CAPITULO 5

La mañana siguiente, mientras Olivia preparaba con la cocinera los menús de la comida y la cena, Victoria salió de casa después de comunicar a Bertie que iba a la biblioteca, donde había quedado con una Rockefeller, y que volvería a última hora de la tarde. Lucía un traje blanco con sombrero a juego que Olivia había copiado de Doeuillet y todavía no había estrenado. Estaba muy atractiva cuando subió por la escalera de la biblioteca llevando los libros que deseaba devolver. Tras dejarla allí Donovan regresó para llevar al señor Henderson al despacho de John Watson.

Victoria entregó las obras al entrar, echó un vistazo por encima del hombro de la educada bibliotecaria y divisó a Toby. Cuando sus miradas se encontraron, la joven le dedicó una amplia sonrisa, y unos minutos más tarde salieron del edificio cogidos del brazo. Victoria no tenía ni idea de adónde se dirigían, pero le daba igual; lo único que le importaba era estar con él.

Toby tenía aparcado el coche en la entrada, un Stutz que había comprado ese mismo año, y se rió cuando ella afirmó que le gustaría conducirlo.

– No me digas que también sabes conducir -exclamó asombrado y divertido a la vez-. Eres una chica muy moderna. Muchas presumen de serIo, pero en el fondo no lo son.

Le ofreció un cigarrillo para reafirmar su teoría, y Victoria lo aceptó, aunque era un poco temprano para ella. Dieron unas vueltas sin destino fijo por el East Side hasta que Toby detuvo el automóvil a un lado de la carretera y la contempló maravillado, con sumo detenimiento, como si quisiera guardar para siempre su imagen en el corazón.

– Te amo, Victoria, jamás he conocido a nadie como tú -le susurró al oído. Su voz era una especie de afrodisíaco y, cuando la besó, la joven creyó que se derretía en sus brazos. Habría hecho cualquier cosa por él en esos momento. -Me vuelves loco, ¿ sabes? Me entran ganas de secuestrarte y llevarte a Canadá o México, Argentina o las Azores…Mereces ir a lugares exóticos. Me encantaría estar tumbado contigo en una playa escuchando música y acariciándote -añadió mientras se inclinaba para besarla de nuevo.

Victoria era incapaz de pensar mientras le miraba a los ojos. Deseó huir con él, estar siempre a su lado.

Toby sonrió de repente y anunció:

– Se me ocurre una idea. -Puso en marcha el coche y se dirigió hacia el norte-. Ya sé adónde podemos ir hoy. Hace siglos que no paso por allí.

– ¿ Adónde? -preguntó ella mientras aceptaba la petaca de coñac que Toby le ofrecía.

Tomó un trago y, aunque al principio le quemó la garganta, después experimentó una agradable sensación de calor.

– Es un secreto -respondió el hombre con cierto aire misterioso.

Victoria volvió a preguntar, pero él se negó a satisfacer su curiosidad mientras fingía haberla secuestrado. Durante el camino detuvo el coche varias veces para besarla y compartir la bebida, pero Victoria lo rechazó cuando se lo ofreció una tercera vez.

– ¿Siempre bebes antes de comer? -inquirió.

En realidad no le molestaba, muchos amigos de su padre bebían bastante, y hasta John Watson llevaba consigo una petaca en invierno, pero ese día no hacía frío.

– Estaba tan nervioso esta mañana que pensé que lo necesitaría. Cuando te vi me temblaban las rodillas -explicó con expresión infantil.

Al verle tan vulnerable y enamorado Victoria se sintió muy importante. Toby tenía treinta y dos años, y estaba loco por ella. Todo era muy emocionante, en especial el hecho de mantener una relación prohibida. Sabía que su reputación era abominable, pero los rumores que sobre él corrían no eran ciertos. Nunca pensaba en que estaba casado, no le importaba. Además, Toby había asegurado que se divorciaría de Evangeline, que su matrimonio había sido un error, y ella no consideraba, a diferencia de su hermana, que un divorcio en la familia Astor provocara un gran escándalo.

Habían dejado atrás el centro de la ciudad y ahora circulaban entre casas más humildes. El paisaje era casi rural. Veinte minutos después Toby aparcó el vehículo frente a una pequeña vivienda blanca rodeada de un seto algo cre- cido y una valla de madera rosa a medio pintar.

– ¿ Dónde estamos? -preguntó Victoria.

– Es la casa de mis sueños -respondió él sonriente mientras la ayudaba a bajar.

Victoria esperó indecisa junto al coche mientras Toby sacaba una cesta de picnic que no había visto antes. Contenía champán, caviar y un pastelillo, además de otras exquisiteces que el hombre había hurtado de su cocina. A continuación observó con sorpresa que extraía una llave del bolsillo.

– ¿De quién es esta casa? -inquirió. No estaba asustada, pero sentía curiosidad. Ignoraba dónde se encontraba y a quién iban a visitar. Cuando Toby abrió la puerta, divisó una pequeña sala de estar con muebles sencillos pero en buen estado. Parecía un lugar agradable. Antes de entrar, Toby la abrazó y la besó. Luego esbozó una sonrisa y la cogió en brazos para cruzar el umbral.


