CAPITULO 3

Edward Henderson llegó de Croton-on-Hudson a última hora de la tarde del viernes, como estaba previsto. La casa estaba en perfecto estado: la habían aireado y limpiado, y los muebles relucían. Olivia había arreglado su dormitorio como a él le gustaba y distribuido flores aromáticas en todas las estancias. Incluso habían arreglado el jardín, aunque comparado con el de Croton, no era más que una pequeña parcela de césped. Henderson estaba muy satisfecho con el trabajo realizado y alabó tanto a sus hijas como a Bertie. Siempre incluía a Victoria en sus elogios, aunque sabía que era Olivia quien se encargaba de las tareas domésticas.

Feliz de ver a las gemelas de nuevo, dio un beso a Victoria y agradeció a Olivia sus esfuerzos. De pronto ambas comenzaron a reír, y Henderson comprendió lo que había sucedido.

– Voy a pedir a Bertie que os coloque otra vez lazos de colores. De todos modos supongo que os los cambiaréis como hacíais de pequeñas.

– Ya nunca nos hacemos pasar la una por la otra.

– Sí, pero ¿ quién intentó convencerme anoche de que volviéramos a las andadas?

– Olivia se negó. Ya no es divertida -protestó Victoria.

– No hace falta. Ya nos confundís a todos y hacéis la vida imposible.

Henderson pensó en la sensación que habían causado dos años atrás, cuando las presentó en sociedad. Esperaba que esta vez fuera diferente.

Por la noche Olivia se encargó de que sirvieran los platos favoritos de su padre: carne con espárragos y arroz, además de unas almejas recién llegadas esa misma mañana de Long Island. También había verduras del huerto de Croton y un pastel de chocolate que Edward afirmó que acabaría con él. Mientras tomaban café, el hombre les habló de las actividades que había planeado. Deseaba ir al teatro, presentarles a algunas personas y visitar dos restaurantes nuevos. También anunció que quería celebrar una fiesta. Hacía años que no organizaba una en Nueva York. Podía ser una experiencia interesante, en especial ahora que todos habían regresado a la ciudad después de las vacaciones en Nueva Inglaterra y Long Island.

– De hecho ya nos han invitado a un baile en casa de los Astor, y los Whitney ofrecerán una gran fiesta dentro de dos semanas, por lo que temo que tendréis que hacer algunas compras.

Las dos hermanas estaban entusiasmadas. A Olivia 1e hacía especial ilusión la celebración en casa. Invitarían a unas cincuenta personas, número suficiente para que fuera un evento animado pero lo bastante reducido para poder hablar con todas. Henderson prometió entregarle la lista de invitados al día siguiente.


A la mañana siguiente Olivia se sentó al escritorio para escribir las invitaciones. La fiesta se celebraría al cabo de quince días, la misma semana que el baile de los Astor. Advirtió con satisfacción que a muchos de los invitados les había conocido dos años antes, aunque no recordaba todas las caras, pero estaba segura de que sería divertido verles de nuevo. Le agradaba preparar cenas y fiestas para su padre.

Tenía varios menús en mente y ya había revisado la mantelería.

Permaneció atareada la mayor parte de la mañana mientras Victoria y su padre visitaban la parte alta de la ciudad. Pasearon por la Quinta Avenida, y Edward saludó a varios conocidos que presentó a su hija. Cuando regresaron a casa, Olivia ya había organizado toda la fiesta.

Esa noche fueron al teatro Astor. Henderson parecía conocer a todos los presentes y, como era habitual, sus hijas causaron sensación. Lucían un vestido negro de terciopelo y una pluma de cuentas en el cabello, eran como dos modelos sacadas de una revista de París. A la mañana siguiente sus nombres aparecieron de nuevo en los ecos de sociedad, pero esta vez Edward lo aceptó con mayor tranquilidad, y las jóvenes no se mostraron tan emocionadas; tenían dos años más y estaban acostumbradas a llamar la atención.

– ¡Qué maravilla! -exclamó Victoria al comentar la obra que habían visto la noche anterior. Le había gustado tanto que apenas había notado la admiración que habían despertado.

– Mejor que ser arrestada -le susurró Olivia al oído mientras iba a buscar otra taza de café para su padre.

