CAPITULO 2

La tarde del primer miércoles de septiembre, Olivia y Victoria partieron hacia Nueva York en el Cadillac Tourer, que conducía el chófer de su padre, Donovan. Les seguía Petrie al volante del Ford con la señora Peabody. Los co- ches iban cargados de provisiones. El día anterior habían salido dos vehículos más con los baúles de ropa y los enseres que Olivia y Bertie consideraban imprescindibles para la casa. Victoria, por su parte, sólo se había preocupado de empaquetar dos arcas de libros y un maletín lleno de periódicos que quería leer, mientras que de la ropa dejó que se ocupara Olivia. Jamás le había preocupado lo que lleva- ha, siempre se fiaba del gusto de su hermana, que devoraba todas las revistas de moda de París, mientras que ella prefería las publicaciones políticas y clandestinas del partido de las mujeres.

A Olivia le inquietaba el estado en que encontraría la casa de la Quinta Avenida que llevaba dos años deshabita- da. Mucho tiempo atrás había sido un lugar acogedor. Allí era donde había fallecido su madre, y el lugar guardaba re- cuerdos muy dolorosos para su padre. Por otro lado, también había acogido el nacimiento de las gemelas, y en ella Edward Henderson y su joven esposa habían compartido momentos muy felices.

Cuando llegaron, Olivia dejó que Donovan, llave inglesa en ristre, se ocupara de los cuartos de baño y ajustara y aflojara todo cuanto fuera necesario. Mientras tanto, pidió a Petrie que la llevara al mercado de flores de la Sexta A venida con la calle Veintiocho y regresó dos horas más tarde con el coche repleto de ásters y azucenas. Deseaba llenar la casa con las flores predilectas de su padre, que llegaría dos días más tarde.

A continuación necesitaron todo un ejército de sirvientes para retirar las fundas de los muebles, airear las habita- ciones y sacudir los colchones y las alfombras. La tarde del día siguiente, cuando Olivia y Bertie se reunieron en la cocina para tomar el té, estaban satisfechas del trabajo realizado. Habían encendido los candelabros, cambiado la disposición de los muebles y retirado las pesadas cortinas para que entrara más luz.

– Tu padre estará muy contento -comentó Bertie mientras le servía una segunda taza.

En esos momentos Olivia pensaba en las entradas que debía comprar para el teatro. Habían estrenado varias obras nuevas y su hermana y ella estaban decididas a asistir a todas antes de regresar a Croton-on-Hudson. Fue entonces cuando se preguntó dónde estaría Victoria, a la que había visto por última vez a primera hora de la mañana, cuando se disponía a ir a la biblioteca Low de Columbia y al museo Metropolitan. Le había aconsejado que la acompañara Petrie, pero su hermana había insistido en coger un tranvía, pues prefería la aventura. Se había olvidado de ella por completo hasta este instante y sintió cierta inquietud.

– ¿ Crees que a mi padre le importará que hayamos cambiado la disposición de los muebles? -preguntó con aire distraído, con la esperanza de que Bertie no se percatara de su creciente nerviosismo.

La preocupación hizo que olvidara el dolor de espalda que le había provocado el intenso trabajo de los dos últimos días. Las hermanas tenían un sexto sentido y presentían cuándo la otra se encontraba en un apuro. Era una especie de dispositivo de alarma que advertía del peligro, pero Olivia no estaba segura del mensaje esta vez.

– Tu padre estará encantado -aseguró Bertie sin advertir su inquietud-. Debes de estar agotada.

– La verdad es que sí -admitió Olivia, que se dirigió de inmediato a su dormitorio para pensar con tranquilidad.

Ya eran las cuatro de la tarde, y Victoria había salido poco después de las nueve de la mañana. Se recriminó no haber insistido en que la acompañara alguien, esto no era Croton-on-Hudson, su hermana era una joven atractiva, que carecía de experiencia en la gran ciudad. ¿ y si la habían agredido o secuestrado? Mientras caminaba de un lado a otro de la habitación, oyó el timbre del teléfono y supo de inmediato que era ella. Corrió hacia el único aparato que había en la casa, en la planta superior, y descolgó el auricular.

– ¿Diga?

