A pesar de las dudas de Victoria, la Navidad fue mucho más divertida en compañía de los Dawson. Olivia disfrutó contemplando las expresiones de sorpresa de Geoff mientras abría los regalos.
La mañana de Navidad todos pasearon en trineo. Había nevado con intensidad en Nochebuena, y las colinas que flanqueaban el Hudson estaban cubiertas por un espeso manto de blanco. Luego Olivia y el chiquillo hicieron bolas de nieve que lanzaron a Victoria y Charles hasta obligarles a refugiarse en casa, y por último construyeron un muñeco. Fue un día perfecto, salvo porque Edward se resfrió y tuvo que guardar cama hasta la víspera de Fin de Año. Aun así asistió a la fiesta que Olivia había organizado en honor de los novios.
Geoff bajó a saludar a los elegantes invitados antes de la cena, y todos se mostraron complacidos de conocerle. Felicitaron a Victoria por su compromiso y no se oyó comentario alguno referente al escándalo. La joven Henderson había logrado salvar su reputación y tenía el futuro asegurado. Victoria y Charles parecían disfrutar cada vez más de su mutua compañía y, aunque no estaban enamorados, les unía una buena amistad. Lo único que incomodaba a Victoria era Geoffrey. Consciente de ello, Olivia se llevaba al niño siempre que podía para que Charles no se diera cuenta e instaba a su hermana a tratarle mejor.
– No es más que un chiquillo. ¿Qué crees que puede hacerte?
– Me odia.
– No es cierto, le caes muy bien -mintió Olivia, que estaba desesperada porque su hermana se mostrara má amable con el pequeño.
El día de Año Nuevo Olivia decidió salir con Geoffre: para mantenerle alejado de su hermana y, a pesar del hielo y la nieve, optó por dar un paseo a caballo.
– Tenga cuidado, señorita -le advirtió el caballerizo-. El tiempo es muy traidor…
Olivia ya había notado que se avecinaba una tormenta.
– No te preocupes, Robert. No iremos muy lejos.Gracias.
Eligió para Geoffrey un viejo rocín muy manso y ella montó en su propio caballo, aunque estaba un poco inquieto porque apenas había hecho ejercicio durante las vacaciones. Condujo al muchacho hasta las colinas y le enseñó los lugares que adoraba de niña, incluso la pequeña casa del árbol y el prado secreto en que solía esconderse de Bertie y su hermana. Mientras cabalgaban, le explicó que una vez ella y Victoria habían pasado toda la noche fuera porque habían hecho una trastada en el colegio y teníaI miedo de que su padre las riñera. Al final éste salió en su busca con el comisario y los perros y las encontró pero a pesar del disgusto que le habían causado, no las castigó. De hecho Edward siempre había sido un hombre bondadoso y flexible, excepto con la última aventura de Victoria en Nueva York. No pudo mostrarse tolerante entonces tenía que actuar con dureza para acallar los rumores y la única solución posible era la boda con Charles Dawson. Por supuesto, Olivia no comentó nada de esto al pequeño.
– ¿Os pegaron alguna vez? -preguntó Geoffrey. Olivia negó con la cabeza, su padre jamás las había tocado-. A mi tampoco -añadió el niño.
Después de charlar un rato, jugaron a indios y vaqueros. Olivia parecía una criatura mientras perseguía a Geoffrey por las colinas. Al atardecer, cuando regresaban a casa retumbó de pronto un trueno y el caballo de Geoffrey se desbocó. El animal comenzó a galopar en dirección al establo saltando todos los obstáculos que encontraba en su camino.
– ¡Agárrate fuerte, Geoff! ¡No te sueltes! ¡Voy apor ti! El viejo rocín, que apenas se había movido en los últimos años, avanzó por el prado a toda velocidad hasta que Olivia consiguió darle alcance, y tomó las riendas. Había logrado tranquilizarlo cuando de repente se oyó otro trueno, y esta vez fue su montura la que se asustó. La joven soltó las bridas del jaco para no arrastrar a Geoffrey consigo y se esforzó por dominar a su caballo, que se espantó aún más cuando sonó un tercer trueno y la lanzó por los aires El animal saltó por encima de unos arbustos y desapareció mientras Olivia yacía inconsciente en el suelo.
– ¡Olivia! ¡Ollie! -exclamó Geoffrey al verla.