A última hora de la mañana fueron a la iglesia de St. Thomas, donde todos les saludaron, y regresaron en coche a casa dispuestos a pasar un domingo tranquilo. Al día siguiente Olivia tenía mucho trabajo que hacer: además de las tareas habituales, debía encargar todo lo necesario para la fiesta mientras su padre se reunía con sus abogados, que al fin y al cabo era la razón de su estancia en Nueva York. Esa tarde John Watson y Charles Dawson le acompañaron a casa. Al verles Olivia experimentó cierto temor ante la posibilidad de que Charles hiciera algún comentario sobre el incidente de la comisaría, pero no dijo nada. La saludó cortésmente con un movimiento de cabeza y se despidió de ella al marcharse.

En cambio Victoria afirmó que no le habría importado que hubiera dicho algo.

– Si se enterara de lo ocurrido, nuestro padre se pondría furioso y te enviaría de vuelta a Croton en el próximo tren -le advirtió su hermana.

– Tienes razón.

Victoria sonrió. Disfrutaba demasiado de su estancia en Nueva York para correr ese riesgo. Deseaba asistir a las reuniones de las sufragistas americanas, pero había pro- metido mantenerse alejada de las manifestaciones.

Esa noche fueron de nuevo al teatro y durante la semana asistieron a una cena en casa de unos amigos de su padre, donde Victoria se entretuvo escuchando las historias sobre un hombre llamado Tobias Whitticomb, quien gracias a ciertas operaciones especulativas dentro de la banca había amasado una gran fortuna, que luego multiplicó al casarse con una Astor. Se comentaba que era un hombre muy atractivo con cierta reputación entre las damas. En Nueva York todos hablaban de él por la relación que había mantenido no se sabía muy bien con quién. Edward Henderson sorprendió a todos diciendo que había hecho negocios con ese individuo, que le consideraba muy educado y agradable y que en todo momento había actuado con honradez.

A continuación todos comenzaron a discutir con Henderson y contaron anécdotas sobre Whitticomb, pero al final tuvieron que admitir que, a pesar de su reputación, las mejores familias le invitaban siempre a sus fiestas, aunque sólo por ser el marido de Evangeline Astor. La joven era un ángel por aguantar a Toby. Llevaban cinco años casados y tenían tres hijos.

Después de cenar, cuando regresaban a casa en el Cadillac, Olivia recordó que los Whitticomb estaban invitados a la fiesta de su padre.

– ¿De verdad es tan terrible como dicen? -preguntó con curiosidad.

Victoria no le prestó atención, pues estaba pensando en la conversación sobre política que había mantenido con una mujer.

Edward Henderson sonrió y se encogió de hombros.

– Hay que tener cuidado con hombres como Tobias Whitticomb. Es joven, guapo, y las mujeres le encuentran muy atractivo, pero hay que decir que la mayoría de sus conquistas son damas casadas que ya deberían saber cómo comportarse. No creo que se dedique a seducir jovencitas; de lo contrario no le habría invitado.

– ¿De quién habláis? -preguntó Victoria.

– Al parecer nuestro padre ha invitado a la fiesta al libertino al que nuestra anfitriona de esta noche criticaba.

– ¿Acaso asesina a mujeres y niños? -inquirió Victoria con sorna.

– Más bien lo contrario. Dicen que es encantador y que las mujeres se arrojan a sus pies esperando que les dé un poco de su amor.

– ¡Qué horror! -Victoria no disimuló su desaprobación. Olivia y su padre rieron-. ¿Por qué lo habéis invitado entonces?

– Tiene una esposa encantadora.

– ¿También se arrojan los hombres a sus pies? Porque si es así, vamos a tener un problema con todo el mundo por el suelo.

Cuando unos minutos más tarde llegaron a casa, ya habían olvidado a Tobias Whitticomb.

A pesar de haber invitado a Whitticomb, de dudosa reputación, la familia esperaba la fiesta con ilusión. Casi todos los invitados habían confirmado su asistencia. Finalmente serían cuarenta y seis, que se distribuirían en cuatro mesas redondas en el comedor, y después bailarían en el salón. También habían montado una carpa en el jardín.

