CAPITULO 9

El compromiso de Victoria Elizabeth Henderson y Charles Westerbrook Dawson se anunció en el New York Times el miércoles siguiente al día de Acción de Gracias, la boda se celebraría en junio, pero no se había fijado todavía la fecha. Edward Henderson dobló el periódico; se sentía satisfecho, lo había conseguido.

La noticia causó el revuelo natural, y recibieron algunas llamadas de felicitación desde Nueva York y varias cartas dirigidas a Victoria. En la ciudad los chismorreos no eran tan terribles como habían temido. De no haber sido por Charles, la estupidez de Victoria habría tenido consecuencias desastrosas, mientras que ahora sólo se decía que la joven había flirteado con Whitticomb y se les había visto juntos en algún que otro lugar indiscreto, pero nada más se sabía con certeza; el único que conocía la verdad era Toby, y contarla le haría quedar peor. Victoria estaba a salvo, o casi; lo estaría por completo, al menos para su padre, cuando se convirtiera en la esposa de Charles Westerbrook Dawson.

Sin embargo cuando Victoria leyó el anuncio en el periódico, quedó consternada. ¿Cómo podían hacerle eso? Todo porque se había enamorado locamente de Toby, porque había creído en él. Ahora, a modo de castigo, la vendían como a una esclava a un hombre a quien no amaba y con el que tendría que hacer las mismas cosas que con Toby, perspectiva que, en lugar de excitarla, le repugnaba. Se preguntaba si sería capaz de acostarse con él. Charles decía que serían buenos amigos, que no esperaba que ella le quisiera; sólo buscaba una compañera para él y una madre para Geoffrey, pero ella no soportaba pensar en el chiquillo, no deseaba ser la madre de nadie y sabía que nunca más lo sería. Al pensar en Geoffrey no podía evitar recordar al niño que había perdido, La experiencia había sido muy traumática. Cuando se casara con Charles, tomaría todas las precauciones posibles para no tener hijos. Igno- raba en qué consistían, pero lo descubriría. Con suerte, Charles ni siquiera le pediría que compartieran el lecho, eso no formaba parte de la “amistad”, a que se reduciría su matrimonio. Sintió un escalofrío al imaginar a Charles tocándola de la misma manera que Toby.

– ¿Por qué estás tan seria? -Preguntó Olivia. Advirtió que su hermana tenía la vista clavada en el periódico y entonces lo adivinó. Sonrió con dulzura y añadió-: Serás feliz con él, Victoria…Es un buen hombre…y podrás hacer lo que quieras en Nueva York…Piénsalo…

Victoria la miró con expresión sombría y asintió. Estaba tan desesperada por su situación que ni siquiera intuía la tristeza de su hermana.

Una vez anunciado el compromiso, Victoria se dedicó a dar largos paseos por la tarde, y Olivia ya no decía nada cuando desaparecía para ir a Croton, Dobbs Fecry o incluso Ossining para asistir a las conferencias de las sufragistas. Notaba que su hermana se había vuelto más agresiva y albergaba contra los hombres una verdadera rabia que rayaba en el odio. Aunque apenas hablaba, si se presentaba la oportunidad Victoria no dudaba en expresar sus opiniones, que, a pesar de ser de cariz político, enmascaraban su parecer sobre los hombres. Su deseo de defender a las mujeres, víctimas de los gobiernos en general, y de los hombres en particular, nacía de los sentimientos que le inspiraban Toby Whitticomb e incluso Charles Dawson, a quien consideraba una suerte de secuestrador aliado de su padre que pretendía castigarla por haber amado a aquél.

La fiesta que planeaba Olivia no le interesaba en absoluto, y apenas la escuchó cuando le leyó la lista de invitados. No le importaba quién acudiera, y el hecho de que los Rockefeller y los Clark hubieran aceptado no suponía ninguna victoria. Para ella no había nada que celebrar, no se trataba más que de un simple acuerdo.

– ¡No digas eso! Es por vuestro bien, los dos os ofrecéis algo importante. Charles te ha salvado. Piensa en el pequeño Geoffrey, que será muy feliz de tenerte por madre.

