazoso hablar del tema, se trataba de un problema grave y no era el momento de mostrarse tímida.

– Pasamos dos meses en Europa, y tampoco funcionó.

– Era diferente, apenas os conocíais. Quizá necesitéis estar más tiempo solos aquí, para conoceros mejor. -Olivia se sonrojó. Victoria sonrió al pensar que su hermana era muy inocente. No tenía idea de las complicaciones de su matrimonio, lo que implicaba yacer con Charles y temblar cada vez que la tocaba-. Esta casa es nueva para ti. Si pudierais estar una temporada solos, sin Geoff, quizás os sentiríais mas a gusto juntos.

– Quizá. -No obstante eso no cambiaba lo que sentía por él. Además, notaba lo mucho que Charles añoraba a Susan y sabía que, aunque deseaba su cuerpo, no la quería. Al menos Toby la había engañado, la había hecho creer que la adoraba, y ella le había creído. En el caso de su esposo, por muy amable y considerado que se mostrara, era evidente que nunca sentiría nada por ella-. No hay solución, Olivia, créeme.

– No puedes decir eso todavía, sólo lleváis casados tres meses y apenas os conocíais antes.

– ¿ Qué me dirás cuando afirme lo mismo dentro de un año? -preguntó Victoria, que intuía cómo acabaría aquello; pasarían toda la vida juntos pero jamás se amarían- ¿Me permitirás entonces divorciarme de él? -Ambas sabían que su padre se negaría en redondo, incluso a Olivia le escandalizaba la idea. Sin embargo Victoria sabía que no podría soportar esa situación eternamente-. No me quedaré aquí hasta que me pudra; me moriría.

– No puedes tomar una decisión ahora, es demasiado pronto. Debes esperar, al menos hasta que estés convencida de tus sentimientos y de los suyos. -Con el tiempo quizá podría regresar a Croton, pero sin divorciarse. No obstante la vida en Henderson Manor también la destrozaría, pues Victoria necesitaba ideales, la política y nuevos horizontes, no se contentaría con sentarse en casa y arreglar los calcetines de su padre, como hacía ella-. ¿ Qué tal si me llevo a Geoff unos días? No pasará nada porque falte un par de días a clase. Me lo llevaría a Croton para que estuvierais solos; quizás así arregléis vuestros problemas.

– Eres una soñadora, Ollie. -Victoria era consciente de que su hermana no acababa de comprender lo desesperada que era la situación. Por otro lado, tenía que reconocer que sería un alivio librarse del niño por unos días. No le odiaba, simplemente no deseaba cuidarle, preocuparse por él, recoger sus juguetes ni echar al perro de su dormitorio. No quería ser responsable de otro ser humano-. Sí, podrías llevarte a Geoff unos días. -De ese modo podría asistir a conferencias-. Si fuera mío, supongo que sería diferente, pero no lo es y no deseo saber lo que significa tener un hijo.

Mientras Olivia la escuchaba, pensó que ella sí lo quería como si fuera su hijo. El pequeño sustituiría a los niños que jamás tendría.

– Estaré encantada de llevármelo unos días, pero quiero que pases más tiempo con Charles, no que te dediques a reunirte con las sufragistas en viejas iglesias y locales lóbregos.

– Haces que todo parezca tan sórdido. -Victoria rió-. Te juro que no es como lo pintas. Te darías cuenta si vinieras conmigo. De todos modos hace tiempo que no participo en esos actos; últimamente me interesa más la guerra en Europa.

– Te sugiero que te ocupes más de tu marido que de la guerra -replicó Olivia con severidad.

– Siempre estás a mi lado para salvarme -dijo Victoria como una niña pequeña.

– No estoy segura de que pueda salvarte esta vez -repuso Olivia, que añoraba mucho a su hermana, sobre todo por las noches, cuando dormía sola en esa cama tan grande-. Tendrás que solucionar tus problemas tú sola.

– ¿ Sabes? Sería más fácil si intercambiáramos nuestros papeles -sugirió Victoria con tono jocoso, pero Olivia no encontró gracioso el comentario.

