CAPITULO 11

Charles estaba demasiado ocupado para poder regresar a Croton. En cualquier caso Olivia tenía pensado ir a Nueva York hacia finales de febrero con el fin de escoger detenidamente el vestido de su hermana, y Victoria había aceptado de buen grado acompañarla, aunque estaba más interesada por las noticias que Ilegaban procedentes de Londres, donde, tras su liberación, Emmeline Pankhurst había podido organizar un ataque contra el despacho del ministro del Interior en el que rompieron todas las ventanas; luego, con la ayuda de sus compañeras incendió el Lawn Tennis Club en nombre de la libertad de la mujer

– ¡Bien por ellas! -exclamó Victoria al oír la noticia. Desde el anuncio de su compromiso se había vuelto más feminista.

– ¡ Victoria! -protestó Olivia, que desaprobaba el uso de la violencia-. Es repugnante, ¿ cómo puedes defender actos como ésos? -Sabía que habían encarcelado a una de las Pankhurst por utilizar explosivos.

– Es por una buena causa, Olivia. La guerra no es agradable, pero a, veces es necesaria. Las mujeres tienen derecho a reclamar su libertad.

– No seas ridícula, hablas como si fuéramos animales de circo enjaulados.

– ¿Nunca has pensado que es eso lo que somos? Animales de compañía para los hombres; eso sí es repugnante.

– Te suplico que nunca digas algo así en público.

Era inútil discutir con Victoria, pues tenía ideas muy radicales sobre los derechos de las mujeres y el sufragio universal. Por otro lado, no mostraba gran interés por los preparativos de la boda. De hecho había pedido a Olivia que escogiera ella el traje de novia e incluso que fuera a comprarlo sola.

– Eso trae mala suerte. Además, es aburrido -replicó su hermana, que a veces sentía deseos de estrangularla.

Como siempre, era ella quien se encargaba de organizarlo todo. Apenas había conseguido sonsacar a Victoria algunos nombres para la relación de invitados, mientras que Charles había mandado su lista con gran celeridad. La componían unas cien personas -si ellos estaban de acuerdo-, básicamente amigos y compañeros de trabajo, pues no tenía familia. Los de Edward sumaban más de doscientos, y los de las chicas, unos cincuenta. En total eran cuatrocientos, de los cuales Olivia estaba segura de que asistirían unos trescientos, pues algunos de los invitados eran de edad avanzada o vivían lejos.

La ceremonia se celebraría en Croton-on-Hudson, y el banquete tendría lugar en Henderson Manor. Geoffrey llevaría los anillos, y Olivia sería la dama de honor, pues Victoria se negaba en redondo a tener más.

– Sólo me acompañarás tú -dijo tras lanzar una bocanada de humo mientras discutían el asunto por enésima vez.

– Ojalá fumaras en otra parte -gruñó Olivia. Últimamente se había aficionado aún más al tabaco porque estaba muy nerviosa-. Hay muchas compañeras del colegio a las que les encantaría ser tus damas de honor.

– Pues no las quiero. Además, hace más de ocho años que dejamos la escuela, y no imagino a nuestras profesoras particulares haciendo de damas de honor.

– De acuerdo, me rindo, pero entonces tu vestido tendrá que ser mucho más bonito.

– Tanto como el tuyo -repuso Victoria, aunque sin demasiado entusiasmo. Lo único que le ayudaba a soportar la situación era pensar en la luna de miel, Europa, las cosas que deseaba hacer y las personas que vería, así como en su vida cuando se instalara en Nueva York, donde disfrutaría de cierto grado de independencia. En cambio la boda no le interesaba en absoluto-. ¿ Por qué no nos vestimos las dos de novia y confundimos a todos? ¿Qué te parece? -pre- guntó con una sonrisa maliciosa.

– Me parece que, además de fumar, has bebido.

– No es mala idea. ¿Crees que papá se daría cuenta?

– No, pero Bertie sí -contestó Olivia, que en ese instante sintió una punzada al pensar que pronto se separaría de su hermana.

Faltaban apenas cuatro meses para la boda. Tal como habían planeado, a finales de febrero viajaron a Nueva York. Se alojaron en el Plaza para ahorrarse abrir la casa y llevar a una docena de sirvientes consigo. Su padre sugirió que las acompañara la señora Peabody, pero Victoria insistió en que no la necesitaban. Cuando por fin entraron en la habitación del hotel lanzó el sombrero por los aires. Estaban solas en Nueva York y podían hacer lo que quisieran, de modo que pidió una copa y encendió un cigarrillo.