Estaba segura de que sería Victoria, por lo que sufrió una gran decepción al oír una voz masculina al otro lado de la línea. Sin duda se había equivocado de número.

– ¿ Es ésta la residencia de los Henderson? -preguntó el hombre, que tenía acento irlandés.

Olivia frunció el entrecejo. No conocían a nadie en Nueva York.

– Sí. ¿ Quién llama? -inquirió con voz temblorosa.,…

– ¿Es usted la señorita Henderson? Olivia asintió.

– Sí, soy yo. ¿Con quién hablo? -insistió.

– Soy el sargento O'Shaunessy, de la comisaría del distrito quinto.

Olivia contuvo el aliento y cerró los ojos, segura de lo que el sargento le diría a continuación.

– ¿Está… bien…? -susurró.

¿ y si estaba herida? ¿ y si le había propinado una coz un caballo? ¿ y si la había apuñalado un delincuente o la había atropellado un coche de caballos… o un automóvil?

– Está en perfecto estado -respondió el sargento con cierta exasperación-. Se encuentra aquí, con…un grupo de jóvenes. El teniente dedujo que…por su aspecto no era de… esta zona. Las otras mujeres pasarán aquí la noche. Le seré franco, señorita Henderson; las han detenido por manifestarse sin autorización. Si pasa a recoger a su hermana de inmediato, podrá llevársela a casa sin más y nadie se enterará de lo sucedido. Le sugiero que no venga sola. ¿Puede acompañarla alguien?

Olivia no quería que Donovan o Petrie supieran que Victoria había sido detenida.

– ¿Qué ha hecho? -preguntó, agradecida de que no la arrestaran.

– Manifestarse, como el resto. Pero su hermana es muy joven e ingenua, dice que llegó a Nueva York ayer. Le re- comiendo que regresen a donde han venido de inmediato, antes de que vuelva a meterse en más líos con esta maldita asociación de mujeres sufragistas. Debo decirle que no nos ha facilitado el trabajo. De hecho no deseaba que la llamáramos; quería que la arrestáramos -comentó divertido, y Olivia cerró los ojos horrorizada.

– No le hagan caso, por favor. Iré enseguida.

– Venga con alguien -repitió el policía.

– No la arresten, por favor -suplicó Olivia de nuevo.

Sin embargo el sargento no tenía intención de arrestar a Victoria y provocar un escándalo. Por su ropa y sus zapa- tos era fácil adivinar que no era como las demás, y el hombre no estaba dispuesto a que le destituyeran por arrestar a la hija de un aristócrata; cuanto antes la perdiera de vista, mejor.

Olivia no tenía ni idea de por dónde empezar ni con quién hablar. A diferencia de su hermana, no sabía conducir, y no quería avisar a los sirvientes. Tendría que coger un taxi, pues el tranvía tardaría demasiado. No tenía con quién ir, ni siquiera Petrie. No podía creerlo: Victoria quería que la arrestaran. Estaba loca. Se prometió que, cuando la rescatara de la comisaría, la reprendería con severidad, pero primero tenía que llegar hasta allí, y lo cierto era que tampoco sabía cómo hacerlo. El sargento tenía razón cuando le aconsejó que fuera acompañada. Por mucho que detestara la idea, no tenía más remedio que hacer una llamada. Se sentó en el pequeño cubículo del teléfono, levantó el auricular y dio a la operadora el número que tan bien conocía. Era lo último que deseaba hacer, pero no había nadie más a quien llamar, ni siquiera a John Watson, porque explicaría lo sucedido a su padre.

La recepcionista la atendió enseguida y le pidió que esperara. Se mostró muy amable cuando Olivia mencionó su nombre. Ya eran las cuatro y media, y la joven temía que se hubiera marchado temprano de la oficina. Por fortuna no era así, y un momento después oyó la voz profunda de Charles Dawson al otro lado de la línea.

– ¿Señorita Henderson? -dijo con evidente sorpresa.

– Siento molestarle -se disculpó Olivia.

– No se preocupe. -Dawson adivinó por su voz que algo había ocurrido y esperó que no se tratara de su padre-. ¿ Sucede algo? -preguntó con dulzura.

Olivia se esforzó por contener las lágrimas e intentó no pensar en la vergüenza de su padre si arrestaban a Victoria. También le asustaba saber que su hermana estaba detenida en una comisaría.

