El lunes, día 10 de mayo Olivia pensó que empezaría a gritar si Geoffrey y Charles no terminaban pronto de desayunar. Todavía se encontraba débil y había discutido con Charles, que no le permitía leer el periódico.
– El médico dice que no debes disgustarte -le recordó mientras se lo quitaba.
– iDámelo, Charles! -exclamó ella con irritación. Charles la miró sorprendido y se lo devolvió-. Disculpa, no sé qué me pasa. Necesito leer algo para dejar de pensar en Olivia.
– Lo entiendo -repuso él con frialdad.
Por fin, para alivio de la joven, Charles salió hacia su despacho y Geoff se marchó al colegio. Minutos después Olivia cogía el bolso y el sombrero y tomaba un taxi con dirección a la oficina de la Cunard en State Street. No esta- ba preparada para lo que encontró allí, una marabunta de personas que gritaban, lloraban, lanzaban objetos, proferían insultos y suplicaban información, pero los empleados de la compañía, que intentaban controlar a la muchedumbre con la ayuda de la policía, no podían facilitársela. Apenas se sabía nada, sólo que el número de muertos rondaba el millar.
Después de esperar durante siete horas, no consiguió lo que había ido a buscar: la lista de supervivientes. Prometieron que estaría disponible al día siguiente, se mencionaron nombres y una relación de heridos, y un joven afirmó que la Compañía fotografiaría los cadáveres recogidos en Queenstown para facilitar su identificación. Olivia sintió un escalofrío al pensar en ello y salió del edificio a las cuatro y media de la tarde con el corazón encogido. No había comido nada en todo el día y estaba exhausta cuando regresó caminando a casa.
Al subir los escalones de la entrada divisó a un joven con un uniforme de la Western Union y el corazón le dio un vuelco. Bajó a toda prisa y le agarró el brazo con fuerza, como si estuviera loca.
– ¿Tienes un telegrama para mí? ¿ Victoria Dawson?
Ése sería el nombre al que estaría dirigido si su hermana se atrevía a enviarle algo allí; no podía ser tan cruel de guardar silencio si estaba viva.
– Sí…aquí…-respondió el muchacho asustado antes de alejarse corriendo.
Olivia le arrebató el sobre, lo rasgó con manos temblorosas y leyó el mensaje. Su hermana estaba como una regadera, pero viva. «Viaje explosivo. Stop. Dios bendiga al señor Bridgeman. Stop. Todo va bien en Queenstown. Te quiero. Stop.» El señor Bridgeman había sido su profesor de natación en Croton. Olivia comenzó a gritar y llorar, no le importaba que la vieran. El telegrama no contenía más información, ninguna dirección, pero sabía que Vic- toria estaba viva, que había sobrevivido al hundimiento del Lusitania, y eso era todo cuanto necesitaba saber por ahora. Arrugó el papel y lo quemó en el horno. Después pensó que quizá hubiera sido mejor guardarlo, pero era demasiado peligroso, alguien podría encontrarlo y adivinar quién era en realidad.
La agonía que había vivido en los últimos días por fin había acabado. Tras tomar un baño caliente, corrió a la habitación de Geoffrey. Estaba tan contenta que le dio un fuerte abrazo, lo que extrañó mucho al niño, que pensaba que Victoria se había vuelto loca. Su padre le había contado que sufría de los nervios, pero él estaba convencido de que era su cabeza la que no funcionaba; jamás la había visto de tan buen humor.
– ¿Qué te ha pasado hoy? -inquirió. Olivia sonrió de oreja a oreja. Que he recuperado a mi hermana, quiso decir, que está viva-. Estás muy alegre.
– Es verdad. Ha sido un día perfecto. ¿ Cómo te ha ido a ti en el colegio? ¿Te lo has pasado bien?
– No, ha sido bastante aburrido. ¿Dónde está papá?
– No ha llegado todavía.
Luego bajaron al comedor para cenar, y unos minutos después Charles entró por la puerta con aspecto cansado y enfurruñado.
– ¿Por qué estás tan contenta? -preguntó.
– Me encuentro mejor, eso es todo.
Se sentía avergonzada por su comportamiento durante el fin de semana, pero ya había pasado todo.
Charles la observó con atención y se preguntó qué tramaba y si en verdad tenía una aventura con alguien. Sin embargo la joven se mostró tan cariñosa con él y con Geoff durante la cena que enseguida se tranquilizó.
– He hablado con un detective -explicó cuando el niño se retiró para terminar sus deberes-. Empezará a buscarla la semana que viene, tiene muy buenos contactos en California.
Olivia le dio las gracias con expresión risueña. En toda la noche no había dejado de sonreír.
– ¿Qué puñetas has hecho hoy, Victoria, para estar de tan buen humor? Me temo que estás despertando mis sospechas.
Sin embargo la veía tan bella y jovial que no le apetecía enfadarse con ella, aunque pensaba que tal vez tuviera motivos.