– No me importa lo que hagas en esta habitación, pero si no te portas bien en el hotel o en cualquier otro lugar, te mandaré de inmediato a casa. No quiero que nadie piense que soy una borracha o que fumo sólo porque tú lo hagas, de manera que compórtate.

– Sí, Ollie -repuso Victoria con una sonrisa maliciosa. Se sentía feliz de estar a solas con su gemela en Nueva York. Esa noche cenaría con Charles, pero antes iría con su hermana a Bonwit Teller para comprarse ropa. Aparte del traje de novia, necesitaba un vestuario nuevo para la luna de miel. Olivia ya había encargado los vestidos de diario, pero los más elegantes los adquirirían en Nueva York. No obstante, resultaba extraño pensar que ya no comprarían dos trajes de cada modelo, sino sólo uno. Olivia no necesitaba atuendos de esa clase, y tampoco estarían juntas para llevarlos. El primer encargo que hizo de una sola prenda casi le partió el corazón.

Tomaron un ligero almuerzo en el hotel y después se dirigieron en taxi a Saks. Dondequiera que fueran, atraían las miradas de todos. Cuando entraron en B. Altman, causaron un revuelo entre las dependientas, que se acercaron prestas a ayudarlas junto con el encargado de la tienda. Olivia llevaba consigo varios dibujos, fotografías de revistas y un par de diseños propios. Sabía exactamente cómo quería el vestido de novia: varias capas de raso blanco cortadas al bies y cubiertas de encaje con una cola larguísima. En la cabeza Victoria luciría la tiara de diamantes de su madre. El encargado del establecimiento le garantizó que no tendría ningún problema en conseguir lo que deseaba, y pasaron una hora hablando de telas mientras Victoria se probaba sombreros y zapatos.

– Necesitan tomarte las medidas -le indicó Olivia. -Que tomen las tuyas. Tenemos la misma talla.

– No es así, y tú lo sabes -observó Olivia. Su hermana tenía más busto y la cintura un poco más estrecha-. Vamos, quítate la ropa.

– De acuerdo -cedió por fin Victoria. Mientras tanto, Olivia se dedicó a su propio vestido. Había pensado en un traje de raso azul claro de estilo similar al de su hermana, pero no tan largo. No tendría ni cola ni encajes, sólo varias capas de raso azul cortadas al bies. Sin embargo, mientras dibujaba el diseño, el encargado insistió en que era demasiado sencillo en comparación con el de la novia, por lo que al final añadieron una cola corta y un abrigo de encaje azul con un sombrero a juego, de esta manera guardaría perfecta armonía con su hermana. Olivia sonrió al contemplar los bocetos y se los mostró a Victoria, que sonrió complacida antes de susurrarle:

– ¿Por qué no te haces pasar por mí el día de la boda? Nadie se daría cuenta.

– Haz el favor de comportarte -le amonestó Olivia antes de alejarse para elegir los innumerables vestidos que su hermana necesitaba.

Al final decidieron regresar al día siguiente para escoger los trajes que faltaban. Mientras Olivia concertaba la cita con el encargado, observó que Victoria tenía la vista clavada en una pareja que acababa de entrar. El hombre era alto, de cabello negro, y la mujer, una rubia espigada, llevaba un abrigo de pieles. Eran Toby Whitticomb y su esposa. Olivia no entendía cómo Evangeline se exhibía en público, debía de estar al menos en su séptimo mes de embarazo. Miró a su hermana por el rabillo del ojo y advirtió que estaba muy pálida. A continuación se despidió del encargado y la condujo hacia la puerta.

– Vámonos, ya hemos acabado.

Sin embargo Victoria no se movió, incapaz de apartar la vista de Toby. Whitticomb pareció percibir su mirada y se volvió hacia las jóvenes. Era evidente que no sabía cuál de las dos era Victoria, pero saltaba a la vista que se sentía incómodo. Toby cogió del brazo a Evangeline y la llevó a un rincón apartado, pero ella también las había visto y comenzó a discutir con él.

– Victoria, por favor…-insistió Olivia. La situación resultaba muy embarazosa. Todas las dependientas los observaban con expectación. Toby había hablado con tono desabrido a su esposa, que comenzó a sollozar y lanzar miradas furtivas a las gemelas.