– Me temo…que necesito su ayuda, señor Dawson, y… su total discreción.-Charles era incapaz de imaginar qué había sucedido-. Mi hermana…¿podría usted venir a casa?

– ¿Ahora? -Dawson había salido de una reunión para atender su llamada y no comprendía qué podía requerir su inmediata atención-. ¿ Es urgente?

– Muy urgente -respondió desesperada.

Dawson consultó el reloj.

– ¿Quiere que vaya ahora?

Olivia asintió con los ojos bañados en lágrimas, incapaz de responder.

– Lo siento muchísimo…-balbuceó-:-. Necesito ayuda…Victoria ha cometido una tontería…

Dawson pensó que tal vez se había escapado de casa. No podía estar herida, porque de ser así habrían llamado a un médico, no a un abogado. Era imposible adivinar lo ocurrido. Tomó un taxi y en quince minutos se presentó en el hogar de los Henderson. Petrie le abrió la puerta y le condujo al salón, donde Olivia le esperaba impaciente. Por fortuna Bertie estaba ocupada y no le oyó. Al verle entrar la joven se fijó de nuevo en sus ojos, que tanto la habían cautivado la primera vez.

– Gracias por venir tan deprisa. Debemos marcharnos de inmediato.

– ¿Qué sucede? ¿Dónde está su hermana, señorita Henderson? ¿ Se ha escapado?

Olivia le miró avergonzada. Era una joven muy responsable y ésta era la peor travesura de Victoria, no deseaba que llegara a oídos de nadie. En esta ocasión no le serviría de nada hacerse pasar por su hermana, se sentía totalmente Impotente.

– Está detenida en la comisaría del distrito quinto -respondió compungida-. Acaban de comunicármelo. Si la re- cogemos de inmediato, no la arrestarán.

A menos, claro, que Victoria les hubiera convencido de que lo hicieran.

– Vaya -comentó Charles sorprendido.

Salieron a la calle para coger un taxi. Olivia llevaba un sencillo traje gris que utilizaba para trabajar en casa y un bonito sombrero negro idéntico al que se había puesto Victoria esa mañana. Durante el trayecto hasta la comisaría, explicó a Dawson lo sucedido.

– Victoria es una entusiasta de esa estúpida asociación de sufragistas. -Le habló de la manifestación en Washington de hacía cinco meses y de los arrestos de las Pankhurst en Inglaterra-. Esas mujeres glorifican los arrestos como si fueran una suerte de premio, una medalla de honor. Su- pongo que Victoria habrá participado en alguna manifestación y la habrán detenido con las demás. El sargento ha dicho que, aunque no tiene intención de arrestarla, Victoria quiere que lo hagan.

Dawson reprimió una sonrisa, pero Olivia no pudo contener una carcajada. Después de escucharse a sí misma relatar la historia, el incidente parecía ridículo.

– Menuda hermana tiene. ¿ Siempre hace cosas así mientras usted está ocupada con la casa?

– El día que usted nos visitó en Croton había robado uno de los coches de mi padre para asistir a una reunión.

– Por lo menos no es una mujer aburrida. Tiemblo sólo de pensar en los hijos que tendrá. -Charles se echó a reír.

Sin embargo, cuando el taxi se detuvo los dos tenían un semblante serio. El barrio era muy humilde, había mendigos en las porterías de las casas y basura en la calle. Al apearse Olivia divisó una rata que cruzaba la calzada corriendo para meterse en una alcantarilla e instintivamente se acercó más a Charles. En la comisaría vieron a unos borrachos y dos ladronzuelos que acababan de llegar esposados, y oyeron a unas prostitutas gritar desde su celda. Charles temió que Olivia se desmayara, pero la joven aguantó con estoicismo los vituperios de los borrachos y las fulanas.

– ¿Se encuentra bien? -le preguntó, y posó una mano sobre su brazo.

– Sí -susurró sin levantar la vista-, pero cuando salgamos de aquí, la mataré.

Charles contuvo una sonrisa. El sargento les acompañó a la estancia donde se hallaba Victoria. Estaba sentada en una silla, bebiendo té bajo la atenta mirada de una matrona. Parecía furiosa y, al ver a Charles ya Olivia, dejó la taza en el suelo y se encaró a su hermana.