– Me siento más relajada. Intuyo que Olivia está a salvo… no sé cómo explicártelo.
– Espero que tengas razón.
Le alegraba que se encontrara mejor, pues el fin de semana había sido una pesadilla.
– Lamento haberte causado tantos problemas -se disculpó ella.
– No pasa nada, estaba preocupado por ti, eso es todo -repuso Charles con timidez.
Su esposa se mostraba más abierta con él en los últimos tiempos, y se preguntó si el médico tenía razón y, desde la marcha de su hermana, había adoptado su personalidad. De hecho, Victoria confiaba más en él y le trataba con mayor cordialidad. Recordó el viernes por la noche, cuando se había aferrado a él y le había confesado que estaba asustada. Ahora la veía con otros ojos, pero no quería ser demasiado optimista al respecto. Llevaban casados once meses y casi había arrojado la toalla.
– Procuraré no volver a comportarme mal -prometió ella antes de retirarse para escribir unas cartas.
Anhelaba ponerse en contacto con su hermana, pero era imposible. No podría hasta que llegara a su destino final. Esperaba con impaciencia recibir una misiva de Victoria en la casa de la Quinta Avenida, tal como habían acordado, y que le explicara lo sucedido en el Lusitania.
Charles leyó un rato antes de subir a su dormitorio. Al entrar comentó a su esposa:
– Es terrible. Parece que el número de víctimas mortales del Lusitania supera a las del Titanic. No quiero que Geoff oiga demasiadas cosas sobre el hundimiento; me da miedo que le recuerde a su madre.
Olivia asintió.
– Y tú, Charles, ¿ también piensas en ella? -preguntó. Él la miró perplejo, pues rara vez se interesaba por sus sentimientos.
– Sí…ha sido un fin de semana muy duro.
Él también había sufrido, pero Olivia no se había dado cuenta.
– Lo siento.
Se tendieron en la cama en silencio, cada uno en un extremo. Al cabo de unos minutos Charles dijo:
– Es muy amable por tu parte…preocuparte por mí… quiero decir por lo de Susan y el barco. Todavía recuerdo lo sucedido como si hubiera ocurrido ayer. Pasé muchas horas en la White Star buscando información…Luego la espera en el muelle, bajo la lluvia, hasta que llegó el Carpathia…y vi a Geoff en brazos de un miembro de la tripulación…Traté de localizar a Susan…pero no estaba. Cogí a mi hijo y nos fuimos a casa. Tardó meses en hablar de la tragedia. Supongo que jamás la olvidará.
– Lamento que sufrieras tanto -repuso ella al tiempo que le tocaba el hombro con dulzura.
Charles la contempló a la luz de la luna que se filtraba por la ventana y vio algo en ella que antes le hubiera asustado, pero que ahora no le producía ningún temor.
– Tal vez las cosas suceden por alguna razón. Tú no estarías aquí si aquello no hubiera pasado -dijo, y Olivia sonrió.
– Y tú serías más feliz.
– No digas eso. Quizá Susan se fue de nuestro lado por alguna razón, lo he pensado muchas veces. Es imposible saber por qué ocurren las cosas.
– Me siento afortunada de haberte conocido.
– Gracias -repuso él con dulzura y se preguntó si en verdad conocía a su esposa, que de pronto parecía otra mujer. Sin añadir nada más, se acercó a ella, tomó su rostro en sus manos y la besó con dulzura en los labios. No pre- tendía asustarla, sólo deseaba agradecerle sus palabras de aliento y su amistad. Mientras la besaba sintió algo en su interior que jamás había experimentado antes-. No deberíamos hacer esto -susurró con voz ronca.
Olivia asintió, pero no quería parar. Cuando la besó de nuevo, la joven olvidó todo lo que sabía sobre la relación de su hermana con ese hombre y le rodeó con sus brazos.
– Victoria, no seguiré adelante si tú no lo deseas. -Ya habían pasado por eso antes y siempre acababan arrepintiéndose. Su vida sexual sólo les había proporcionado insatisfacción.
– Charles… yo… -Quería decirle que se detuviera, que no estaba bien, que él era el marido de su hermana. Sin embargo, no podía parar ahora-. Te quiero -musitó.
Charles quedó sorprendido, pues era la primera vez que su esposa le decía eso.
– Mi dulce niña -murmuró, y deseó entregarle todo aquello que había querido reservar para sí. De pronto comprendió qué había fallado entre ellos; no se había atrevido a amarla-. Cuánto te quiero…
Le hizo el amor como si fuera la primera vez. A pesar del dolor, Olivia se entregó sin reserva, con total abandono, y él se sintió renacer. Era un nuevo principio, una nueva vida, la luna de miel de que jamás habían disfrutado.
Cuando Charles se durmió acurrucado junto a ella, Olivia se preguntó qué harían cuando Victoria regresara. Aquel hombre era la mayor alegría y al mismo tiempo la mayor traición de su vida. No sabía qué diría a su hermana, pero estaba segura de que no podía abandonar a Charles.