CAPITULO 27

Había sido un verano duro para los que se hallaban en Chilons-sur-Marne. Las batallas más sangrientas se libraban en la región de Champaña y, como los prados, desprovistos de árboles, no ofrecían defensas naturales, los poilus o soldados franceses tuvieron que cavar más trincheras y fueron masacrados sin piedad. El objetivo de su misión consistía en cortar la línea ferroviaria alemana pero, como el enemigo les observaba desde terrenos más altos, los aliados eran un blanco fácil. La artillería retumbaba día y noche, hasta que entró en acción la infantería, y los soldados fueron aniquilados. Se trasladaba a los heri- dos a los hospitales de campaña, pero poco se podía hacer por ellos. A finales de septiembre comenzaron las lluvias, y la zona se convirtió en un lodazal. Numerosos cadáveres yacían en los charcos, y la pesadilla continuó hasta oc- tubre.

Édouard tenía un aspecto muy cansado cuando una noche se sentó con Victoria en su barracón. Disponía de dos habitaciones en la granja del castillo, una era su dormitorio, y la otra, su despacho. Victoria vivía allí con él, aunque conservaba sus pertenencias en el barracón.

– No es una guerra muy divertida, ¿verdad, cariño? -preguntó él mientras se inclinaba para besarla. Estaba empapado, porque seguía lloviendo, pero ya se habían acostumbrado. Llevaban un mes mojados, la ropa, las tiendas, las sábanas, todo estaba mohoso-. ¿ No te has hartado todavía? ¿No preferirías regresar a casa?

Por un lado deseaba que se marchara para que estuviera a salvo, pero por otro quería que continuara a su lado. Jamás había conocido a una mujer como Victoria, que se había convertido en su amante y su compañera. Su relación era perfecta.

– Ya no estoy segura de dónde se encuentra mi casa. -Sonrió mientras se recostaba en la cama. Estaba agotada después de dieciséis horas de guardia-. Pensaba que mi hogar estaba aquí, junto a ti.

– Así es. ¿ Ya has explicado lo nuestro a tu hermana? Habían hablado en diversas ocasiones de la conveniencia de informarla, pero Victoria tenía miedo de escandalizarla.

– No, pero se lo diré. Ella lo sabe todo sobre mí.

– Debe de ser una sensación extraña tener a alguien así. Mi hermano y yo estábamos muy unidos, pero éramos muy diferentes.

Édouard disfrutaba conversando con Victoria sobre la guerra y la política. Compartían muchos intereses y él era casi tan liberal como ella… casi, pues opinaba que las sufragistas se excedían en sus pretensiones y había amenaza- do con castigarla si alguna vez hacía huelga de hambre.

– Olivia y yo también somos diferentes -repuso ella mientras encendía un Gitane. Cada vez resultaba más difícil encontrar tabaco y tenían que compartir los cigarrillos-. Somos como dos caras de la misma moneda. A veces es como si fuéramos una sola persona.

– Quizá sea así -bromeó, y dio una calada al pitillo-. ¿ Cuándo podré disfrutar de la otra mitad?

– Nunca. Tendrás que conformarte con lo que tienes. Ya somos mayorcitas para jugar a hacernos pasar la una por la otra.

– Estoy convencido de que a tu marido le alegrará saberlo…pobre diablo. Cuando regreses tendrás que explicarlo todo, por el bien de ellos.

– Quizá mi hermana no quiera que le explique la verdad -repuso Victoria.

– La situación podría complicarse. Al menos no existe nada físico entre ellos, o eso crees tú…Si tu hermana es idéntica a ti, dudo de que algún hombre pudiera resistir la tentación durante más de unas semanas. Yo no podría.

– ¿ Acaso intentaste resistirte? -preguntó ella con un brillo malicioso en los ojos.

– No, ni por un minuto. Soy incapaz de resistirme a tus encantos, cariño.

Esa noche le comunicó que al día siguiente partiría hacia Artois, donde se preparaba una ofensiva franco-británica. Las cosas no iban bien en esa zona, pues los poilus no estaban contentos con el comandante británico, sir John French, y querían a uno de los suyos. Había surgido un movimiento para reemplazar a éste por sir Douglas Haig, pero aún no se había dado ningún paso. Édouard había prometido que iría a Artois para ayudar a planear la bata- lla y levantar la moral de los muchachos.

– Ten cuidado, amor mío -dijo Victoria. Recordó que tenía que decirle algo, pero estaba tan cansada que había olvidado de qué se trataba.