Olivia cogió a su hermana de la mano y casi la arrastró hasta la calle, donde subieron a un taxi. Tan pronto como se sentaron, Victoria rompió a llorar. Era la primera vez que veía a Toby desde la terrible escena frente a su despacho.

– Ahora yo hubiera estado embarazada de cinco meses -balbuceó. Por primera vez mencionaba al niño que había perdido en noviembre.

– Y tu vida estaría hecha añicos. Por Dios Santo, Victoria, ese hombre arruinó tu vida y después renegó de ti; no me digas que sigues enamorada de él.

Su hermana negó con la cabeza y afirmó:

– Le odio; aborrezco todo lo que representa y el modo en que me trató.

No obstante, cuando recordaba las tardes que pasaron solos en aquella casita, todavía se le encogía el corazón. Había creído su promesa de abandonar a su esposa y sus palabras de amor, y ahora Evangeline exhibía su embarazo con orgullo y la señalaba a ella como a una fulana. De pronto comprendió de qué intentaba protegerla su padre cuando le hizo jurar que se casaría con Charles Dawson y agradeció que éste se hubiera prestado a ayudarla, aunque sabía que nunca lograría amarle.

Cuando llegaron al hotel, se tumbó en la cama y continuó llorando. Olivia, que la observaba en silencio, se dio cuenta de que había aprendido una dura lección sobre la crueldad de los hombres.

A las seis de la tarde se calmó por fin.

– Algún día le olvidarás, ya lo verás -aseguró Olivia.

– Jamás volveré a confiar en nadie. Me hizo tantas promesas…de lo contrario jamás me hubiera dejado seducir por él. -Se estremeció al recordar las cosas que le había obligado a hacer. ¿ Cómo podría explicárselo a Charles? Después de ver a Toby sentía una enorme gratitud hacia su prometido-. Fui tan estúpida -reconoció Victoria.

Olivia la abrazó y juntas esperaron a Charles, quien al llegar encontró a las hermanas muy calladas, sobre todo a Victoria.

– ¿Te ocurre algo? -le preguntó-. ¿Estás enferma? Ella negó con la cabeza.

– Ha sido un día muy largo y repleto de emociones fuertes. Comprar el vestido de novia es uno de los momentos más importantes en la vida de una mujer -explicó Olivia.

Sin embargo sus palabras no convencieron a Charles, que se compadeció de las jóvenes al pensar que tal vez estaban tristes por su próxima separación. Con la intención de animarlas pidió a Olivia que les acompañara, pero ella declinó la invitación argumentando que hacía dos meses que no se veían y necesitaban estar solos. Cenaría en la habitación y revisaría algunos de los diseños para su hermana.

– ¿Estás segura? -preguntó Charles mientras Victoria se arreglaba.

– Desde luego -respondió-, Todo esto es un poco duro para ella -añadió con el propósito de justificar la actitud de su hermana. Deseaba que Charles amara a Victoria. La quería tanto que le dolía que se casara con un hombre que no la comprendía. No obstante estaba convencida de que Charles jamás le haría daño-. La echaré mucho de menos, pero sin duda la compañía de Geoff me animará.

– Le hace mucha ilusión pasar el verano en Croton. -Charles la miró a los ojos en busca de respuestas. A veces no la entendía. ¿Por qué estaba tan dispuesta a renunciar a todo y quedarse con su padre? Era tan hermosa como su hermana; ¿por qué se sacrificaba por Edward? ¿ Cuál era su secreto? Cuando la conoció en septiembre no tuvo la impresión de que fuera una persona retraída-. Tenemos pensado visitaros en Semana Santa, si estáis de acuerdo, por supuesto.

– Será un placer -afirmó Olivia.

Victoria apareció en ese momento con un vestido de raso azul oscuro que su hermana había elegido para ella. Lucía unos pendientes de zafiros y diamantes, regalo de su padre, y un largo collar de perlas que había pertenecido a su madre.

– Estás preciosa -exclamó Charles con orgullo.

Victoria poseía una belleza deslumbrante, pero lo más extraordinario era que existía otra mujer idéntica a ella. Charles insistió en que Olivia les acompañara, pero fue imposible convencerla.

Se dirigieron a un restaurante muy elegante y, mientras cenaban, Victoria se sentía muy nerviosa al pensar que Toby podría entrar en cualquier momento con su mujer. Era incapaz de enfrentarse a él dos veces en un mismo día.