Durante dos días Olivia se dedicó a revisar las flores, la mantelería y la vajilla, catar la comida y vigilar la instalación de la carpa. Los preparativos parecían no tener fin. La señora Peabody la ayudó todo cuanto pudo pero, como de costumbre, era imposible encontrar a Victoria cuando se la necesitaba. En las últimas semanas había hecho nuevos amigos, la mayoría intelectuales, un par de escritores y varios artistas que vivían en lugares extraños y con los que compartía muchas ideas políticas. En cambio Olivia apenas había entablado amistades, pues estaba demasiado ocupada con la casa y su padre.

Victoria siempre insistía en que tenía que salir más, y Olivia le prometió que así lo haría tras la fiesta. Entonces dispondría de todo el día para hacer lo que quisiera. Para empezar, al día siguiente asistirían a una cena en casa de los Astor y le complacía pensar que otra persona actuaría de anfitriona. Pero ésta era la primera vez que celebraba una fiesta en Nueva York, era su gran momento. Cuando ella y su hermana bajaron por la escalera, temblaban de emoción. Lucían ambas un vestido de satén verde oscuro que había confeccionado su sastre de Croton, con un polisón y una corta cola detrás y unos corpiños escotados con cuentas de azabache. Las dos llevaban el cabello recogido y el largo collar de perlas que les había regalado su padre por su dieciocho cumpleaños, a juego con unos pendientes de diamantes. Ya en el salón, Olivia echó un último vistazo para comprobar que todo estaba en orden. La orquesta había empezado a tocar, los candelabros estaban encendidos y había flores en todos los rincones. Las hermanas estaban deslumbrantes mientras esperaban la llegada de los invitados junto a su apuesto padre, que dio un paso atrás para observarlas con detenimiento. Era imposible no maravillarse ante semejante belleza. De hecho, los invitados quedaron prendados de su hermosura y las miraron con incredulidad.

Edward las presentó a cada uno de los invitados, pero la mayoría no sabía distinguir quién era Victoria y quién Olivia, y Charles Dawson ni siquiera lo intentó. Al llegar dedicó a ambas una afectuosa sonrisa mientras las estudia- ba con interés. Sólo al conversar con ellas empezó a intuir quién era la más alocada y, con voz tenue, se atrevió a bromear con ella.

– Estamos muy lejos de la comisaría -comentó.

Victoria le miró con expresión desafiante y sonrió.

– Usted y Olivia no tendrían que haber intervenido. Me sentí muy decepcionada porque no me arrestaron.

– No creo que su hermana lo estuviera -repuso Charles mientras admiraba su belleza. Era la mujer más hermosa que había visto en muchos años, igual que su hermana-. Creo que estaba muy Oliviada cuando la sacamos de allí tan rápido; lo cierto es que pensé que sería más difícil.

– Siempre podemos intentarlo de nuevo, pero la próxima vez ya le llamaré yo- dijo ella con tono travieso.

Charles se preguntó cómo podía mantener el juicio Edward Henderson con dos hijas así, aunque sabía que Olivia se comportaba mucho mejor que su hermana «más joven». Hasta el propio Edward había reconocido que ésta era como una bendición para él.

– Hágamelo saber si necesita mi ayuda alguna vez -sugirió Charles antes de alejarse para hablar con el resto de invitados y, por supuesto, con su socio John Watson.

Todos se encontraban en la carpa del jardín admirando las esculturas de hielo, excepto Victoria, que seguía junto a la puerta, cuando llegaron los Whitticomb. No tenía ni idea de quiénes eran y tampoco recordaba la conversación que habían mantenido sobre ellos. Victoria observó a la pareja: una mujer muy guapa, con un vestido y abrigo grises, un turbante del que escapaban unos mechones de cabello rubio y un impresionante collar de diamantes, acom- pañada de un hombre muy atractivo. Victoria contuvo el aliento al verlo. Su esposa se alejó para saludar a unos amigos. Era una mujer muy hermosa, pero su marido no parecía darse cuenta de su presencia mientras miraba fijamente a Victoria.

– Hola, soy Tobias Whitticomb -se presentó mientras cogía una copa de champán de la bandeja de plata sin apartar la vista de la escultural figura de Victoria. Al pronunciar su nombre la miró a los ojos como si esperara que co- nociera su reputación-. ¿ y usted es…?

La observaba con suma atención, preguntándose por qué no la había visto antes. Era una mujer de rara belleza.

– Victoria Henderson -respondió con cierta turbación.

