La luna de miel no transcurrió como Charles esperaba. El 26 de junio llegaron a Europa, dos días antes de que siete nacionalistas serbios asesinaran al archiduque Francisco Fernando, sobrino del emperador austriaco, y a su mujer en la ciudad de Sarajevo.
Al principio no parecía más que un incidente aislado, pero en cuestión de días causó un notable revuelo en Europa. Por esas fechas los recién casados se alojaban en el hotel Claridge. Victoria expresó su intención de visitar a las Pankhurst en prisión, a lo que su esposo se negó en redondo. Se enzarzaron en una acalorada discusión y al final Charles impuso su voluntad. Estaba dispuesto a ser tolerante, pero hasta cierto límite.
– Pero he mantenido correspondencia con ellas -protestó Victoria.
– Como si se te han aparecido en sueños. Si las visitas, sólo lograrás que te pongan en la lista y que nos expulsen de Inglaterra.
– Eso es ridículo. Son más liberales que nosotros -replicó.
– Lo dudo mucho.
A Charles no le divertía la situación. Últimamente estaba muy nervioso y ambos sabían por qué: todos sus intentos por restablecer su vida sexual habían sido un completo fracaso.
Una semana después de su llegada a la capital francesa, Victoriá comenzó a temblar cada vez que se acercaba a ella. No quería que ningún hombre la tocara ni experimentar de nuevo lo que había sentido por Toby, no confiaba en nadie y estaba decidida a no tener hijos. Charles le había garantizado que tomaría las precauciones necesarias e incluso había adquirido algún método anticonceptivo, pero jamás llegaron a utilizarlo, pues cada vez que la acari- ciaba rompía a llorar y comenzaba a temblar. A pesar de ser paciente, Charles empezaba a sentirse furioso.
– ¿Por qué no me dijiste antes que te sentías así? -le reprochó una noche en París después de intentarlo una vez más.
La situación comenzaba a afectarle. Por mucho que deseara a Victoria, no quería hacer el amor con una mujer que lloraba y temblaba al notar su tacto; se habría sentido como un violador.
– No sabía que me pasaría esto -contestó ella entre sollozos. Charles había derrochado el dinero reservando la mejor suite del Ritz. El ambiente romántico de París hacía que Victoria se mostrara aún más intranquila y no quería estar a solas con su esposo. Sólo deseaba hablar de política, conocer a sufragistas y asistir a sus reuniones-.Con Toby no era así -balbuceó de repente.
Humillado, Charles salió de la habitación y decidió dar un paseo. A su regreso al hotel, Victoria se disculpó por sus palabras y esa noche hizo un verdadero esfuerzo por recompensarle. Al principio Charles notó que respondía a sus cari- cias, pero súbitamente se alejó asustada.
– No te quedarás embarazada -aseguró.
Sin embargo Victoria se mostraba ausente, en su interior había muerto algo imposible de resucitar. Charles, por su parte jamás había experimentado nada igual; deseaba a una mujer que no sentía nada por él. Era una tortura.
Victoria sólo se interesaba por las cartas que le enviaba Olivia y por las noticias de los periódicos sobre las sufragistas. Nada más parecía importarle. Charles llegó a preguntarse si le gustaban los hombres. Quizás el problema era más grave de lo que creía. Se planteó también si Edward Henderson era consciente del castigo que le había impuesto, pero prefería pensar que no tenía ni idea.
En sus misivas Olivia explicaba que hacía un calor insoportable en Croton, que su padre gozaba de buena salud y que Geoffrey disfrutaba de sus vacaciones. Montaba muy bien a caballo, y aseguró a Charles que no habían tenido más accidentes. De hecho, si continuaba haciendo progresos, tenía pensado comprarle un caballo que guardarían en Croton. Por si acaso la joven pareja estaba preocupada por Chip, les contó que el perro vivía feliz mordisqueando los muebles y comiéndose las dos alfombras de su dormitorio.
Olivia deseaba que fueran muy dichosos y que el incidente de Sarajevo no hubiera trastocado sus planes. Habían leído las noticias al respecto, pero dudaban de que estallara un conflicto. Aunque los austriacos estuvieran furiosos, en el resto del mundo reinaba la calma.