– ¿Ah, sí? ¿Te gustaría quedarte en casa y cuidar de papá?

Ahora que Victoria había descubierto un nuevo mundo, no se conformaría con Croton. Necesitaba mucho más que eso, y Olivia esperaba que Charles pudiera dárselo. Si tuviera hijos y se asentara, quizá se arreglaría todo.

Esa tarde Olivia recogió a Geoff en el colegio. Su maleta, el perro y el mono de peluche le esperaban en el coche. El niño se mostró entusiasmado cuando le dijo adónde iban.

En cambio Charles quedó consternado cuando, al regresar del trabajo, descubrió que su hijo se había marchado a Croton.

– ¿ Qué pasa con el colegio? -preguntó.

– No es muy grave que falte un par de días a clase; sólo tiene diez años -contestó Victoria restando importancia al asunto.

Esa tarde había asistido a una conferencia muy interesante sobre la batalla de Bruselas, que tuvo lugar en agosto.

– Deberías haberme consultado.

Charles se sentía cansado e irritado, pero al mismo tiempo le complacía encontrarse a solas con Victoria, que estaba preciosa. Tenía un brillo especial en los ojos y la perfección de su cuerpo quedaba resaltada por el nuevo vestido negro que su hermana le había comprado.

– Pensaba que querías que actuara como su madre -replicó ella con indignación.

A Charles no le gustó su tono, pero se sentía atraído por el fuego que despedían sus ojos.

– Sí, pero yo soy mayor y más sabio que tú -repuso con más dulzura-. No pasa nada, le irá bien estar unos días en el campo; quizá podríamos ir también nosotros este fin de semana.

A Victoria no le entusiasmaba regresar a su antiguo hogar, pero siempre estaba dispuesta a visitar a su hermana. No obstante, si iban a Croton, no tenía sentido que Olivia se hubiera llevado a Geoff para dejarles solos.

– Mejor que vayamos otro fin de semana. Dejamos a Geoffrey aquí, y tú y yo visitamos a Olivia y mi padre.

– ¿Dejar a Geoff? Jamás nos lo perdonaría. No te gusta estar con él, ¿verdad? -preguntó el abogado con expresión triste.

– No sé cómo tratarle -reconoció Victoria mientras encendía un cigarrillo. Le ponía nerviosa estar a solas con su esposo. Deseaba ver en él las mismas virtudes que percibía su hermana-. No estoy acostumbrada a los niños.

– Geoff es muy dócil y cariñoso -afirmó él. El niño merecía recibir el amor maternal que siempre le había dado Susan y que ahora Victoria le negaba. Tal vez se debía a que nunca había conocido a su madre; había sido Olivia quien se había ocupado de ella-. Ojalá os conocierais mejor.

– Eso mismo dice Olivia sobre nosotros.

– ¿Le has explicado nuestros problemas? -preguntó con cierta irritación. Nunca le había gustado airear sus asuntos familiares. Además, hacía tiempo que sospechaba que entre las gemelas no existían secretos, lo que, dada la complejidad de su vida privada, no le resultaba del todo agradable-. ¿Por eso se ha llevado a Geoff, para que estuviéramos solos los dos?

– Sólo le he comentado que me cuesta habituarme al matrimonio.

Sin embargo, por la expresión de sus ojos Charles adivinó que se lo había contado todo a su hermana.

– Preferiría que no le hablaras de nuestra vida privada. No es muy delicado por tu parte.

Victoria asintió, y en ese instante la cocinera anunció que la cena estaba lista. Comieron en silencio, en un ambiente tenso y, cuando hubieron acabado, Charles se retiró a su estudio. Ya era tarde cuando entró en el dormitorio, donde Victoria leía una revista. Desde que regresaron de la luna de miel Charles trabajaba mucho y su aspecto era el de un hombre cansado y vulnerable. Contempló a su esposa, que parecía tan joven y dulce con el cabello negro sobre el camisón de encaje, que resaltaba sus generosos se- nos. Mientras la miraba sintió que se deshacía.

– Es tarde -comentó antes de enfundarse el pijama, que jamás había usado cuando vivía con Susan. Ahora en cambio siempre se lo ponía y procuraba mantener una distancia correcta respecto a su esposa.