– Vaya, de modo que está usted casada con nuestro anfitrión, un hombre afortunado -comentó con una sonrisa que no ocultaba su decepción.

Victoria se rió sin recordar lo que su padre y su hermana habían explicado sobre él. No había prestado atención a sus cotilleos y lo único que veía ahora era su cabello negro, sus pícaros ojos oscuros y su porte atractivo. Parecía un actor, e intuía que debía de ser un personaje divertido.

– No estoy casada con el anfitrión. Soy su hija.

– Gracias a Dios. No habría soportado que estuviera usted casada con él, por muy encantador que sea Edward Henderson. De hecho, hemos realizado algunos negocios bastante provechosos -explicó mientras se dirigían al salón y, sin pedirle permiso, la cogió entre sus brazos y comenzaron a bailar.

Victoria tenía la impresión de ser atraída por una fuerza magnética imposible de resistir.

Toby le contó que había estudiado en Europa varios años, en Oxford concretamente, donde había jugado al polo, y luego marchó a Argentina para participar en competiciones de ese deporte. Le explicó muchas cosas sobre su vida. Era un hombre fascinante, que bailaba como los ángeles y la hacía reír con sus comentarios críticos sobre casi todos los presentes. Después de bailar, relató anécdotas graciosas sobre todos, pero en ningún momento mencionó a Evangeline y los niños. Tras la segunda copa de champán, ya eran grandes amigos, y Whitticomb se sorprendió al ver que daba una calada a su cigarrillo cuando nadie miraba.

– Es usted muy osada. ¿Qué más cosas hace? ¿Bebe en exceso, fuma puros y trasnocha? ¿Se entrega a algún otro vicio que debiera conocer? -Toby bromeaba sin cesar.

Victoria era muy consciente del atractivo del hombre. Jamás había conocido a alguien igual. Al cabo de unos minutos se excusó diciendo que tenía que ocuparse de la cena y volvería enseguida. Planeaba hacer algo que enfurecería a Olivia.

Cuando regresó junto a Toby, observó que estaba hablando con Olivia y que se mostraba perplejo. La tenía cogida por la cintura y al parecer le había propuesto ir al jardín para fumar un cigarrillo. Olivia parecía desconcertada pero pronto se dio cuenta de lo que había ocurrido. Cuando Victoria se acercó a ellos, Toby Whitticomb tuvo la impresión de ver doble.

– ¡Dios mío! -exclamó pasmado-. ¿Tanto champán he bebido? ¿Qué está pasando?

Ignoraba por completo la existencia de las gemelas Henderson.

– ¿ Acaso se ha propasado usted con mi hermana mayor? -preguntó Victoria divertida mientras Olivia miraba a los dos fijamente. Todavía no sabía quién era ese hombre ni de qué lo conocía su hermana.

– Me temo que sí -respondió mientras intentaba recuperarse del bochorno de haber cogido a Olivia. Aunque apenas conocía a Victoria, parecía más abierta a esa clase de libertades. La he invitado a fumar un cigarrillo en el jardín, espero que fume, así podríamos ir todos, pero antes necesito otra copa -añadió mientras tomaba una-. Es extraordinario, jamás había visto algo igual.


– Al final uno se acostumbra -comentó Olivia con tono cordial a pesar de desagradarle la excesiva familiaridad con que trataba a su hermana..

– Lamento haberme mostrado tan grosero se disculpó-. Usted debe de ser la otra señorita Henderson. Esta noche me he superado a mí mismo. Al principio confundí a su hermana con la mujer de Edward -confesó, y Olivia se echó a reír-. Soy Toby Whitticomb -se presentó y le tendió la mano.

La joven dejó de reír de inmediato y se mostró distante.

– Ya he oído hablar de usted -dijo con la esperanza de frenar su interés por su hermana.

– Me temo que eso no es un cumplido -repuso él sin inmutarse.

En ese momento anunciaron la cena.

Olivia estaba satisfecha con el sitio que había escogido para su hermana, entre dos apuestos jóvenes de buena familia, lejos de Tobias. Ella se sentaría junto a uno de los viejos amigos de su padre, que padecía un grave problema de oído, y un joven muy tímido y de escaso atractivo, pero pensó que así hacía una buena obra. Sería una cena muy larga para ella. A su padre lo había colocado al lado de dos de los invitados de honor. Deseaba que disfrutara de la velada y fuera una ocasión inolvidable para él.