– No quiero ser su madre -replicó Victoria furiosa. Desde el día de Acción de Gracias no hacía más que pensar en lo desgraciada que era-. No sé hacer de madre, y ni siquiera le caigo bien.

– ¡Te equivocas!. Ha simpatizado contigo, y es lógico. Creo que intuye que no me gustan los niños.

– Le gustamos las dos, y estoy convencida de que pronto tú también le querrás.

A Victoria le desagradaba la situación. Deseaba llegar a un acuerdo civilizado con Charles y tener la oportunidad de visitar a sus amigos en Nueva York, asistir a conferencias y mítines. Incluso soñaba con participar en la vida política, estaba segura de que ésa era su vocación, y se veía como una especie de Juana de Arco, dispuesta a sacrificarse por sus ideales.

Tales pensamientos indignaban a Olivia, que no entendía su postura.

– Debes pensar en cosas más prácticas -le aconsejó-, como en tu marido, tu casa y la boda.

Le partía el corazón pronunciar la palabra «marido», sabía que no era correcto codiciar al prometido de su hermana sólo porque era amable y le gustaba hablar con él. No tenía derecho a pensar en Charles de esa manera, pero en Nueva York había sido muy fácil albergar ilusiones respecto a él. Sin embargo las fantasías infantiles habían acabado para ambas. Pronto cumplirían veintiún años, eran unas mujeres hechas y derechas. Victoria ya conocía el amor carnal, aunque fuera de forma ilegítima, y pronto estaría casada, mientras que Olivia pertenecía por completo a su padre y pasaría una década, tal vez más, a su servicio. La vida de Victoria se basaría en la conveniencia; la suya, en el sacrificio y la renuncia. Ambas tenían que aceptar su destino.

Olivia le habló de nuevo de la fiesta y esta vez la obligó a escuchar. Lucirían para la ocasión unos vestidos de terciopelo negro, de estilo moderno, que había copiado de unos diseños de las hermanas Callot de París.

– Cuando vaya a París -repuso con una sonrisa Victoria, que agradecía lo que su hermana hacía por ella, aunque no siempre lo expresara-, te compraré un modelo auténtico de uno de tus diseñadores favoritos. ¿ Qué prefieres, un Beer o un Poiret?

Era terrible saber que pronto se separarían. En ocasiones Olivia se negaba incluso a creer que eso fuera a suceder. Se había hecho a la idea de que Victoria iba a casarse, pero le costaba aceptar que ya no la tendría a su lado. Habían estado siempre tan unidas que tenía la impresión de que estar lejos de ella sería como perder un brazo. Su hermana percibió su preocupación y se acercó para abrazarla al tiempo que le decía que la echaría mucho de menos.

– Podrías vivir con nosotros -sugirió. Olivia se echó a reír.

– Estoy segura de que Charles estaría encantado. -Sería una tortura vivir bajo el mismo techo que él y no tenerle.

– Tendría a dos por el precio de una. Además, así podrías cuidar de Geoffrey. -Victoria sonrió y encendió un cigarrillo. Olivia hizo una mueca de disgusto y abrió la ventana-. Es perfecto.

– Bertie te matará si te pilla fumando -advirtió su hermana mientras cerraba la puerta de la habitación-. ¿ y qué me dices de nuestro padre? ¿También viviría con nosotros? -Bromeaban; sabían que después de la luna de miel sus vidas se separarían para siempre-. Por cierto, me ha comentado que me dejará ir a Nueva York cuando quiera.

– No es lo mismo, Olivia, y tú lo sabes.

– No, pero es lo mejor que tenemos por el momento. -Esa conversación la entristecía, de modo que decidió cambiar de tema-. ¿Qué hay de Geoff? ¿Le llevaréis con vosotros a la luna de miel?

– Dios mío, espero que no. Victoria hizo una mueca de disgusto mientras daba una calada a su cigarrillo.

– No fumes, es un vicio asqueroso.

– En Europa está de moda entre las mujeres.

– También está de moda allí ordeñar vacas, y no me gustaría hacerlo, aunque seguro que el olor no es tan terrible como el del tabaco. Bueno, ¿qué pasa con Geoffrey? ¿Lo llevaréis con vosotros?