– Es culpa tuya, ¿verdad? -espetó sin siquiera saludar a Charles, que las observaba ensimismado; eran idénticas: la misma cara, los mismos ojos, hasta el mismo sombrero, aunque el de Victoria estaba un tanto ladeado.

– ¿Qué es culpa mía? -preguntó Olivia con irritación.

– Por tu culpa no me han arrestado.

– Estás loca, Victoria Henderson. Tienes razón. Deberían encerrarte, pero en un manicomio. ¿Tienes idea del escándalo que causaría tu arresto? ¿Sabes la vergüenza que supondría para nuestro padre? ¿Acaso piensas alguna vez en los demás? ¿O no está eso en tu orden del día?

El sargento y la matrona intercambiaron una sonrisa. Charles acordó con ellos la manera de llevarse a Victoria. En la comisaría estaban dispuestos a pasar el incidente por alto; la joven simplemente se encontraba en el lugar incorrecto en el momento más inoportuno. El sargento le recomendó que la vigilaran bien en el futuro e inquirió si eran sus hermanas. A Charles le sorprendió la pregunta, pero le halagaba que Olivia hubiera acudido a él.

El taxi aguardaba frente a la comisaría, de modo que el abogado sugirió que continuaran la discusión en el coche. Olivia estaba fuera de sí, y Charles pensó que Victoria se negaría a marcharse, pero no tenía nada más que hacer allí: la policía no pensaba arrestarla, la fiesta había acabado. Olivia seguía sermoneando a su hermana mientras subían al vehículo. Charles decidió sentarse entre las dos.

– Señoritas, creo que lo mejor será olvidar este desafortunado incidente. No ha pasado nada y nadie tiene por qué enterarse.

Primero se dirigió a Olivia y le instó a que perdonara a su hermana. Después suplicó a ésta que en adelante se mantuviera alejada de cualquier manifestación, porque de lo contrario, acabarían arrestándola de verdad.

– Eso sería más honrado que apelar a mi clase e ir corriendo a papá.

Continuaba enfadada porque su hermana y el abogado habían acudido a rescatarla. Además, no quería que éste se entrometiera en sus asuntos.

– ¿ No te has planteado cómo reaccionaría nuestro padre si se enterara? ¿Por qué no piensas un poco más en él y menos en tus estúpidas reuniones y en el voto para la mujer? ¿Por qué no te comportas como es debido en lugar de esperar que te saque de todos los líos?

Olivia se puso los guantes con manos temblorosas.

Charles las observaba fascinado: la una tan seria y la otra tan indomable. En ciertos aspectos Victoria le recordaba a Susan, su difunta esposa, firme defensora de grandes ideales y causas perdidas. Sin embargo Susan también tenía una lado más dócil, que él añoraba cada noche cuando se encontraba solo en la cama. No obstante, ahora tenía que pensar en Geoffrey, pero por mucho que lo intentara era incapaz de olvidarla y en el fondo de su corazón sabía que tampoco quería. En todo caso le intrigaba esa fierecilla de ardientes ojos azules.

– Quisiera dejar claro que no he pedido que vinierais a rescatarme -puntualizó Victoria con frialdad cuando el taxi se detuvo frente a la casa.

Actuaba como una niña enfurruñada, y Charles tuvo que reprimir una sonrisa. Merecía ser castigada como una chiquilla, pero ni siquiera estaba arrepentida de lo que había hecho ni agradecida de que hubieran acudido en su ayuda.

– Entonces tal vez sea mejor que la enviemos de vuelta a la comisaría -comentó.

Victoria le fulminó con la mirada antes de entrar en la casa y arrojar el sombrero sobre una mesa.

– Gracias -dijo Olivia, avergonzada y furiosa por la actitud de su hermana-. No sé qué hubiera hecho sin su ayuda.

– Quedo a su disposición.

– Espero que no sea necesario.

– No la pierda de vista hasta que llegue su padre -susurró Charles.

Estaba claro que se trataba de una rebelde impenitente, aunque no por ello dejaba de tener cierto encanto.