Habían intentado mantener relaciones algunas veces, pero sin éxito, pues Victoria parecía encontrar desagradable el contacto físico con él.

Cuando se hubo metido en la cama, ella dejó la revista y apagó la luz. Permanecieron un buen rato en silencio, con los ojos abiertos.

– ¿ No te resulta extraño estar aquí solos sin Geoff?

Le gustaba sentir que su hijo se hallaba cerca, pero también le agradaba estar a solas con ella.

Victoria no respondió. Por alguna razón comenzó a pensar en su hermana y en cuánto la extrañaba. Deseaba estar con ella, no con Charles. De haber sabido lo que le aguardaba, jamás se habría casado, habría dejado que su padre la enviara a un convento.

– ¿ En qué piensas? -susurró Charles.

– En la religión.

– Menuda mentira -repuso Charles con una sonrisa-. Debías de estar pensando en algo muy malo.

– Mucho -confirmó ella con tono inocente. Charles le acarició la mejilla y deseó haber tenido un mejor inicio. Su matrimonio sólo les provocaba sufrimientos, sobre todo a Victoria, que no había logrado olvidar su pasado.

– Eres tan hermosa -musitó al tiempo que la atraía hacia sí. En ese instante ella se puso rígida-. No, Victoria, no, por favor…Confía en mí…no quiero hacerte daño.

Mientras la acariciaba, ella sólo pensaba en Toby…y en el tremendo dolor que experimentó la noche en que perdió al niño.

– Tú no me quieres -afirmó para su propia sorpresa.

– Deja que aprenda… Quizá si compartimos esto estaremos más unidos. -Sin embargo para Victoria las cosas eran distintas. Antes de hacer el amor, necesitaba sentirse unida a él-. Tenemos que empezar por algún lado… He- mos de confiar el uno en el otro… -Mentía. No confiaba en ninguna mujer, pues tenía demasiado miedo de que le abandonara. Eso fue lo que sintió el día en que Olivia se cayó del caballo; la vio tan frágil, tan vulnerable, y si hubiera muerto… No quería volver a sufrir la desaparición de un ser querido-. Deja que aprenda a amarte…-repitió, pero Victoria intuía que sólo deseaba su cuerpo y que dedicara su vida a amarle, honrarle y obedecerle, algo a lo que ella se negaba.

Esa noche le hizo el amor con toda la ternura que era capaz y, aunque no fue tan terrible como otras veces, la joven no albergó ilusiones sobre sus sentimientos hacia él ni sobre la existencia de un nuevo vínculo entre ellos. En realidad sus continuos intentos sólo contribuían a separarles aún más. Por su parte Charles se dio cuenta de que no existía nada entre ellos.


Victoria dedicó el tiempo que su hermana le había concedido para que estuviera a solas con su marido a asistir a conferencias e ir a la biblioteca. Por otro lado, Charles tenía demasiado trabajo, por lo que apenas se veían y, cuando lo hacían, no se dirigían la palabra; no estaban enfadados, sólo se mantenían distantes. Cuando Geoff llegó el domingo por la noche, Charles se sintió aliviado de volver a oír voces en la casa y tener a alguien con quien charlar.

Olivia le había enviado de vuelta con juguetes nuevos, un termo con chocolate caliente y una gran caja de galletas que habían preparado juntos. A Victoria se le encogió el corazón al ver que Geoff llevaba en el bolsillo un pañuelo que olía al perfume de su hermana. Presa de los celos, preguntó por qué no le había acompañado.

– Quería venir -respondió él, herido por su tono acusador-, pero el abuelo tiene tos y no deseaba dejarle solo. El médico dice que sólo es una bronquitis, no una pulmonía. Le preparamos mucha sopa y unos fantasmas.

– Cataplasmas -corrigió su padre con una sonrisa.

Victoria estaba muy decepcionada, pues sabía que, si su padre estaba enfermo, tardaría en volver a ver a su hermana.