– No hemos hablado de ello, pero no creo que quiera venir. A mí me gustaría ir a Europa.

A Olivia se le encogió el corazón al pensar que pronto dejaría de formar parte de la vida de Victoria.

– Quizá Geoff aceptara quedarse aquí conmigo. Sería bueno para él y a mí me encantaría.

– ¡Qué buena idea!

Estaba entusiasmada con la posibilidad de dejar al niño en Croton, pues lo último que deseaba era tener que perseguirle por todo el barco, y mucho menos por toda Europa, aunque Charles todavía no había accedido a ir allí. Insistía en viajar a California, pero Victoria estaba convencida de que lograría disuadirle; se negaba a visitar tal lugar, que por lo que había oído era incivilizado, incómodo y desagradable.

– Se lo propondré a Charles cuando venga, ¿ o prefieres hacerlo tú? -inquirió Olivia mientras cerraba la ventana.

Hacía mucho frío fuera. Había nevado dos veces desde el día de Acción de Gracias.

– Pregúntaselo tú, y yo intentaré persuadirle de que vayamos a Europa.

Poco después salieron de la habitación para reunirse con su padre. Victoria pensaba en su luna de miel y en las mujeres que visitaría en Londres, a las que ya había escrito. Incluso había enviado una carta a Emmeline Pankhurst a la prisión sin que su hermana lo supiera. Mientras tanto Olivia se sentía complacida con la posibilidad de tener a Geoffrey a su lado durante el verano; su compañía le serviría para aliviar el dolor por la separación de Victoria.

Al día siguiente los Dawsom llegaron de Nueva York en el nuevo Packard de Charles. Geoffrey estaba tan emocionado que se apeó tan pronto como el coche se detuvo y corrió hacia Victoria, que les esperaba en la puerta.

– ¿Dónde está Ollie?

– En la cocina.

Charles miró a la joven con timidez y deseó tener el ojo clínico de su hijo para distinguirlas.

– ¿Lo ha adivinado? ¿Eres Victoria? Era ridículo no saber quién era su prometida. En un principio había pensado que podía fiarse de su intuición, pero después de su última visita ya no estaba seguro. A veces Victoria se mostraba tan recatada como solía serIo su hermana, mientras que ésta se sentía más relajada en su presencia y se comportaba con mayor desenfado. Ahora que las conocía mejor, le resultaba más difícil distinguirlas. Había descubierto que tenían el mismo sentido del humor, que sonreían igual, que hacían los mismos gestos e incluso estornudaban del mismo modo. Las confundía más que nunca.

Victoria se rió con ganas y asintió. Charles le dio un casto beso en la mejilla y le dijo que se alegraba mucho de verla.

– Me parece que os compraré un par de broches de diamantes con vuestras iniciales; de ese modo evitaré hacer el ridículo.

Victoria le cogió del brazo con expresión divertida y le condujo al vestíbulo.

– Es una buena idea -repuso. De pronto sintió la tentación de jugar un poquito con él para ver cómo reaccionaba-. De todos modos, ¿ estás seguro de que en realidad no soy Ollie? -preguntó con tono inocente.

– ¿Lo eres?

Charles se detuvo al instante, horrorizado ante la idea de haber actuado con excesiva familiaridad.

Victoria asintió y fingió ser su hermana, pero en ese momento Geoffrey apareció de la mano de Olivia.

– Hola, Victoria -saludó el niño con naturalidad.

Su padre se exasperó por la jugarreta de Victoria. ¿ O acaso se había equivocado su hijo? Charles miró a las gemelas, pero era incapaz de distinguirlas. Olivia apuntó a su hermana con un dedo y preguntó con tono reprobador:

– ¿ Has estado torturando a Charles? -Conocía bien a Victoria.

– Sí -respondió Charles, que agradecía que su futura cuñada hubiera puesto fin al juego con tanta celeridad-. Intentaba hacerme creer que eras tú. Me tenía totalmente desconcertado.