– Estás muy callada esta noche -observó Charles tras cogerle la mano-. ¿Te ocurre algo?

Victoria negó con la cabeza. Charles vio las lágrimas en sus ojos y decidió no presionarla más.

Hablaron de política, el viaje, la boda y los problemas que había en Europa. Le complacía que estuviera informada de los acontecimientos del mundo, aunque sus ideas eran a veces demasiado liberales.

Charles le presentó a varios conocidos y compartieron el palco del teatro con unos amigos. Victoria estaba mucho más relajada cuando regresaron al hotel e incluso encendió un cigarrillo mientras tomaban una copa en el bar.

– iMadre mía! -exclamó Charles.

– ¿Te escandalizo?

– ¿ Es eso lo que quieres?

Él la contempló con admiración. Además de belleza, Victoria poseía inteligencia. Había tenido suerte de encontrarla, aunque sabía que jamás la querría tanto como a Susan.

– Quizá me gusta escandalizarte -repuso ella con una sonrisa, y exhaló una bocanada de humo en su dirección.

– Me temo que así es, de modo que vamos a tener una vida muy interesante, ¿no crees? -Fue entonces cuando se atrevió a formularle la pregunta que le rondaba por la cabeza-. ¿ Estabas muy enamorada de él?

Victoria vaciló. Recordó al Toby que había conocido, al que había amado con toda su alma, al que había visto esa misma mañana…al que la había repudiado en la escalera de su despacho, al que había afirmado que había sido ella quien le sedujo…

– Sí, lo estaba, pero ya no le amo. Ahora sólo siento odio por él.

– Dicen que el odio es la otra cara del amor.

– Supongo que es así. Por cierto, debo decirte que no estábamos prometidos -agregó mirándole directamente a los ojos. No quería engañarle.

– Lo sé. Tu padre me explicó lo sucedido sin entrar en detalles. -Charles sonrió con dulzura y deseó que hubiera algo más entre ellos, aunque al mismo tiempo le aliviaba que no fuera así, que todo se redujera a una mera atracción física-. Whitticomb se aprovechó de ti. Es fácil seducir a una chica tan joven, y un caballero no debería hacerlo. Tu padre dice que te mintió y prometió casarse contigo.

Victoria asintió. No le apetecía hurgar en el pasado. Charles estaba al corriente de lo ocurrido y, aun así, pensaba casarse con ella. No comprendía por qué.

– A veces resulta difícil entender lo que puede llegar a hacer una persona. En todo caso te aseguro que no volverá a suceder.

– Espero que no. -Charles sonrió. Sabía que la joven jamás confiaría en él, pero no le importaba. De todos modos él nunca le haría daño-. Nunca te engañaré ni te mentiré, si es eso lo que temes. Jamás he engañado a nadie, al menos conscientemente. Soy un hombre honrado y aburrido, pero sincero.

Después de haber visto a Toby esa tarde, Victoria comprendía por fin lo mucho que le debía.

– Te estoy muy agradecida. No tienes por qué ayudarme -dijo con lágrimas en los ojos.

– Quizás exista otra solución, pero ésta es la única que se me ocurrre ahora. No tengas miedo de mí, Victoria, te juro que no te haré daño. -Charles dejó la copa y la besó con ternura.

A ella no le molestó que se tomara tal libertad, pero le dolió comprobar que no sentía nada, y se preguntó si él lo notaba.

Poco después Charles la acompañó a su habitación. Olivia, que les esperaba despierta, se alegró al ver que, a pesar de que seguía triste, su hermana estaba más tranquila. Tal vez el encuentro con Toby y su mujer había hecho que se acercara más a Charles.

Al día siguiente los tres fueron a comer a Della Robbia, y Olivia explicó lo que habían comprado el día anterior, mientras que Victoria guardó silencio la mayor parte del tiempo, aunque se mostró amable con Charles. Después él las llevó a Bonwit, donde debían encargar más ropa. Esa noche Donovan las recogió en el hotel y las condujo de vuelta a casa. Olivia lamentaba no haber visto a Geoff, pero no habían tenido tiempo. No obstante, había prometido visitarle en marzo cuando regresara a la ciudad para finalizar sus compras.

