CAPITULO 28

Ese año, el día de Acción de Gracias en Croton-on-Hud- son fue muy extraño para todos al no contar con la presencia de Olivia, aunque ésta se encontrara entre ellos. La joven añoraba a su hermana, era la primera vez que no ce- lebraban esa fiesta en familia, todos juntos.

El ambiente era sombrío. Cuando Edward bendijo la mesa, todos pensaron en el pasado y en los seres queridos que estaban ausentes. Lo único que les animaba era el nacimiento del bebé. Olivia, que estaba embarazada de cinco meses, sabía que a partir de enero tendría que restringir su vida social y limitarse a visitar a amigos cercanos o asistir a cenas muy íntimas. Albergaba la esperanza de tener gemelos, aunque el médico no lo juzgaba probable, y cuando comunicó su deseo a Charles éste entornó los ojos; no estaba seguro de estar preparado para eso.

La joven se encontraba bien y, a pesar de su rechazo a tener hijos, era feliz. No había vuelto a mencionar su miedo a morir en el parto, como su madre, y cuando Charles sugirió que tendrían más niños no pareció desagradarle la idea.


El invierno de 1915 en Francia fue muy duro. Ambos bandos preparaban nuevos ataques. Llegaron suministros y más tropas. En noviembre Édouard regresó a Artois y Victoria se trasladó a la granja con él. Habían corrido mu- chos rumores sobre su relación en el campamento, pero todos la aprobaban.

Una noche Victoria reía en la cocina mientras asaban el ave más pequeña que había visto en su vida.

– Seguro que es una codorniz -dijo Édouard con tono optimista.

– Me temo que no; por el tamaño debe de ser un gorrión.

– Tú no sabes nada -repuso Édouard con tono jocoso mientras la besaba. Durante su estancia en Artois la había echado mucho de menos. No podía vivir sin ella. Ahora nunca hablaban de regresar a casa. De hecho, él le había planteado la posibilidad de que se mudara a París después de exponer la situación a Charles y su hermana. Ninguno de los dos podía casarse, de modo que Édouard le propuso provocar un escándalo viviendo juntos en su castillo-. Quizás algún día, cuando muera la bruja, la actual baronesa, pueda hacer de ti una mujer honrada.

– Ya soy una mujer honrada.

– Por favor…si obligaste a tu hermana a que te suplantara en Nueva York.

Los dos rieron, pero Victoria al menos tuvo la decencia de mostrarse avergonzada. Nadie en Chalons-sur-Marne comprendía por qué Édouard la llamaba Victoria, pensaban que se trataba de una broma privada entre los dos.

Esa noche, mientras comían el minúsculo pájaro, Victoria explicó a Édouard que en Estados Unidos era el día de Acción de Gracias.

– Recuerdo que lo celebrábamos en Harvard -dijo él-. Había mucha comida y buenos sentimientos. Me gustaría conocer a tu padre cuando todo esto acabe.

Sin embargo ninguno de los dos sabía cuándo los poilus podrían abandonar las trincheras.

– Congeniaríais -repuso la joven mientras comía una manzana. Había sido la cena de Acción de Gracias más frugal de toda su vida, pero quizá la más feliz. Intentaba no pensar en Olivia, le dolía estar tanto tiempo separada de ella, pero jamás se había sentido tan dichosa-. Espera a que conozcas a mi hermana.

– La idea de veros juntas me espanta, debe de ser terrible.

Al cabo de un rato se acostaron y charlaron sobre su niñez. Édouard habló de su hermano, y Victoria adivinó que lo había querido mucho, lo suficiente como para casarse con la mujer a la que había dejado embarazada, aunque no la amara.

– ¿No tienes nada que decirme, señorita Henderson?

– No sé a qué te refieres.

– Mientes muy mal-observó Édouard al tiempo que le acariciaba el vientre-. ¿Por qué no lo has dicho?

Estaba dolido. Victoria se volvió hacia él y le besó con ternura en los labios.

– Me enteré hace tres semanas… y no sabía cómo reaccionarías…

Édouard no pudo reprimir una carcajada.

– ¿ Cuánto tiempo pensabas ocultar este bonhomme? -inquirió con una sonrisa. Era su primer hijo y estaba muy contento, pero de pronto la miró con semblante preocupado-. Deberías regresar a casa, Victoria.

– Por ese motivo no te lo comenté, porque temía que dijeras eso. No pienso ir a ninguna parte. Me quedaré aquí.

– Diré que estás utilizando un pasaporte robado -amenazó.

– No puedes probarlo. Abandona tú tu puesto si quieres; yo me quedo.

– No puedes tener el niño aquí.

No obstante, ningún lugar de Europa era seguro en esos momentos, excepto Suiza. Debía marcharse a casa, pero Édouard comprendió que no lograría convencerla. Además, no le apetecía discutir con ella.

– Tendré a mi hijo aquí -insistió Victoria.

– No quiero que trabajes quince horas al día. Hablaré con el coronel.

– Ni se te ocurra. Si lo haces, diré que me violaste y tendrás que enfrentarte a un consejo de guerra.

– Eres un monstruo. Tengo una idea mejor. ¿Te gustaría ser mi chófer?

– ¿Tu chófer? iSería estupendo! Podría conducir hasta que no quepa detrás del volante, pero ¿me dejarán?

– Sí. Se lo pedirié al coronel. Será lo mejor para ti, a menos que tengamos un accidente. -Siempre se quejaba de que conducía a excesiva velocidad-. ¿Estás segura, Victoria? ¿De verdad quieres quedarte?

Por lo que le había explicado, sabía que temía el parto, y Chalons-sur-Marne no era el lugar más apropiado para dar a luz..

– Deseo quedarme aquí contigo.

– ¿No te importa que no estemos casados? -inquirió él.

– Sí lo estamos, chéri -respondió Victoria-, aunque con otras personas.

– No tienes ningún sentido de la moralidad, pero sí mucho valor -afirmó Édouard antes de besarla.

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