– Menos mal que llega mañana -dijo Olivia al tiempo que observaba a Charles con preocupación. Había confiado en él y esperaba que no la traicionara-. Por favor, no le diga nada; se disgustaría muchísimo -suplicó.

– Se lo prometo. Ni una palabra. -Ahora que había pasado todo, lo divertía el incidente-. Algún día se reirá de lo ocurrido. Cuando sea abuela explicará a sus nietos que una vez estuvieron a punto de arrestar a su hermana.

Victoria se acercó a ellos, masculló un «gracias» de mala gana y subió a su habitación para cambiarse. Esa noche cenaban con la señora Peabody, y Olivia invitó a Charles; era lo mínimo que podía hacer para agradecerle su ayuda.

– No puedo, pero gracias de todos modos. Siempre procuro cenar con mi hijo.

– ¿ Cuántos años tiene?.

– Nueve.

Olivia sintió un escalofrío al pensar que había perdido a su madre siendo tan niño.

– Espero conocerle algún día.

– Es un buen chico. La vida no ha sido nada fácil para ninguno de los dos desde la muerte de su madre.

Charles se sorprendió de su propia sinceridad, pero le resultaba fácil hablar con Olivia, a diferencia de su hermana, que más bien le incitaba a propinarle una bofetada.

– Lo comprendo. Yo nunca conocí a.mi madre, pero Victoria y yo nos tenemos la una a la otra.

– Debe de ser algo extraordinario tener una hermana gemela. Supongo que es imposible que alguien esté más unido a otro ser. con excepción de un marido o una esposa, claro está. Deben de ser como dos mitades de la misma persona.

– Ésa es la sensación que tengo a veces, aunque en ocasiones me parece que somos unas perfectas desconocidas. Para algunas cosas somos completamente diferentes, y para otras idénticas.

– ¿ Le molesta que la gente las confunda? Sospecho que debe de ser muy irritante.

– Te acostumbras. Antes resultaba divertido, ahora es algo normal.

Le agradaba conversar con Charles, y él también parecía sentirse a gusto a su lado. Charles, por su parte, pensaba que Olivia era la clase de mujer con la que podría establecer una amistad, pero quien le fascinaba era su hermana. A pesar de que no las distinguía, algo en su interior le indicaba cuándo estaba en presencia de Victoria, pues le hacía sentir incómodo. Sin embargo con Olivia tenía la impresión de estar con una vieja amiga o una hermana pequeña.

Minutos más tarde, Charles Dawson se marchó, y Olivia subió por la escalera para hablar con su hermana.

Victoria estaba mirando por la ventana con expresión triste. Reflexionaba sobre lo ocurrido esa tarde y lo estúpida que se había sentido cuando el sargento la separó del resto de las mujeres.

– ¿Cómo voy a presentarme de nuevo ante ellas? -preguntó a Olivia.

– Para empezar, ni siquiera deberías haber estado con ellas. -Olivia suspiró y se sentó frente a su hermana-. No deberías comportarte así, Victoria. No puedes dedicarte a perseguir ideales sin pensar en las consecuencias. Al final no sólo te harás daño a ti misma, sino también a los demás, y no quiero que eso ocurra.

Victoria la miró con atención y de nuevo brilló en sus ojos la chispa que Charles había detectado.

– ¿Y si puedo ayudar a más personas de las que hiero? Hay que luchar para defender aquello en lo que crees. Sé que te parecerá un disparate, pero a veces pienso que estaría dispuesta a morir por un ideal.

Lo más terrible era que Olivia sabía que su hermana hablaba en serio. En su interior ardía esa especie de fuego que le permitiría dar la vida por una causa.

– Me asustas cuando hablas así.

– No es ésa mi intención. Yo no soy como tú, Olivia. ¿ Cómo es posible que seamos tan diferentes y tan iguales a la vez?

– Iguales pero diferentes -murmuró Olivia.

Era el misterio que las envolvía desde que nacieron, tan idénticas en algunos aspectos pero tan distintas en otros.

– Lamento lo de esta tarde; no quería preocuparte.

Por fin se mostró arrepentida, aunque no por lo que había hecho, sino por haber disgustado a su hermana. La quería demasiado para hacerle daño.

– Intuía que te había ocurrido algo malo, lo sentí aquí -explicó Olivia señalando el estómago.