De hecho la enfermedad de Edward se alargó, y Olivia no se atrevió a dejarle solo y tampoco a pedir a Victoria que les visitara. Las gemelas no se reunieron hasta el día de Acción de Gracias.

Henderson, que se había recuperado bastante, aunque estaba más pálido y delgado, se alegró sobremanera al ver a la familia Dawson. A Victoria no le gustaba utilizar el apellido de Charles, pues no comprendía por qué la mujer debía adoptar el de su marido al casarse.

Hizo un tiempo magnífico durante su estancia en Croton. Geoff montaba a caballo cada día con Olivia. Era un buen jinete y anunció a su padre que de mayor sería jugador de polo.

Durante la cena de Acción de Gracias todos estaban de buen humor, excepto Victoria, que parecía muy tensa. Había pasado la mayor parte de la mañana hablando con Bertie en la cocina, ya que su compañía la tranquilizaba. Añoraba su antiguo hogar, no quería dormir en la habitación de los invitados con Charles, sino con Olivia, pero Geoffrey había usurpado su lugar en la cama y se había convertido en el centro de atención. Cuando esa noche todos comentaron lo bien que se portaba el chiquillo, Victoria exclamó:

– ¡Por Dios Santo! Dejad de babear por ese niño, tiene casi once años, es lógico que sepa comportarse. -Un largo silencio siguió a sus palabras, y la joven se sintió avergonzada-. Lo lamento -se disculpó ante la mirada severa de su padre y la expresión triste de Charles.

Después de la cena se retiró y, tan pronto como tuvo oportunidad, Olivia fue en su busca. La encontró en su antiguo dormitorio, donde Geoff dormía acompañado del mono de peluche y el perro.

– Lo siento. -Victoria estaba muy avergonzada por su comportamiento-. No sé qué me pasa. Supongo que estoy harta de oír lo adorable que es.

A Olivia le sorprendió descubrir que estaba celosa.

– Deberías pedir disculpas a Charles -sugirió. Sentía lástima por ellos. Incluso Geoff le había comentado que su padre y ella discutían cada día.

– Lo haré. -Apoyó la cabeza contra el respaldo de la silla y suspiró-. Supongo que estamos condenados a vivir así; dos desconocidos que no tienen nada en común atrapados en una casa pequeña con un niño bastante insoportable.

– Menudo panorama. -Olivia sonrió al oírla. Estaba claro que exageraba.

– Sí, así es. No sé por qué seguimos juntos, y él tampoco.

Olivia no quería hablar más del tema y la animó a bajar al salón. Cuando entraron, Charles la miró a los ojos y sonrió, lo que turbó a la joven.

– ¿Te encuentras mejor? -preguntó él.

– Ehh… sí. -Olivia no sabía qué decir, y Victoria se echó a reír.

– Está muy bien, yo soy la hermana mala con la que estás casado -dijo-. Quisiera disculparme por mi comportamiento.

El error del abogado ayudó a distender el ambiente, y Olivia se sonrojó al comprender lo que había ocurrido. Llevaba el mismo vestido y peinado que su hermana. Era muy fácil confundirlas.

A partir de esa noche, todos se mostraron de buen humor y pasaron un fin de semana placentero pero, cuando llegó el momento de regresar a Nueva York, Victoria estaba muy triste, pues no le apetecía marcharse.

Victoria y Charles se sentaron en los asientos delanteros del coche mientras que Geoff compartía el trasero con el equipaje, Chip y su mono Henry. Olivia los contempló en silencio y deseó que se quedaran en Croton para siempre.

– Pórtate bien, o me veré obligada a ir a la ciudad para reñirte -susurró a su gemela.

– Prométeme que lo harás.

Victoria sonrió con expresión apesadumbrada. Cada vez que se separaban, sentía que algo moría en su interior, y lo mismo le ocurría a Ollie.

Charles las contempló, consciente de que el vínculo que las unía y tanto le fascinaba jamás existiría entre él y su esposa, aunque vivieran cien años; se había establecido incluso antes de que nacieran, estaban hechas con el mismo molde y, por muy diferentes que fueran, para él eran casi la misma persona. No obstante, la mujer que regresó junto a él a Nueva York carecía de la dulzura de su hermana, era inteligente y atractiva, pero muy distinta de Olivia. Quizá representaban las dos caras de una misma moneda: cara, ganas; cruz, pierdes. Él había perdido, ya que la vida con Victoria nunca sería fácil.