– Serás mi mujer por un día, Victoria Henderson -declaró-. Apenas me conoces, pero lo harás algún día. Serás la próxima señora Whitticomb,…si aceptas, claro…-La miró con expresión infantil y vacilante.

Victoria quedó perpleja, no esperaba algo así. Ella, que siempre había dicho que núnca contraería matrimonio, que quería ser libre y vivir en Europa, se encontraba allí, a solas con ese hombre, convertida en su esclava, dispuesta a hacer lo que le pidiera. Sabía que su conducta no era decorosa, pero ¿por qué? ¿Qué había de malo en estar con él si se sentía tah bien? Lo amaba con toda su alma, la había conquistado con su encanto y honradez, confiaba en él tanto como en su padre.

– Te quiero muchísimo -le susurró al oído mientras sentía su cuerpo palpitar junto al suyo.

Toby le desabrochó la blusa y la acarició con ternura. La joven no tenía ni idea de qué debía hacer ni qué esperaba de ella. No cometería ninguna tontería, pero deseaba estar con él y ser suya para siempre.

Fue Toby quien refrenó sus impulsos después de jugar con su larga cabellera. Colocaron la cesta de picnic en la cocina, y abrió la botella de champán mientras Victoria se abotonaba la blusa para salir al jardín. No había vecinos cerca, nadie los veía. Pasearon por el césped, y Toby le explicó que había alquilado la casa para poder estar solo y alejarse de Evangeline. Iba allí para pensar, soñar y disfrutar de la soledad. Era en ese lugar donde había decidido divorciarse de su esposa.

– Supongo que echarás de menos a tus hijos -comentó Victoria cuando entraron de nuevo cogidos de la mano.

– Sí, pero espero que Evangeline se muestre razonable y me deje verles. Será una sorpresa para todos, pero ella se sentirá aliviada. Es una crueldad vivir con alguien a quien no amas. Será más duro para nuestras familias que para nosotros, no lo comprenderán.

Victoria asintió y por primera vez comprendió que su relación provocaría un gran escándalo. Además, su padre se llevaría un buen disgusto, pero con el tiempo quizás atendiera a razones. No era necesario que contrajeran ma- trimonio de inmediato. En realidad no le importaba no casarse con él siempre y cuando pudieran estar juntos. La situación se volvería más difícil cuando tuviera que regresar a Croton, pero podría visitarla con frecuencia. De hecho, sería incluso mejor verse allí, pues disfrutarían de mayor intimidad. Le maravillaba pensar cómo podía cambiar la vida de una persona en cuestión de unos días.

Toby le preguntó de pronto por su hermana gemela y se rió con algunas de las historias que la joven le contó. Victoria no sabía qué hora era, y tampoco le importaba, sólo quería estar con él. Mientras conversaban, Toby le sirvió más champán y empezaron a besarse. Le desabotonó la blusa, y Victoria protestó, pero él la acalló con sus labios. La muchacha quedó sorprendida por la fuerza de su propio deseo cuando Toby comenzó a besarle los pechos, y gimió de placer. Luego se miraron a los ojos y supieron que sus vidas habían cambiado para siempre. Victoria estaba dispuesta a compartirlo todo con ese hombre. Él le quitó la ropa despacio y después la cogió en brazos para llevarla al dormitorio, donde, con gran dulzura, la hizo suya.

Horas después, mientras yacía entre sus brazos, Victoria se sorprendió de lo que acababa de hacer, pero no tenía miedo. Confiaba plenamente en él, le había dado todo lo que tenía, era suya para siempre. Al cabo de unos minutos quedó dormida.

Eran las cinco de la tarde cuando la despertó. Debían marcharse, pues no quería causarle problemas en casa. Victoria sintió un dolor físico al tener que separarse de él. Se vistió en silencio mientras él Ia observaba maravillado por la belleza de su cuerpo y la gracilidad de sus movimientos. Era un hombre afortunado por haberla conocido.

– No dejaré que te arrepientas de quererme -afirmó cuando se encaminaban hacia el coche.

Sin embargo Victoria no se arrepentía del paso que había dado. Se sentía feliz de haber unido sus destinos para siempre.

Toby la dejó conducir un rato y se sobresaltó varias veces por las imprudencias que cometía. Reían y cantaban como dos chiquillos que van a la deriva en un pequeño bote, ignorantes del peligro que corrían.

– Te quiero, Toby Whitticomb -declaró Victoria cuando detuvieron el automóvil a tres manzanas de su casa.

– No tanto como yo a ti. Algún día serás mía, ya lo verás, aunque no te merezco.

– Ya soy tuya -susurró, y le besó en la mejilla antes de apearse.

Le dijo adiós con la mano, y Toby la siguió con la mirada hasta que desapareció de su vista. Al día siguiente se reunirían de nuevo y regresarían a la pequeña casa, que ahora era de los dos.

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