Sin embargo Olivia se vio obligada a cambiar sus planes cuando su padre cayó enfermo a finales de febrero. Henderson tuvo que guardar cama durante un mes a causa de la gripe, y ella apenas se movió de su lado. El primer día de abril Edward se levantó por fin, y dos semanas más tarde llegaron los Dawson. Olivia tenía una sorpresa para Geoffrey: dos polluelos recién salidos del huevo y un pequeño conejo.

– ¡Oh! ¿Has visto esto, papá? -exclamó el chiquillo.

Olivia había tratado de convencer a Victoria de que se los entregara ella, pero ésta insistió en que los animales le desagradaban aún más que los niños. Olivia tenía la sensación de que era como una criatura a la que había que obli- gar a hacer los deberes. A pesar de todo, las cosas habían mejorado y al menos se mostraba más amable con Charles.

Estaban invitados a varias fiestas y a un concierto que ofrecían los Rockefeller. Era una oportunidad magnífica para presentar en sociedad a Charles, que se mostró encantador con todos. Olivia tenía que recordar a su hermana en todo momento que no estaban organizando un funeral, sino una boda.

– Haz el favor de animarte -exclamó mientras repasaban la lista de invitados.

Después de tres meses de insistir por fin había conseguido que le ayudara a elegir el menú, y comenzaban a llegar los obsequios, que Olivia abrió y catalogó. Victoria ni siquiera los miró. Fue Olivia quien, desesperada por su ac- titud, envió las tarjetas de agradecimiento.

– Todo esto es un montaje estúpido -protestó Victoria un día-. Es una frivolidad y un derroche innecesario. Sería mejor que mandaran el dinero de los regalos a las mujeres que están en prisión.

– Qué bonito. -Olivia entornó los ojos-. Seguro que nuestros invitados estarían encantados. Podría enviarles una carta con instrucciones al respecto.

– De acuerdo -repuso Victoria tras una carcajada. Pensó en lo mucho que extrañaría a su hermana. Ya no le indignaba su futuro matrimonio con Charles, había acabado por aceptar que era necesario después de lo sucedido con To by.Además, le agradaba la libertad que representaba estar casada y vivir en Nueva York. Sin embargo no le apetecía estar tan lejos de Olivia y buscaba sin cesar una solución al problema-. Tú te llevas mejor con Geoff que yo -añadió.

Se le había ocurrido que ésa sería una buena excusa para llevarla consigo a Nueva York.

– Se supone que Charles se casa contigo por Geoff, o al menos ése es el motivo principal. -Olivia estaba segura de que existían otras razones-. No creo que le guste que viva con vosotros. Además, sabes que no puedo dejar solo a nuestro padre. Recuerda lo que ocurrió el mes pasado; ¿ quién hubiera cuidado de él si no llego a estar yo?

– Bertie -respondió Victoria con toda naturalidad.

– No es lo mismo.

– ¿ Qué pasaría si te casaras? Entonces tendrías que dejarle solo.

– Jamás haría eso, y él lo sabe, de modo que no hay nada más de que hablar. ¿Qué quieres de postre para el convite?

Victoria fingió gritar de desesperación, pero por fortuna Charles la rescató unos minutos más tarde y la invitó a pasear.

– Mi hermana me está volviendo loca con la boda -comentó Victoria entre risas antes de salir.

En los últimos meses Charles y ella habían llegado a convencerse de que ésa era la solución perfecta para los dos y, por tanto, se sentían más felices juntos.

– No me ayuda en absoluto -protestó Olivia-. Voy a tener que darle con un palo.

– Buscaré uno muy grande, no te preocupes, pero ¿ no sería mejor un látigo? -sugirió Charles con una sonrisa.

Después se marchó con Victoria y dejó a Geoff con Olivia, a quien el niño había empezado a llamar «tía Ollie».

Cuando se acabaron las vacaciones, Geoffrey se llevó los polluelos y el conejo a Nueva York. Unas semanas más tarde Olivia viajó a la ciudad con otra sorpresa para él. Debía ultimar algunos detalles de la boda, aunque los vesti- dos ya estaban encargados y el traje de novia esperaba en Croton-on-Hudson.

Charles quedó asombrado cuando Olivia le llamó desde Nueva York y la recibió contento en su casa, donde apareció con un obsequio de cumpleaños para Geoffrey. El de las gemelas ya había pasado, y Charles había regalado a su futura esposa una bonita pulsera de oro y a Olivia un perfume. Sin embargo el presente de Olivia para el chiquillo era mucho más emocionante. Hacía tiempo que había pedido permiso a Charles, y éste había aceptado a regañadientes, pero ya se había olvidado por completo. Cuando Geoffrey vio el cachorro de cocker spaniel, no daba crédito a sus ojos.