La vida en Nueva York era mucho más civilizada que en Chalons-sur-Marne. Olivia y Charles llevaban una agitada vida social; visitaron a los Van Cortland varias veces, cenaron en Delmonico's con clientes de él y, a finales de octubre, los Astor les invitaron a la gran fiesta que ofrecían. Olivia estaba embarazada de cuatro meses, su figura se había ensanchado y lucía una hermosa barriga que los trajes conseguían disimular. Charles se sentía incluso más emocionado que cuando esperaba el nacimiento de Geoff. Quería que fuera una niña, pero a Olivia le daba igual; sólo deseaba que fuera un bebé sano y fuerte. Charles la obligaba a ir al médico con regularidad e incluso comentó una vez que debería mencionarle el aborto que había sufrido antes de casarse.

– No es necesario -repuso la joven.

No podía revelarle la verdad, pero temía que él mismo se lo explicara al doctor.

– Claro que debe saberlo, sobre todo porque estuviste a punto de perder la vida. Podrías volver a tener una hemorragia.

Ambos tenían miedo de que eso ocurriera, pero Olivia se encontraba bien de ánimo y de salud.

A pesar del horror de la guerra, Victoria parecía estar contenta en Francia y haber encontrado lo que buscaba. Aunque no aludía a Édouard en sus cartas, Olivia presentía que no estaba sola.

Esa noche se celebraba la fiesta de los Astor. Olivia se puso un vestido violeta y el abrigo que le había regalado su padre cuando se enteró de que estaba embarazada. Edward se sentía muy orgulloso de ella y le alegraba que fuera tan dichosa. Lo único que enturbiaba la felicidad de todos era que «Olivia» no hubiera regresado al final del verano como había prometido. La mujer que todos, salvo Geoff, pensaban que era Victoria aseguró que había recibido noticias de ella y que se encontraba bien. No había dado ninguna dirección de contacto, sólo mencionaba que vivía en un convento de San Francisco. Los detectives que contrataron para que la localizaran se habían dado por vencidos a finales de agosto, y Olivia tranquilizó a su padre garantizándole que se encontraba sana y salva; había tomado una decisión y tenían que respetarla. Henderson, que todavía se culpaba por la huida de su hija, insistía en que sospechaba que la joven estaba secretamente enamorada de Charles.

La noche de la fiesta de los Astor Olivia estaba muy atractiva. Charles permaneció a su lado hasta que se encontró con un viejo amigo de la escuela y la dejó hablando con una amiga de Victoria, que en ningún momento barruntó el engaño. Olivia, que ya se había acostumbrado a representar el papel de su hermana, mantuvo una agradable conversación con la joven.

Al cabo de un rato salió al jardín para escapar del barullo del interior. Admiraba los rosales cuando de repente se asustó al oír que alguien le preguntaba:

– ¿ Un cigarrillo?

Olivia no reconoció la voz pero, al volverse, vio que se trataba de Toby.

– No, gracias -respondió con frialdad.

Estaba muy atractivo, aunque había envejecido en los últimos años.

– ¿Cómo estás? -inquirió él acercándose más. Olivia detectó el olor a alcohol en su aliento.

– Muy bien, gracias -contestó e hizo ademán de marcharse, pero Toby la agarró del brazo y la atrajo hacia sí.

– No te vayas, Victoria, no debes tener miedo.

– No te tengo miedo, Toby -replicó con un tono que sorprendió a éste y al hombre que les observaba oculto en la oscuridad-. Es que no me gustas.

– No es eso lo que recuerdo -repuso él con tono malicioso.

– ¿ Y qué recuerda usted, señor Whitticomb? -exclamó Olivia con tono iracundo-. ¿Qué le gustó más, engañarme a mí o a su mujer? Lo que yo recuerdo es que intentaste seducir a una niña ingenua y luego mentiste a su padre. Los hombres como tú deberían estar en la cárcel, no en salones de baile y no vuelvas a molestarte en enviarme flores o mensajes de amor, no pierdas el tiempo. Soy demasiado mayor ya para esas tonterías. Ahora tengo un marido que me quiere y al que quiero y, si vuelves a acercarte, diré a todos que me violaste.

– No fue una violación.

Se interrumpió al ver que Charles se acercaba con expresión satisfecha. Estaba buscando a su esposa cuando vio que Whitticomb la seguía hasta la terraza. No había sido su intención escuchar la conversación, pero le había encantado oírla. Ya no existían fantasmas entre ellos.

– ¿Vamos, cariño? -Charles le ofreció el brazo y entraron en el gran salón-Me ha gustado mucho lo que le has dicho, pero recuérdame que no discuta contigo; había olvidado lo mordaz que puedes llegar a ser.

– ¿ Estabas escuchando?

– No pretendía hacerlo, pero le vi seguirte a la terraza y quería asegurarme de que no te molestara.

– ¿Estás seguro de que novestabas celoso? -Charles se sonrojó ligeramente-. No tienes por qué estarlo, es un gusano asqueroso y ya era hora de que alguien se lo dijera.

– Creo que lo has hecho muy bien -afirmó con una sonrisa, y le dio un beso en la mejilla antes de conducirla a la pista de baile.

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