No se atrevía a apearse por temor a no ser capaz de montar de nuevo, de modo que se dirigió hacia el establo.
Su padre y el caballerizo le vieron llegar llorando y mientras escuchaban las incoherentes explicaciones de chiquillo, apareció la yegua de Olivia, que entró directa mente en su cuadra. Estaba claro que le había sucedido algo a su amazona. Robert se apresuró a subir a lomos di su caballo y preguntó a Charles:
– ¿ Sabes montar?
El abogado asintió, ayudó a bajar a su hijo y se acomodó sobre el rocín, pues no había tiempo de ensillar otro cabaIlo. Mientras se dirigían hacia el lugar que Geoffrey le había indicado, Charles sentía cómo el corazón le latía con fuerza. Por fin hallaron el cuerpo de Olivia, y Robert fu el primero en desmontar. La joven estaba muy pálida,: Charles se asustó al pensar que tal vez estaba muerta ¿ Cómo se lo diría a su padre, a su hermana y a Geoff?
– ¿Está…? – susurró.
El caballerizo se volvió hacia él. -Quédese con ella, iré a buscar el carruaje y llamaré al médico.
Charles se arrodilló junto a Olivia y advirtió que aún respiraba, aunque estaba inconsciente. Había sido una locura salir con ese tiempo, podría haber sido Geoffrey quien sufriera el accidente. No obstante sabía que la joven jamás lo hubiera permitido; además, el caballo del niño era tan viejo y manso que no representaba ningún peligro. Mientras observaba a la muchacha, le embargó una sensación de calidez y dulzura, el mismo sentimiento que solía experimentar en compañía de Susan, y recordó todo cuanto había perdido. Geoff tenía razón, Olivia no se parecía en nada a su hermana. Victoria era impetuosa, independiente, y sensual, pero también egoísta. Deseaba dome- ñarla, poseerla, pero sabía que jamás la amaría. La mujer que ahora yacía a su lado era muy diferente, y lo que sentía por ella le asustaba. No deseaba volver a perder al ser amado. Para él Victoria era más segura…pero Olivia le inspi- raba una gran ternura. Si muriera ahora…si muriera…no lo soportaría, otra vez no… ahora no. No era justo… no debía albergar tales sentimientos por ella. A pesar de lo que sentía, se casaría con su hermana.
– Olivia…-Se inclinó y le acarició el cabello-. Olivia, háblame… Ollie… por favor… -balbuceó entre sollozos-. Olivia… -Por fin se movió y abrió los ojos. Le miró con expresión aturdida, como si no le reconociera-. No te muevas, estás herida.
Olivia tenía el cuerpo empapado, pero Charles le protegía el rostro con una chaqueta que sujetaba por encima de su cabeza. Él tenía la cara mojada, y las lágrimas se mezclaban con la lluvia. De pronto, la joven recordó lo sucedido.
– ¿ y Geoffrey? ¿Está a salvo? -Por fin reconoció a Charles e intentó sonreír.
– Está bien; ha sido él quien nos ha avisado.
Olivia asintió y cerró los ojos con una mueca de dolor. Charles estaba asustado por los sentimientos que le inspiraba, pero sabía que hacía lo correcto casándose con su hermana. Era demasiado arriesgado querer a Olivia, jamás había experimentado nada igual por nadie, excepto por Susan. Aunque Victoria era mucho más peligrosa a su manera, él se sentía seguro a su lado.
– ¿ Cómo te encuentras? -preguntó, ansioso por tocarla, mientras seguía protegiéndola del viento y la lluvia.
– Muy bien -sonrió, y él le acarició la mejilla, aunque sabía que no debía hacerlo
– ¿Me ayudas a levantarme?
– No creo que debas. Robert no tardará en llegar con el coche de caballos.
– No quiero que mi padre se preocupe.
– Todos estamos preocupados por ti, de modo que te agradecería que tengas más cuidado en el futuro.
Geoffrey no necesitaba otra tragedia en su vida, y él tampoco. Mientras la miraba, no sabía si reñirla o besarla.
– Estoy bien.
– Ya lo veo. -Charles sonrió, e intercambiaron una mirada cargada de significado.
De pronto Olivia se olvidó de todo cuanto le rodeaba, menos de él. Sólo existía el presente, ese momento en que yacía en el suelo con la mano de Charles en la mejilla. Sin embargo no se permitió entregarse a sus fantasías.