Charles compartía la opinión de su cuñada, incluso cuando durante la última semana de julio se enteraron de que Austria había declarado la guerra a Serbia. No obstante se sintió intranquilo cuando, cuatro días más tarde, Ale- mania entró en guerra con Rusia y, dos días después, con Francia. La situación en Europa se deterioraba a pasos agigantados.
En esas fechas se encontraban en Niza, en el hotel D' Anglaterre. Charles decidió regresar de inmediato a Inglaterra.
– Menuda tontería -protestó Victoria, que gozaba de su estancia en Francia y no deseaba marcharse todavía. Además, tenía previsto visitar Italia unos días más tarde-. No cambiaré todos mis planes porque un país europeo tenga una pataleta.
– Esa pataleta tiene un nombre: la guerra. Nos encontramos en un país que está en guerra con Alemania, lo que no es ninguna tontería; podrían atacar en cualquier momento, de modo que haz las maletas.
– No me iré. -Victoria se cruzó de brazos y se sentó en el sofá.
– Estás loca. Tú te irás cuando yo lo diga. -Charles comenzaba a cansarse. Había sido un verano muy largo.
Al día siguiente todavía discutían el asunto cuando las tropas alemanas invadieron Bélgica, y Victoria entendió el mensaje sin necesidad de que su marido la presionara. Prepararon el equipaje y abandonaron Niza a la mañana siguiente, el mismo día en que Montenegro declaraba la guerra a Austria. Europa se había convertido en un polvorín de acusaciones.
Volvieron a alojarse en el Claridge de Londres, y en el transcurso de la semana siguiente quedaron perplejos al enterarse de que los serbios declaraban la guerra a Alemania, los rusos a Austria y los montenegrinos a Alemania. Finalmente, el 12 de agosto, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Austria.
Charles regresó al hotel tan pronto como oyó las noticias, después de cambiar los pasajes del barco. Aunque tenían previsto quedarse otra semana en Europa, debían partir hacia Estados Unidos lo antes posible. Zarparían en el Aquitania a la mañana siguiente. Cuando Victoria volvió de sus compras, las maletas estaban hechas, los planes cambiados y Charles había enviado un telegrama a Olivia.
– ¿Cómo te has atrevido a tomar una decisión sin ni siquiera consultarme?
– Alemania acaba de declarar la guerra a Gran Bretaña, y no vamos a esperar a que las balas sobrevuelen nuestras cabezas. Quiero que mi mujer esté a salvo, por eso te llevo de vuelta a Estados Unidos.
– No soy un objeto que puedas empaquetar sin más,
– Últimamente no hacemos más que discutir, Victoria, y comienzo a hartarme.
– Lamento oírte decir eso.
Victoria llevaba todo el día malhumorada y le dolía la ca beza. La noche anterior habían tenido uno de sus interludios amorosos que acababan en frustración y rabia para los dos. No sabía qué le sucedía, pero todo su cuerpo se convulsionaba cuando él se acercaba. A ninguno de los dos les había ocurrido nada así antes. Además de enfadados y frustrados, se sentían muy solos, porque únicamente se tenían el uno al otro.
– Nos marcharemos mañana a las diez -anunció Charles con frialdad, contento de que la luna de miel acabara por fin; había sido una pesadilla.
– Te irás tú, Charles. -Victoria se enfrentó a él de nuevo. Le gustaba hacerlo, no podía evitarlo-. Yo me quedo.
– ¿En Europa? ¿Con una guerra? No te hagas ilusiones; tú te vienes conmigo.
– Quizás aprendamos algo de este momento -replicó la joven con un brillo intenso en los ojos que a Charles le asustaba y excitaba a la vez. El abogado se preguntó qué cruel designio divino había hecho que acabara con una mujer que tanta pasión despertaba en él pero a la que era incapaz de satisfacer-. Podría formar parte de nuestro destino estar aquí mientras estalla una guerra en Europa.
