CAPITULO 19

Para Olivia lo más difícil era anunciar a su padre que deseaba marcharse. Hacía meses que Edward no se sentía tan bien, incluso había planeado visitar a Victoria, pero Olivia le disuadió recordándole que la joven y Geoff viajarían a Croton en junio para estar un mes con ellos.

Ese verano Charles tenía previsto alquilar una casa junto al mar, en Newport, donde Geoff y Victoria pasarían los meses de julio y agosto. Había invitado a Olivia, ignorante de que ésta se quedaría una buena temporada con ellos. Cuando regresaran de las vacaciones, la verdadera Victoria ya habría vuelto de Europa, o al menos eso esperaba Olivia, que ya había sacado su pasaporte para dárselo a su hermana.

– ¿Cómo crees que les va todo? -inquirió su padre un día para sorpresa de Olivia, que reflexionaba sobre el contenido de la carta en que le comunicaría que se había ido a California-. Victoria me preocupa a veces. Charles es un buen hombre, pero tengo la impresión de que ella no es feliz a su lado.

A la joven le asombró la observación de su padre.

– No lo creo. -En vista de lo que planeaban hacer, era más seguro negar la evidencia-. Me parece que se han adaptado bastante bien. Él quería mucho a su esposa, por lo que debe de haberle resultado muy difícil.

– Espero que tengas razón. La última vez que estuvo aquí la noté muy nerviosa e intranquila.

Olivia se estremeció al pensar que dentro de unos días causaría tanto daño a su padre, que aún la sorprendió más cuando agregó:

– Y tú, hija, ¿ no te sientes muy sola aquí conmigo, sin tu hermana?

– A veces la echo muchísimo de menos… -respondió con la voz ronca por la emoción-, pero yo te quiero, papá…Pase lo que pase…siempre te querré.

Henderson detectó en sus ojos un brillo extraño que ya había visto antes, pero pensó que era mejor no decir nada.

– Eres una buena chica -afirmó mientras le acariciaba la mano-. Yo también te quiero mucho.

Esa noche Olivia redactó la carta para su padre. Se la llevaría consigo a Nueva York y la traería de vuelta cuando Victoria hubiera zarpado. Finalmente escribió que, tal como él había adivinado, la vida sin su hermana le resultaba muy difícil y debía hallar el camino para encontrarse a sí misma. Con este fin, había decidido marcharse unos meses para visitar a unos amigos y realizar un retiro espiritual. No era muy coherente, pero no sabía qué decir. Le aseguró que volvería a escribirle y que regresaría al final del verano.

Añadió que le quería mucho y que no se marchaba por su culpa, sino porque necesitaba pasar un tiempo sola. A su regreso se sentiría mejor y más fuerte, y se dedicaría a él en cuerpo y alma. Mientras escribía, las lágrimas caían sobre el papel. A continuación redactó una nota para Geoff y otra más breve para Bertie que rezaba: «Volveré pronto. Cuida de papá. Te quiero. Ollie». Era suficiente.

Ya en la cama, reflexionó sobre lo que iba a hacer. Victoria estaba loca, no cabía duda, pero ella estaba más loca aún por haber accedido a sus deseos. Sólo esperaba que la salud de su padre no se resintiera y que Charles no descubriera lo sucedido y se divorciara de su hermana.

Al día siguiente decidió llamar a Victoria para convencerla de que no debían seguir adelante, pero la conocía lo suficiente para saber que moriría antes de ceder.

Cuando se disponía a partir hacia Nueva York, se despidió de su padre con un beso en la mejilla y un fuerte abrazo, y por un instante deseó quedarse con él para siempre.

– Diviértete y compra cosas bonitas para ti y tu hermana -dijo Edward.

– Te quiero, papá -susurró Olivia.

Durante el trayecto en coche la joven apenas habló, algo impropio de ella, y hasta Donovan hizo algún comentario al respecto. Todo cobraría sentido después: Olivia se sentía culpable por irse a California. Nadie pensaría que seguía en Nueva York, viviendo con Charles Dawson, fingiendo ser su hermana. Nadie imaginaría nunca un engaño semejante.