Victoria asintió. Ambas conocían esa sensación.

– ¿A qué hora? -preguntó con interés, pues siempre le había intrigado su especial telepatía.

– A las dos.

Victoria asintió de nuevo. Las hermanas estaban habituadas a ese dispositivo interior que las alertaba cuando la otra tenía problemas.

– Sí. Creo que fue entonces cuando nos detuvieron y subieron a la furgoneta.

– Debió de ser una experiencia de lo más interesante -comentó Olivia con aire reprobatorio.

Victoria rió divertida.

– De hecho fue todo bastante gracioso. Los policías estaban empeñados en no dejar a nadie fuera, pero es que nadie quería quedarse fuera, todas querían que las arrestaran.

– Pues me alegro de que no te arrestasen -repuso Olivia con firmeza.

– ¿Por qué le llamaste? -preguntó su hermana buscando la respuesta en sus ojos.

Eran miles las cosas que no se decían pero que sabían.

– No se me ocurrió a quién llamar. No quería que me acompañaran Donovan o Petrie, pero tenía miedo de ir sola. El sargento me aconsejó que no lo hiciera.

– Podrías haber ido sola de todos modos, no le necesitabas. Además, es un ser insignificante. -Victoria no entendía qué veía su hermana en él.

– No lo es -le defendió Olivia. No cabía duda de que Charles era un poco apocado, pero el destino le había deparado un cruel revés. Sentía lástima por él, pero también atracción. En su interior vislumbraba al hombre que había sido antes y quizá, con un poco de bondad y la mujer adecuada a su lado, podía volver a ser. -Ha sufrido mucho.

– Ahórrame los detalles. -Victoria se mostraba en ocasiones muy cruel con los más débiles.

– Eres injusta. Acudió enseguida para ayudarte. -Nuestro padre es uno de sus mejores clientes.

– No lo hizo por eso. Podría haberse excusado diciendo que estaba ocupado.

– Quizá le gustas -observó Victoria en broma.

– Tal vez le gustas tú -replicó Olivia.

– Lo más probable es que no sepa diferenciarnos.

– Eso no significa que sea mala persona. Tampoco nos distingue muchas veces nuestro padre. Bertie es la única que nunca nos confunde.

– Quizás es la única que se ha preocupado lo suficiente.

– ¿Por qué eres tan despiadada?

Detestaba que su hermana dijera cosas así, era como si no tuviera sentimientos.

– Quizá lo soy. También soy dura conmigo misma. Espero mucho de las personas, Olivia, y también espero hacer algo más en la vida que asistir a fiestas, a bailes y al teatro.

A su hermana le sorprendieron sus palabras.

– Pensaba que te gustaba estar en Nueva York. Siempre te has quejado de lo aburrido que es Croton-on-Hudson.

– Es cierto, me encanta estar aquí, pero no sólo por la vida social; quiero que alguna vez me ocurra algo importante, hacer algo por el mundo, llegar a ser alguien por méritos propios, no por ser la hija de Edward Henderson.

– Parece un propósito muy noble -comentó Olivia con una sonrisa.

Victoria acariciaba grandes ambiciones, pero aún era una chiquilla, una niña mimada. Lo quería todo: la gente y las fiestas de Nueva York, pero también luchar en todas las batallas, enmendar todas las injusticias y hacer algo por el mundo. En realidad no sabía lo que buscaba, pero a veces Olivia presentía que haría mucho más en esta vida que quedarse en Croton.

– ¿Qué tal si fueras la esposa de alguien?.

– No lo deseo en absoluto. No quiero pertenecer a nadie.

Cuando dicen «ésta es mi mujer», es como si dijeran éste es mi sombrero, mi abrigo o mi perro; me niego a ser como un objeto. No quiero ser de nadie.

– Pasas demasiado tiempo con esas estúpidas sufragistas -gruñó Olivia.