– ¿ Cómo sé que llevo a la gemela correcta en el coche? -bromeó.

Se sentía muy satisfecho de su visita a Croton, pues Olivia había cuidado todos los detalles. No cabía duda de que llevaba muy bien la casa.

– No lo sabes, ahí está la gracia -respondió Victoria con tono jocoso, y ambos se rieron.

Charles todavía se sentía ridículo por el error que había cometido durante la cena de Acción de Gracias. Siempre tenía miedo de confundirlas, por lo que vigilaba sus palabras. Se habría sentido como un idiota si hubiera dicho al- guna indiscreción a Olivia, ya que no quería turbarla. Sin embargo, a Victoria le agradaba desconcertar a la gente y le explicó algunas travesuras que habían hecho de pequeñas en el colegio.

– No entiendo por qué te divierte tanto -la reprendió él-. Creo que es muy embarazoso. ¿ Qué pasaría si alguien te dijera algo que no deseabas oír?

– Olivia y yo no tenemos secretos.

– Espero que no sea cierto.

Charles la miró, y Victoria se encogió de hombros. En ese momento Geoff reclamó su atención y comenzó a hablar sobre su montura y la feria de caballos a que acudiría el verano siguiente con Olivia.

Las semanas pasaron volando con los preparativos de Navidad y las compras. Una noche Victoria asistió con su marido a una fiesta que ofrecían los Astor, que también habían invitado a Toby y su esposa. Procuró evitarlo por todos los medios, a pesar de sus intentos por acercarse. Al final la encontró fumando un cigarrillo sola en el jardín.

Al verle la joven hizo ademán de alejarse, pero Toby la cogió del brazo y la atrajo hacia sí. Victoria se estremeció al sentir su contacto.

– Toby,porfavor… no…

– Sólo quiero que hablemos… -Estaba más atractivo que nunca y era evidente que había bebido-. ¿Por qué te casaste con él? -preguntó con expresión herida.

Victoria sintió deseos de gritar y golpearle. Él era el culpable; si no hubiera aireado su relación, quizá todo habría sido diferente.

– No me dejaste otra opción -respondió con frialdad, aunque su presencia le provocaba emociones que no había experimentado en el último año.

– ¿ Qué significa eso? ¿ Supongo que no estarías…?

Estaba perplejo. No había oído rumores de que hubiera tenido un hijo y sabía que se había casado varios meses después de que él la abandonara…Ahora se arrepentía de haberla dejado, pues había sido divertido… al menos para él.

– Dijiste a todos que yo te seduje -le recordó, todavía dolida.

– Sólo era una broma.

– De muy mal gusto -repuso Victoria antes de dirigirse hacia el salón.

Charles quedó sorprendido al ver que Toby entraba detrás de ella, pero no hizo ninguna pregunta a su mujer, no quería saber nada. Victoria tampoco tenía nada que contar, ella había sido la víctima y ahora no le quedaba más re- medio que vivir con el daño que Toby había causado a su alma y su reputación.

Al día siguiente la joven recibió un ramo de flores. No llevaba tarjeta, pero adivinó quién las mandaba; dos docenas de rosas rojas, nadie más podía haberlas enviado. A pesar de los sentimientos que todavía albergaba por él, las arrojó a la basura. Más tarde, llegó a sus manos una nota firmada «T» en la que la invitaba a salir con él, pero Victoria no respondió. No deseaba reanudar su relación con él.

Como era habitual, Charles y Victoria llevaban vidas separadas y ninguno mencionó el encuentro de la joven con Toby.Pronto llegó el momento de partir hacia Croton para celebrar las fiestas de Navidad. El coche estaba lleno de regalos, y Victoria incluso había recordado comprar uno para Geoff, un juego muy complicado que, según la dependienta de la tienda, encantaría a un niño de diez años.