Por el momento la fiesta transcurría a pedir de boca, la música era excelente, la comida exquisita, y el champán que había escogido su padre, soberbio. Olivia esperó a que los invitados se acomodaran. La cubertería de plata y la cristalería resplandecían como joyas a la luz de las velas. De pronto vio a Victoria sentada y comprendió que había cometido una nueva trastada. Contuvo el aliento al pensar que habría desorganizado toda la disposición de las mesas, pero lo único que había hecho era intercambiar su lugar con el de otro invitado para poder sentarse junto a Toby. Furiosa, Olivia le hizo señas, pero su hermana no se inmutó. Echó un vistazo al comedor y comprobó que el resto de los invitados estaba en su lugar, a excepción de una mujer nada atractiva que se hallaba entre los dos apuestos jóvenes que había reservado para su hermana.

Resignada, pero decidida a reprender a Victoria más tarde por dejarse engatusar por un hombre casado de mala reputación, se disponía asentarse en su sitio cuando se dio cuenta de que lo ocupaba otra persona. En ese momento descubrió la segunda artimaña de Victoria, que también había mejorado su ubicación y la había colocado junto a Charles Dawson. Olivia se sonrojó y tomó asiento junto a él.

– Es un honor -dijo el abogado mirándola fijamente. Era obvio que no sabía cuál de las dos hermanas era y le susurró-: ¿Es usted la delincuente o la salvadora? Siento comunicarle que no siempre logro diferenciarlas.

Olivia se echó a reír.

– ¿Cree usted que podrá diferenciarnos alguna vez, señor Dawson? -preguntó con picardía.

No resistió la tentación de ocultarle su identidad y dejar que la adivinara, aunque sabía que era una crueldad.

– Sus gestos son muy similares, pero las miradas son a veces diferentes, aunque todavía no estoy seguro de quién es quién. Una de ustedes tiene una mirada inquieta y tal vez hace cosas de las que más tarde se arrepiente…pero la otra hermana dominará a esta fierecilla porque es de carácter pacífico y tranquilo -agregó mirándola con interés.

Empezaba a intuir que se trataba de Olivia, no de Victoria, cuya presencia le hacía sentir incómodo.

Olivia estaba intrigada por sus palabras y tuvo que reconocer que sus observaciones eran muy precisas.

– Su descripción es correcta, caballero. Es usted muy observador -afirmó con una sonrisa.

Charles ya se sentía casi seguro de su identidad, pero no la reveló.

– Eso intento, es parte de mi trabajo -repuso.

– También de su personalidad.

– ¿ Me dirá ahora quién es usted? ¿ a mantendrá el misterio toda la noche? -Parecía dispuesto a jugar si se lo pedía.

Sin duda Victoria le habría dejado sufrir más, pero ella era incapaz.

– Creo que no sería justo. Soy Olivia.

Aunque seguía furiosa con su hermana y con Tobias Whitticomb, agradecía estar en esos momentos junto a Charles Dawson.

– De modo que usted es la salvadora, la del corazón tranquilo. ¿De verdad son tan diferentes? Al principio resulta difícil darse cuenta, pero he observado en Victoria cierto aire insatisfecho, como si buscara algo, mientras que usted parece más a gusto consigo misma.

– Tal vez sea porque cree que nuestra madre murió por su culpa. -No solía revelar secretos como ése a un desconocido, pero tenía la impresión de que podía confiar en Charles, quien había demostrado su discreción al no divulgar el incidente de la comisaría-. Nuestra madre falleció al dar a luz. Victoria es la más pequeña y al parecer su nacimiento fue la causa de su muerte. Sin embargo yo me pregunto qué diferencia pueden suponer once minutos y creo que las dos somos culpables.

Olivia también sentía cierta culpa, pero no en el mismo grado que Victoria.

– No debe pensar así. No hay modo de saber por qué suceden las cosas. Las dos eran una bendición para su madre y es una pena que no viviera para disfrutarlo. Estoy convencido de que son una fuente de alegría para su padre y creo que debe de ser maravilloso tener una gemela. Tienen mucha suerte.