Llegó a la casa a las tres, antes de que Geoff regresara del colegio. Victoria la esperaba. Se mostraba fría y tranquila, pero Olivia adivinó que estaba inquieta. Al día siguiente zarparía hacia Europa. Olivia le entregó su pasaporte. Era evidente que la fotografía no representaría ningún problema. Luego Victoria le dio las llaves, le dijo cómo se llamaban los sirvientes y le explicó otras cosas que debía saber, como el nombre de la secretaria de Charles o de la profesora de Geoff. Todo era muy simple, parecía que no sería difícil meterse en la piel de su hermana, pero cuando Geoff llegó del colegio estaba muy nerviosa.

– ¿Te sucede algo, tía Ollie? ¿Está enfermo el abuelo? -inquirió el niño con preocupación.

– No, está mejor que nunca.

Debería tener cuidado con él en los próximos días para que no la descubriera, pensó mientras observaba que Victoria se mostraba más cariñosa con él para preparar el cambio. Eso no hacía más que demostrar que su hermana también podía llevarse bien con el muchacho, y así se lo dijo cuando Geoff subió a su habitación para hacer los deberes.

– ¿ Lo ves? Tú también puedes mantener una buena relación con él.

– Sólo cuando finjo ser tú; el resto del tiempo ni siquiera pienso en él.

– Pues tendrás que empezar a hacerlo cuando regreses -puntualizó Olivia, que estaba convencida de que ese breve interludio mejoraría el matrimonio de Victoria; su hermana añoraría a Charles, ansiaría volver a su lado, estaría feliz de ocupar su lugar en la familia, querría tener un hijo como Geoffrey; ella retornaría a Croton con su padre, y todos vivirían felices. Imaginaba un futuro de color de rosa para todos ellos.

Sin embargo, cuando Charles llegó a casa y Victoria la instó a representar su papel, se sintió nerviosa. Se mostró fría con él, lo que no pareció sorprenderle en absoluto. Le preguntó qué tal le había ido el día y le comentó una noticia que había leído en el periódico de la mañana. Unos minutos más tarde él se retiró a su estudio, ignorante de que en los últimos diez minutos no había estado conversando con su mujer, sino con su hermana.

– ¿ Has visto qué fácil es? -exclamó Victoria con tono triunfal.

Esa noche Olivia durmió con Geoffrey y aprovechó la ocasión para prodigarle todo su cariño. A partir del día siguiente, cuando adoptara la personalidad de Victoria, tendría que mostrarse más distante con él, aunque quizá con el tiempo pudiera tratarle con más afecto. Le preocupaba su reacción cuando se enterara de que se había marchado a California sin previo aviso. Intentó decirle algo a la mañana siguiente. Era sábado, y el niño había quedado en visitar a un amigo. Mientras le ayudaba a vestirse, Olivia le miró con los ojos llenos de lágrimas.

– Te quiero mucho, mucho -afirmó-. Incluso si me fuera un tiempo, volvería…-Le costaba pronunciar las palabras-. Nunca te abandonaré.

– ¿ Te vas a alguna parte? -preguntó Geoffrey. Al mirarla, advirtió que tenía los ojos enrojecidos-. ¿Estás llorando, tía Ollie?

– No, estoy resfriada. Quiero que sepas que te quiero. Al cabo de unos minutos todos se sentaron a la mesa para desayunar. Victoria parecía feliz, reía y hacía comentarios relativos a la guerra. Incluso dio un beso de despedida a Geoffrey cuando éste se marchó, un gesto poco habitual en ella. Se había esforzado mucho en las últimas semanas y ahora estaba tan contenta por perderlos de vista que casi gritó de alegría. Además, después de varios días de contenerse en su presencia, esa tarde podría fumar de nuevo.

Cuando Charles se despidió antes de ir a la oficina, como a menudo hacía los sábados, se mostró más fría.

– No os metáis en ningún lío -dijo él con buen humor.

Victoria se había sentido preocupada al saber que el barco zarpaba el sábado, pues todo habría resultado más difícil si su esposo se hubiera quedado en casa; aun así hubiera encontrado la manera de marcharse.

– Que te diviertas -dijo Victoria con tono sarcástico.

Cuando Charles se hubo marchado, las gemelas subieron al dormitorio, cerraron la puerta, y Victoria entregó a su hermana su alianza de matrimonio y el anillo de compromiso que había pertenecido a la madre de su marido. A continuación echó un vistazo alrededor y concluyó:

– Bien, supongo que esto es todo.