La pareja habló de la guerra durante la mayor parte del trayecto. Aparte del sufragio femenino, el conflicto en Europa se había convertido en el tema favorito de Victoria, que estaba muy informada al respecto, lo que sorprendía a Charles. En aquel momento el Frente Occidental, compuesto por franceses, británicos y belgas, se había afianzado a lo largo de seiscientos cincuenta kilómetros, desde el mar del Norte hasta los Alpes suizos.

– Nunca participaremos en esa contienda, que por otro lado nos resulta muy rentable -sentenció él.

Estados Unidos vendía municiones y armas a cualquiera que estuviera dispuesto a comprarlas.

– Creo que es indignante. Más valdría que nos implicáramos en lugar de quedarnos en casa y fingir como hipócritas que tenemos las manos limpias.

– No seas tan ilusa. ¿ Cómo crees que se amasan las grandes fortunas? ¿ Qué supones que se fabricaba en las acerías de tu padre?

– Me enferma pensar en ello -dijo mirando por la ventana. Los hombres que luchaban pasarían la Navidad en las trincheras mientras ellos celebraban las fiestas. Le parecía muy injusto, pero nadie parecía entenderla-. Gracias a Dios que la vendió -añadió.

Le entristecía que Charles no compartiera su opinión sobre la guerra. Era una persona mucho más práctica, con los pies en la tierra, que se preocupaba por Geoffrey.

Al llegar a Croton se enteraron de que Henderson había enfermado de nuevo. El resfriado que había contraído dos semanas atrás había derivado en una pulmonía. Estaba muy débil y delgado, y sólo salió de su habitación la mañana del día de Navidad para la entrega de los regalos. Había comprado dos collares de diamantes idénticos para sus hijas, que se mostraron encantadas al verlos. Ya que llevaban el mismo vestido y el mismo collar, Charles tenía miedo de equivocarse al entregar los obsequios, pero logró acertar por casualidad: un precioso corpiño y unos pendientes para su esposa, y una bufanda y un libro de poesía para Olivia, que se asombró al descubrir que el tomo había pertenecido a Susan.

– ¿ Por qué te lo habrá dado? -Victoria estaba desconcertada.

– Quizá le resultaba doloroso guardarlo. Además, a ti no te gusta la poesía -respondió al tiempo que trataba de disimular su turbación. Charles había escrito una dedicatoria preciosa.

Con todo, el momento culminante llegó cuando Olivia entregó a Geoffrey dos pistolas pequeñas, un cañón antiguo y un ejército completo compuesto de soldaditos franceses, alemanes, británicos y australianos. Hacía meses que los había encargado, y el niño no daba crédito a sus ojos. Para sorpresa de todos Victoria montó en cólera.

– ¿Cómo puedes regalarle algo tan repugnante? -exclamó-. ¿ Por qué no los cubres de sangre? Sería más realista.

Estaba muy irritada, porque además Geoffrey había afirmado que el juego que había elegido para él era demasiado complicado y aburrido.

– No se me ocurrió que te opondrías -dijo Olivia alicaída-. Sólo son juguetes, Victoria, y le gustan.

– En Europa hay miles de hombres que mueren en las trincheras, y eso no es un juego. Están lejos de sus seres queridos…y tú los conviertes en juguetes. Es indignante.

Tras estas palabras se retiró con lágrimas en los ojos, y Geoffrey preguntó a su padre si tendría que devolver el regalo a la tía Ollie.

Al cabo de un rato Charles acompañó a Victoria a la tumba de su madre.

– No tendrías que haberte disgustado tanto -dijo mientras caminaban-. Tu hermana no pretendía ofenderte. Creo que no entiende la intensidad de tus sentimientos al respecto. -De hecho él tampoco.

– No puedo seguir así. No estoy hecha para el matrimonio, Charles, todo el mundo es consciente, menos tú. Hasta Geoff se ha dado cuenta…-No sólo le dolía lo del regalo, sino también el libro que su esposo había entregado a Oli- via. No estaba celosa, pero tenía la impresión de que se encontraba en el lugar equivocado-. Cometí un error al aceptar casarme, tendría que haber dejado que mi padre me enviara lejos y se olvidara de mí. No soporto esta situación. -Victoria rompió a llorar.