Olivia adivinó que con sus palabras también hacía referencia a la desaparición de su mujer; debía de haberse preguntado muchas veces en el último año y medio por qué tuvo que morir, pero no existía respuesta.

– Hábleme de su hijo -pidió con dulzura.

– ¿ Geoffrey? -Charles sonrió-. Tiene nueve años y es la luz de mi vida. Le quiero con locura. -Titubeó antes de proseguir porque ignoraba si Olivia estaba al corriente de su situación-. Su madre falleció hace poco más de un año en el Titanic. -El nombre del barco pareció atragantársele. La joven le rozó la mano y él la miró-. Fue una tragedia. Decidí viajar a Europa con Geoffrey para estar con la familia de mi esposa. Fue un golpe tremendo, sobre todo para mi hijo, que estaba con ella en el barco.

– Es terrible.

– Todavía le atormenta el recuerdo del hundimiento, pero está mejor. -Sonrió. Tenía la impresión de haber hecho una amiga. Resultaba muy fácil sincerarse con Olivia-. De hecho está mejor que yo. No suelo asistir a fiestas como ésta, pero John y su padre insistieron en que viniera.

– Mantenerse aislado no le hará ningún bien.

– Supongo que no.

Charles la contempló con admiración. En el último año y medio no había encontrado a nadie con quien le resultara tan fácil conversar.

– ¿Por qué no lleva a su hijo a Croton? A los niños les encanta. A mí me entusiasmaba cuando era pequeña y tenía más o menos su edad cuando nos mudamos allí.

– ¿Y ahora? -Charles sentía curiosidad por la joven, tenía una calidad humana poco habitual-. ¿Todavía le gusta Croton?

– Sí, pero a mi hermana no. Prefiere estar aquí, en una manifestación, o bien en Inglaterra con las sufragistas, haciendo huelga de hambre en prisión.

– No cabe duda de que tiene un espíritu inquieto.

– Es cierto, pero hoy le debo un favor. Gracias a ella estamos sentados juntos.

– Pensaba que era usted la que se ocupaba de estas cosas.

Edward Henderson se había deshecho en elogios hacia Olivia por lo mucho que le había ayudado a organizar la fiesta..

– Así es, pero Victoria cambió su asiento y el mío. No le gustaba el sitio que le había designado.

– Pues estoy en deuda con ella. De ahora en adelante tendrá que dejar que sea ella quien se ocupe de las mesas.

La orquesta comenzó a tocar, y Charles le solicitó un baile. Mientras bailaban, él apenas rozó la mano de Olivia y, cuando acabó la pieza, la acompañó de nuevo a la mesa. Aunque no era un hombre especialmente sensual, a la joven le agradaba su compañía. Era inteligente y de conversación amena, aunque siempre mantenía las distancias. Olivia había deducido de sus palabras que había estado muy enamorado de su mujer y que por el momento no tenía intención de buscar una sustituta. A pesar de todo, no podía evitar la atracción que sentía por él ni pensar que, en otras circunstancias, podía haber sido el hombre de su vida. Sin embargo no tenía sentido pensar en ello, pues no estaba dispuesta a abandonar a su padre y, por otro lado, Charles Dawson no parecía deseoso de abrir su corazón a nadie, ni siquiera por el bien de su hijo.

Cuando finalizó la cena, las mujeres salieron del comedor y Olivia aprovechó la ocasión para amonestar a su hermana por perseguir a Toby.

– No le persigo -protestó Victoria.

Toby era encantador, inteligente y un gran bailarín. Era el hombre más extraordinario que jamás había conocido. ¿ Qué había de malo en coquetear un poco? Sin embargo no comprendía que para él no existía el flirteo inocente y que al final siempre conseguía su objetivo.

– Te prohíbo que estés toda la noche con él-masculló Olivia en el momento en que pasaba junto a ellas su esposa, Evangeline.

– No tienes derecho a decirme eso, no eres mi madre -replicó Victoria, que no estaba dispuesta a ceder-. Además, Toby no es tan malo como crees. Es un hombre encantador y me gusta conversar con él, eso es todo. Sólo charlamos y bailamos, no hay nada malo en eso. Es muy triste que no puedas entenderlo.

– Entiendo más de lo que crees. Estás jugando con fuego -contraatacó Olivia furiosa.