Geoffrey pensaba que su padre era muy tonto por no saber distinguirlas. Su padre se volvió hacia él e inquirió:

– ¿Cómo puedes estar siempre tan seguro de quién es quién?

Le asombraba que un niño de su edad pudiera diferenciarlas.

– No lo sé. -El chiquillo se encogió de hombros-. A mí me parecen diferentes.

– Eres la única persona, aparte de Bertie, que sabe diferenciarnos -afirmó Olivia con una sonrisa.

Charles se volvió hacia su prometida, que todavía se relamía por su hazaña; le gustaba hacerle sentir inseguro.

– Jamás volveré a confiar en ti, Victoria Henderson.

– Me parece muy sabio por tu parte.

En ese momento entró Edward Henderson.

– ¿ Qué pasa aquí? -preguntó, contento de ver a Charles ya su hijo.

Esa noche la cena fue muy animada. Hablaron de negocios y de la venta de la acería, que ya se había cerrado. Henderson estaba muy satisfecho de la manera en que Charles había llevado el asunto; era un abogado excelente.

Después de tomar el café Edward y Olivia se retiraron para dejar solos a los novios. Ella adujo que quería desear las buenas noches a Geoff, en tanto que su padre explicó que necesitaba acostarse temprano porque estaba cansado. Mientras subían por la escalera, comentaron lo bien que iban las cosas. Edward se sentía muy aliviado, y su hija asintió, aunque tenía sentimientos contradictorios.

Sin embargo se olvidó de todo cuando vio a Geoff. Ya estaba en la cama, pero aún no dormía. Tenía los ojos muy abiertos y abrazaba un mono de peluche zarrapastroso.

– ¿Quién es éste? -preguntó Olivia.

– Es Henry. Es muy viejo, tiene los mismos años que yo. Lo llevo a todas partes, excepto al colegio.

El niño parecía tan pequeño en ese lecho tan grande que Olivia sintió deseos de darle un beso, pero no le conocía lo suficiente para hacer eso.

– Es muy guapo. ¿ Muerde? Algunos monos muerden.

– Claro que no -respondió sonriente. Geoff pensaba que Olivia era muy guapa y divertida-. A mí también me gustaría tener un hermano gemelo y tomar el pelo a la gente como ha hecho Victoria hoy con papá. -Estaba convencido de que eras tú.

– ¿Cómo sabes tú quién es quién? -inquirió ella con curiosidad. Se preguntaba qué veía Geoffrey que no percibían los demás. Su inocencia infantil tal vez le procuraba mayor clarividencia.

– Pensáis de manera diferente, y lo noto.

– ¿ Lees nuestros pensamientos? -exclamó con asombro. En verdad era un chico muy listo para su edad. Se planteó si siempre había sido así o si la muerte de su madre le había hecho madurar.

– A veces -contestó, y para sorpresa de la joven añadió-: A Victoria no le gusto.

– Te equivocas. Lo que pasa es que no está acostumbrada a tratar con niños.

– Está acostumbrada a las mismas cosas que tú; el problema es que no le gustan los niños. No me habla como tú lo haces. ¿ Crees que de verdad le gusta mi padre?

Era una pregunta muy directa, y por un instante Olivia no supo qué responder.

– Creo que le gusta mucho, Geoff, pero todavía no se conocen bien.

– Entonces ¿por qué se casan? Es un poco estúpido.

No andaba del todo equivocado, pero la vida era más complicada de lo que él pensaba.

– A veces las personas se casan porque saben que es lo mejor y que acabarán queriéndose con el tiempo. En ocasiones éstos son los mejores matrimonios, los que empiezan con una buena amistad.

A Olivia le parecía un argumento razonable, pero Geoffrey no estaba convencido.

– Mi madre decía que nos quería más que a nada en el mundo, que cuando se casó con papá le amaba más que a nadie, más que a sus padres incluso. Después me tuvo a mí y me quiso tanto como a él. -Geoffrey bajó la voz para agregar con tono de complicidad-: De hecho, decía que me quería más a mí, pero no se lo cuentes a papá; herirías sus sentimientos.

– Estoy segura de que tu madre te quería muchísimo.