Charles la contempló con tristeza. En ese momento decidió preguntarle sobre lo que le preocupaba desde la fiesta de los Astor.

– ¿ Has vuelto a verle? ¿ Es eso?

A Victoria le extrañó que se hubiera enterado de que Toby se había puesto en contacto con ella. Pensó que quizá todo sería más sencillo si hubiera vuelto con él, pero ya no le apetecía.

– No. ¿Acaso sospechas que te engaño? Ojalá fuera así; por lo menos mi vida sería más divertida.

Se arrepintió de sus palabras tan pronto como las hubo pronunciado.

Charles permaneció en silencio junto a ella. Al cabo de unos minutos habló por fin.

– No sé qué decir.

Lamentaba haber mencionado a Toby, pero la cocinera le había comentado lo del ramo de flores en la basura. Sus sospechas habían sido infundadas, pero eso no cambiaba la situación.

– ¿ Quieres dejarme? -inquirió Victoria.

Charles le rodeó los hombros con el brazo.

– Claro que no, deseo que te quedes. Conseguiremos que lo nuestro funcione. Sólo llevamos juntos seis meses, y dicen que el primer año es el peor. -Sin embargo no había sido así con Susan; su primer año fue idílico-. Yo intentaré ser más razonable, y tú, más paciente. ¿ Qué quieres hacer con el pequeño ejército de Geoffrey? No creo que le apetezca renunciar a él, pero si quieres trataré de convencerle.

– No, me odiaría aún más. El juego que le he comprado es tan estúpido… No sé qué le gusta. La dependienta aseguró que le encantaría.

Continuaron charlando un rato más y regresaron a la casa. Esa misma tarde Victoria fue en busca de su hermana. La encontró con Bertie, doblando las sábanas.

– Siento haber elegido ese regalo se disculpó Olivia mientras el ama de llaves se marchaba-. No sabía que te disgustaría tanto.

Las dos llevaban el mismo vestido verde con pendientes de esmeraldas a juego. Se sentían felices de estar juntas de nuevo e intercambiaron una sonrisa cargada de significado.

– No te preocupes. He reaccionado como una estúpida. Me interesa demasiado lo que ocurre en Europa y a veces olvido que nuestro país no participa en esa guerra. Me alegro de que papá vendiera la acería, porque de lo contrario acabaría en una manifestación delante de sus puertas y me arrestarían. -Las gemelas rieron. Olivia adivinó que su hermana quería pedirle algo. No tardó en ver confirmadas sus sospechas-. Tienes que librarme de todo esto, al menos por un tiempo -susurró Victoria-, antes de que me vuelva loca. No puedo aguantarlo más.

Olivia la miró con preocupación, pues barruntaba sus intenciones.

– ¿ Quieres que diga que no antes de que me lo pidas, o dejo que me lo preguntes?

– Olivia, por favor…hazte pasar por mí…sólo por un tiempo… Necesito estar sola para pensar… Por favor… ya no sé lo que hago.

Su hermana era consciente de su dolor, pero lo que le proponía no era la solución. Victoria debía enfrentarse a la realidad. Charles era un buen hombre. Tenía que adaptarse a su nueva vida, pues huir no le serviría de nada.

– Tienes razón -repuso-, no sabes lo que haces. Lo que sugieres es un disparate. ¿ Qué sucedería si llegara a enterarse? ¿Qué haría yo entonces? No puedo fingir que soy su mujer, lo adivinaría en cinco minutos. Además, no está bien, Victoria.

– Tampoco estaba bien cuando lo hacíamos en el colegio, cuando mentías por mí… Lo hemos hecho miles de veces. Te prometo que nunca se enterará… No consigue diferenciarnos, tú lo sabes.

– Al final lo notaría, o por lo menos Geoff se daría cuenta. No deseo hablar más del tema, me niego a hacer algo así, ¿me oyes?

Olivia no estaba enfadada, pero quería que su hermana entrara en razón.

Sin pronunciar palabra, Victoria se levantó y se alejó despacio.

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