– Eres muy buena con él. Necesitaba a alguien como tú a su lado. La muerte de su mádre supuso un duro golpe para él. -En abril se habían cumplido dos años del hundimiento del Titanic.

– Es un niño encantador. Nos divertiremos mucho este verano -afirmó. No quería pensar que para entonces habría perdido a su hermana.

– Te escribiremos desde Europa -repuso Charles como si le hubiera leído el pensamiento.

Aun así nada volvería a ser igual. En algunas ocasiones se decía que debía aceptar la propuesta de Victoria y vivir con ella en Nueva York, pero sabía que era un disparate.

– Sobreviviré -aseguró antes de volverse hacia Geoffrey, que tenía el cachorro en brazos-. ¿ Cómo le llamarás?

– No lo sé, quizá Jack… George… o Harry… No lo sé.

– ¿Qué te parece Chip? -sugirió Olivia.

– iChip! -exclamó entusiasmado-. ¡Me gusta!

Al animal también le agradó la idea, pues meneó la cola y dio una voltereta en el suelo. Todos rieron, y Geoffrey se retiró para mostrar su regalo a la cocinera. La casa de Charles era sencilla y bonita, con vistas al río. No era muy elegante, pero Victoria no había sugerido ninguna reforma. A diferencia de su hermana, que hubiera comprado telas nuevas, cojines y un piano, no le interesaba la vida doméstica; lo único que deseaba era introducirse en los círculos políticos.

Olivia dijo que debía marcharse, pues tenía muchas cosas que hacer, pero Charles la convenció de que cenara con ellos. Esa noche los tres lo pasaron en grande riendo, hablando y jugando con el perro.

– Victoria tiene razón -comentó Charles cuando la cocinera llevó a Geoff a la cama-. Sería una buena idea que vivieras con nosotros.

– No me digas que te ha importunado con sus teorías. No te preocupes, ya os cansaréis de mí cuando venga de visita. Además, no puedo dejar a nuestro padre solo, y ella lo sabe.

– Pero ésa no es vida para ti, Olivia.

Charles se sentía culpable por arrebatarle a su hermana; ¿qué le quedaría cuando Victoria no estuviera? ¿Por qué se resignaba a convertirse en una solterona?

– La vida es así. Tampoco ha sido fácil para ti estos últimos dos años.

– No. -Charles la miró a los ojos y se sobrecogió al ver en ellos tanta compasión. Acercarse a Olivia era como tocar unas brasas ardientes y quemarse los dedos-. Me duele separaros de esta manera.

Olivia guardó silencio. No había nada que decir. Sólo confiar en que Charles cuidara bien de Victoria durante la luna de miel.

Al cabo de unos minutos subió a la habitación de Geoffrey para darle un beso de buenas noches. El niño tenía a Henry en un brazo, el cachorro acurrucado en el otro costado y una sonrisa de oreja a oreja.

– No te olvides de llevarlo a Croton -dijo ella.

Geoff juró que no dejaría a Chip solo ni un instante, ex- cepto para ir al colegio, aunque quizá la profesora le permitiera llevarlo a clase algún día. Olivia le prometió que pronto volverían a verse y bajó para reunirse con Charles, que insistió en acompañarla hasta el hotel, a lo que ella se negó.

– Supongo que no nos veremos hasta la boda -dijo el abogado mientras se dirigían al vestíbulo.

Le resultaba extraño pensar que iba a casarse de nuevo. Por un lado, tenía la sensación de traicionar a Susan; por otro, sabía que Geoff necesitaba los cuidados de una mujer. Las breves visitas de Olivia eran buena prueba de ello. Al niño se le iluminaba la cara al verla y, aunque Victoria no tuviera ese mismo efecto sobre él, estaba seguro de que con el tiempo congeniarían.

– Yo seré la del vestido azul-Ie recordó Olivia sonriente-, por si acaso te confundes.

– Por primera vez sabré quién es quién sin tener que mirar el anillo.

– Nos veremos en la boda -dijo Olivia, consciente de que entonces todo sería diferente.

Ahora eran amigos, pero Charles pronto se convertiría en el marido de su hermana.

Él asintió con expresión sombría y le dio un beso en la mejilla antes de que se marchara.

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