– ¿Cómo está mi caballo? -inquirió.
– Tus prioridades me espantan. El animal está bien, mucho mejor que tú.
Olivia intentó incorporarse, pero no lo consiguió, pues le dolía la cabeza. Al cabo de unos minutos Robert llegó con el coche de caballos, y por un instante Charles tuvo la tentación de ocultarla de su vista; quería quedarse con ella para siempre. Ambos sabían que ese momento jamás se repetiría, nunca lo mencionarían, tenían que olvidarlo.
– ¿Cómo se encuentra? -preguntó el caballerizo.
– Mejor, creo.
Charles la cogió en brazos como si fuera una muñeca y la depositó sobre el asiento. Olivia emitió un gemido de dolor. No parecía tener ningún hueso roto, pero había sufrido una fuerte contusión. Charles se sentó frente a ella mientras Robert ataba su caballo al carruaje. Miró a Olivia en silencio, deseaba decirle muchas cosas, pero no podía, no tenía sentido, era demasiado peligroso. Ya había escogido un camino que no representaba ninguna amenaza para él, pues el suyo sería un matrimonio de conveniencia. Olivia era como un fuego que podía quemarle el corazón, mientras que Victoria no era más que chispas y sensualidad. Anhelaba a Olivia, pero ya había perdido a una persona como ella una vez y no quería que volviera a ocurrirle. La joven pareció leer sus pensamientos y asintió al tiempo que le tendía la mano. Charles tomó sus helados dedos en la suya.
– Lo siento -musitó.
Olivia sonrió y se reclinó en el asiento con los ojos cerrados. Era como un sueño. Charles junto a ella, la tormenta, el niño…Todo resultaba demasiado complicado.
Pronto llegaron a casa, donde Victoria, Bertie y su padre les aguardaban con el médico. La trasladaron a la cama y Victoria se sentó a su lado. Olivia insistió en ver a Geoffrey y, con la intención de tranquilizarle, le dijo que había sido una irresponsabilidad por su parte salir con semejante tiempo. El chiquillo prometió visitarla pronto y le dio un beso antes de salir de la habitación. Cuando se hubo marchado, Olivia dijo a su hermana:
– Tienes que quererle, Victorioa. Inténtalo…te necesita.
Al cabo de unos minutos Olivia se quedó dormida. Le habían administrado un somnífero para que descansara, y pronto comenzó a navegar por el mundo de los sueños. Estaban todos en un barco, Victoria vestida de novia, al Iado de Charles, que le susurraba algo. Geoff se encontraba junto a ellos, cogido de la mano de Susan, que observaba a la pareja…De pronto se hizo el silencio.
Olivia despertó a las doce del día siguiente con un terrible dolor de cabeza, era como si no hubiera dormido en toda la noche. Victoria le comunicó que los Dawson ya se habían marchado. Geoffrey había cortado unas flores para ella, y Charles había dejado una nota para desearle una pronta recuperación. Olivia pensó en él y se preguntó si lo que había leído en su rostro había sido un sueño; a veces era difícil diferenciar los sueños de la realidad.
– Menudo golpe te diste en la cabeza -comentó Victoria mientras le servía una taza de té.
– Debió de ser muy fuerte, porque he tenido unos sueños muy raros.
– No me extraña. El médico dice que estarás mejor dentro de unos días. Sólo necesitas descansar.
Victoria, que quería a su hermana más que a nadie en el mundo, permaneció todo el día sentada a su lado, observándola, acariciándole el cabello, hablándole cuando despertaba. Al final de la semana Olivia por fin se puso en pie y comprendió que los fantasmas que la habían visitado esos días no eran más que fruto de su imaginación. Había llegado a ver a Charles junto a ella, acariciándole la cara…
– ¿Te encuentras mejor? -preguntó Victoria mientras la ayudaba a bajar por la escalera para cenar con su padre.
– Mejor -mintió Olivia, que estaba empeñada en recuperarse lo antes posible-. Ahora tenemos que pensar en tu boda.
Estaba decidida a cumplir con sus tareas a pesar de los sentimientos que le inspiraba el prometido de su hermana.
– Tienes buen aspecto -exclamó su padre cuando entraron en el comedor.
Olivia se alegró de verle y librarse por fin de los sueños que habitaban su dormitorio.
– Gracias -respondió con voz queda al tiempo que tomaba asiento.