– Sí -corroboró con una expresión de tristeza, y guardó silencio al recordarla. Pensaba en ella a menudo, y también la veía en sus sueños, en los que aparecía con un vestido blanco y caminaba hacia él sonriente; sin embargo siempre despertaba antes de que llegaran a acercarse-. Yo también la quería -afirmó al tiempo que apretaba la mano de Olivia-. Era muy guapa y se reía mucho…como tú.

Olivia se inclinó, le besó en la mejilla y le abrazó, Geoff era el niño que jamás tendría, un don inesperado que sustituiría a su hermana.

– Te quiero, Geoffy -dijo con ternura. El chiquillo sonrió.

– Mi mamá solía llamarme así…pero no pasa nada.., tú también puedes hacerlo. Creo que a ella le gustaría.

– Gracias.

Olivia le explicó entonces que una vez, cuando Victoria y ella eran pequeñas, organizaron una merienda para sus amigos del colegio, a los que confundieron haciéndose pasar la una por la otra. A Geoffrey le encantaba escuchar las anécdotas que le contaba. Charlaron durante más de una hora, hasta que el niño se quedó dormido con la mano de Olivia cogida y el mono sobre la almohada. La joven le dio otro beso antes de salir de la habitación. Pensó en él y en su madre, con quien sentía una extraña afinidad, como si la hubiera conocido.

Victoria estaba fumando en el dormitorio cuando entró Olivia. Esta vez ni siquiera se había molestado en abrir la ventana.

– Estoy deseando que te vayas -dijo Olivia con los ojos entornados mientras fingía estrangular el humo.

Su hermana rió.

– ¿ Dónde estabas?

– Con Geoff. Pobre niño, echa mucho de menos a su madre.

Victoria asintió pero no hizo ningún comentario al respecto.

– Charles ha accedido a ir a Europa de luna de miel -anunció con satisfacción.

Olivia meneó la cabeza.

– Pobre hombre, eres un monstruo. ¿Sabe que fumas? -Victoria negó con un gesto y se rieron-. Quizá deberías decírselo o, mejor aún, dejarlo.

– Quizá debería empezar él a fumar.

– Maravilloso -comentó Olivia mientras se desvestía.

– También le he dicho que te gustaría que Geoffrey se quedara aquí, y le ha encantado la idea. No quiere llevarlo a Europa, tiene miedo de que el viaje en barco le traiga malos recuerdos.

– Sí, me temo que así sería -repuso Olivia al recordar lo que Geoffrey le había contado de su madre. Era obvio que el recuerdo permanecía vivo en su mente-. ¿Habéis fijado ya la fecha de la boda?

Victoria asintió con expresión triste. La habían acordado esa misma noche.

– El 20 de junio. El Aquitania zarpa de Nueva York el 2I.

– ¿No crees que será traumático para Charles? -preguntó Olivia.

Su hermana titubeó un momento y se encogió de hombros.

– Él no iba en el barco. Susan regresaba de Inglaterra con Geoff.

– Sin embargo debió de sufrir mucho. Tendrás que ser amable con él durante la travesía.

A Victoria pareció molestarle el comentario.

– Quizá deberías ir tú con él; nunca notaría la diferencia.

– Tal vez él no -afirmó Olivia-, pero Geoff sí.

Al día siguiente Charles y Victoria salieron a pasear antes de comer. Se sentaron en un banco en la orilla del Hudson.

– Es tan bonito. No sé cómo puedes marcharte -preguntó Charles.

La joven se abstuvo de decir que era su padre quien la obligaba.

– La verdad es que prefiero Nueva York, esto es muy aburrido. Es a Olivia a quien le encanta vivir aquí. Yo necesito mas emociones.

– ¿ Ah, sí? Jamás la hubiera pensado -bromeó él. Victoria se rió. Charles era un hombre inteligente y tenía sentido del humor. Además, no se hacía ilusiones sobre su relación, o al menos eso afirmaba.

– Se me ha ocurrido una buena idea para distinguirte de Olivia -añadió el abogado-. Espero que te guste.