Victoria se rió y bajó por la escalera con celeridad en busca de Toby. Nadie había presenciado la discusión de las dos hermanas. Cuando Victoria lo localizó, desapareció con él en el jardín. Detrás de la carpa, Toby la rodeó con el brazo mientras compartían un cigarrillo. Después le dijo algo que juraba no haber dicho nunca, excepto a su esposa: declaró que la quería, por más que pareciera un disparate porque tan sólo hacía unas horas que la conocía. Whitticomb explicó que el suyo era un matrimonio de conveniencia, que desde hacía años se sentía solo, que sus familias les habían obligado a casarse. Aseguró que Evangeline no significaba nada para él, que en su relación no existía el amor. Si Olivia hubiera oído su discurso, le habría estrangulado con sus propias manos.

A pesar de su aparente indiferencia, Victoria creyó sus palabras, y cuando levantó la mirada, llena de inocencia y adoración por él, Toby la besó e, impaciente, le preguntó cuándo volverían a verse. Afirmó que respetaba sus principios y el fervor con el que defendía la causa feminista; compartía sus ideales y jamás intentaría aprovecharse de ella, sólo quería estar a su lado, conocerla mejor.

Victoria estaba convencida de su sinceridad, quería creerle. Jamás había oído nada igual.

Al día siguiente coincidirían en el baile de los Astor y tenían que encontrar el modo de verse. Entonces Toby le preguntó con un extraño brillo en los ojos si prefería ir acompañada de su hermana, idea que horrorizó a Victoria pues conocía la opinión que tenía del hombre y sabía que haría todo lo posible por evitar el encuentro. Cuando Victoria prometió que se vería con él a solas, Whitticomb aceptó sin protestar. Tras concertar la cita entraron en la casa y se encontraron con Evangeline, que explicó que padecía un terrible dolor de cabeza y deseaba regresar a su hogar de inmediato. No obstante, el daño ya estaba hecho, habían llegado a un acuerdo y programado una cita. Victoria había caído en las redes de Toby.

Cuando los Whitticomb abandonaron la fiesta, Charles, que había presenciado lo ocurrido, comenzó a observar a Victoria con renovado interés. Había algo en sus gestos, en la manera de mover la cabeza y mirar a los hombres, en su carácter sofisticado, seductor y misterioso que la diferenciaba de su hermana. Olivia era un ser transparente, dispuesto a entregar su corazón y tender una mano en cualquier momento. Sin embargo era su hermana quien le fascinaba e intrigaba, la gemela que no sabía qué quería y, hasta el momento, siempre había escogido el camino incorrecto. A Charles le irritaban sus sentimientos. Por un lado, deseaba acercarse a Victoria y reprenderla por su ingenuidad; por el otro, quería olvidarse de ella y concentrarse por completo en su hermana Olivia, una persona responsable, pero tan dispuesta a dar y recibir que le asus- taba. Se sentía demasiado vulnerable tras la muerte de Susan para aceptar todo aquello que le ofrecía Olivia; estaba tan habituado al dolor, al escepticismo, la frustración y la ira que era más fácil acercarse a una persona que no le quería, que no esperaba nada de él. Tratar de intimar con ella sería como traicionar a su difunta esposa. En cambio Victoria era diferente. Charles la contemplaba fascinado, intuía que algo rondaba por su hermosa cabecita, seguramente el infame Tobias Whitticomb. Se preguntó qué resultaría de todo aquello. ¿ Recibiría otra llamada de rescate? ¿Podría Olivia detener a su hermana? Se ¿daría cuenta de lo que tramaba ésta o era Victoria lo bastante lista para ocultarlo?

Al final decidió acercarse a Henderson para agradecerle la invitación. Había sido una fiesta estupenda, la primera a la que asistía desde hacía un año. La velada había despertado en él emociones viejas y nuevas, tanto la ternura que le inspiraba Olivia como la sensación de soledad que Victoria le provocaba. Incapaz de borrar sus sentimientos, experimentó en su interior un vacío tan grande que no podía calmar el alcohol ni llenar su hijo, que dormía plácidamen- te en casa. Sólo había querido y seguía queriendo a una persona, pero se había ido para siempre, y ninguna de las gemelas Henderson conseguiría sustituirla.