Victoria era joven, guapa, y en ocasiones Charles incluso hubiera afirmado que estaba un poco loca. Tenía una vena rebelde y aventurera. Quizá por eso Edward Henderson se había mostrado tan ansioso por casarla mientras que él se quedaba con la hija cuerda. Sin embargo, por muy furioso que estuviera con ella, Charles sabía que simplemente era una persona difícil, y él se sentía demasiado viejo para discutir con ella continuamente, algo que a su esposa le encantaba; disfrutaba torturándole, negándole sus más mínimos deseos o insistiendo en hacer algo peligroso e insensato, como quedarse en Europa.
– Sé que me tacharás de aburrido -repuso mientras intentaba mantener la calma-, pero no es muy sensato permanecer en un país que está en guerra. Tu padre me matará si te dejo aquí, de modo que, tanto si te gusta como si no, sea o no nuestro destino estar aquí en estos momentos, mañana te llevaré de vuelta a Nueva York. Piensa en tu hermana y tu padre, que se preocuparán mucho si no vuelves. Yo, por mi parte, tengo un hijo de diez años, que ya ha perdido a su madre, de manera que no tengo intención de quedarme aquí y ser la víctima de una bala perdida. ¿ Lo has comprendido?
Victoria asintió. La mención de Olivia la había hecho entrar en razón y, aunque jamás lo admitiría, sabía que su hermana le hubiera dicho exactamente lo mismo que Charles. No obstante, consideraba que habría sido emocionante continuar en Inglaterra para observar el desarrollo de los acontecimientos.
Esa noche permaneció levantada largo rato, reflexionando sobre lo que les había sucedido, las circunstancias que les habían llevado a acabar juntos y la mala fortuna que la perseguía desde su romance con Toby: el niño que había perdido, su reputación manchada, su matrimonio forzado con Charles, la separación de su hermana… y ahora las obligaciones físicas que le imponían y que no soportaba. Era difícil imaginar un futuro feliz. Por un instante se había planteado la posibilidad de huir y no regresar a casa, pero no podía, necesitaba ver a Olivia, a pesar de que le resultaba odiosa la perspectiva de instalarse en Nueva York e iniciar una nueva vida con su esposo y su hijo. En Europa había descubierto lo que en verdad buscaba: emoción, política y libertad. No existía ningún vínculo entre ella y su marido, ni carnal ni espiritual, y tras dos meses de convivencia sabía que, por muy bondadoso y paciente que él se mostrara, jamás lo habría. ¿ Qué iba a hacer? Charles jamás le concedería el divorcio, no cabía duda. Estaba atrapada, sus destinos estaban unidos. Estaba atada a Charles y al final se ahogarían juntos. Vivir con un hombre al que no amaba acabaría por matarla. Necesitaba hablar con Olivia, aunque era consciente de que no existía ninguna solución a sus problemas. Había firmado un acuerdo, había hecho una apuesta y había perdido. Nada sabían el uno del otro cuando se casaron.
– ¿No piensas venir a la cama? -inquirió Charles desde el umbral de la puerta.
Ella le miró y asintió mientras se preguntaba si querría intentar algo de nuevo. Se tendió a su lado y se sorprendió cuando él se limitó a rodearla con sus brazos.
– No sé cómo llegar hasta ti, Victoria -dijo con tristeza-. Sé que estás encerrada en algún lugar, pero no te encuentro.
Al igual que su esposa, empezaba a perder toda esperanza. Sólo llevaban dos meses casados, pero parecía una eternidad.
– Yo tampoco me encuentro, Charles -reconoció con pesadumbre.
– Si esperamos lo suficiente, quizá logremos que lo nuestro funcione. No pienso rendirme. Tardé meses en asimilar que Susan había muerto, durante mucho tiempo albergué la esperanza de que la encontrarían viva.
Ella se sintió reconfortada por sus palabras. Todo sería más fácil si consiguiera quererle, pero no le parecía posible. No le amaba, y Charles lo sabía.
– No te rindas todavía -susurró Victoria-. Todavía no.
– No lo haré -musitó él mientras la estrechaba.
Charles se quedó dormido pensando que quizá, después de todo, su luna de miel no había sido tan terrible y que las cosas tal vez mejorarían en el futuro, en tanto que Victoria acurrucada en sus brazos, soñaba con la libertad.