Victoria pensó que le hablaría de usar lazos de distintos colores y estaba a punto de protestar cuando Charles le cogió la mano y, sin pronunciar palabra, le deslizó en el dedo un anillo. Era muy fino, con un diamante no demasiado grande; había pertenecido a su madre, que había fallecido hacía algunos años. Todavía guardaba todas sus joyas, algunas de las cuales había regalado a Susan, pero jamás le había dado esa sortija, pues su madre aún vivía por aquel entonces. Victoria la contempló con asombro. La medida era perfecta. Charles miró a la joven esperanzado, pero no se atrevió a abrazarla y decirle lo mucho que la quería.

– Era de mi madre -se limitó a decir.

– Es precioso…gracias. -Se volvió hacia él y por un momento deseó que las cosas hubieran sido diferentes.

– Espero que seas feliz algún día. Un matrimonio entre buenos amigos puede ser maravilloso.

– ¿No es necesario algo más que eso? -preguntó ella mientras recordaba el amor y la pasión que había sentido por Toby.

Charles era consciente de que su unión con ella sería muy diferente de la relación que había vivido con Susan, pero tenía la esperanza de que si la conquistaba, si lograba domarla, se convirtiera en una buena esposa. Estaba dispuesto a intentarlo, por Geoff.

– El amor es algo extraño, en ocasiones lo encuentras cuando menos lo esperas. Jamás te haré daño, Victoria -susurró con ternura-. Siempre me tendrás a tu lado. -Le dolía que su prometida se mostrara tan distante, pero confiaba en que algún día cambiara de actitud. Por el momento era como un potro salvaje, y no podía acercarse más-. No te asustaré.

– Lo siento, Charles.

La pena que reflejaban sus ojos era sincera. Victoria se preguntaba cuánto tiempo tardaría en superar el sufrimiento que Toby le había causado.

– No te preocupes. -Ambos conocían las condiciones de su compromiso y no se hacían ilusiones al respecto-. No me debes nada todavía.

Pero ¿ qué pasaría más adelante?, se preguntó Victoria. ¿Sería diferente? ¿Le desearía algún día como había deseado aToby?

– Así pues, ahora es oficial, estamos prometidos.

– Sí, y en junio te convertirás en la señora de Dawson. Tienes seis meses para acostumbrarte a la idea. -Se acercó a ella y puso las manos sobre sus hombros-. ¿ Puedo besar a la novia antes de la boda?

Sin saber qué decir, Victoria asintió. Charles la rodeó con los brazos y, mientras la besaba con delicadeza, no pudo evitar recordar a Susan. Desde su muerte no había abrazado a ninguna mujer, y se sintió sobrecogido por sus sentimientos, pero Victoria no comprendía nada. Ella sólo sentía los labios de un hombre al que no amaba y con el que estaba obligada a casarse. Charles la mantuvo un instante entre sus brazos; sabía que no sentía nada por él, pero estaba convencido de que con el tiempo llegaría a cobrarle cariño. Era una buena idea que pasaran el verano en Europa.

– ¿ Regresamos? -preguntó al cabo de unos minutos, y cogió a Victoria de la mano.

La joven no hizo comentario alguno sobre el anillo, pero Olivia reparó en él durante la comida y comprendió de pronto que el compromiso y la boda eran reales. Al pensar que Victoria se marcharía y ella se quedaría sola con su padre, se le llenaron los ojos de lágrimas y bajó la vista avergonzada. Su hermana intuyó que algo le sucedía y se miró la mano con un sentimiento de culpabilidad. Cuando se levantaron de la mesa, abrazó a Olivia, y Charles las observó sin comprender qué ocurría.

– Te echaré mucho de menos -susurró Olivia. -Tienes que venir conmigo -repuso Victoria con firmeza.

– Sabes que no puedo.

Charles, que las contemplaba a cierta distancia, se preguntaba de qué estarían hablando.

– Jamás querré a nadie más que a ti -afirmó Victoria con convicción.

Su hermana negó con la cabeza.

– Debes quererle, estás en deuda con él. Tienes que aprender a querer a Charles y su hijo.

Olivia se acercó al abogado para felicitarle, y poco después los tres salieron al jardín cogidos del brazo para disfrutar del sol invernal.

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