Se despidió de las dos hermanas y les agradeció su hospitalidad. Victoria apenas le dedicó unas palabras, pues estaba algo inquieta y distraída, y Charles se dio cuenta de que había bebido. En cambio Olivia le dio las gracias por su asistencia, y Charles deseó advertirle de que la vida era cruel y era mejor ocultar un corazón como el suyo. No obstante no era ella, sino Victoria, quien se encontraba en peligro, y Olivia lo sabía, ya que la había visto con Toby.

Cuando se marcharon los últimos invitados ya eran más de las dos de la madrugada, y las gemelas subieron a su dormitorio. Olivia observó a su hermana con atención.

– Supongo que habrás quedado en verle otra vez -la acusó. Apenas había disfrutado de la fiesta por culpa de Victoria.

– Claro que no -mintió ésta. Olivia adivinó que faltaba a la verdad. Su hermana era tan transparente que ni siquiera necesitaba el vínculo especial que las unía para saberlo-. Además, no es asunto tuyo.

– ¡Ese hombre es un sinvergüenza, todo Nueva York lo sabe!.

– Es consciente de su reputación, me lo ha dicho él mismo.

– Una estrategia muy inteligente por su parte, pero eso no le absuelve. Victoria, no puedes verle.

– Haré lo que se me antoje, y no podrás detenerme -masculló Victoria.

En efecto, nada ni nadie la detendría. La atracción que sentía por Toby era demasiado poderosa, más que las advertencias de su hermana.

– Por favor…escúchame -rogó Olivia con lágrimas en los ojos-. Te hará daño, no puedes manejar a un hombre así, nadie puede, quizá sólo una mujer que sea como él. Escúchame, Victoria, se cuentan historias terribles sobre él.

– Él asegura que no son más que mentiras. Todos le envidian.

Había caído en sus redes, ese hombre tenía una habilidad especial para convencer a las personas de lo que quisiera, sobre todo a las mujeres.

– ¿ Por qué? ¿ Por qué tendrían que envidiarle? -Resultaba imposible razonar con su hermana.

– Por su atractivo físico, por su posición social, por su dinero -respondió Victoria, que repetía las palabras de Toby.

– Su atractivo físico desaparecerá pronto, la posición social se la debe a su mujer y su fortuna es una cuestión de suerte. ¿ Qué hay que envidiar?

– ¿No lo querrás para ti? -sugirió Victoria sin gran convicción. Estaba furiosa con Olivia por intentar impedirle que viera a Toby-. Quizá sea él quien te gusta en lugar de ese soso y aburrido abogado de nuestro padre.

– No le insultes más, Victoria. Sabes que es un buen hombre.

– Me aburre.

– Charles Dawson nunca te haría daño, pero T oby Whitticomb sí. Se aprovechará de ti y luego te abandonará. Cuando se acabe todo, volverá con su mujer y tendrá otro hijo.

– Eres detestable -replicó Victoria.

Olivia sintió un dolor en la boca del estómago. Siempre que discutía con su hermana le ocurría lo mismo. Detestaba pelearse con ella, y no sucedía a menudo, pero esta vez no se trataba de una rencilla sin importancia, era una cuestión de vida o muerte.

– Nunca más mencionaré el tema, pero deseo que sepas que te quiero y siempre podrás contar conmigo. Te suplico que no le veas más, aunque sé que harás lo que te plazca. Recuerda que es un hombre peligroso, Victoria. Nues- tro padre se llevaría un gran disgusto si supiera que has pasado toda la noche con él. Sólo le invitó por educación y fue una tontería por tu parte sentarte junto a él. Tienes suerte de que papá estuviera. De espaldas a ti y no se diera cuenta. Victoria, estás jugando con fuego y al final te quemarás.

– Majaderías. Sólo somos amigos. Además, está casado. Victoria intentaba despistar a Olivia para tener mayor libertad de movimientos. Ni siquiera se molestó en explicarIe que Toby le había hablado incluso de divorciarse de su mujer, lo que provocaría un escándalo terrible, por supuesto, pero no podía aguantar más. La joven sentía lástima por él.

Cuando se acostaron ya eran más de las tres de la madrugada. Olivia dio vueltas en la cama pensando en el lío en que se había metido su hermana, mientras que Victoria sólo soñaba con el baile de los Astor, donde vería a Toby de nuevo.

Загрузка...