– ¿Tan fácil? ¿ Ya está? -preguntó Olivia.

Victoria asintió. No podía ocultar su felicidad. Le entristecía separarse de su hermana, por supuesto, pero le aliviaba dejar atrás su vida en Nueva York con Charles. De haber sabido once meses antes cómo iría su matrimonio, jamás se habría casado, por mucho que su padre hubiera intentado obligarla.

– Cuídate -dijo a Olivia-. Te quiero -añadió al tiempo que la abrazaba.

– Ten cuidado. Si te pasara algo… -Se le quebró la voz.

– No me pasará nada. Durante estos tres meses me dedicaré a preparar vendajes y servir café, y me mantendré bien alejada del frente.

– Un panorama alentador. No entiendo por qué lo haces.

Le parecía mentira que renunciara a una casa cómoda y la compañía de Charles y Geoffrey, Aquello sólo tenía sentido para Victoria, que estaba dispuesta a arriesgar su vida con tal de hacer algo que consideraba importante.

– Alguien tiene que echar una mano -afirmó Victoria mientras se ponía un sencillo vestido negro.

Después subió al desván para buscar la maleta y por último sacó un sombrero oscuro con un velo.

– ¿ Vas a ponértelo? -preguntó Oliva con perplejidad.

– En el barco habrá fotógrafos, he oído decir que incluso es más bonito que el Aquitania.

Y ese viaje sería mejor que su luna de miel, puesto que la llevaría a la libertad. Había reservado un camarote más sencillo que el que había compartido con Charles y retirado parte del dinero que su padre le entregó al casarse, aunque suponía que no lo necesitaría cuando trabajara detrás de las trincheras. Había empaquetado ropa de abrigo y algunos vestidos para el barco. Su intención era permanecer en el camarote durante la mayor parte de la travesía a fin de evitar que alguien la reconociera.

– Has pensado en todo -comentó Olivia con tristeza. Minutos después tomaron un taxi que las dejó en el muelle. Una muchedumbre se había congregado alrededor del barco. Sonaba la música, la gente reía y despedía a los amigos, se abrían botellas de champán para los pasajeros de primera clase. La viuda que ocultaba su rostro detrás de un velo negro subió por la pasarela con paso presuroso seguida de su hermana. No les costó encontrar el camarote, donde el mozo ya había depositado el equipaje.

Permanecieron de pie, mirándose. No quedaba nada que decir, no necesitaban palabras. Victoria había puesto su vida en manos de su hermana para irse a la guerra. Confiaba en ella, sabía que se ocuparía de todo durante su ausencia. Olivia resistió la tentación de suplicarle que no se marchara, pues era inútil.

– Me enteraré de todo lo que hagas. Lo sentiré aquí -dijo al tiempo que se señalaba el estómago-. Así pues, no me vuelvas loca de preocupación, por favor.

– Lo intentaré. -Era cierto que siempre había existido una extraña telepatía entre ellas-. Al menos tengo la seguridad de que tú estarás a salvo con Charles. No te olvides de pelearte todo el día con él; si no, me echará de menos -bromeó Victoria.

– Prométeme que regresarás sana y salva.

– Lo prometo -dijo con solemnidad.

En ese instante sonó la sirena y Olivia notó que se le aceleraba el corazón.

– No puedo dejarte marchar.

– Sí puedes. Ya nos separamos durante mi luna de miel. Olivia asintió, y Victoria la acompañó a la pasarela con el ridículo sombrero negro en la cabeza. Su hermana sonrió al verla así.

– Te quiero. No sé por qué te permito hacer algo así.

– Porque sabes que tengo que hacerlo. -Era cierto. Olivia sabía que su hermana se hubiera ido de todos modos. Se abrazaron una última vez, más fuerte que antes.

– Te quiero -repitió Olivia entre sollozos.

– Te quiero… Gracias, Ollie, por devolverme mi vida -dijo Victoria con lágrimas en los ojos.

Olivia la besó antes de susurrar:

– Que Dios te bendiga. -A continuación se alejó despacio y dejó a su hermana en el Lusitania.

Загрузка...