Con excepción del voto para la mujer, no estaba de acuerdo con nada de lo que reivindicaban. Sus ideas sobre la libertad y la independencia iban en contra de los valores que siempre había considerado más importantes, como la familia y los hijos, o el respeto al padre y al marido, y dudaba de que Victoria creyera en ello a pie juntillas. A su hermana le gustaba fumar, robar el coche de la familia, ir sola a todas partes e incluso que la arrestaran por defender un ideal, pero quería a su padre con locura, y Olivia estaba segura de que si algún día encontraba a su príncipe azul, se enamoraría como cualquier otra mujer, incluso más. ¿Cómo podía decir que no quería «pertenecer» a nadie, ser la esposa de un hombre?

– Hablo en serio. Hace mucho tiempo que tomé la decisión de no casarme.

Olivia sonrió, convencida de que mentía.

– ¿ Qué quieres decir con «hace mucho tiempo»? ¿Significa eso que te quedarás en casa para cuidar de nuestro padre?

Era ridículo. Cabía la posibilidad de que Olivia se quedara en casa para ocuparse de él, pero Victoria no; ambas sabían que no era su estilo, o al menos ella lo sabía, y se preguntó si su hermana había pensado en ello alguna vez. ¿Creía de verdad que sería feliz con él en Croton? No parecía muy probable.

– Yo no he dicho eso. Dentro de unos años tal vez me vaya a vivir a Europa. Creo que me gustaría instalarme en Inglaterra, por ejemplo.

Inglaterra era el país en el que el movimiento de liberación de las mujeres estaba más desarrollado, aunque su acogida no había sido mejor que en Nueva York u otras ciudades de Estados Unidos. En los últimos meses habían arrestado y encarcelado a media docena de sufragistas por lo menos.

A Olivia le sorprendían sus palabras, sobre todo su idea de vivir en Europa y no casarse nunca. Una vez más pensó en cuán distintas eran. A pesar de lo mucho que tenían en común y de su parecido físico, existían enormes diferencias entre ambas.

– Quizá deberías casarte con Charles Dawson -comentó Victoria en broma mientras se vestían-. Ya que lo encuentras tan dulce, quizá te gustaría unirte a él -añadió mientras subía la cremallera del vestido de Olivia y luego se giraba para que ésta hiciera lo mismo con el suyo.

La cremallera era un nuevo invento que se había puesto de moda ese año; era muy fácil de cerrar y más práctica que las hileras de diminutos botones.

– No seas tonta. Sólo lo he visto dos veces -protestó Olivia.

– Pero te gusta, no mientas, lo noto.

– De acuerdo, me gusta. ¿ y qué? Es inteligente, buen conversador y muy útil cuando mi hermana acaba con sus huesos en la cárcel. Si te empeñas en estar entre rejas, al final tendré que casarme con él o bien estudiar la carrera de derecho.

– Eso estaría mejor -repuso Victoria.

Aunque ya habían hecho las paces y Olivia casi había olvidado el incidente de esa tarde, obligó a su hermana a jurar que no se acercaría a una manifestación durante el resto de su estancia en Nueva York. N o quería pasar todo el tiempo sacándola de líos. Victoria se lo prometió a regañadientes mientras encendía un cigarrillo en el cuarto de baño, a pesar de las protestas de su gemela, que afirmaba que era un hábito impropio de una mujer.

– ¡Si Bertie supiera que fumas, te mataría! -exclamó Olivia al tiempo que la apuntaba con el cepillo.

Una vez vestidas, salieron de la habitación para dirigirse al comedor.

– Por cierto, me gustan mucho los trajes que escoges. Quizá viva siempre contigo y me olvide de Europa -comentó Victoria mientras bajaban por la escalera.

– La verdad es que no me importaría.-Olivia experimentó una tristeza repentina ante la posibilidad de que se separaran algún día. Nunca pensaba en el matrimonio porque no concebía la idea de abandonar a su padre ya su hermana-. Me resulta imposible imaginar que nos separemos alguna vez.

– Eso no ocurrirá nunca, Ollie, todo es palabrería. No podría estar lejos de ti. -Notaba que la había disgustado con sus comentarios sobre Europa-. Me quedaré en casa contigo y dejaré que me arresten cuando necesite un respiro.

– ¡Atrévete!

Entraron en el comedor, donde Bertie las esperaba vestida con un traje de seda negro que le favorecía mucho y que Olivia había copiado de una revista de París. Se lo ponía siempre que tenía el honor de cenar con la familia.

– ¿Dónde has estado toda la tarde, Victoria? -preguntó mientras se sentaban. Las chicas desviaron la mirada.

– En el museo. Hay una exposición maravillosa de Turner cedida por la National Gallery de Londres.

– ¿Ah, sí? -Bertie aparentó sorpresa y fingió creerla-. Pues tendré que ir.

– Te encantará -aseguró Victoria sonriente.

Olivia estaba distraída, preguntándose cómo sería la casa cuando sus padres vivían allí y quién se parecía más a su madre, ella o su hermana. Era una cuestión que se planteaba a menudo, pero no podía consultar a su padre, pues le resultaba muy doloroso hablar de ella a pesar de los muchos años transcurridos.

– Qué alegría que vuestro padre llegue mañana -comentó Bertie al final de la cena mientras les servían el café.

– Sí -dijo Olivia al tiempo que pensaba en las flores que pondría en su dormitorio.

Victoria se preguntaba si su hermana realmente la mataría si participaba en otra manifestación. Cuando se dirigían a la comisaría, había oído que se estaba organizando otra y prometió asistir. En ese momento Olivia la miró y negó con la cabeza; había adivinado sus intenciones. Era algo que les sucedía en ocasiones, no sabían cómo, pero era como si adivinaran los pensamientos de la otra antes de que fueran expresados.

– Ni te atrevas -le susurró mientras salían del comedor.

– No sé de qué me hablas -repuso Victoria.

– La próxima vez dejaré que te las apañes sola, y tendrás que rendir cuentas a nuestro padre.

– Lo dudo.

Victoria se echó a reír. Casi nada le daba miedo, ni siquiera le había impresionado la celda de esa tarde; de hecho, le había parecido una experiencia interesante.

– Eres incorregible -la reprendió Olivia antes de dar a Bertie un beso de buenas noches y subir al dormitorio.

Mientras Olivia leía revistas de moda, Victoria devoraba un panfleto sobre las huelgas de hambre en prisión escrito por Emmeline Pankhurst, que en su opinión era la sufragista más importante de Inglaterra. Como Bertie ya se había acostado, encendió un cigarrillo e instó a su hermana a dar una calada, pero ésta se negó.

Olivia dejó de leer y se sentó junto a la ventana. Había intentado distraer su mente, pero sus pensamientos volvieron a Charles Dawson.

– No lo hagas -dijo Victoria, que estaba tendida en la cama.

– ¿ Qué no debo hacer?

– Pensar en él -respondió Victoria, y exhaló una nube de humo en dirección a la ventana.

– ¿Qué quieres decir? -Era increíble que pudiera leer sus pensamientos.

– Sabes muy bien de qué te estoy hablando: Charles Dawson. Después de estar con él tenías esa misma mirada en los ojos. Es demasiado aburrido para ti, hay miles de hombres ahí fuera, lo sé.

– ¿ Cómo has adivinado en qué estaba pensando?

– Al igual que tú, a veces oigo tu voz en mi cabeza como si fuera la mía, mientras que en otras ocasiones me basta con mirarte para saber qué te preocupa.

– Eso me asusta. Estamos tan unidas que nunca sé dónde empiezas tú o dónde acabo yo. ¿ Crees que somos la misma persona?

– A veces. -Victoria sonrió-. Pero no siempre. Me gusta saber lo que piensas…y sorprender a la gente. Disfrutaba mucho cuando, de pequeñas, nos hacíamos pasar la una por la otra. Deberíamos volver a hacerlo, lo echo de menos. Podríamos intentarlo aquí; nadie notaría nada y sería muy divertido.

– Es diferente ahora que somos mayores; es como un engaño.

– No seas tan moralista, Olivia. No hay nada malo en ello, y seguro que todos los gemelos lo hacen -incitó Victoria, que siempre había sido mucho más atrevida que su hermana. No obstante, sabía que no lo harían, ya eran mayores y Olivia lo consideraba un juego infantil-. Si no tienes cuidado, te convertirás en una vieja aburrida.

Olivia lanzó una carcajada.

– Quizá para entonces hayas aprendido a comportarte como Dios manda.

– No cuentes con ello hermanita; creo que jamás aprenderé a comportarme.

– Estoy de acuerdo -susurró Olivia.

Загрузка...